Capítulo 19. Balada del Anochecer
Capítulo 19: El amor tiene un precio.
La figura escarlata levantó el azadón y lo enterró en la tierra, para arrancar un trozo de suelo árido y profundizar el agujero. En todo el viejo cementerio se alzaban cúmulos de autómatas con holgadas túnicas escarlatas y máscaras de madera, portando herramientas de labrado y toneles de compostaje fértil; residuos de las fábricas en la Casa de Negro. Annie suspiró, sentada en un taburete, ataviada en un grueso abrigo de piel teñido de azul y el cabello recogido en una trenza que le llegaba a la cintura. El frío ralea en ventiscas cortantes, y decidió dejar la helada corona de plata en el castillo.
Ronnie permanecía de pie, junto a ella y el séquito de alquimistas, contemplando el tétrico espectáculo. Petunia y Ulises la acompañaron al camposanto, al este de la ciudadela, para cometer la mayor profanación de tumbas en la historia de la isla. Manos negras escarbando sepelios olvidados.
—En sus escritos póstumos, el antiguo rector Comodoro dejó instrucciones para el implemento de los autómatas—anunció el rector. Era muy alto y de barba prominente—. Encontramos un centenar en las bodegas de la Casa de Negro. Creímos que Comodoro y Beret cayeron en la demencia, y que el Culto del Gran Devorador era un convento de repugnantes magos negros. Pero, esto es…
Un grupo de tres cadáveres animados, encabezados por un Nigromante de similar túnica escarlata y máscara de bronce… desenterraron un ataúd mohoso y extrajeron un cuerpo ennegrecido repleto de gusanos. Los gases miasmáticos de podredumbre eran excretados por aquellas fosas execrables. Dejaron el cuerpo a un lado y profundizaron el abismo en una montaña de tierra que crecía a la par que el agujero se abría. Habían desenterrado muñecos, estatuillas de piedra con formas grotescas, las losas de una construcción antediluviana y esqueletos de lo más horrible. En una montaña de huesos, coronado, se exhibía una calavera prominente con cuernos retorcidos de diablo y dientes vampíricos.
Ronnie estudió aquel trabajo abyecto y miró los pergaminos que contenían las últimas palabras de Comodoro, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
—De ahora en adelante. Las personas de la isla pueden tomar la decisión sacra para desechar sus cadáveres: entregarlos al fuego de una pira funeraria, o dejarlos en manos de las Manos Negras del rey… para formar parte de la tierra—Ronnie arrugó la nariz—. Se enterrarán más abajo para propiciar sus nutrientes al suelo. Sus huesos y sangre se usarán en las fábricas… Se aprovecharán todos los recursos. Y si es necesario… sus cuerpos formarán parte del proletariado para condonar el trabajo.
Annie asintió, y estudió a Petunia que contenía la respiración bajo la máscara. Dirigió su vista a los cadáveres vivientes, las orificios de las máscaras de madera dejaban ver par de ojos aceitosos sin vida. Sus manos negras abrían la tierra con herramientas rudimentarias. Eran patosos, pero infinitamente obedientes a los Nigromantes. No se necesitaba saber mucho de magia negra para dar órdenes a las piedras que controlaban los cuerpos. La Nigromancia era una rama oscura del Misticismo, tan siniestra como el Misticismo Mental de los Mortificadores. Los cristales de pensamientos podían almacenar información y sensaciones complejas, siendo transmitidos a los cuerpos vacíos.
—¿Cuántos cadáveres existen en la isla?
—No lo sabemos, mi reina—Ronnie frunció los labios—. Encontramos la bodega en un nivel secreto de la Casa de Negro. Pero, pueden haber una docena bajo la ciudadela, mucho más grandes, y… ocupadas por incontables. La Orden de la Integridad ha guardado el secreto por juramento.
—¿Y qué pasará cuando nuestras Manos Negras empiecen a pudrirse? Van a cosechar nuestra comida y a construir. ¿Qué pasará cuando empiecen a contaminar y a causar incidentes?
—Son creaciones de Beret el Nigromante. Por fuera son carne, sí… pero están curados con sales y mercurio, suficiente para que perduren por cien años y más. Se mueven con facilidad gracias al sulfato en el interior de sus cuerpos, los cristales en sus órganos funcionan como baterías de información y en su cabeza hueca portan anhidrita; un potente conductor de energía. No necesitan comer o dormir. Se mueven erráticos, es cierto, pero no dejan de fungir como mano de obra sin costo. En caso de amputación o degradación, se pueden volver a ensamblar o las extremidades perdidas se remplazan con esculturas de sulfato y carbones. Los nigromantes solo saben dar órdenes sencillas a púlpitos de no más de diez cadáveres con el apoyo de los cristales de pensamientos y memoria. Tareas sencillas, pero útiles para la sociedad… Hasta que los cristales de memoria puedan ocupar todas las profesiones.
Un mago con máscara de serpiente plateada sostenía una joya negra en su puño. Cuatro autómatas reposaban en el suelo, muertos. Los tocó en el pecho, y uno a uno se fueron levantando, obedientes. Estaban rígidos y sus movimientos eran pasmosos. Cogieron los picos y las palas, y enfilaron detrás de la Serpiente de Plata con un andar sombrío.
El laburo inicial consistía en enterrar los cadáveres de la última matanza mucho más abajo, para que en primavera la tierra fuera más fértil en las cosechas. Los autómatas aún no podrían reemplazar labores más sofisticadas, aunque solo era cuestión de tiempo y práctica. Aquel era un día histórico para la Isla Esperanza: una auténtica revolución de la fuerza laboral para el futuro. No quiso seguir viendo, y le abdicó el cargo de la obra al rector Ronnie y su séquito de alquimistas depravados. Los apoteósicos futuristas y sus redes de mentiras estaban creando una plutocrata sociedad emergente.
Su reinado había sido tranquilo, pesé a heredar los conflictos del Rey Sangriento y su corte de magos negros. Por consejo de Miguel Leroy, se crearon nuevos impuestos para rellenar las arcas de la corona: tasas a las mercancías de transbordo, aranceles, y el decreto de pontazgos a través de los caminos reales. El puerto bullía de actividad comercial y muchos funcionarios de la Orden de la Integridad también servían como fiscales, aduaneros, contadores y escribas. En la ciudadela fortificada se conseguían los imponentes magos de túnicas escarlatas y máscaras estrafalarias, componiendo cuentas, documentos, y cancelando tasas. El translado de mercancías e impuestos solventó los intereses de la corona con el sistema de la Orden de la Integridad.
Perdieron el Primer Castillo y los Sonetistas capturaron a Giordano Bruno y Felicia van Deen. Annie seguía esperando la llegada de sus peticiones, pero los días se estiraban y no existía noticia de los rehenes. Corrían los rumores del ejército de los muertos, porque muchos años atrás… un sacerdote de la Iglesia del Sol profetizó este acto como capítulo del Fin de los Tiempos. Tales habladurías no deberían importunarla, Francis—que huyó durante la caída del castillo al romper filas—, buscaba con ahínco las bóvedas subterráneas de los autómatas para evitar el desastre demoníaco. La mujer descubrió gusaneras y pasajes que discurrían bajo la ciudadela, el Castillo de la Corte y varias mansiones nobiliarias. Restos de un pasado recóndito de secretos e intrigas entre las casas más poderosas. Incluso, descubrió un túnel que conducía a un escondrijo de ratas con salida al Bosque Espinoso, y varias bodegas inundadas con ciénagas de porqueriza.
Una sangrienta guerra tripartita consumía la isla, y el invierno se acercaba más cruento que nunca. Uno de los más fríos y tormentosos, según los astrólogos de la Iglesia del Sol. Los Sonetistas se expandían como un incendio y el Aquelarre de Brujos del Oeste trepaba sobre la isla como una tarántula venenosa. Los magos que envió al sur, descubrieron un viñedo que funcionaba con nigromancia antigua y lo desmantelaron: quemaron los cadáveres con rasgos de espíritu y dispersaron a los patrones del jacal. Gabriel de Cortone la traicionó, y ayudó al Aquelarre, un reducto del Sol Negro; a arrasar Rocca Helena y tomar el Séptimo Castillo en poder de los Draper. Ante la amenaza de asalto, Annie fortificó la ciudadela norteña de Valle del Rey y pidió al rector Ronnie el apoyo que el Gremio de Alquimistas pudiera ofrecerle: autómatas, fuegodragón, maquinaria e indumentaria. Quiso fortificar las tres puertas de la ciudadela y rebastecer las defensas de la muralla.
Designó a Miguel Leroy como Tesorero del Reino y Contador de la Corte, un buen administrador para manejar los gastos de la defensa, sin que el reinado se volviera en su contra. Sus consejos de impuestos fueron bien recibidos. Subió el rango de Francis Corne d’Or en la Orden a Terrateniente del Norte, la mujer se negó a reemplazar su máscara de Serpiente, de plata por el oro… debido a su alergia al material. Annie le regaló un collar con un sol de oro blanco por su ascenso.
Anaís Luna permanecía en la Corte como consejera, prestó servicio a enseñar conceptos básicos de nigromancia a los manipuladores de cadáveres y desveló los aquelarres de brujas unidos al Sol Negro. También era diestra con numerosas hierbas y pócimas, la nombró curandera y le cedió un torreón en el castillo para atender a los enfermos: concedía favores, limpiezas, leía el futuro y era partera. La bruja conocía que acontecía en cada rincón de la isla gracias a los chismorreos que le llegaban. Era una araña de rumores con miles de patitas peludas…
Michael Encausse continuó siendo el rector del Jardín de Estrellas, pesé a que el lugar se convirtió en un centro de investigación del Caoísmo. El protector ostentó el cargo de Terrateniente del Sur para la Orden de la Integridad y aplacaba revueltas de brujos y familias estériles con sangre, hierro, magia y fuego. El centro era un hervidero de caos por la plaga de eutanasia. Muchas granjas se negaron a pagar impuestos, y se sublevaron en nombre de Gerard Courbet.
Annie sentía perder su destreza para el Misticismo, de no ser por el sacrificio de Zacarías y los esfuerzos de su magistral escolta: Petunia, Ulises, Francis y Lys. Beret la habría asesinado. Subió los rangos de sus salvadores y homenajeó al fallecido Zacarías con una ceremonia de incineración en la Iglesia del Sol con sus cenizas y los siete óleos sagrados. Para compensar su perdida de habilidades, recurrió a un maestro poco conocido: Amador du Vallée, de la mansión Vallée en la calle Mercurio. El maestro de Misticismo se retiró hace dos décadas de la enseñanza en el Instituto, y sirvió par de años a los Magos Rojos antes de perder media mano en una persecución contra Azazel el Loco. Aceptó enseñarle, pero sus sobrinos bastardos, Ratón y Lemur, entrenarían con ella en el patio de armas hasta la llegada del invierno.
El viejo era bastante obstinado. Tenía la mitad del rostro paralizado por un estallido de energía ionizada, una mano mutilada de tres dedos, y siempre usaba lentillas obscurecidas. Se negó a acatar la vestimenta de la Cumbre Escarlata y enseñaba en sandalias y túnica gris. Los mandó a correr por el patio y a estirar el cuerpo, hacía frío… pero estaba bañada en sudor. Después del ejercicio físico, los convocaba para destruir muñecos de paja y vasijas a distancias significativas. Annie quiso utilizar una varita de cerezo con el mango de marfil ribeteado de zafiros, pero el maestro la instó a empuñar una sencilla varita de roble.
Ratón utilizaba una varita de espino, de unos catorce años, era pequeño, ágil, certero y rápido como una serpiente; dominaba la Proyección Punzante, la Volátil y la Cortante. En cambio, Lémur era de cuerpo tosco, pero de mente fulminante, mayor, lánguido y taimado; pesé a que era lento y rígido… realizaba ademanes más sofisticados con su varita de arce. Su reflejo era robusto como muralla de castillo y dominaba la Evocación Elemental de Líquidos. Lo había visto convertir el aire frío en agua, y otorgarle formas vividas y sólidas: serpientes impecables, pájaros relucientes, ratones chillones y lémures translúcidos. Con más esfuerzo, hacía girar su varita para crear figuras tan grandes como osos y leones de agua cristalina.
Amador se sentaba en un taburete con el gesto torcido y clamaba con voz potente:
—Ratón, te falta fuerza. ¡Lémur, más flexibilidad! Ambos son el opuesto del otro. ¡Más precisión, ratón! ¡Planta los pies para no caerte!—gritaba. Lys los miraba desde las almenas. A veces, sus escoltas participaban en las lecciones—. ¡Annie! Eres buena para la Evocación Elemental de Combustión, y mala para todo lo demás. Dicen que nuestras habilidades son un reflejo de nuestro espíritu. ¡¿Quieres que el reino arda hasta sus cimientos?! ¡Debes ser flexible y versátil! ¡Párate allí y aguanta veinte pulsos de Ratón con un reflejo!
Annie asintió, cansada. Siempre creyó que el Misticismo era para fines bélicos, y había aprendido el fuego destructor… La Evocación Elemental de Combustión le parecía la más poderosa de todas las ramas. Amador la instruyó en el arte de defenderse, de atacar e inmovilizar con la combustión, pero también le enseñó a calentar una habitación fría, a cerrar y limpiar heridas con fuego, a transmitir el calor y no perderlo. Con él, reformó sus conocimientos de Proyección y aprendió a concentrarse para que los reflejos fueran más resistentes. Un ciclo aconteció al siguiente en aquel exhaustivo entrenamiento. La luna dio una vuelta, y después otra.
Cuando no le dolía en exceso el cuerpo, salía a dar audiencias. Miguel Leroy se encargaba de la mayoría de asuntos legales: herencias, documentos o disputas de propiedades. Anaís tenía su consultorio para atender a diferentes personas y los brotes de escalofríos, temblores y reumas. Francis permanecía en el Fuerte de Ciervos como Protectora, enviaba a Lys o a Ulises para informarle del avance de los enemigos y el refuerzo de la ciudadela. Petunia casi siempre estaba con ella, recibía lecciones con regularidad sobre las posturas, las barreras y los hechizos de desarme.
Annie se sentó en el nuevo trono que Ronnie le hizo: amueblado con cojines de terciopelo azul y el espaldar de oro macizo con inscripciones de los siete principios de la alquimia. Contenía diseños de ninfas hermosas, dragones fieros, lobos adustos y cisnes elegantes. En las audiencias, siempre llevaba vestidos negros de larga envoltura, abrigo de piel, botas relucientes, guantes de gamuza y la corona de plata. Ariel Draper, su pequeño copero, le servía vino blanco, muy dulce y picoso. El niño fue traído desde Puente Blanco porque un relámpago lo alcanzó durante una tormenta. Desde esa tarde, la vida del sobrino de Zarraga Draper corrió peligro durante seis ciclos… cuando milagrosamente se recuperó, comenzó avistar eventos espeluznantes. Hablaba con personas fallecidas y daba detalles incuestionables. Era un vidente que mediaba en la corte como un antecesor del otro mundo, muchas veces veía a los fantasmas del castillo y afirmaba que muchos no sabían que estaban muertos. Cuando le preguntó por su padre, el niño torció el gesto y negó al vacío.
Muchos decían que Ariel Draper era el consorte de Annie, pero ella no tenía en sus planes casarse. Su regencia en el gobierno, a pesar de las incursiones de los rebeldes y las rencillas entre los cortesanos… Era el reinado más fructífero que la isla viera en cientos de años. Las haciendas de los Betania—desde extramuros de Valle del Rey, hasta el centro de la isla en el Valle del Sigilo y otras extensiones más orientales—, fueron otorgadas a la Casa de Negro para la labranza de los autómatas. En la propia ciudadela, los señores se arracimaban en el auditorio real para apaciguar sus intereses.
Jennifer Daumier, sobrina de Samael Daumier, joven de melena negra y ojos azules—nada que ver con los fríos y albinos naguales—; servía como Portavoz del Sur, señora de la calle Estrella y mediadora del mercado.
—El comercio fluye a través de las barcazas que Jean Rude ha construido, para reemplazar el peligro de los caminos reales—dijo la joven. Vestía de cuero negro y llevaba dos cinturones con puñales ornamentados—. Con menos hombres debido a la guerra, la peste y los desastres… y, la puesta en acción de las Manos Negras para trabajar la tierra. Han propiciado que el precio del grano en el norte caiga incesantemente, y los campos fértiles prosperan con los pesticidas de los alquimistas.
Annie asintió, señorial. Cada luna que acontecía se labraban más fanegas, extendiéndose por las tierras norteñas, hasta el centro y sur… como las raíces protuberantes en la tierra ponzoñosa. El pescado se volvió notablemente más barato, debido a que los puertos pesqueros abundaron en las costas y se aventuraron a aguas abundantes. Los pescadores Rude se diversificaron y construían más embarcaciones. Nuevas plantaciones de especias se extendieron desde el oeste hasta Puente Blanco; los Louvre desempeñaron un trabajo excepcional y se enriquecieron con invernaderos sofisticados. Habían más corderos y ovejas, y la lana era de mejor calidad a medida que los pastores incrementan el tamaño de sus rebaños en el Paraje. Las haciendas de reses en las Tierras del Silencio también prosperaron, custodiadas por la Orden de la Integridad contra los forajidos y las bestias del Bosque Espinoso. El comercio marítimo se duplicó… a pesar de las vicisitudes del viento y otras inclemencias. Las guerras y perturbaciones que los Sonetistas causaban de cuando en cuando, solo causaban más descontento entre los mercaderes. Los oficios también florecieron, así mismo en la Casa de Negro, se empezó a ofrecer talleres de formación al proletario: herradores y forjadores, canteros, carpinteros, molineros, curtidores, tejedores, pañeros, tintoreros, maestros cerveceros, viñadores, orfebres y plateros, panaderos, carniceros y queseros… gozaban de una prosperidad desconocida con el superávit comercial.
La mano de obra principal eran los autómatas. Francis descubrió una bóveda subterránea en las entrañas de la Iglesia del Sol con más de cien cadáveres curados para el trabajo. Con los nigromantes a cargo de Anaís Luna—cuando no la tenía metida entre las piernas—, los proles sin conciencia abarataron costos de producción infinitamente, trabajando el doble, sin quejarse… para abastecer los graneros que mantendrían los estómagos llenos hasta que se derritieran las últimas heladas. Luego, habría entretenimiento y solo trabajo de mediodía.
El Chacal estaba reuniendo a su séquito de la Cumbre Escarlata en un poderío capaz de encarar a los Sonetistas y al Sol Negro. Hasta ahora, contaban con tres centenares de magos entrenados en calidad a la Orden de la Integridad y el Jardín de Estrellas, ocupado por la hueste de Michael Encausse. En la ciudadela, los magos que vestían la túnica escarlata eran en su mayoría brujos fumetas, ocultistas, adivinadores, pedigüeños, artífices lunáticos, juglares talentosos, prestidigitadores, brujas renuentes, autodidactas con leche mágica en las venas, magos errantes con ápices de Misticismo y renegados del sistema. El amasijo que la Sociedad de Magos rechazó durante centurias, se concentraba dentro de la Orden bajo el mandato de Francis Corne d’Or y sus líderes de alto nivel, sapientes del Misticismo Ortodoxo y sus ramas más diversas.
Michael Encausse conservó a la mayoría de antiguos Maestros del Misticismo en los edificios fortificados del Jardín de Estrellas. Ellos, representan el poder de la Cumbre Escarlata contra sus enemigos: menos de cien magos estudiosos del arte del saber, la magia y la guerra. Solo un tercio de la Orden de la Integridad eran Evocadores de Segundo Nivel, y una cuarta parte eran Proyectores hábiles que aprendieron fundamentos básicos del Misticismo por medios autodidactas o… contra la institución. El resto concebía conocimientos fragmentados, habilidades incompletas o saberes desperdigados… Ni siquiera sabían de qué lado sujetar un catalizador. Muchos eran sumamente supersticiosos y otros, religiosos incorregibles que gastaban su salario en lupanares y licores, y el séptimo día… oraban de rodillas en arrepentimiento por la debilidad de su carne; putas, flojos, ladrones, mentirosos y aduladores con ostentosos soles de bronce en el pecho. Existía sangre peculiar, espesa como la brea o diluida en vinagre… a veces, en gotas de miel minúsculas.
La lengua de Anaís recorrió su entrepierna y Annie soltó un suspiro de placer. Enroscó sus muslos alrededor de la cabeza de la mujer y sintió aquel aliento penetrar en su intimidad con escozor, el elixir delicioso de su saliva. Anaís subió por su vientre repartiendo besos húmedos, le succionó los senos y besó sus labios.
—Mi reina—dijo con un murmullo y sonrió, ruborizada—. Tienes un sabor tan divino—suspiró y le acarició la mejilla mientras se recostaba a su lado—. ¿Quién… le enseñó a gobernar?
Annie se ruborizó.
—No todo lo hago yo—replicó, apenada. Sentía el cuerpo de la mujer sobre su piel, estaba enrojecida, sudorosa y ardiente. Sentía sus piernas acariándola y unos dedos amables trazando círculos y líneas sobre su vientre—. El Chacal me aconseja. Voy a visitarlo a la Iglesia del Sol y… él me plantea sus ideas, pide mi opinión y me deja gobernar. Es sabio, callado y calmado.
—¿Y cómo vas a verlo?
—Hay túneles en el castillo y en la ciudad que conducen a la Iglesia del Sol. Viejos tiempos de persecuciones y secretos de los Magiares. El rey Vidal Sisley tenía trescientas amantes en la ciudadela y construyó los túneles para pasarlas por las noches. Dicen que cuando su esposa, la reina, se enteró… las encerró en los túneles y cegó las entradas. Sus almas siguen condenadas en la oscuridad y los bastardos del rey se convirtieron en engendros rumiantes de naturaleza inhumana.
La bruja le puso una mano en la boca.
Anaís recorrió su pezón con los dedos y le dio un pequeño beso. La sintió escurrirse sobre su muslo cuando, metida en las sábanas, le abrió las piernas y unió sus labios… menores. Era un beso sucio, íntimo, picoso, mojado y delicioso. La bruja levantó una de sus piernas bajo su brazo y comenzó a frotarse con suavidad… Annie estaba temblando y los latigazos de placer la envolvían con las piernas tensas.
Anaís estaba roja, sus senos erizados, su coño hinchado y babeante.
—Mi reina, mi reina, mi reina… ¿Te gusta, reina? ¡Ah, reina! Mi dulce reina. ¡AH! ¡Me pones tan cachonda con todo lo que me cuentas!
Annie la sintió estremecer, y se corrió, mirándola, temblando y… se desmayó. Estaba tan cansada que sus ojos se apagaron. El orgasmo y la falta de aire pudieron más que ella. La bruja se torció con el placer y la respiración agitada, volvió a tumbarse a su lado…
—Dejé muy exhausta a mi reina—sonrió Anaís y la besó en los labios. Profundizó el beso y le chupó el labio inferior—. Siempre me pregunté… Mi reina. ¿Quién… es el Chacal?
—No lo sé—musitó con la voz entrecortada. Sentía la entrepierna pegajosa y las sábanas mojadas, cuando Anaís se corría de sus orificios expulsaba abundante líquido—. Nadie lo sabe. Nunca… se quita el yelmo, o la capucha. Creía que era Gerard Courbet, pero no…
—¿Podría ser Azazel el Loco?
—Quién sabe—dijo, cansada. Anaís se acunó bajo su brazo y se hizo un ovillo—. No sé, quizás no. Deja… de hablar.
—¿Quieres que me vaya?
—No.
Annie nombró a Amador du Vallée como Gran Maestro de Misticismo, y le otorgó el título de caballero con la misión de entrenar a la Orden de la Integridad en el arte del Misticismo Ortodoxo. Se llevó a Lémur como Maestro de Evocación de Líquidos, y a Ratón como ayudante. La Orden de la Integridad contaba con Maestros, pero bajo la asesoría de Amador, se implementó la enseñanza de axiomas y prácticas de Proyección, Evocación y Conversión Energética.
La Cumbre Escarlata aspiraba destruir a los revoltosos Sonetistas y al flagrante Aquelarre de Brujos. Tenía que serle útil al Chacal, ya que los terratenientes más allegados a él, perecieron con las inclemencias del año. Pocas veces entabló con aquella figura escarlata de desconocida procedencia, que siempre hablaba de un futuro mejor. Su plan de erradicación se ensambló perfectamente al ideal de sociedad que el Culto del Gran Devorador planeó imponer. La tribulación, la persecución y el exterminio del Fin de los Tiempos iban a dar lugar días de gloria, banquetes, celebraciones, torneos y jolgorio. Entretejido, el sueño de redención de los magos negros era purgar el mundo de aquellos impuros: esterilizar las alimañas que no portaban la sangre peculiar en sus venas. La eutanasia reemplazaría a la clase trabajadora por los autómatas de Beret el Nigromante, e implementaría un cambio radical en el sistema que regula la sociedad: nuevas doctrinas, creencias y prohibiciones.
El cambio había llegado, sin importar la oposición de los Sonetistas del Fin de los Tiempos o la insurrección del Sol Negro… El daño estaba hecho y era irreparable. No importa cuánto se resistan, o las pequeñas familias que conservaron la capacidad de procrear; todos caerían. Porque los tiempos están cambiando y pronto estaría mojada hasta los huesos en los ríos de sangre.
—¡Atacaron Puente Blanco!—La portavoz llevaba la túnica escarlata vuelta jirones y la máscara de bronce derretida tanto, que era indistinguible. Era una bruja de cabello hirsuto y tez morena—. Llegaron sin fin de bardos, brujeadores y dramaturgos al pueblito montañés. Zarraga Draper dejó entrar a un conjunto de bardos al Templo de las Gracias. Durante siete días siguieron apareciendo distintos grupos: malabaristas, magos de fuegos artificiales, tragadores de espadas y adivinadores. Creímos que el final del otoño atrajo la multitud de festivos por el Equinoccio. Noches de jolgorio, cerveza de piña y licor… Bajamos la guardia. Los rebeldes irrumpieron en Puente Blanco desde adentro y arrasaron a la Orden de la Integridad. El demonio de ojos rojos le prendió fuego al Templo de las Gracias y batallamos hasta el amanecer. No mataron a los pobladores, pero sometieron a los Magos de la Integridad mientras huimos en desbandada. ¡Tomaron el pueblo! Sanz Fonseca ahorcó a los magos de bronce y les rajó la barriga para que se les enredasen las piernas con las tripas. A los treinta magos que opusieron mayor resistencia, los arrojó a un agujero de cinco varas de profundidad y los incineró… aún con vida. Al resto, nos quemó una oreja y dispersó por las tierras del centro.
Annie le pidió a la mujer que se retirase. La corte fue reunida frente al trono, con las bancas dispuestas en semicírculo de forma que los principales regentes encarasen a la reina con rostros pétreos. El auditorio estaba cerrado y las ventanas selladas.
—Los Sonetistas tomaron Puente Blanco—reiteró Francis Corne d’Or.
La máscara de serpiente ocultaba el desprecio en su rostro. Detrás de la Terrateniente de la Orden de la Integridad se sentaban Ulises, Petunia, Lys y ocupó un asiento la morena con la oreja calcinada y el cabello ennegrecido. En otra hilera se sentó el Gran Maestro Sir Amador du Vallée, con Ratón y Lémur a cada lado, y un séquito de máscaras de bronce detrás de ellos. Los jóvenes bastardos vistieron el escarlata y escondían el rostro en máscaras de bronce en conmemoración a sus respectivos nombres.
La tercera hilera era ocupada por el Tesorero Miguel Leroy, tenso y con los lentes empañados; la Asesora de las Manos Negras Anaís Luna, hermosa con su sombrero de plumas negras y sus joyas; Lady Jennifer Daumier, señora de la calle Estrella y del Mercado, en compañía de otros nobles: el joven Jean Rude de la compañía naviera más grande de la isla, Sandra Espino la portavoz del acaudalado mercader Albert Herrera, Claudia Daumier, hija de Samael Daumier y su escolta Fiodor Bocha; en representación de Pozo Obscuro.
En el fondo del recinto de tapicería rojiza, el rector Ronnie era escoltado por una hilera de alquimistas de capa negra con insignias de alto reconocimiento. Las fábricas de la Casa de Negro adoptaron con gusto a las Manos Negras para los trabajos más pesados, dejando a unos cuantos acólitos como supervisores de los Nigromantes.
—El Mago Rojo del Anochecer tomó el centro—argulló Annie y se acomodó en el trono. Podía imaginar la sonrisita pendenciera de Sam Wesen o… como se llamaba ahora: Sanz Fonseca—. Gerard Courbet tomó el Primer Castillo del Norte y… se está apostando en nuestras tierras como un demonio plutónico a la espera. Sus Sonetistas se abren paso por el Bosque Espinoso en una guerra de guerrillas contra nuestras granjas de Manos Negras. Son fantasmas de medianoche.
—Los rumores anuncian que Niccolo Brosse comanda expediciones por las faenas que ha trabajado la Casa de Negro—Anaís levantó la voz—. También han incinerado varios grupos de autómatas y muchos nigromantes han desertado por temor a los castigos del Demonio de Ojos Rojos.
—Algunos mercaderes, los más ricos de la isla, han solicitado la compra de autómatas como escolta—apuntó Lady Jennifer Daumier—. Se pronuncian sumas cuantiosas por una escolta numerosa de cadáveres y cristales de memorias bélicos.
—¡Eso se debe prohibir!—Ronnie levantó su voz de trueno—. Las Manos Negras son fuerza laboral de la Corona para el progreso del estado. Si se comienzan a utilizar como armas de guerra, los Sonetistas tendrán la razón: los magos negros del Rey Sangriento crearon un ejército de muertos para destruir la isla. ¡Impensable!
Annie asintió, señorial. Miró a Claudia Daumier, la joven vestía completamente de cuero negro, la melena plateada y los ojos nocivos… tan verdes que reflejaban una pureza incondicional. Una presencia fría y sin amor. El asesino Fiodor Bocha estaba embutido en cuero negro tachonado, viejo y cansado con el rostro curtido; verlo producía escalofríos.
—Le concedí a Lord Daumier el título de Señor de las Tierras Sureñas junto con Fuerte de la Ninfa, la fortaleza de la familia Verrochio—contó la reina, sin aire—. Mi familia. Con el fin de que Samael protegiera los intereses de la corona en Pozo Obscuro. Hasta ahora, desempeñó un papel acorde en el cobre de impuestos, la justicia y el trámite de mercancías. La Orden de la Integridad en el sur lo respeta y el Terrateniente Sureño de la Orden, Eusebio Desiderio, agradece su regencia.
El antiguo profesor de Proyección en el Jardín de Estrellas renunció a su plaza para ocupar el puesto de Castellano del Segundo Castillo, vestir la túnica escarlata y una máscara de oro con el hocico de un oso. Si bien era un tipo alto, encorvado, aburrido y de ojeras horripilantes; nunca abandonó su sueño de ser un Mago Rojo. Cada año se presentó a la elección de los castellanos, y cada año… siguió intentado, hasta que estuvo viejo para la gracia. Nunca vistió la capa roja con el ángel dorado, ni pronunció el juramento del Héroe Rojo… pero a sus cincuenta años se volvió el Castellano de uno de las fortalezas más importantes de la isla. Segundo Castillo era una inmensa construcción de nueve torres, fortificada con una gruesa muralla infranqueable y salones laberínticos poblados por fantasmas. Su fantasía se hizo realidad siguiendo a la Cumbre Escarlata. Samael lo consentía con abundante alimento y forajidos de dudosas habilidades místicas para que el castellano ejerciera la justicia, como Terrateniente Protector de las Tierras Sureñas.
—Eusebio Desiderio expulsó a los brujos del Sol Negro que se arremolinaron en el Cuarto Castillo—aventuró Francis. Sus ojos brillaron bajo la máscara de serpiente—. El antiguo profesor enseñó los fundamentos de Proyección a su guarnición y aniquiló a los intrusos con elegancia. En Pozo Obscuro obedecen la ley, y la población estéril se levanta muy poco en revueltas. Samael y Eusebio han manejado el sur de la isla de manera ejemplar.
—Es nuestro deber aplastar a los Sonetistas—consintió Annie y dirigió una mirada de abanico a su corte—. No dejaremos que nos sigan dividiendo. Sir Amador du Vallée puede fortificar a la Orden de la Integridad norteña y caeremos sobre ellos en primavera. El invierno esta a una luna, y si partimos de la ciudadela estaremos indefensos.
Anaís Luna le dedicó una sonrisita espléndida y se lamió los labios. Annie se sonrojó…
—Será un frío y tormentoso invierno—continuó—. Lady Jennifer Daumier deberá aconsejar a los mercaderes para guardar suficiente grano, avena y cárnicos para la estación. Los invitados pueden quedarse en la mansión Daumier. Quizás nuestros enemigos se debiliten por el frío y la falta de suministros. Debemos atacar a tiempo: cuando la nieve se derrita, la Comandante Francis Corne d’Or será asesorada por el Gran Maestro du Vallée para expulsar a los Sonetistas al Bosque Espinoso, capturar a Gerard Courbet y traerlo ante el trono para su condena. ¡Tienen prohibido fracasar! ¡La orden es encontrarlo y destruirlo!
Anaís se levantó y el vestido púrpura oscuro revoloteó a su alrededor.
—¿Y qué pasará con el Aquelarre de Brujos que marcha desde el este con sus sierpes gigantes?
Annie esperaba aquella pregunta. La discutió con el Chacal, a lo que este respondió con ensañas.
—Divide y vencerás—sonrió la reina. Se sentía triunfante, veía a su corte espléndida de magnánimos regentes—. Nuestros graneros están a rebosar. El invierno será crudo, pero lo soportaremos. Dos sierpes perecieron durante la Segunda Batalla de Rocca Helena. El Sol Negro y su Aquelarre pueden refugiarse en el Séptimo Castillo, por lo que hemos sabido: las sierpes no pueden moverse con el frío. Protegeremos la ciudadela con la maquinaria que los alquimistas han construido. Valle del Rey será impugnable cuando termine el invierno. En primavera, destruiremos a los Sonetistas con el ejército que está entrenando Sir Amador. Después de destruir a los inclementes Sonetistas, marcharán al Paraje y, una formación a tiempo, partirá desde el sur con Eusebio al mando. La formación de pinza destruirá al Aquelarre y al Sol Negro. La isla volverá a ser una sola, bajo el mando de la Cumbre Escarlata, y respaldada por la fuerza laboral de las Manos Negras para construir un futuro de prosperidad.
Annie sonrió, mareada, cansada. Reprimía las náuseas en el trono. Al terminar su discurso todos aplaudieron, de pie, sonrientes. Provenían tiempos de guerras sangrientas, héroes y monstruos… y vendría una paz verdadera. La Isla Esperanza renacerá de los cadáveres que se entierren en los años venideros: los pozos ponzoñosos repletos de hoja del árbol Duende, las Manos Negras trabajadoras, la Eutanasia de Sangre y la reducción de la población. El Culto del Gran Devorador logró su misión: no existirá la explotación laboral, ni la exclavitud o la desigualdad social. La sociedad será libre para gozar del placer, el arte, el conocimiento y el avance. Será un caos, pero de esa lluvia de fuego y azufre nacería un nuevo orden.
Annie se reclinó en el trono, exhausta y con la garganta adolorida… después de todo, los magos negros habían ganado la guerra, pero perderán sus vidas.
Llegó a su habitación y vomitó en la letrina. Llamó a Anaís y la bruja le preparó un té de manzanilla para la digestión. Últimamente vomitaba mucho, tenía mucha hambre y cambios de humor. A veces le gritaba a los sirvientes, tenía ganas de llorar, dormía mucho o muy poco. Esa noche no tenía ganas de sexo, pero tampoco quería estar solo… así que le pidió a la bruja que durmiera con ella. Las dos se entrelazaron desnudas después de cenar, se besaron y acariciaron.
A la medianoche, Annie escapó del abrazo de Anaís y se escurrió en la oscuridad. Tenía la ropa interior desgarrada. Se puso unos pantalones de lana, una camisa de lino azul y un abrigo de piel de zorro. Un gorro de conejo en la cabeza y guantes. Las botas altas eran obligatorias para que las ratas no la mordiesen cuando descendiera a los túneles. Se llevó una lámpara de hierro y bajó, con el patio en silencio tangible… cayó con la madrugada. Las noches nubladas eran más obscuras y las sombras escarlatas vociferaban en lenguas muertas. En el jardín de estatuas vio las siluetas de mármol trazar formas siniestras. A la sombra de la Torre del Hombre Arrojado encontró la silueta de la mujer, envuelta en escarlata y la máscara de plata envuelta de una inusitada vida. La condujo por el pasadizo a través de una esquina de la torre que discurría por el muro. Se adentró en aquella rendija, oliendo el familiar hedor de los cadáveres: carne chamuscada, pelo quemado, sulfato ferroso y mercurio. Pero aquel cadáver se movía con soltura, la melena purpurea se confundía con unos mechones canosos, otrora negros. Conocía aquella mujer, un recuerdo de la persona que fue seguía vivo dentro de aquel caparazón de carne, sulfato, mercurio y cristales. Era una persona, antes que un autómata sin voluntad.
Annie la siguió por el estrecho pasadizo y se adentraron al corazón de las torres en una cámara con diversas entradas y escaleras. Antes de decidirse por una puerta oscura, Annie se quitó el guante, estiró el brazo y tocó el hombro del cadáver. Sintió un latigazo de emociones y un estallido: un profundo amor, una obsesión, una devoción por el trabajo y ascuas de dolor y desesperación. Era el cadáver malogrado y revivido de Anabella van Maslow, su antigua profesora de Fundamentos II. Pudo sentir su presencia airada, la envidia a su difunto hermano Julius y el dolor que le causó el hacha al adentrarse en el hueso de su cráneo.
Annie se separó con un ardor insoportable que le cruzaba la parte superior de la cabeza. Le bajó la capucha al cadáver y descubrió una herida que nunca sanó, cerrada a la fuerza con un hilo grueso de cristal. Los mechones negros, teñidos de púrpura en honor al Mago Morado del Crepúsculo… estaban perdiendo todo su color. Sintió pena por ella, y por esos cadáveres forzados a trabajar después de la muerte.
Siguió aquel cuerpo animado por un túnel polvoriento que rozaba su cabeza. La lámpara ejercía un círculo de luz sobre las tinieblas, abriéndose para descubrir restos de huesos y cerrándose, donde la oscuridad reclamaba sus dominios. Desconocía el proceso de la Nigromancia. No quería indagar en los atroces métodos que empleaban la Casa de Negro y la Orden de la Integridad para controlar a los autómatas. Sabía que usaban cristales con glifos que conducían corrientes de pensamiento a los cadáveres, y los inducían a la realización de tareas cada día más complejas. Sintió náuseas otra vez. También sintió el dolor y la tristeza en los huesos de la desafortunada Anabella. No era una mortificadora, pero aquella carne recordaba. El ultraje le causó una sensación de soledad, más profunda que la necesidad de un orgasmo.
Llegaron a un salón de piedra negra, con el suelo cubierto de velas. La alfombra de dedos blancos sostenía pequeñas llamas naranjas. Anabella se detuvo antes de entrar, Annie continuó y se adentró en aquella cámara siniestra. De las paredes colgaban calaveras de animales extraños y del techo pendía el esqueleto de un ser alado de prominentes colmillos. El Chacal permanecía en un círculo de sal roja, encerrado en una estrella de nueve puntas. Annie no se atrevió a seguir caminando. Siete cabezas de hombres y mujeres decapitados lo rodeaban con los ojos vacíos.
—Lo he visto—señaló el Chacal. Inmerso en un humo azufrado y delirante. Annie sintió otras presencias en la cámara—. Thot, Diana, Bel, Samsara, los Dioses Muertos y los que olvidaron sus nombres. Los hombres que murieron y siguen vagando en este mundo. Todos hablan, aunque perdieron sus voces. Los muertos hablan más que los vivos.
Annie se arrodilló con el rostro ceniciento. Se llenó los dedos con la sangre del suelo y vio como las velas danzaban. Los espíritus pasaban sobre ellas, tomando su energía y atravesando su carne como fuerzas invisibles. Allí dentro, persistía una orgía demoníaca de seres trascendentes.
—La muerte llegará antes del invierno—continuó con voz sepulcral—. Annie Verrochio no tiene corazón, así que le sacarán los ojos. El amor tiene un precio. La única forma de comprar la vida, es… con la muerte. En esta isla todos estamos malditos: nunca veremos nuestros sueños hacerse realidad. Un hombre con siete almas que perdió la más importante: la suya. Vi a un príncipe quebrado, levantarse con una bola de fuego sangrante en su puño. Los dioses han escogido al alma equivocada para su expiación. Una estatua de oro, con el corazón negro… Será fundido hasta que no quede nada. Existe un hombre dorado… que al morir dejará semillas envenenadas. Estatuas de sal y manos negras despedazando a inocentes.
—¿Y cómo vamos a proceder?
Las flamas se hincharon y un océano de cera derretida le quemó las rodillas. El calor la golpeó con una embestida, pero no se movió. Le pareció que la silueta del Chacal se desdibujó en una forma bestial y horripilante. Olía a sal, tinta, y sangre podrida.
No podía ver a través de la máscara de oro, el hocico canino y las cuencas vacías no la dejaban ver el rostro de aquel hombre mutilado. Pero sonreía, lo sentía con un escalofrío. Era espeluznante. El Chacal pactó con dioses impíos y le mostraron la verdad del mundo. Más bien, la veracidad de los Mundos Posibles…
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