Capítulo 18: Solo quería regresar a mi granja, con mi familia.
No existe amor perfecto.
Y empiezo a pensar que eso del amor es una fantasía.
Y no me la creo, que tú ya no te acuerdes de todas las veces...
Que te hice mía.
Rebeca amaba muchas cosas: adoraba cantar y tocar el arpa; tenía una voz angelical que hacía llorar a los bardos. Su pequeña Rebeca amaba al mar y a los gatos. Era tan magnífica, verla cantando sobre la soledad lo embriagaba más que diez mil cubas de licor. Parecía tan frágil como una muñequita de porcelana.
Y todavía me exiges.
Que olvide tu sonrisa y borre de mi mente todas tus caricias.
Me subes hasta el cielo.
Y luego caigo al suelo porque tú te vas...
¡Cuando más te quería!
Elphias apuró la copa de vino con un picor en la garganta. Su pequeña Rebeca aprendió rápidamente a tocar el laúd, el arpa, la flauta y el violín. Aunque, nunca llegó a perfeccionar este último. Escribía canciones a los ocho años y cantaba desde que nació. Su instrumento favorito era el arpa.
¡¡¡Te hubieras ido antes!!!
¡Porque no te marchaste cuando aún no eras tan indispensable!
¡Me pides que te olvide cuando hiciste todo para enamorarme!
¡¿A qué estabas jugando?!
¡Dime por qué diablos me obligaste amarte!
¡Y luego te alejaste!
Maldijo esa canción por recordarla. Elphias bajó la mirada al vino rojo y se lamió los labios entumecidos. Con cada año, costaba más el perder la sobriedad. Ya habían pasado más de ciento veinte años... y, cada canción dolía como si fuera ayer.
¡Te hubieras ido antes!
¡No creo que merezca que mi corazón tires a la basura!
¡Me suena tan ilógico que ahora me digas que no fue tu culpa!
¡Si no te interesaba por qué me besabas con tanta dulzura!
¡Y con tanta ternura!
¡Te hubieras ido antes!
¡Y así yo no tendría!
Estás ganas... de matarme.
Elphias Levi vivía atrapado en el ayer. Sus dedos eran envueltos por siete anillos: jaspes, zafiros, esmeraldas, amatistas, ágatas y granates. Uno por cada engendro. De su gastada túnica negra sacó un rollo de tabaco, lo encendió con el pulgar de su brazo izquierdo y dio una profunda calada de tristeza. Sintió como el tabaco lo adormecía. Rebeca fue callada, tímida y triste... casi como él cuando niño. Pero fue feliz, prometió que nunca la haría llorar y le falló... como a todos.
Le gustaba desaparecer: sentarse, beber y fumar en la tranquilidad de un rincón apartado. Nunca creyó que fuese un marginado o un ermitaño, prefería estar solo. Merecía su soledad. Así como Rebeca lo esperó... y no pudo llegar a tiempo.
La muchacha recogió su arpa y el sombrero relleno de estrellas de cobre. Les sonrió a los que bebían en la taberna y se marchó. Tenía un cabello castaño oscuro muy bonito.
«Pero el de Rebeca era negro azabache y sus rizos se curvaban hacía arriba como garfios» recordó... Sonrió y dio una calada al tabaco.
Un muchacho se sentó frente a él: cabello oscuro, bajo, barba escasa y de mentón inexistente. Gabriel de Cortone era una bruma de pensamientos de duda y cansancio. No fue su intención leerlo; era un mal hábito. Elphias desvió su mirada espectral y se centró en recargar la copa de vino.
—Para ser el Oráculo de la Luna y el famoso peregrino de la Montaña del Sol... eres un borracho—dijo Gabriel. Renunció a la túnica escarlata y fundió la máscara de cabra. Aunque, conservó el emblema y bordó una cabra de plata en su chaleco tachonado—. Los magos negros son todos unos pretenciosos, engreídos y borrachos.
—Vete a la mierda.
Apuró la copa y sondeó a Gabriel.
Lo irritó la interrupción en su momento sagrado. Elphias era un mortificador capaz de leer la mente de las personas y sondear sus emociones; su peculiaridad era insertar sentimientos en sus víctima, de forma que se sientan confusas, dudosas, tristes, eufóricas o enojadas. Los pensamientos superficiales del muchacho eran difusos, debía tocarlo para estrechar el contacto... Debajo de la bruma pudo detectar una emoción ferviente y no supo si era odio o ambición.
—¿Por qué alguien como tú, seguiría a Aleister Crowley?—Preguntó el joven, sereno—. Eres un curandero, y un sabio. No encajas con el título de brujo. Yo tuve motivos para abandonar a la Cumbre Escarlata, y mis magos me siguieron. Decidí dejar que Gerard Courbet destruya todo a su paso, y recogeré el botín. Pero... ¿tú? ¿Buscas redención?
—No—Elphias se pasó una mano por la espesa barba pálida—. Estoy en un dilema, muchacho... quizás no vivas lo suficiente para pensar en ello. Cuando vives tanto como yo... Te empiezas a enfrentar a una cuestión: si acabar con tu vida, o matar a todos los que estén a tu alrededor
Gabriel soltó una risotada.
—¡De todos los brujos y magos negros de este aquelarre!—Llamó al mesero con señas—. ¡Usted es el más coherente!
Elphias resopló, esperó que el tabaco se consumiera y salió de la taberna. La Tierra del Silencio era un poblado escaso, maltrecho y antiguo repleto de leyendas y tabúes en el desfiladero junto al mar. Al este, el atardecer se tornaba naranja con ribetes purpúreos y los árboles desnudos parecían esqueletos de un pasado más fructífero. No soportaba a los jóvenes y sus pretensiones. Así eran los brujos que reunió Aleister: jóvenes fumetas, brujas pervertidas y tontos que jugaban con fuerzas que desconocían. Un centenar de brujos acamparon en torno al roble que crece sobre el dolmen y el aire se sentía repleto de electricidad. La piedra equilibrada era un punto de convergencia de la energía primitiva. Pero, los brujos y sus supersticiones no sabían eso: montaron altares de dioses y héroes a la sombra del artefacto.
Gabriel de Cortone les abrió las puertas al Cuarto Castillo y las habitaciones fueron ocupadas por estos aspirantes a magos negros. Su esoterismo no era magia: no obedecía leyes ni fórmulas; todo en lo que creían eran mezclas paganas y ritos turbulentos. Solo un puñado podía realizar milagros truculentos, el resto eran charlatanes y espiritistas.
Las brujas de los bosques no eran más tolerables: las Espino, parteras y guardianes de los secretos de las plantas; las Cerezo, en armonía con los dioses del bosque; y las Luna, conocedoras de rituales antiguos y magia inmemorial. Las matronas robaban a las niñas pequeñas y las bautizaban con nombres de flores, las educaban en la brujería herbolaria de forma oral y les trasmitían leyendas. Pocas de ellas tenían dones magníficos.
—Los brujos serán nuestra rebelión—Aleister lucía mucho más joven. Su magia negra creció en el exilio—. La Sociedad de Magos desapareció y con Courbet embistiendo el norte, las revueltas en el sur y nosotros en el centro... El caos nos propiciará. El Sol Negro tomará, finalmente, control de la isla. Las Serpientes de Tierra nos abrirán las Puertas de Piedra.
Elphias veía a aquellos gusanos con repulsión. Eran gigantescos monstruos ciegos, sin extremidades, cubiertos con escamas tan duras como piedras y una boca infernal que destruía todo a su paso. El Oráculo de la Luna estudió la magia de Nahual de los Daumier y aprendió a utilizarla. Implementó sus conocimientos de alquimia, utilizando un fluido de esencialina concentrado como el Fuegodragón y reforzó el líquido conductor con un metal aislante, escaso y resistente: el oricalco. Con el dinero del mercader fueron capaces de recolectar todas las estatuillas hechas con hierro de cometas y las fundieron. Los milagros de la Alquimia, la Maeglafia y el Misticismo Mental fueron capaces de controlar las siete sierpes que crearon los antiguos alquimistas del rey Julián Sisley.
Elphias se encaminó al castillo en la cima de una montaña sin nombre y avistó una procesión de brujas Luna. Estaban desnudas, habían sacrificado a un becerro y con su sangre dibujaron hechizos en los cuerpos de un hombre y una mujer en el centro del círculo. Lirio Luna tenía las tetas caídas y las nalgas cubiertas de arrugas; gozaba de juventud, pero era la bruja matrona más vieja del círculo. La mujer del centro montaba al hombre con soltura mientras las brujas adoraban a sus dioses para propiciar la concepción del niño.
Pobres desesperados, pensó Elphias, desesperadamente recurrieron a las brujas para quedar encinta. Conocía las intenciones de la Cumbre Escarlata, y con la esterilización masiva, por más dinero y rituales que lograrán... Era un caso imposible. El extracto del árbol duende destruía los órganos reproductores de ambos sexos cuando las mucosas absorbían su jugo. La primera vez que las brujitas sangraban, les frotaban un emplasto de hojas azules en la entrepierna. Frotándolo en los testículos de un hombre, los dejaba infértiles de por vida. Todas las brujas eran infértiles gracias a este ritual de iniciación. Quién diría que a Damian Brunelleschi se le hubiera ocurrido diluir toneles de hojas marchitas en los pozos de las poblaciones marginales más pobres hasta extender su dominio a las grandes ciudades. El exterminio se había logrado en toda la isla, sin derramamiento de sangre. Aquello lo enfermaba. El Rey Sangriento y su Cumbre Escarlata asesinaron a miles de personas... Solo que esos cientos de brujos, granjeros, sacerdotes y obreros... no lo sabían. Los Sonetistas combatían esta injusticia, atacando a la Orden de la Integridad y defendiendo las haciendas más aisladas y a sus hijas fértiles. La Purga del Fin de los Tiempos. Según el antiguo Sumo Pontífice Beret, los únicos que conservaron su fertilidad fueron los elegidos por el Dios Sol: los que poseían la quintaesencia en la sangre.
En cien años, los desgraciados van a desaparecer y se conseguirá la depuración en la sangre de los Celtas en su pequeño rincón del mundo. Una isla sin esperanza.
Mientras Elphias cavilaba al respecto, pasó bajo el rastrillo y llegó a la Torre del Mar, porque desde ella se veía el mar agitada a la distancia. Cuarenta leguas al este, una pendiente abrupta era azotada por las olas y la espuma. En la cima de la torre, se distinguía el salitre del vapor de nubes.
Las sierpes dormían en las cavernas bajo el castillo porque mantenerlas a todas bajo control era dificultoso. Su mente se dividía en siete pedazos y perdía control de su cuerpo. Controlaba a la más grande y las otras seis la seguían. Cuando el ejército marchaba, la tierra se estremecía bajo sus pies.
Elphias subió a su habitación, pesadamente. Las escaleras estaban resbalosas por la humedad y debía subir con cuidado para no romperse la cadera. Los huesos viejos no se funden... hace unas décadas un Mago Rojo lo confundió con Azazel el Loco y le rompió el brazo. El hueso tardó meses en sanar y le dolía cuando la lluvia se cernía sobre su cabeza. Sus rodillas crujieron con cada peldaño hasta que llegó a su amplia habitación del castillo: armarios de roble, una cama dura con sábanas limpias y una mesa cubierta de escritos a los que se dedicaba cada cierto tiempo. Estaba escribiendo una biografía de su vida, junto con varios tratados de Misticismo Ortodoxo y Alquimia Negra. Tenía un pequeño taller de artefactos: alambiques, botellas, embudos, retortas, matraces, un hornillo y varios materiales para su investigación de elixires fundamentales. En los armarios escondía una caja con rollos del tabaco más fino del oeste para limpiarse de los males; cartas del tarot, anotaciones del ciclo de las constelaciones, su catalejo modificado para ver planetas y varios libros con dibujos abstractos de las estrellas. Todo, por supuesto... bajo llave y recubierto de madera de distintos árboles reforzado con acero y sortilegios.
Se quitó los siete anillos y los depositó en una cajetilla de plata con diseños de serpientes. Se despojó de las pulseras y los collares de piedras, soles y lunas. Encendió una vela aromática a un dibujo de Diana y le dedicó una breve plegaria de agradecimiento. Mientras se miraba en el espejo de latón, se quitó la túnica negra y gastada con agujeros de polillas. Bajo la gruesa túnica escondía un cuerpo desprovisto casi por completo de vello; fornido, pero con brazos de levadura y una panza que iba y venía como las estaciones. No gustaba de andar en carromatos ni en monturas, recorría los caminos a pie para mantenerse activo. Los tatuajes enigmáticos cruzaban su cuerpo ancho: simbología ritual.
Elphias Levi tenía dos tatuajes emblemáticos en los brazos izquierdo y derecho: el Sol y los Glifos de la Vida; al contrario, la Luna y los Glifos de la Muerte. El brazo del Sol dominaba la energía primitiva en cualquiera de sus transmutaciones elementales y el brazo de la Luna, transforma la energía. Los tatuajes que envolvían su cuerpo eran los últimos retazos de una magia que ha desaparecido. Su cuerpo era un conductor energético.
En su torso llevaba escrito glifos que serpenteaban por su pecho, su espalda, sus costillas y desaparecían en sus piernas. Parecían raíces negras, Rebeca le dijo una vez que parecían las espinas de una rosa hermosa. La lengua de los hombres no se compara con la belleza de las fórmulas mágicas. El Corazón del Dragón. Las fórmulas del Sol y de la Luna.
Elphias sufrió una agonía que parecía interminable mientras los extintos brujos de la Montaña del Sol enterraban las agujas y esparcían la tinta caliente. Hace más de cien años su cuerpo cambió, se inició por curiosidad ante las verdades de los dioses del cielo y terminó cubierto de heridas azules que ennegrecieron hasta fundirse bajo su piel. Redactó un Tratado sobre la Brujería del Sol y la Luna, pero la Sociedad de Magos lo tachó de mago negro, clausuró su investigación y mandó una escuadra de Magos Rojos a capturarlo. Escapó, herido, gracias a su conocimiento en las cavernas de la Montaña del Sol y se dirigió al sur, creyendo que moriría por las heridas... pero, el Sol Negro lo salvó con elixires del milagro. No le pidieron juramento en ese momento, se labró una deuda con Crowley que iba más allá de la vida y la muerte.
Elphias Levi quería darse un baño. Sacó de su armario una botella de forma singular: retorcida y obscura. El líquido que se removía en su interior era espeso y sanguíneo. Sirvió una copa y bebió del Elixir de Cinabrita... Amargo, y picante. Las onzas de ajenjo se dejaban de sentir en el paladar con los años. La primera vez que lo probó, las lágrimas saltaron de sus ojos.
Apuró la copa y suspiró. Cada mes debía beberla para preservar su inmortalidad. Cuando cumplió los cuarenta años, renunció a su humanidad al beber el Elixir del Cinabrio de Aleister Crowley. El proceso de envejecimiento se detenía, pero se perdía la capacidad de crear vida. Si dejaba de tomarla, su cuerpo se desmoronaría en menos de siete días. No conocía del todo la fórmula, sabía que llevaba mercurio, ajenjo y varias onzas de esencialina. Pero no conocía las cantidades exactas.
Cuando el Sol Negro se desintegró... Sobrevivió unos cuantos años con los restos que guardó del Elixir que pocos cultos conocían su elaboración. Buscó a Aleister por toda la isla durante diez años, prestando servicios a los peregrinos como adivinador y materia de espíritus. Se ganó el título de Oráculo de la Luna por sus predicciones hasta que encontró al viejo mago negro como prisionero de los Magos Rojos en el Tercer Castillo, pero no pudo liberarlo hasta que se unió al ejército de los Verrochio durante las revueltas.
Escaparon para retomar el rumbo del Culto del Sol Negro, y podrían gobernar la isla y fomentar el Caoísmo como la liberación del pensamiento. Aleister era menos que un hombre cuando la Cumbre Escarlata lo destrozó, casi convertido en cadáver, se apoderó del cuerpo de Albert Herrera y de su dinero. Su sueño de redención estaba comenzando...
Elphias se sentó en la cama y dejó la copa vacía en la mesa. El líquido ardiente bajó por su garganta como fuego. Miraba sus ojos espectrales, calva pulcra, la barba descuidada, larga, pálida; su nariz ganchuda y rota. Antes de cumplir los cien años siguió bien conservado, y se entregó a los placeres con la juvenil lujuria: orgías de intercambio, banquetes de sodomía y follaba tantas mujeres como podía en una noche. Conservaba fuerza, vitalidad y vigor. Una vez, estuvo penetrando a una mujer por el ano—después de un tiempo se fascinó por su estrechez—, veía una mata de cabello oscuro y se aferraba a aquella cintura. La mujer le pidió parar porque: «le dolía mucho el culo». Así que, buscó el primer trasero que encontró a su disposición, abrió las nalgas y penetró por allí de un solo empujón. Tenía el miembro abundantemente lubricado con aceite, así que comenzó a embestir a medida que se dilataba. Escuchaba gritos de dolor y de placer. Cuando llevaba más de una docena de embestidas y estaba por correrse, se dio cuenta que era un hombre y cortó el rollo.
No volvió a asistir a aquellas fiestas en la mansión de los Curie. Yació con varias mujeres que se le ofrecían a lo largo de los años, pero con el tiempo... dejó de sentir interés por el calor. Su cuerpo no moría, pero su alma... se apagó. Los últimos cuarenta años pasaron malditamente rápido, y se dedicó a estudiar magias inmemoriales. Recopilando y descartando simples incertidumbres del populacho, al Misticismo capaz de realizar milagros auténticos. A su edad, había probado toda clase de pócimas y participado en casi todos los rituales paganos. Era un explorador del mundo, pero sobretodo, un mago que buscaba el placer espiritual del conocimiento.
Devoto a los Dioses Muertos y los nuevos dioses de la Esencia Divina; llevaba prendas de protección, adoración y buena fortuna. Se consagró desde hace cincuenta años a la Peregrinación de la Montaña del Sol. Viajaba y asistía a las fiestas de las brujas. Enviaba manuscritos a la Sociedad de Magos bajo pseudónimo, esperando que los publicarán infructuosamente. Nunca se convirtió en un famoso autor, pero nunca se rindió en escribir lo que creía que el mundo debía saber. Documentó cuentos que solo se transmitían de forma oral y canciones antiguas.
Antes de convertirse en Elphias Levi, se llamó Edward de la familia Flambée. El último hijo del señor del pequeño Torreón Acertijo, castillo que no aparecía en los mapas, pero se encontraba en algún lugar del sureste. Familia famosa por su peculiaridad para el Misticismo Mental. Los magos mortificadores provenían únicamente de la sangre Flambée antes de que esta, se diluyera en otras casas. Edward podía descubrir las emociones de una persona, un don insignificante a diferencia de sus hermanos; que podían leer los secretos más íntimos de sus víctimas, estirpar recuerdos, descubrir vidas y usurpar mentes. Su talento era inferior.
Sus padres lo menospreciaron y lo convirtieron en alquimista. En la Casa de Negro obtuvo conocimientos de medicina, astrología, esoterismo y alquimia. Estuvo más de diez años consagrado al estudio del universo fundamental, recibió medallas y títulos honoríficos. Mientras más aprendía del mundo, más preguntas surgían. Con veinte años, emprendió su búsqueda por la isla a través del Bosque Espinoso. Estuvo diez años junto a Azazel el Loco y recibió sus tatuajes; aprendió Misticismo y su hambre por convertirse en el primer Mago en llegar al Tercer Nivel fue en aumento con los años. Cuando Azazel lo expulsó, vagó por el sur, robando manuscritos y huyendo de los Magos Rojos. Vendiendo elixires, y curando enfermedades mortales a lo largo de la historia de la isla. Escribió libros de filosofía y fórmulas mágicas que han sido clasificados por el Departamento de Preservación. Fue perseguido por los Magos Rojos en el oeste y salvado por los malignos de una agonía febril en uno de los peores agujeros de Pozo Obscuro. Sus primeros treinta años parecían turbulentos y sombríos, hasta que conoció a esa mujer y tuvo a Rebeca... aquel hombre solitario y arrogante, se llenó de amor y dicha.
Después de bañarse y esparcirse un perfume de jazmín y sauce, se recortó la barba limpiamente. Pantalones de lino negro, calzones y medias limpias. Una camisa de algodón con un sol bordado en el pecho. Se cubrió con una túnica azur oscuro con estrellas bordadas. Pulseras de plata, un collar de guijarros pulidos con una luna soñadora de piedra de río y un gorro de fieltro bordado con la imagen de varias lunas menguantes y un cascabel en punta.
Se presentó en el despacho de Aleister. Miev vigilaba el portal del limoso castillo salitre. La jovencita era bastante pequeña, morena y de cabello rizado dividido en dos trenzas; vestía como un muchacho: cuero duro, lana y un puñal en el cinturón. Se decía que huyó de la Batalla del Primer Castillo, después que Felicia van Deen fue tomada prisionera. Una brujita que renunció a las Espino para formar parte de la Orden de la Integridad. Poseía una sensibilidad natural a la energía y fue entrenada como Rastreadora.
Aquel recinto era icónico: el Salón de los Héroes. Hace muchos años, una plaga de ratas invadió el este, obra de un malvado mago negro llamado Antoine de Jaspe, y asedió el castillo perteneciente a un acaudalado señor, cuya familia... pereció ante la epidemia. La Primera Orden, dirigida por Sir Johann Della Robbia, el Mago de Tres Colores, caballero de los Sisley; estableció un concilio en el castillo, y dieron cacería al mago negro hasta que clavaron su cabeza en una pica del bastión. El señor, cuyo nombre se perdió en la historia, perdió toda su estirpe en la tragedia... cedió el castillo a la Primera Orden y honró en patrocinar la justicia de los magos que seguían el Juramento del Héroe Rojo.
Aleister Crowley estaba trabajando en un brebaje. De un alambique caían gotas de coloración purpurea a un frasco hermético, sobre una agonizante llama... que lo hacía mantener la contextura líquida. El mago negro exhibía lentes gruesos de culo de botella, se cubría la boca con un pañuelo, un delantal y guantes de cuero. En otra mesa, coleccionaba libros desordenados, papeles con ilustraciones y sellos, dibujos de tártaros y piedras brillantes cuya naturaleza precedía la taumaturgia sacrílega. La alquimia era su obsesión: ansió destilar minerales con propiedades energéticas latentes para remplazar órganos vitales y sanar dolencias. Aleister no hablaba de ello, pero los miembros del culto le contaron, que hace muchos evos, cuando era joven... estudió medicina en el Templo de las Gracias y un brote de tifus exterminó a su familia. Quedó solo y devastado. Descubrió la fórmula del Elixir de Cinabrita, y por décadas, tuvo que ver a sus cercanos perecer en enfermedades incurables. Un hombre obsesionado con descubrir la verdadera inmortalidad: un hombre maldito.
Elphias detalló el relieve tosco de un macizo purpúreo que, pulverizado, descendía la fiebre...
«Todos los magos están malditos. El camino del Misticismo conduce al dolor, el rencor y la soledad. No importa de qué camino seas... todos seremos sepultados en el hielo» decía Courbet Sangrenegra, el Mago de la Sal.
Una figura inusual permanecía en el taller; un anciano de túnica oscura, cabello plateado y ojos color hielo... con un matriz de violeta demoníaco. El anciano esgrimió prendas de soles en el pecho huesudo. Elphias lo miró de arriba a abajo, e intentó leer sus emociones. Se topó con una muralla quística que le impidió desvelar la superficialidad de pensamientos... y renunció a su nefasta tetra.
—Elphias—Aleister sonrió, y las arrugas en sus mejillas se tensaron. Cambiar de cuerpo lo hizo recuperar postura y vitalidad... aquel robusto y alto moreno poseía fuerza y vigor—. El Nigromante nos ofrece una visita, propone asistir al Aquelarre con su beatificado consejo y magnánima voluntad. Quién diría... que el Sumo Pontífice de la Iglesia del Sol pactará con los depravados brujos del este.
Beret sonrió y sus ojos arrojaron un brillo gélido con motitas violetas.
—Bel obra en formas misteriosas—se frotó las manos y le dedicó una sonrisa blanca a Elphias—. El Oráculo de la Luna y el Mago Negro del Caos. Creí, que el Sol Negro fue desmantelado... durante la Epopeya de los Muertos de Courbet. ¡Muy ingenioso! Jugaron con el susodicho sepelio del Mago de la Sal para enterrar las vuestras.
—¿Qué quiere, Lord Beret?—Elphias le dedicó una mirada severa—. Me resulta imposible ver tu rostro ingrato, sin recordar el refrán: «Nunca hagas tratos con magos negros». ¿Cómo piensas jodernos?
Beret levantó las palmas.
—Busco lo mismo que ustedes. Quiero recuperar lo que me arrebataron: el control de la isla. Tenemos intereses en común, el Sol Negro fue oprimido por la Sociedad de Magos... hasta que la misma sucumbió bajo su peso—sonrió, divertido—. Bueno, la hice reventar como un borrego hinchado. Ustedes, regresan de sus tumbas y evocan el poder de los ritos oscuros. Pregonan que el Caoísmo sea liberado, para volar por las mentes de las personas. Ansían la libertad de elegir el sistema de conocimiento, porque son estudiosos de las artes místicas. La Orden de la Integridad se ha volteado en contra del Culto del Gran Devorador, y me han destronado como un priorato consumido.
Elphias estudió al anciano de escaso tamaño. Con el tiempo, se llega a desarrollar una aguda visión de las personas. Uno es capaz de leer más allá de las palabras, con su forma de vestir, de caminar y los contornos de su rostro. Beret era auténtico en los pliegues, pero en lo profundo... albergaba ponzoña hedionda. Se preguntó cuántos años tendría el mago negro. La forma de moverse y pensar, era el reflejo de más edad que Aleister y Elphias juntos; expresándose como una persona sumamente anciana. Se horrorizó al rememorar leyendas del otro lado del mar; de la Ciudad Eterna, y los cultos diabólicos de entidades primitivas.
Beret abrió y cerró la boca.
—La reina Annie Verrochio es nuestra enemiga. Por ende, si quiero unificar esta sociedad y crear un sistema fructífero... en el que el conocimiento libre sea ley incuestionable. Debemos formar una alianza estratégica. Todos mis conocimientos son suyos.
Aleister asintió, pensativo. Elphias también lo pensó... tener a Beret, el Nigromante, en su ejército... podría aplastar a cualquiera en su camino: Annie Verrochio, Gerard Courbet y el Chacal perecerán bajo sus pezuñas.
Beret sonrió, sardónico, y se frotó las manos manchadas.
A la mañana, siguiente partieron al Séptimo Castillo, a Rocca Helena... en el centro de la isla Esperanza. Cien brujos de todos los tipos: tabaqueros, paleadores y adoradores; armados con espadas, hachas, lanzas, picas y ballestas. La matrona Lirio Espino encabezó el aquelarre de brujas más numeroso: treinta mujeres que conocían los secretos de las raíces, los tallos y las hojas. Medicinas y venenos. Oriana Luna, la Bruja Salamandra de los Espíritus de Fuego, era seguida por diez jovencitas con poderes misteriosos, relegados a deidades sin nombre de las profundidades sinuosas de los bosques negros. Marie Cerezo, Hija de la Gran Madre, vestía con prendas de lino y flores silvestres; sus niñas—menos numerosas—, eran las más vivaces: se la pasaban causando trifulcas entre los hombres: enamorando, robando y engañando. Rebana cuellos, ladronzuelas y ninfas perversas. Eran una de esas fuerzas destructoras que dejaban a su paso un sendero de corazones rotos y enfermedades venéreas.
Gabriel de Cortone se apoderó de los carros del Cuarto Castillo para trasladar a su guarnición. Sus magos eran diestros con las armas, tenía Rastreadores hábiles y Proyectores de Primer Nivel, entrenados por los maestros del Misticismo Ortodoxo en la facultad de la Orden. Gabriel era un potente Evocador Elemental de Combustión, pero su cuerpo se estaba deteriorando... Imploraba el Elixir de Cinabrio a Crowley, sin reparo.
Beret pidió un carro propio y se refugió en un improvisado taller de cuatro ruedas, junto a varios lacayos: Richie, un duendecillo moreno que fumaba como una chimenea; Claire Cerezo, jovencita a la que llamaban Coño Alegre; y Eric Cerrure, joven de inteligencia exuberante, pero feo como grajo: su rostro estaba picado de viruela y ciego de un ojo. No sabía lo que tramaba el Nigromante con tales pupilos en su enseñanza maquiavélica.
La fuerza de su mente era ocupada, mayormente, controlando a la Sierpe Mayor bajo sus pies. Una parte de su convicción estaba perdida en la inestabilidad de la bruma de pensamientos. Un hambre atroz y un desasosiepago. Cuando no encontraba cavernas para continuar, debía abrirse paso a través de la tierra y la roca con mandíbulas apesadumbradas. Había manipulado la magia Nahual con anterioridad: algunos brujos de la montaña eran capaces de mirar a través de los ojos de los pájaros y hablar con voces de trino. Aprendió la Transmigración de la Mente mientras recolectaba materiales para su estratagema. Consiguió usurpar el cuerpo de ratones, gatos, pájaros y lémures. Se adentró a perseguir jaurías, zorros, linces y aves grandes. Su poder no floreció de la noche a la mañana: su esfuerzo fue continuo y progresivo. Una gota puede romper en dos una piedra... con suficiente tiempo.
La lluvia caía con suavidad amortajada, pero las verdaderas tormentas de otoño estaban a punto de comenzar. Permanecía en el robusto carromato de Crowley, concentrado en un trance gnóstico, comiendo poco... y bebiendo zumos agrios. Miev temblaba junto suyo, con un gato gris en su regazo. La peque llegaba una gruesa capa de lana, pero hacía mucho frío. El gato dormitaba, ronroneando.
Elphias estiró el brazo izquierdo sobre la gruesa capa de Miev. Se concentró en el calor de su pecho y sintió el vacío frío cuando se entumeció su brazo. El calor era una forma de energía y podía transferirse con facilidad. La lana se calentó con un chisporroteo.
—Gracias—dijo Miev. Se veía nerviosa, podría ser... que la intensa energía que las Serpientes de Tierra emanaban, la estuviera incomodando.
—No tengas miedo—exclamó. Miev dudó... Elphias le mostró los siete anillos, cuatro en la mano derecha y tres en la izquierda. Siete piedras diferentes en función de receptáculos—. La Alquimia y el Misticismo. He unido ambas ramas de la Magia, para doblegar a nuestra voluntad aquellos seres artificiales.
—¿Son artificiales?—Miev parecía mareada. En su pecho relucía un sol de bronce de destellos soeces—. ¿Cómo los Homúnculos de Giordano Bruno?
—Naturalmente, niña. Son el producto de la Alquimia de la Vida. La creación de alquimistas más sabios, para resguardar los secretos de la Biblioteca Dorada.
—He escuchado leyendas—Miev se sonrojó por el calor—. Los magos del Primer Castillo contaban en los festines que, bajo la Casa de Negro, se escondía la Biblioteca Dorada con los secretos del mundo. Allí, los alquimistas y sacerdotes descifran las láminas de oro que los reyes antiguos escondieron para protegernos de los terribles secretos. Temerosos del venerable poder del Misticismo.
—Los que se oponen al conocimiento son los peores tiranos—replicó Elphias, laico—. El conocimiento nos hará libres para forjar nuestro destino.
Miev acarició la pequeña cabeza del gato. La brisa fría de la llovizna le empapaba las pestañas. Un relámpago cortó el cielo y el trueno llegó cinco segundos después como la trompeta de un dios maligno. Las ruedas se hundían en el lodazal del camino real y los árboles huesudos hundían sus raíces hinchadas en la purulenta tierra.
—De niña, vivía con mis padres y hermanos en una granja de repollos. Era la menor, no teníamos mucho, pero todos trabajamos para salir adelante. Mi mamá solía hacer mermelada de fresas dulces. Y mi papá horneaba pan moreno, crujiente. Nos sentamos afuera durante las lluvias del final del verano... y comíamos panes con mermelada. Un año después, fuimos al mercado de Puente Blanco y las brujas Espino me arrebataron. Cinco años comiendo, durmiendo y cagando en el bosque. Cortando hierbas, comiendo raíces y lamiendo los coños de mis compañeras dríadas. Solo quería regresar a mi granja, con mi familia—sus ojos enrojecieron y asomaron lágrimas—. No recuerdo sus nombres, ni sus caras. Mierda, ni siquiera recuerdo cómo era la granja. Quiero volver, ¿crees que sea sensato? Solo recuerdo el sabor dulce de aquella mermelada de fresas—miró a Elphias y apretó los labios. Se limpió las lágrimas y acarició el sol de bronce en su pecho—. Perdón que te cuente esto. No te importa, lo sé. Es que... el otoño nublado me recuerda a la familia que perdí. Es algo que tenía reprimido y quería sacar. Como una espina en el corazón. A veces... dudo sobre el camino que Dios me destinó, pero me mantengo firme... Tengo fe de que los tiempos están cambiando.
Elphias asintió, y bajó la mirada. Acarició el anillo de jaspe.
—Tenía una hija—sonrió, taimado—. Se llamaba Rebeca y tenía más talento que todos nosotros. Tocaba el arpa, el laúd, la flauta y el violín. Cantaba, bailaba y componía poesía. Yo... era perseguido por los Magos Rojos desde hace años por el tipo de vida que decidí llevar. Pero lo intenté, lo di todo por ella. Viví su ilusión. Ella se convirtió en mi sueño de redención. Quería que fuera feliz en esta isla sin esperanza. Mi pequeña Rebeca y yo, vivíamos en una alta, mimada y lujosa mansión en Pozo Obscuro. En ocasiones, me ausentaba durante días, ya sabes... Trabajos de Magia Negra. En los bajíos del pueblo sureño abunda la calaña de la que provengo, y los que solicitan sus servicios por cuantiosas cantidades de dinero. Ella no lo sabía... no quería involucrarla en toda mi locura. Quise darle todo, porque de niño yo no tuve muchas cosas. No sé si uno de los criados nos delató o fue ese... maestro de música. Tardé una semana en regresar con mi amada hija—reprimió el sollozo y sus labios temblaron. La sensación de volver a abrir la puerta de los recuerdos lo afligió inusitadamente—. Los Magos Rojos le hicieron... mucho daño cuando la interrogaron—fue todo lo que pudo decir. De su mente borró las imágenes de Rebeca, con el vestido rasgado y las piernas hinchadas—. Los maté a todos. Cuando quise consolar a mi hija, no soportó tanto dolor, y... se lanzó de la ventana—las lágrimas mojaron su barba—. Eso... me dejó devastado. Han pasado ciento veinte años, y no existe día en que no albergue pensamientos de culpa. Maté a todos los que lastimaron a mi pequeña Rebeca, pero solo faltó uno: yo.
Miev aferró el medallón de bronce con los dedos.
—¿No esperas verla en el otro mundo?
—No existe otro mundo, niña.
—Pero tú crees en Dios—Miev vaciló—. Eres un hombre devoto y ayudas a las personas enfermas. Tu hija te debe estar esperando desde hace mucho.
Elphias Levi negó con la cabeza.
—Los dioses que adoramos no son deidades tales, sino imitaciones, creadas a nuestra imagen y semejanza. Se les conoce como egregores: seres imaginarios, creados por el pensamiento colectivo en cúmulos de energía. Los creyentes de esta isla han creado sus dioses con sus deseos y frustraciones. La energía no se crea, ni se destruye: se transforma. Esos son los dioses que adoramos, seres invisibles y rumiantes de energía psíquica... que habitan un plano más elevado de conciencia. Su poder es real, si lo sabes utilizar para tu beneficio—miró el erial de barro y la lluvia caer de los nubarrones oscuros—. El día que mi pequeña Rebeca murió, siento que perdí una parte de mí. Si después de la muerte solo existe oscuridad, yo la voy a mantener viva con las canciones que escribió. Mientras viva, no dejaré que el recuerdo de mi hija se extinga. Es lo único que queda de ella.
Miev abrió mucho los ojos, se sorprendió, asustó y abrió la boca ante la revelación. Se tiró del cabello y tembló, convulsiva. La verdad hace libre a los hombres, pero el peso de la verdad también los hace infelices. La libertad y la infelicidad van de la mano, es por eso que existe la esclavitud... ya sea externa o interna. Por eso, la ignorancia es la madre de los felices. Saber que el universo es vacío, que somos insignificantes y que la vida no tiene sentido... es demasiado para cualquier ser viviente. Incluso para los dioses. La mayoría busca renunciar a la triste realidad con un propósito, en una forma desesperada de llenar su vida. Rebeca fue su sueño de redención, y le falló. En esta isla sin esperanza, los sueños no se hacen realidad.
Tardaron un ciclo para llegar al pueblo ribereño. La bruja Helena Luna los deleitó con sus baladas de amor. El otoño embravecido los frenó con crecidas y deslaves... El fango arrastró árboles, carromatos y personas en una corriente despiadada y sucia hasta las entrañas de un infierno de gusanos negros. La procesión continuó, incansable, atravesando el erial del Valle Sombrío en la oscuridad de las tormentas.
Rocca Helena era una comarca rodeada por cordilleras, pobladas de bosques hirsutos y matorrales espesos de hongos fosforescentes. Desde que ocurrió el nefasto incendio provocado por el Séptimo Castillo, bajo el mandato de Lord Argel Cassio... Los bosques del Valle Sombrío se habían recuperado con enfermiza fertilidad. Las cenizas y los árboles ennegrecidos nutrieron el suelo para que un sin fin de árboles jóvenes anidaran en el paisaje montañoso junto a las deidades que se dice, los magos del Rey Dragón, invocaron con magia de sangre.
Elphias estudió sus anillos de poder.
De las nueve Serpientes de Tierra que Friedrich Verrochio despertó al abrir las sepulturas de los Sisley: una murió en aquel valle inquietante, siete permanecían bajo el poder del Sol Negro y otra desapareció en las entrañas de la isla. ¿Quién sabe qué seres repulsivos se removían en las entrañas cavernosas de la tierra?
Rocca Helena era un hervidero de casas de adobe, madera y piedra con techumbres de pizarra y calles empedradas. Durante las inundaciones en la Batalla del Asalto, gran parte de las casas fueron barridas por la furia de dioses acuáticos. Pablo Draper se encargó de reconstruir: un puñado de edificios de adobe se erigían en medio de las plazas, y las casuchas de madera y barro crecían alrededor de los edificios como suculentos hongos después de la lluvia nublada. Al oeste se extendían los campos de cultivos, surcados de canaletas de riego que iban hasta las crecidas del lago que esparcían nutritivo limo azulado.
Ante la inminencia del ataque, la Orden de la Integridad mandó a esquilmar los granos y las legumbres del invierno. Las callejuelas principales cubiertas de gravilla y los callejones de tierra estaban desprovistos de vida. El poblado permanecía intramuros, rodeado de murallas de tierra y torres de madera con campanas de plomo. Sobre la pronunciada colina del poblado se alzaba, imponente y vetusto, el Séptimo Castillo, de torres altas y afiladas hechas de bloques de argamasa... y más allá se extendía el Aguamiel; el cuerpo de agua de color arenoso había crecido al desbordamiento a lo largo del poblado y se perdía entre las montañas sinuosas de un horizonte grisáceo y somnoliento. En otras tiempos, todo el Valle Sombrío estuvo bañado de fulgor blanco y hielo lechoso... y habitaban seres templados en tormentas eléctricas.
Se decía que el lago nació de la tragedia, cuando se derritió el Castillo de Hielo del Archímago Anastasio Fonseca. Los trovadores argullían que el cuerpo del mago permanecía congelado en el lecho fangoso del lago insondable, y que el día que fuese desenterrado... un invierno perpetuo regresaría a la isla; criaturas mágicas pululaban en lo profundo del agua, esperando a que los pescadores las descubrieran; y más antigua que todas las historias, era la leyenda del Tarasque: un dragón antiguo de cuevas subterráneas que eleva los niveles del agua cuando orina. Antes de la aparición del cuerpo de agua, hubo una época en que los Celtas habitaron junto a seres y entidades monstruosas... Los avistamientos del monstruo acontecían cuando el lago hervía durante los veranos más calurosos.
Elphias se asomó desde la colina y recorrió Rocca Helena con la mirada impasible. El aquelarre de brujos desmontó los carros y se agrupó en hileras de ballesteros, lanceros y escuderos. Las campanas de las torres entonaron tañidos lúgubres y el poblado, aparentemente abandonado... Cobró exuberante vida como un hormiguero. Los magos soldados de túnicas escarlatas escondidos en casuchas destartaladas emergieron a los tejados con máscaras de bronce. Las calles bulleron de actividad cuando los cuernos comenzaron a sonar, fueron apostadas barricadas defensivas, y de los edificios centrales desenfundaron reluciente maquinaria: cañones de bronce, morteros y un par de escorpiones reforzados.
Aleister Crowley portaba una gruesa túnica negra, ceñida con un grueso cinturón de cuero y un chaleco tachonado bordado con un sol de oro. Fumaba un rollo de tabaco apestoso, aún no se acostumbraba a su voluminoso cuerpo de rostro severo.
—Pablo Draper sabía que íbamos a llegar y... refugió al populacho en el castillo de la colina—arguyó con el tabaco en los labios. Tenía una sonrisa torcida y de la barba espesa de Albert Herrera solo quedaba una pelusa recortada—. Han fortificado el pueblito para resistir el asalto de un millar de soldados—miró las filas desordenadas que Gabriel de Cortone dirigía al pie de la colona—. Nosotros... no llegamos a dos centenares de soldados pésimamente entrenados—lanzó el tabaco encendido al viento y avistó el castillo septentrional—. Pero, tenemos a Thot de nuestro lado obrando en los mundos posibles. Dios nos concederá la batalla.
Elphias se alisó la túnica azur y se sentó sobre la hierba mojada. Vio como los magos en los edificios centrales, a doscientas varas de distancia, elevaban los cañones y preparaban las cargas del mortero. Unas seis barricadas de tablones y adobe protegían, sucesivamente, las calles del poblado en dirección a la colina del Séptimo Castillo resguardada por el lago.
Elphias hizo girar uno de sus anillos: el del dedo índice, un jaspe amarillento del tamaño de un huevo de paloma. Una parte de su mente se alejó, perdiéndose en cavernas profundas y abismos húmedos. La boca le supo a tierra y rocas. Y sintió mucha hambre, un ardor atroz que le consumía las tripas. La tierra temblaba a su alrededor, se abría, se rompía... Se retorcía. Todo era negro, húmedo y áspero.
Un cuervo profirió un graznido y se mente regresó con un resplandor doloroso. Los carroñeros se arremolinaban en el cielo plomizo, clamando por su festín de glotonería.
Matar a una Serpiente de Tierra no era sencillo. Argel Cassio, el castellano del Séptimo Castillo, incendió el Valle Sombrío y las cavernas para abrasar al engendro. Cuando el gusano blanco emergió, lo bombardeó con proyecciones y evocaciones. Fuego y relámpagos. La coraza de las sierpes es tan dura como placas de piedra, pero tras las mandíbulas ensartadas de dientes, son bastante blandas y maleables. Argel Cassio lo hizo reventar por dentro con un relámpago purpúreo mientras su guarnición lo inmovilizó con lanzas y reflejos. La guarnición del Séptimo Castillo constaba de treinta Magos Rojos, y solo cuatro sobrevivieron a la aniquilación... Razón por la que Argel Cassio cedió Rocca Helena y el castillo al Rey Dragón, con tal de oponerse al mandato de aquellos que dejaron salir los Males de la Tierra.
Los Magos Rojos eran la moneda de cambio de la Sociedad de Magos ante la corona, y prestaron juramento de obediencia como Protectores del Reino.
El agua del manantial en las cavernas de la Montaña del Sol era rica en compuestos minerales a los que se relegaron milagros: la sanación de moribundos, la cura de deformidades y otros usos en pócimas curativas. La caverna desaparecía bajo una profundidad de quinientas varas, húmeda por el verano, posiblemente inundada en otoño... Buscó leyendas y encontró el manantial de plata. El agua luminosa parecía cuarzo derretido, pálido y brillante; fluyendo desde canales subterráneos a una charca habitada por pececillos ciegos.
Elphias mezcló los componentes del agua con abundante anhidrita, compuesto de la selenita que se disolvía en agua hirviendo. Las Serpientes de Tierra se veían atraídas por el calor... Y era un verano caluroso. Estuvo largos días de tinieblas enviando corrientes de calor por la red de cavernas. Aquella agua hervía, soltando vapores brillantes. Cuando las Serpientes de Tierra penetraron en la caverna y se sumergieron en el manantial hirviendo, rico en minerales sulfurosos.
Elphias dejó caer la caja metálica de galeno: una sustancia azul brillante, con propiedades de adsorción calórica. Un mineral alquímico rico en plomo, altamente venenoso. El manantial chirrió, soltó vapor blanco como niebla y silbó cuando la temperatura bajó de golpe. Las Sierpes se retorcieron en el agua fría, unas eran tan grandes como casas y otras... no superaban el tamaño de arietes. El manantial pálido se tornó negro y las engulló... La anhidrita se enfrió y se expandió, cristalizando el agua en sendos crisoles de selenita. Las cuatro sierpes quedaron sepultadas en cristal de hielo y alquimia. Debido a su pensamiento colectivo semejante a colmena, se veían atraídas unas a otras... A las horas, otra sierpe entró a la cámara templada y fue amortajada por el frío letárgico. Otra, llegó un ciclo después, se abrió paso a través del cristal y sucumbió por la temperatura. La séptima tardó dos vueltas de luna en llegar... Elphias tuvo que extraer todo el calor de su robusto cuerpo para detenerla y guardó toda esa energía en una cajuela de metal que enrojeció al momento.
Una artimaña astuta para apoderarse de aquellas fuerzas imparables de la Alquimia de la Vida.
La tierra tembló y se estremeció...
El conjunto de edificios de adobe se vino abajo cuando la tierra se abrió, se partió y la engulló con un temblor. Una boca abismal de tres mandíbulas se abrió, mostrando una sarta de colmillos ennegrecidos. Una torre pálida surgió del suelo con un temblor. Tres magos cayeron en las fauces de la Sierpe y estas se cerraron con un crujido. Elphias sintió el sabor ferroso de la sangre en el paladar.
Un grito de espanto se elevó de las filas de los brujos.
Uno de los cañones cayó de un techo y disparó un fogonazo rojo que despedazó varios tejados y a los magos de túnicas escarlatas que estaban en ellos. La Sierpe Mayor era del grueso de una mansión y larga, como un barcoluengo de dieciséis varas. A su vez, dos dedos escamosos surgieron del suelo, atravesando las calles de gravilla y las casas de adobe. No eran tan grandes, contaban con el ancho de una casa...
Los escorpiones se dispusieron y dispararon: tres dardos de una vara de largo se hendieron en la corteza escamosa de la Sierpe Mayor. Los magos de la calle principal saltaron a otros tejados. Las otras dos, se arrastraron por calles más estrechas, derrumbando casas, violentas. Los chasquidos de sus mandíbulas se alzaban sobre los gritos y escombros. La apoteosis de la destrucción.
Un relámpago purpúreo cortó la distancia en un instante y alcanzó a la Sierpe Mayor en una de las mandíbulas. Las escamas blancas saltaron con una humareda gris y la sangre negra manó de las fauces del engendro. Los magos dejaron caer un cristal rojo del tamaño de una calabaza en el mortero... pero, el edificio se partió en tres pedazos cuando la cuarta sierpe emergió de la tierra. La explosión cubrió de fuego rojo la calle principal y llovieron gotas de azufre sobre los tejados de pizarra.
Un grupo de magos de túnicas escarlatas y máscaras de bronce se reunió en una techumbre. Los lideraba un cuervo con máscara de plata. Parecía que estaban conjurando, pero no lograba escuchar lo que decían. Podría sumergirse en la mente de un cuervo y husmear, pero debilitaría la conexión psíquica con las Serpientes de Tierra. La mayor parte de su mente se concentró en la Sierpe Mayor, que barría con su cola gorda los restos de los edificios de adobe y aplastaba cuerpos.
Vio como el Cuervo de Plata trazó glifos brillantes en el espacio y los magos de bronce levantaron las varitas a lo alto. Una esfera de fuego verdoso tomó forma del vacío, del grosor de una casa, trazó un arco en el aire dejando una estela nebulosa y cayó sobre la Sierpe más grande. El fuego verde la envolvió con su abrasador infierno. El engendro se retorció y chilló... La cortina de llamas se esparció por los edificios derruidos y, se disolvieron sobre las casas con chispazos.
Elphias escuchó una estampida, y la bola de fuegos fatuos rodando y empujando a la Sierpe Mayor con una tempestad de escombros y llamas coloridas mientras la argamasa se derretía. Los edificios destrozados se convirtieron en líquido espeso... No era adobe, era sulfato. La masa de escombros en llamas se alargó e hinchó... y estiró una pata, luego otras tres y se irguió: era un animal indómito y elegante. Se erigió y los rasgos felinos aparecieron en su figura blancuzca, ribeteada de glifos de verde llameante. Los ojos del león eran dos esmeraldas humeantes, su boca vomitaba llamas y su espesa melena era tan brillante y ardiente que las techumbres de paja más lejanas empezaron a humear. Era una estatua de seis varas de alto y quince de largo.
El León de Jade escarvo el suelo con sus garras y se lanzó, furioso, a la Sierpe Mayor... Era tan robusto como el engendro y lo embistió con todo su peso. Clavó sus garras en las escamas acorazadas y rodaron por el suelo, aplastando los restos de un edificio semiderruido. Las fauces del león se hundieron en el cuello de la Sierpe Mayor y se retorcieron, arrancando trozos de carne pestilente. Los gases miasmáticos salían a borbotones.
Las bestias prominentes se retorcieron por la calle principal, derribando casas a su paso y barriendo el suelo. Una de las sierpes se lanzó al León de Jade y aferró las mandíbulas a su costado. Otra, más delgada, la segundó y se aferró a la melena ardiente. El león de sulfato trazó zarpazos en el torso de la Sierpe Mayor, rodando por el suelo; las dos sierpes más pequeñas lo tenían aferrado como sanguijuelas asquerosas... intentando enrollarse a su alrededor para retenerlo.
El León de Jade rodó, desprendiéndose de la Sierpe Mayor y se arrancó a las dos sierpes más pequeñas con garras y colmillos. La bestia de sulfato estaba cubierto de escombros y desperdicios, la sangre negra manchó su cuerpo blanco y los agujeros de dentadas le daban un aspecto espeluznante. La Sierpe Mayor estaba cubierta de arañazos profundos y una herida horripilante que escupía sangre negra desde un trozo de mandíbula desprendido. El dolor atenazaba la mente de Elphias Levi, sentía el cuerpo muy caliente.
El león de sulfato abrió las mandíbulas en una parodia de rugido, algunos de sus colmillos se habían desprendido... El resplandor lo cegó por unos momentos. La llamarada verdosa que liberó con su rugido cubrió el cielo y bañó a las tres sierpes con un manantial abrasador. Parecía que abrieron una rejilla del infierno y dejaron salir una cascada de aceite hirviendo. Los magos de bronce cubrieron los tejados que protegían con barreras mágicas. Los engendros se arrastraron por el vertedero de fuego verdoso y escombros, y arremetieron contra el León de Jade. La Sierpe Mayor lo confrontó de frente, pero el león, de un zarpazo, lo apartó y... las otras dos menores cerraron las mandíbulas en sus patas traseras. La cuarta sierpe emergió bajo su estómago, dejando un agujero del tamaño de un pozo, y lo derribó por el costado. El león buscó retorcerse, pero lo tenían inmovilizado... Aún así, atrajo a la sierpe de su costado con las garras y cerró los mandíbulas en su torso. Los colmillos se partieron cuando las escamas saltaron en trozos de sangre negra y carne rosácea. Una pestilencia sulfurosa emergió de aquellas entrañas. La Sierpe Mayor cayó sobre la melena, con sus mandíbulas mutiladas atrapó el lomo del león y lo partió en dos con un chasquido. Del centro de la estatua de sulfato, arrancó una esfera de cristal vidrioso que brillaba como una estrella... Lo destrozó con la fuerza de las mandíbulas y la engulló. La estatua perdió toda su fuerza cuando el núcleo le fue arrebatado. Los colmillos del engendro se cubrieron de cristales brillantes y el gusano blanco brilló, pálido y se hinchó. La Sierpe Mayor creció en tamaño de golpe y dos agujeros se abrieron en sus costados cuando reventó. El engendro soltó un chillido y cayó muerto con un estallido, de los agujeros salió un humo acre y negro, apestoso a podredumbre.
Elphias sintió un vacío de dolor y un ardor en las vísceras al perder la conexión.
El Cuervo de Plata soltó un par de órdenes y uno de los magos levantó su varita... Un relámpago purpúreo brotó de ella; cortó el aire con un silbido y golpeó en la cabeza a una de las sierpes. El engendro recibió el impacto con un resplandor cerúleo y cayó de costado. Los restos de la Sierpe Mayor soltaron una humereda cuando el pesado cuerpo la aplastó. Otra de las sierpes parecía moribunda: el león le arrancó un gran trozo del cuerpo, sus entrañas negras se desparramaban en un charco de aceite putrefacto. Las únicas que seguían avispadas estaban cubiertas de heridas superficiales que sangraban y dejaban escapar volutas de humo matemático.
El Cuervo de Plata levantó sus manos y las mangas de la túnica cayeron sobre sus hombros. Tenía brazos delgados y enmarcados por tatuajes que no logró visualizar.
Elphias entró en las mentes virulentas de dos sierpes más pequeñas y rectó, como gusanos enloquecidos. Las casas se aplastaban bajo el peso de sus estómagos. Sentía mucha rabia y hambre, estaba adolorido y cubierto de sudor. Quería aplastar al Cuervo de Plata y su séquito de bronce. Los relámpagos y las esferas de fuego reventaban contra los caparazones de los engendros, imparables y molestos como aguijones. Escuchó el viento soplar en la colina y un silencio inmemorial. La brisa fría le golpeó las mejillas y se detuvo, abruptamente...
En lo alto de las nubes, se revolvió un remolino gris de niebla y tempestad demoníaca... El Cuervo de Plata temblaba, soportando el peso y la fuerza del remolino de corrientes. ¡Era un Evocador Elemental de Corrientes e
Energéticas! O más vulgarmente hablando, un Mago de Viento. El caos estremeció las hojas de los árboles agonizantes. Elphias apretó los dientes para mantenerse sentado.
—¡Ventisca Agonizante del Otoño!—Escuchó una voz de llanto.
El remolino de viento descendió, como miles de cuchillos plateados en un pilar destructivo de la mano de dioses muertos, y aplastó a las sierpes con una fuerza destructora. El peso de cien mil arrobas cayó sobre sus hombros y le impidieron moverse. Elphias perdió la conexión y cayó de espalda, sobre la hierba mojada de la colina con forma de estómago. Miev se lanzó a ayudarle... pero lo único que podía ver era a aquel majestuoso remolino de vientos huracanados aplastando a las sierpes y derribando las techumbres más próximas. Un millar de pisotones de ángeles macabros. Un pilar de plata que caía desde las nubes sobre los engendros con el peso caótico de los pecados inhumanos. Un castigo divino a las aberraciones de los hombres.
Una casa se desprendió del suelo y se deshizo en pedazos, tragada por el remolino de gruesas corrientes devastadoras.
—¡Vamos a matarlos!—Ordenó Gabriel de Cortone, armado con una espada y un puñal.
Los ballesteros, lanceros y espadachines; hombres y mujeres de todas las estirpes, bajaron por la colina a trompicones y saltaron la muralla de tierra con el acero en alto. Aleister estaba a su lado, lo miró, asintió con las muelas apretadas y puso un pie tras otro para bajar la colina, sin ningún arma. Los gritos, los estallidos, los silbidos y los fogonazos se sucedieron en el fragor del asalto.
Miev lo ayudó a sentarse, embotado. Elphias sentía el rostro congestionado, frío y sudoroso. El sabor a sangre coagulada le amargó la garganta. La visión del remolino se esfumó cuando los magos de bronce en las techumbres se mostraron a la defensiva para repeler a la avanzadilla de Gabriel. Llovieron saetas y descargas de esencia sobre ellos... Los brujos del oeste respondían con las suyas y se escondían en las barricadas destartaladas. Elphias miró el cadáver pestilente de la inmensa Sierpe Mayor y la otra, más pequeña, agonizante... Las otras tres parecían inmóviles tras recibir el daño divino del relámpago y el viento ferico.
Miró los anillos en sus manos: el jaspe amarillento perdió todo su brillo, al igual que el zafiro, de un azul vivo, lucía un apagado aguamarina. Las otras cinco joyas conservaban su brillo incandescente.
—Niña—llamó. Miev lo recostó y le mojó la frente con un pañuelo. Estaba delirando por las fiebres y los retorcijones de dolor—. Dame tu mano.
Miev no protestó. Elphias apretó su mano, mucho más pequeña que la suya y se alejó... por un callejón negro que lo conducía hasta los bordes de la conciencia. La jovencita podía sentir la energía que emitían los seres vivos. Sus huellas energéticas correspondían fluctuaciones de calor, aroma, sonido y sensaciones en una sinfonía peculiar. Abajo, los hombres y mujeres parecían embotados, sin pensamientos; eran un hervidero de rabia y miedo. Sangre hirviendo. Terror, sangre, locura y muerte. Pero, desvió los pensamientos a lo alto, donde cúmulos más simples revoloteaban en la brisa escrupulosa. Seres alados, negros y hambrientos. Su mente tocó un ser vivo, a medida que se alejaba a nados de su cuerpo... se adentró en uno de los cuervos como al calzarse una bota demasiado pequeña. Y pudo ver a través de los ojos del animal: las personas se mataban bajo sus alas. Olía deliciosamente a sangre, mezclada con otros olores más sulfurosos. Los cadáveres reposaban en la superficie y caían de los tejados.
Se lanzó en picado y trazó un vuelo a través de las barricadas. Vio a Gabriel subir a un tejado con la espada ensangrentada y una saeta partida incrustada en el hombro. Lo siguió en silencio. Un brujo se convirtió en un erizo de saetas en un parpadeo... Los collares saltaron en pedazos. Sobrevoló sobre las cabezas de los magos con máscaras de bronce, viró, y pasó volando sobre el cadáver pestilente de la Sierpe Mayor. El mago con máscara de Cuervo dominaba un tejado junto a cinco magos de bronce, vio como lanzó un puño y una corriente de aire embistió a unas brujas, y las derribó al suelo repleto de lanzas... donde encontraron una fútil muerte. Cruzó miradas con él y se topó con unos ojos verdes, serpentinos. Se preguntó qué había debajo de aquella máscara. Antes de poder volar más cerca, una saeta lo alcanzó en el corazón y el cuervo se desplomó.
Elphias se incorporó con una punzada en el vientre. Miev estaba paralizada, era su primera incursión a la mente de un animal. La primera vez siempre provocaba mareos y pérdida de la realidad.
El mago bajó por la colina. La muralla de tierra fue creciendo a medida que descendía, veía el humo sobre los tejados y los gritos. Subió la muralla de tierra y saltó a un tejado de pizarra de dudosa firmeza. Las casas parecían barridas por un huracán que nació en el centro del poblado, los destrozos formaban una obra artística de destrucción. Quizás sí estaban en el Fin de los Tiempos, después de todo. A lo lejos, veía como la guarnición de Gabriel y las brujas Luna saltaban de un tejado a otro con las ballestas en alto. Algunos caían a la calle convertidos en erizos malsanos. Elphias bajó del tejado por una habitación venida abajo y saltó a una callejuela de tierra. No tuvo que andar mucho para toparse con cuerpos ensartados de saetas y agujeros de quemadura: magos de túnicas escarlatas, brujos fumetas que se las sabían todas y jóvenes brujas con tatuajes de lunas, flores y espinas. Recortó por una estrecha calle ensangrentada y vislumbró el camino principal de gravilla. Caminó rápidamente, a zancadas y salió a aquella plaza caótica. Aleister dio un pisotón y emitió un pulso. Elphias aspiró el aroma del aceite podrido y llegó a ver como dos magos cayeron sobre su espalda con las máscaras resquebrajadas. Se colocó frente a Aleister por error y una descarga eléctrica lo tomó por sorpresa. Un mago con máscara de serpiente arrojó una tormenta de relámpagos purpúreos con su varita... Las partículas del aire se ionizaron. Elphias levantó su brazo derecho y los relámpagos salvajes tocaron sus dedos. Era tanta energía que los vellos del cuerpo se erizaron y la túnica resopló, soltando volutas de humo. Los tatuajes de la Luna brillaron, como plata bruñida. El mago sintió la corriente atrapada en su estómago, a punto de reventarle el pecho. Estiró el brazo izquierdo y los relámpagos tormentosos salieron de sus dedos con un suspiro de alivio... Las marcas de tinta resplandecieron como el sol nítido. El Estómago del Dragón era capaz de soportar muchísima energía calorífica y ionizada... pero, el cuerpo humano tenía un límite físico.
La energía devuelta fue demasiado intensa: barrió los tejados con un silbido violento y los magos de bronce sucumbieron sobre el suelo terroso, convertidos en jirones sanguinolentos y con las armaduras fundidas sobre la carne. Algunos se arrastraban, moribundos. Se sacudió las manos...
Elphias y Crowley enfilaron por la calle principal, cubiertos por un reflejo en forma de cúpula que repelía saetas, proyecciones débiles y pulsos energéticos. Llegaron hasta el conjunto de tejados de pizarra y una lluvia de estrellas cayó sobre ellos. Los magos bajaron del techo para confrontarlos. El Cuervo de Plata, seguido de un perro, un gato, un ratón y un ruiseñor; todos de bronce.
El ratón fue el primero en ser derribado cuando Crowley lo arrolló con un pulso. Los otros presentaron batalla con más ahínco, repelieron descargas con pulsos y confrontaron proyecciones potentes con reflejos macizos. El Cuervo de Plata acometía con sendas ráfagas de viento que parecían capaces de derribarlos. Elphias plantó los pies en el suelo y redobló el reflejo a su alrededor; controlar la fuerza de las partículas ionizadas era su peculiaridad. Estaba tan centrado en el intercambio de hechizos, que no podía captar los pensamientos con facilidad. Los magos de bronce eran cúmulos confusos y el Cuervo de Plata estaba muy atrás.
Finalmente, el reflejo del Perro de Bronce sucumbió ante una Proyección Punzante y lo atravesó con un silbido caliente... Sus intestinos salieron por su espalda y cayó de rodillas con un gemido. Crowley siguió avanzando con la túnica negra vuelta jirones y una quemadura en la oreja.
El gato resistió sus descargas con perseverancia y le devolvió unas cuentas, pero era joven y estaba temblando... Aprovechó que retrocedía, y Elphias liberó un residuo de la Evocación Elemental de Ionización Plasmática que contenía: el relámpago pálido alcanzó al gato en la máscara y lo derribó con un estallido rojizo. El ruiseñor retrocedió, con la túnica vuelta jirones y chamuscada en diversas partes.
El Cuervo de Plata lo protegió detrás de sus faldas, levantó las manos y giró. La cortina de viento se levantó a la segunda vuelta. El viento golpeó a Elphias en los ojos, lo hizo lagrimear, pero fue más receptivo en cuanto a los pensamientos: «Ventisca Eterna de Primavera». Captó los pensamientos del Cuervo de Plata, vio a través de sus ojos e intentó atacar su mente con una jaqueca. Se topó con una muralla de corriente energética, que lo hizo rebotar de regreso a su cerebro. Las partículas del aire estaban mezcladas en un torbellino impenetrable que rodeaba al mago.
Aleister atacó con una Evocación de Combustión, y el Cuervo de Plata se la devolvió en forma de un remolino imponente. El colmillo ígneo chisporroteo, aceitoso. Ambos levantaron las manos ante la muralla roja y naranja de flamas. El mago negro no pudo resistir el ímpetu del fuego y rodó por la gravilla enlosada con un quejido y los brazos enrojecidos. Elphias tomó el remolino de fuego con su brazo izquierdo y sometió la energía, la mano se le cubrió de ampollas y la túnica azur ennegreció... Transfirió aquella energía al suelo y, la tierra se partió, levantó y agrietó con chirridos metálicos. La fuerza fue demasiado para retenerla, la brisa lo lanzó fuertemente de costado y lo arrastró con dolorosos golpes. Sentía la cabeza llena de algodón y la boca llena de sangre... Su túnica ennegrecida estaba ardiendo y su cadera dolía. El Cuervo de Plata y el Ruiseñor de Bronce se rindieron, porque fueron rodeados por las fuerzas concentradas de Gabriel de Cortone, las brujas y los ballesteros. Todos ensangrentados, pero triunfantes.
—¡Se acabó!—El ruiseñor se quitó la máscara, dejando al descubierto un rostro mugriento y adolorido. Era Pablo Draper, el Castellano del Séptimo Castillo—. ¡Nos rendimos!
Los Magos del Séptimo Castillo se habían rendido ante la inferioridad, rompieron filas y huyeron en desbandada durante lo más cruento de la contienda. Pablo Draper fue cargado de cadenas. Elphias se acercó, tambaleándose, al Cuervo de Plata, que permanecía de rodillas en el círculo de arenisca que las corrientes dibujaron a su alrededor. Nunca había visto mago como tal: orgulloso, poderoso y vistoso. Yacía cabizbajo, con las manos en los costados y la túnica chamuscada en varias partes. Lo rodeaban varios brujos con lanzas y ballestas.
Elphias se había quemado las cejas y las pestañas. Sospechaba que tenía una saeta en un muslo, pero no quería voltearse a mirarlo.
—Nunca había batallado con un mago tan habilidoso—dijo, con altivez. Lo había derrotado y se sentía orgulloso—. Por poco mataste a los engendros del rey Julián Sisley. Y, fingiste ser el comandante con mucha destreza. ¡Casi tan dignamente como el mismísimo Mago del Viento Otoñal! ¡Pisarro du Vallée envidiaría tu talento para la Evocación Elemental de Corrientes Energéticas!—Le ofreció su venía al mago misterioso—. ¿Cuál es tu nombre, Señor de la Ventisca?
—No soy nadie comparada con mi hermano—replicó. El mago se quitó la máscara de cuervo y reveló un rostro femenino, de largo cabello castaño rojizo y ojos verde aguamarina. Era una mujer—. Mi nombre es Marie du Vallée, antigua profesora de Alquimia en el Jardín de Estrellas. Malditos magos negros.