Capítulo 16. Canción de Medianoche de Courbet

 16. Te quiero, Mia. Lo voy a hacer siempre.

El bosque otoñal callaba en un sepulcral silencio. De vez en cuando, se escuchaba el estruendo de la batalla en el valle sombrío... Cañonazos. Relinchos desesperados. Estallidos. Saetas atravesando la carne seguida de gritos. Una bestia de acero escupía fuego... El tormento de los hombres era lúgubre. Espantosos estallidos se sucedían, cortando el rumor del viento entre los árboles lambiscones, cuyo color se perdía ante el desfalco del otoño. Su poder estacional teñía el mundo de un color sangriento. Allí se dirigía Niccolo. Caminaba solo, la coraza que le habían puesto Camielle y Annie pesaba un poco. Tenía protecciones para el torso, los brazos y las piernas... bajo la reluciente capa azul, desgarrada y sucia. 

Seth Scrammer regresó al pueblo devastado, escoltado por Lucca. Las murallas de tierra se disolvieron en charcos y las casas estaban destrozadas. El suelo era un lodazal... Lo único inmutable era el castillo. Fúnebre, en le cima de la colina.

El rey dirigió una ofensiva numerosa contra un destacamento de alquimistas. Lord Verrochio había construido máquinas bélicas y estaban destrozando las escasas fuerzas del ejército rebelde, dominando una colina al otro lado del bosque. El reducido Gremio de Magos partió sobre caballos junto al rey y otros pocos soldados que podían pelear. Annie y Pavlov le colocaron pedazos de armaduras sueltos con ayuda de Camielle. Uno de los soldados heridos le prestó su espada, una larga y afilada con buen peso. 

—Ve detrás del gremio—le dijo Camielle mientras se esforzaba por recostarse. Había recibido muchos impactos, tenía las costillas molidas y un brazo roto—. Necesitan a todos los magos. 

Annie lloró suplicando ir con él. Pero la obligó a quedarse junto a Camielle y Renoir, que aún conservaba agua en los pulmones y estaba más grave. Julius montó un caballo cubierto de heridas y partió detrás de Argel Cassio, el mago de la capa verde. 

—¡Niccolo!—Pavlov se había escondido en el bosque durante la batalla, lloraba a mares—. Gerard y yo nos escondimos durante el ataque. Estábamos muy asustados. Dos magicians nos descubrieron y él los atacó con una espada... Me dijo corre, iré detrás de ti. Por favor, Niccolo. Búscalo. Anoche teníamos un mal presentimiento, creíamos que moriríamos y estábamos muy asustados, pero hicimos el amor... Y nos enamoramos. Dijo que se iba a casar conmigo si seguimos vivos—Pavlov rompió a llorar, implorando a Niccolo, por poco le arrancaba la capa. 

«Maldito seas Gerard—masculló siguiendo el rastro de los caballos en la alfombra de hojas podridas. El ritual se estaba debilitando y pronto el invierno llegaría al pueblo—. No puedes abandonar así a una mujer»... pensó en Mia. Ella quizás esté peleando junto a Seth, debía protegerla. Aunque no lo amara, debía estar para ella. Para bien o para mal... Ella era su sueño de redención. Una oportunidad para cambiar todo el mal que destruía sus recuerdos, atormentando su vida. Lo sabía desde que se besaron en la biblioteca... mientras escuchaban la canción de medianoche de Courbet. La amaría después de muerto. Era lo suficientemente estúpido como para hacerlo toda su vida. Niccolo se sonrió, estaba seguro que ni la muerte podría oponerse a su sueño. Iba a enamorar a Mia... Ni importa cuántos años necesitará. Soñaba con amor porque no existe. Pero... ¿El mundo no es un sueño acaso?

Un árbol cayó delante, desplomándose con un suspiro... Solo así, la espada que llevaba le comenzó a pesar en el costado. La reluciente capa azul estaba manchada de hollín, tenía las botas mojadas y los nervios le provocaban horcadas. El estruendo de la batalla se escuchaba próximo entre los árboles marchitos. Un relámpago blanco resonó y Niccolo se escondió detrás de un sicómoro... Delante, estaban dos jóvenes magicians, una pelirroja de ojos azules y una chica de cabellera negra. «Es la hermana de Louis». Niccolo casi vomitó... No esperaba encontrar a Claude Leroy en la contienda. 

—¿Qué hace ella aquí?—Murmuró por lo bajo. Soltó una maldición... 

Claude Leroy tenía una espada temblorosa en las manos... Le lanzaba tajos rápidos a Gerard, intentando desarmarlo, el bardo no se defendía mal, pero una de sus piernas sangraba y sus movimientos eran torpes. 

—Mátalo, Leroy—replicó la pelirroja, tenía una proyección en las manos. 

—¡Gerard!—Niccolo saltó de los árboles y lanzó la Proyección de bronce a la pelirroja.... 

«Un estanque helado, su superficie esparcida con hojas rojas». La sustancia azul brillante brotó con un calor de su dedo guía. La chica levantó las manos, repelió la maraña de chispas con un ademán. Un rayo blanco la desprendió del suelo y la estampó contra un árbol rojizo... Quedó inconsciente. Niccolo miró mejor al bardo.

Gerard tenía una esfera de bronce en una mano, el aire sobrecargado de partículas olía a tinta podrida y salitre. Claude Leroy le arrancó la espada en el descuido con un movimiento de revés y arrinconó al bardo. La pierna del bardo sangraba tinta negra. Niccolo no supo porqué corrió... pero con la espada en alto, embistió a la magician. Sus espadas chocaron y comenzaron a cantar... Era rápida y no parecía que lo reconociera, pero Lucca era más rápida y mucho más fuerte que ella. La acorraló contra un fresno moribundo y... Recordó a Louis Leroy y en el último momento, su pie se torció con una gruesa raíz resbalosa. Claude le arrancó la espada de las manos, le dio un golpe en la hombrera que le entumeció la mitad del cuerpo y otro en la rodillera con su espada. Niccolo se tambaleó...

—¡Levántate, Niccolo!—Masculló Gerard. 

—¿Niccolo?—Claude retrocedió un paso y chocó con el tronco... 

Niccolo Brosse se lanzó sobre ella y la derrumbó con su cuerpo, los dos rodaron entre golpes... Un puñal se clavó en su abdomen, pero apenas perforó el peto de acero. Niccolo sostuvo sus manos y Gerard saltó y le quitó el puñal. La sometieron colocándose encima de ella... 

—Lo lamento—la chica se retorcía bajo su peso. 

—¡Niccolo!—admitió Claude—. Tienes que regresar. Todos están preocupados por ti. Tus tíos te buscan sin descanso. 

—Lo haré—mintió, sus ojos brillaron—. Pero nunca volveré a quedarme de brazos cruzados. Peleó por esta isla y por el rey Seth Scrammer. Ahora soy un mago del gremio. 

—¿Dónde está Annie? 

—Está conmigo... Voy a protegerla con mi vida de ser necesario. 

Los labios de Claude Leroy dibujaron una línea fina. Sus dedos chispearon... Niccolo sintió una fuerte corriente en el cuerpo que lo hizo soltar las muñecas de la chica. Claude murmuró una proyección y con una palmada en la coraza, lo empujó fuera de su alcance... Un resplandor y un impulso inhumano. Gerard también se estremeció con la descarga. La chica se levantó rápidamente y corrió fuera de su alcance... perdiéndose entre los árboles 

Gerard se encogió con una mueca de dolor. Tenía un corte muy profundo en un muslo. No dejaba de sangrar. 

—Se ve peor de lo que es—sonrió, en realidad ocultaba mucho dolor, sus ojos siempre eran muy sinceros—. Pavlov me va a coser y... 

—No estás bien—Niccolo se arrodilló junto a él y con su puñal cortó los cordones de su rudimentaria armadura, donde recibió el golpe se había deteriorado y oxidado. El acero se veía muy delgado. Le hizo un torniquete a Gerard—. No tienes que actuar como si nada te importará, mientras te mueres por dentro. 

La coraza le quedó floja en un costado, sumado a que tenía una abolladura cubierta de óxido en el pecho, pero bajo la capa nadie lo notaría. Gerard abrazó a Niccolo. 

—No te atrevas a morir—le suplicó el bardo—. Aún no termino tu canción. 

—No te atrevas a dejar sola a Pavlov—Gerard se rio, pero tenía los ojos llenos de lágrimas—. Niccolo, yo lo haré... He estado fingiendo todo el tiempo, en realidad soy un mago. Puedo cubrirte. Tienes que regresar con la señorita Miackola. 

—No, Gerard—Niccolo se guardó la espada en la vaina. Tenía las manos entumecidas—. Yo protegeré a Mia, no importa si me cuesta la vida, mientras ella pueda seguir viviendo mi insignificante existencia no vale nada. Está herida. Esto es lo que tengo que hacer.

Avanzaron juntos entre los árboles, siguiendo el rumor de las voces... Dejaron a la pelirroja inconsciente con las manos atadas. Los árboles escasearon y figuras humanas sobre monturas aparecieron frente a ellos... Eran hombres y mujeres cubiertos de armaduras, sangre, polvo y sudor. Sus espadas estaban ensangrentadas y sus miradas severas. Estaban atrincherados tras una pequeña colina abrupta. En el valle retumbaban los cañones, los alquimistas enemigos. Del gremio de magos solo quedaban unos pocos: Pisarro con la túnica malva zarrapastrosa y la mirada perdida. Julius con el cabello y la barba desteñidos. Mia con el rostro cubierto de arañazos y una capa roja desgarrada. Argel Cassio cojeaba con una pierna chamuscada y los rizos de arena cubiertos de astillas. Lucca della Robbia esperaba con una expresión de cansancio, su armadura plateada muy sucia, la melena rubia y el rostro pegajosos de sangre. Lucca reparó en él, pero no sonrió, en sus manos tenía un yelmo con cuernos de ciervos y una espada que goteaba sangre. Perdió el cinto con la vaina. Cuando se acercó al grupo mugriento, Vintas Patapalo agitó una mano desde la colina, miraba al valle... tenía saetas clavadas en el hombro y la pierna de madera. 

—¡Hey, Niccolo!—Gritó, llamándolo—. ¡Ven a ver esta carnicería! 

—Mi rey—explicó Pisarro exasperado—. La cueva donde guardamos las estatuas de barro, esta del otro lado del valle. 

—¡Hemos perdido mucho en esta batalla, Pisarro!—El caballo bayo de Seth estaba encabritado y no dejaba de resoplar. Las correas que unían sus piernas paralizados a la silla estaban cubiertas de sangre, tenía saetas clavadas en las piernas inútiles—. ¡Solo mira el valle! ¡Esos alquimistas masacraron a nuestros soldados! ¡Es un paisaje horroroso! 

Niccolo subió por la pendiente junto a Gerard mientras Seth discutía con el Gremio de Magos. Se recostó junto a Vintas mirando el terreno... Sintió náuseas. El valle estaba sembrado de cadáveres: hombres, mujeres y caballos muertos, parecían muñecos ensartados con agujas. Un lodazal negro y saetas rotas, cubrían el terreno hasta la otra colina abrupta, donde un destacamento de soldados de capa morada y alquimistas negros poseía máquinas de guerra. Una hilera armada con extraños artilugios, permanecían detrás de una línea de cañones... Un grupo de soldados rebeldes de a pié avanzaba por el valle, escudados en grandes trozos de madera mientras les llovían saetas... Una larga distancia. Al menos cien varas, separaba las dos colinas. Tierra de nadie... 

—Esos alquimistas son demonios—sentenció Vintas mirando al valle. La saeta en su hombro sangraba profundamente—. Nos llovieron esas saetas cuando íbamos a media distancia. Los caballos se asustaron y enloquecieron. Vi soldados derrumbarse y ser aplastados bajo los cascos de sus caballos. No perdonan a nadie, ni a los caballos, esos hijos de puta. Perdimos media caballería cuando dispararon los cañones... ¡Por los dioses! Vi a un hombre estallar cuando una de esas balas lo alcanzó, aún tengo trozos de tripas en el cabello. 

»Al principio, seguimos al trote una larga distancia. Íbamos a embestir a los desgraciados con toda nuestra fuerza, pero entonces le quitaron la funda a un monstruo de acero. Sí... Niccolo. ¡Allí lo tienen, míralo! Es un cañón gigantesco, parece un lobo de hierro. Para arrastrarlo, necesitaron al menos una docena de caballos. Bueno, esos malnacidos alquimistas, metieron una gigantesca bola de plomo que cargaron con poleas, porque ni cien hombres podían cargarla. Uno de esos malditos de capa negra vació un fluido azul muy brillante en el cargamento y luego encendieron una mecha larga. ¡Parecía que bajaba Bel y nos azotaba! Su puta madre, Niccolo. El rey mandó a dar la vuelta con los colores desapareciendo de su rostro. Yo estaba lejos de la explosión, pero vi caballos y hombres volar por los aires. ¡Brazos, piernas, cabezas! La tierra temblaba como si fuera a abrirse. Los oídos me sangraban y no escuchaba nada. Creí que estaba sordo hasta que Trapo controló las bridas de mi caballo. 

»Trapo trotaba junto a mí, en un caballo negro y enano muy desnutrido. El hijo de su perra madre, no escuchó... cuando le grité que daríamos medio vuelta y regresaríamos con la mierda en los pantalones... No. El bastardo parecía un erizo con el cuerpo cubierto de saetas, es tanto el miedo allí en el valle, que no sientes cuando se te clavan en la carne. El maldito bastardo no me escuchó... pero el caballo huesudo, sí. Ese animal, hijo de... su caballa madre. Solo con sentir un pinchazo de esas saetas en el culo, tumbó al jinete y huyó como alma al diablo, de regreso a esta colina. Trapo se arrastró mucha distancia con las piernas destrozadas. Lo miraba asombrado, luchando contra el impulso de ir a salvarlo, pero estaba condenado. Cuando regresamos a la colina dimos por muertos a los otros... Le pedí a Bel que estaba arriba viendo, que lo salvará. Pero esos malditos alquimistas lo asaetaron como si mataran un zorro o una alimaña. 

»¡Que se jodan! ¡Que les den por el culo a esos desgraciados! El rey Seth se cagó en su caballo, cuando vio la carnicería... que dejó sembrada en el campo. La moral de todos estaba en la mierda, hasta que un tipo grandote llamado Sandro, reunió valor y empezó a maldecir a todas voces, maldijo al rey y a todos por cobardes y dar la vuelta. El tipo junto a Ralp, destrozaron unos carromatos que habíamos traído con las armas e hizo unos escudos grandotes de madera y está avanzando junto a una cincuentena de soldados. Al principio, apenas les llegaban las saetas, pero ahora... tienen los escudos a rebosar. El tal Sandro les grita con ánimo mientras avanzan. Espero que el desgraciado pueda hacer algo con los cañones y esa puta que escupe fuego. 

Habían avanzado al menos la mitad de la distancia. Ralp sostenía junto a otros hombres el trozo de madera, se veía cansado y tenía saetas clavadas en el yelmo. Sandro sostenía otro trozo de madera cubierto de saetas, los soldados detrás de él estaban asustados... Las saetas punzantes silbaban en el aire. Al otro lado, al pie de la colina, un hombretón viejo de capa roja les gritaba órdenes a los alquimistas y los guardias. Tenía un mandoble y gesticulaba violentamente. Los soldados prepararon los cañones, los ballesteros retrocedieron... Encendieron las mechas con cerillas de azufre.

—Ese es sir Desmond Morris—aclaró Vintas—. Es un caballero y magician, escuché del rey Seth que es el castellano del Tercer Castillo. Es el que ordenó dividir sus fuerzas en el ataque en Rocca Helena mientras se enfrentaba al ejército del rey Seth en el valle. Los magos se dividieron y atacaron el pueblo mientras el destacamento avanza para destruir el Segundo Castillo.

Los tres grupos avanzaban sobre el lodasal con los cobertores de madera. Una explosión se levantó con una llamarada. Niccolo cerró los ojos ante el estruendo. Sus oídos zumbaron y los trozos volaron hechos astillas. El grupo de Sandro fue despedazado por un cañonazo. La bala destrozó uno de los trozos de madera y un par de hombres quedaron hechos añicos... Las saetas les llovieron y se derrumbaron ensartados. Ralp maldijo a su grupo y avanzó más rápido con las espadas levantadas. Sandro se levantó lleno de saetas, miró a la colina, entristecido y recibió otra lluvia de muerte... Cayó sobre el erial, mezclándose con los cadáveres nauseabundos. Los cañones estallaron y Ralp quedó sepultado en astillas. Una docena de soldados en medio del valle... huyó mientras les llovían saetas, pero ninguno llegó hasta el pie de la colina, donde se atrincheraban. Los tres grupos fueron arrasados.

—¡Maldita mierda!—Escupió Vintas. 

Todos guardaron silencio... El Gremio de Magos se reunió junto a un montón de caballos, cada uno muy diferente del otro. El rey Seth terminó de hablar y todos miraban fijamente a la oscuridad. Niccolo bajó de la colina seguido de Gerard, se unieron al grupo. Lucca montó en su yegua blanca manchada de sangre, se colocó el yelmo con astas. Una cornamenta estaba rota. Pisarro montó, igual que Argel y Julius... Mia bajó de la colina con lágrimas en los ojos y acarició un corcel gris. A pesar de estar cubierta de heridas y barro, con las ropas deshechas y ensangrentadas. La veía muy hermosa, quería acercarse para despedirse. Pero no pudo hacer más que mirarla. Niccolo decidió que volvería a intentarlo después de la batalla. Iba a proteger a Mia y a sobrevivir.

—Sir Desmond avanza por el valle—anunció Vintas cojeando—. Los cañones se mueven. 

Vintas se subió a la silla de su caballo y desenvainó la espada. La pierna de madera colgaba floja. Gerard le trajo el caballo negro y esquelético de Trapo. Niccolo se subió y el animal tembló... Parecía cobrar un aspecto valeroso, como si estuvieran en una fantasía heroica. Seth Scrammer levantó su espada ensangrentada, la pasó por su mano y un líquido oscuro recorrió la hoja antes de encenderse en llamas doradas.

—Batallamos una última vez—admitió. Su espada ardía, débilmente—. La muerte nos espera cruzando el valle. Se contarán historias de esta batalla. Se cantarán canciones de cada uno de ustedes—levantó el mandoble a ellos y luego a la colina—. Sobre como luchamos valientemente hasta el final. Hasta que el último de nosotros se derrumbó, derramando su sangre en el valle. ¡Pero no será hoy! ¡Vamos a bajar por la montaña recitando la canción de los dragones! ¡La canción que se canté a la medianoche de este día, será la de nuestra victoria! ¡Les pido que bajemos por esa colina destruyendo a esos malditos hijos de puta!—El acero estalló en llamas rojas. 

Todos levantaron sus varitas y sus espadas. Niccolo apretó la mano en su empuñadura... Sentía temor de sacar la espada de la vaina. Se dirigió a Gerard. 

—Acuérdate de mí—le pidió al bardo... Tenía el presentimiento de que se despedía. La espada vibraba en su cinto, tenía miedo de sacarla. El lomo del caballo temblaba. Las hojas caían en el bosque... Ojalá la luna brillará esa noche en su corazón. Espoleó el caballo huesudo y anduvo... Gerard se subió a un corcel manchado con el rostro severo. El bardo había desaparecido, era una cáscara. Debajo existía un hombre austero de ojos dorados con tonalidades oscuras y su esencia... era distinta. Era tinta, alcohol, sal y... desesperación. ¿Quién era Gerard Courbet?

«Quiero vivir—se dijo a si mismo—... Quiero reconciliarme con Mia». 

—No me voy a rendir—murmuró Niccolo. Miró a Mia de reojo—. No quiero vivir así. Voy a volver, por ella.

Seth apuró su cabello, trotó hasta la cima de la colina. Contempló el paisaje con el rostro severo y respiró profundamente, mientras se ponía el yelmo rojo de dragón con cuernos retorcidos. Los demás lo imitaron. Mia estaba al final de la fila sobre el corcel gris, no llevaba protecciones... La observó, alejarse como muchas veces. Le costaba respirar... 

«Me duele amarla tanto». 

Escuchó otras voces en su cabeza.

«No eres suficiente».

«Existen un montón de personas mejores que tú, que quieren conquistarla». 

Niccolo miró desde la colina el alargado valle sin fin. Había mucha distancia hasta la hilera de cañones. El ejército enemigo los notó y preparó sus armas... Los ballesteros prepararon las saetas. Miraba a Mia y al valle cubierto de cadáveres. Se sentía asfixiado. Todos miraban con gestos hoscos, convertidos en estatuas de pedernal.

«No lo intentes—le temblaron las rodillas—. Cuando todos partan a la contienda, da media vuelta y huye». 

—¿Le tienes miedo a algo?—Preguntó Gerard, estaba sobre una silla con las bridas gastadas. Mia espoleó el caballo y se unió a la formación de cuña detrás del rey... No quería verla morir. Eso lo destrozaría. Lo dio todo por ella. Compartió sus sueños, anhelos, miedos, esperanzas. Y aún así, ella rompió el corazón. Pero lo iba a dar todo por ella, no importa cuántas noches lloró amargamente... Tenía problemas mentales. Pero prometió que la amaría hasta que caiga la última estrella del cielo.

«Solo te lastimaría—le dijo su corazón envenenado—. Aquí vamos otra vez... ¿Nunca aprendes?». 

—Sí—sus labios dibujaron una sonrisa—. Siempre tuve miedo de todo, pero sobreviví por ella. Dicen que el amor cura, no creo que sea verdad... Porque sentía muchísimo dolor a su lado. Pero... prefiero morir junto a ella en el infierno que vivir solo en el paraíso. Mia te hace sentir dolor, pero también te da esperanzas y consuelo. Mia te lastima, pero juntos aprenden a reparar las piezas. Mia te hace llorar, pero te cura las heridas. Te equivocas, Gerard. Sí existe el amor, pero debes estar dispuesto a aceptar el dolor. Voy a continuar, no importa si muero... Daría todo por Mia. Yo estaba en tinieblas y ella fue la luz de mi vida. No me importa si su amor le pertenece a otro... Quién sabe, las personas son instantes. Pero se lo debo a ella. Mia es mi sueño de redención.

—Ya veo—sonrió Courbet con tristeza.

Gerard desenvainó su espada con las manos temblorosas. Sus ojos estaban nublados y sus labios, pálidos como papel. Se unieron al final de la formación junto a Lucca, no podía escudriñar su expresión, pero estaba asustada. Pisarro no dejaba de mirar atrás, acobardado. Argel se mordía el labio. Julius no decía nada, pero era el más asustado de todos. Mia no levantaba la mirada de su silla. Todos estaban aterrados. La distancia, el miedo, las saetas, los cadáveres, los cañones. La perdición. Estaban ante las puertas del suicidio. Eran menos de una docena. La espada de Seth refulgía bebiéndose los colores del atardecer. Niccolo suspiró... El estómago revuelto no lo dejaba tranquilo. Gerard avanzó, señorial... con una sonrisa.

—Cuando era niño y me daba miedo cantar frente a los demás—contó el bardo. Todos lo miraron con los ojos entrecerrados—. Mi padre me dijo, que cuando estuviera asustado... cierre los ojos y canté desde el fondo de mi alma. 

«Creí que eras más inteligente» masculló una voz. Niccolo nunca fue inteligente, fingía saberlo todo... En realidad odiaba leer y escribir. De niño era lo único que lo hacía escapar de la realidad. Podía perderse horas leyendo historias. Era la única forma de mitigar las pesadillas. Prefería pasar horas leyendo con los ojos adoloridos, que sufriendo con las imágenes de sus padres mutilados. El trabajo de escribano surgió como una necesidad para comer... Pero odiaba a las personas. No necesitaba su atención hasta que tuvo la de Mia.

—¡Peleemos soldados!—Vociferó Seth Scrammer agitando su mandoble en llamas. Agitó las bridas con una mano y su caballo bayo se puso al trote con las crines rojas al viento—. ¡Descendamos hacía el abismo! ¡Somos los únicos que podemos darle descanso a los que perecieron! 

Todos espolearon a los caballos y bajaron por la colina. Gritando y cabalgando a la oscuridad. Julius y Pisarro iban a cada lado del Rey Dragón. Sus reflejos deformaban la luz mientras cabalgaban por la colina... seguidos de Argel, Mia, Lucca y Vintas. La tierra se desprendía bajo los cascos de los caballos. Niccolo se agitaba con los muslos pegados al lomo del corcel huesudo.

—¡Niccolo!—Aulló Gerard agitando las bridas. Contenía el dolor marchando tras la formación. 

Niccolo sintió como se le descoloraban las mejillas y las lombrices se comían sus intestinos. Espoleó el caballo y azotó las bridas, el animal aceleró al momento. Siguió a Lucca y se puso junto a Gerard. Su corazón palpitaba a toda marcha mientras la formación descendía al valle de la muerte. Los cadáveres cobraban vida y los cuervos volaban en desbandada. Sir Desmond gesticuló violentamente mientras gritaba algo inteligible. Los ballesteros avanzaron al momento. 

—¡CABALGANDO HASTA LAS PUERTAS DE LA OSCURIDAD!—Gritó Seth. Emprendieron la marcha a mayor velocidad—. ¡QUE SE ARREPIENTAN DE HABER NACIDO EN ESTA ISLA MALDITA! 

Lucca gritaba con la espada en alto. Julius levantó la varita y disparó proyecciones a más de cien varas de distancia... Seth murmuraba un hechizo, olía a roble quemado... A serbal estallando en llamas. Niccolo apretó las muelas. Escuchó una voz melodiosa en medio del insomnio. Sentía que vibraba en su interior una melodía. Atravesando sus huesos con emociones desconcertantes.


Para dejar de arrepentirme por decirte que no.

No estoy seguro si me alcanza una vida.


Gerard cantaba con los ojos cerrados. Su potente voz retumbaba en el valle, en sus cuerpos... En lo profundo de su mente. No existía la batalla... solo la voz del bardo. Los ballesteros dispararon a mucha distancia y Niccolo cerró los ojos... Las saetas silbaron y escuchó como se clavaban en el lodazal. Avanzaron la mitad del trayecto. Mia tenía los ojos cerrados, temblando.


Si fue por mí... que tú lloraste ese adiós.

Yo también cargo esa herida.


—¡Disparen!—Escuchó la voz imperiosa de sir Desmond Morris. 

Las saetas silbaron y cayeron como lluvia sobre ellos... Vio una clavarse en el pecho de Argel Cassio. Las varitas estallaban y los ballesteros caían muertos ante las proyecciones. El valle retumbaba. Mia levantó la varita con lágrimas en los ojos. 


Por más de un año yo contuve la respiración.

Por trece meses pensé en lo que diría.

Y hoy que te vi, ya no me sale la voz...

Ni el aire que antes tenía.


Aquella canción penetraba en las profundidades de su mente. 

Las saetas reventaban en los reflejos... Mia levantó la varita y derribó a sir Desmond con un resplandor morado. Los cañones dispararon con un estruendo... Niccolo cerró los ojos, asustado. La voz de Gerard lo sacaba de sus temores.


Sé que soy culpable del tiempo perdido.

Y que mi promesa se fue con una canción...

Al marcharme solo.

Y hoy...


La formación se movió esquivando las balas de cañón entre explosiones de polvo y lodo. Julius lanzó un destello y un cañón estalló en pedazos... Dos saetas brotaron del pecho del Mago Morado del Crepúsculo y un cañonazo lo derribó de la silla en una explosión de vísceras. Niccolo espoleó al caballo raquítico. El torso descompuesto de Julius se derramó en el suelo, su caballo se partió en dos trozos con un grito casi humano. Seth quedó descubierto en medio de su conjuración. Mia apuró el caballo para proteger al rey... pero Niccolo la dejó atrás, apretó el vientre del caballo con los muslos y se interpuso en su camino. Levantó las manos, pensando en los cuatro elemento y tensó su reflejo como una muralla para protegerlos a todos... Las saetas se rompieron con crujidos. Escuchó los gemidos de Vintas al derrumbarse del caballo cubierto de saetas. Gerard Courbet levantó la voz. Estaba gritando su canción a través del valle. Niccolo protegió a Mia de las saetas.


¡Vuelvo a encontrarte y haré de todo para no soltarte!

¡Porque yo nunca me cansé de amarte!

¡Y aún quedan cartas que no he puesto en juego!


El destacamento enemigo estaba próximo, solo quedaban cuarenta varas. Niccolo estaba bañado en sudor y le ardían los brazos por el esfuerzo. Todo su cuerpo quemaba. Sentía que todos lo miraban. Escuchaba las saetas reventar ante su reflejo. Se mantuvo firme mientras cada gramo de su ser aullaba de dolor. Sus vías sanguíneas reventaban de energía.

—¡Niccolo sal de allí!—Le gritaba Lucca, desesperada.


¡Tú sabes bien que yo no juro en vano!

¡Y estoy jurando no soltar tus manos!

¡Y si es por ti las mías pongo en juego!

¡A las cenizas no les tengas miedo!

Que si te quemas yo también me quemó...


Las rodillas le temblaban. Se mordió el labio y se le llenó la boca de sangre... Sus hombros protestaban. Los brazos le temblaban mientras erigía el reflejo protector. Aquella bestia de acero rugió con fuego y azufre. Los cañones lanzaban bolas de plomo. Pisarro con la varita extendida destruía las balas con destellos... Escuchaba la voz de Mia en su oreja. A Lucca... Todos se escuchaban distantes. Lo único coherente era la canción.


Puedo explicarte cada signo de interrogación.

Si tú me miras tal y como lo hacías.

Cuando pensé, por fin la guerra acabó.

Fuiste una bala perdida...


La gigantesca bola cubierta de fuego azul se acercaba a toda velocidad, directo a la formación... Mia disparaba detrás de él. El caballo de Argel fue alcanzado por un proyectil y se derrumbaron en el lodazal con un reguero sanguinolento. Niccolo veía la bola infernal ante sus ojos... Tragó saliva.

—¡Un cielo azul pálido... con un sol dorado!—clamó Niccolo a los cuatro vientos, con la voz más poderosa que pudo fingir. Lanzó la proyección, materializando una sustancia densa... que viró en el aire con un silbido. La bola de plomo y fuegodragón se despedazó en un millón de fragmentos. 

Las saetas silbaron... 

El rey Seth cayó sobre el destacamento liberando una nube de llamas desde sus manos. Los cañones estallaron... Soldados con lanzas se fundieron dentro del remolino de fuego. Sir Desmond Morris salió de las llamas. Lucca aceleró su yegua y le arrancó la cabeza de los hombros de un fiero tajo, repartió espadazos a los enemigos. La espada de Seth llameaba. Pisarro lanzó a un hombre con un ventisca violenta... Las saetas volaban. Los cañones explotaron. Mia agitaba la varita expulsando destellos, apuntó al gigantesco lobo de acero y con una centella lo despedazó. El aire apestaba a metal fundido, cabello quemado, carne chamuscada y sangre.

Niccolo sintió un escalofrío. Los ruidos lo dejaron aturdido. Estaba mareado en el fragor de la batalla. Detuvo el caballo. El sudor le corría por las piernas... mientras aquel mareo lo engullía. Se bajó del caballo y este huyó, perdiéndose entre los muros de llamas y destellos luminosos. Una punzada de dolor le recorrió el cuerpo. Babeaba y se limpió la espuma de la barbilla con el dorso de la mano. Había... «sangre». Niccolo tenía dos saetas incrustadas en el costado, allí donde cortó los cordones... Le costaba respirar. Gerard trotó hasta él con la espada ensangrentada. No podía escuchar lo que decía. Niccolo le sonrió incrédulo... Miró a todos los magos del gremio enzarzados en la batalla. 

«Todos son personas fantásticas—pensó para si mientras su mente se apagaba—. Ojalá hubiera sido como ellos». 

Niccolo dio un paso y se tambaleó. No se pudo mantener en pie y... cayó mientras unos brazos lo agarraban. Lo último que olió fue tinta sangrienta, estatuas de sal. Canciones desesperadas. El valle ardía y los recuerdos se perdían. Intentó respirar y la boca le supo a sangre.

«Mia—Fue lo último que pensó mientras se desangraba—. Voy a morir. No podré cumplir mi promesa... No podré enamorarte. Es muy tarde. Tú... amarás y tendrás una familia... con otro hombre. Te quiero, Mia. Lo voy a hacer siempre. Tú... Una larga vida. Que envidia».

—Perdóname, Mia... No pude cumplir mi promesa—escuchaba voces que lo llamaban. Estaba muy tibio. El fuego eterno lo consumía. Sentía ganas de llorar—. No podré enamorarte en esta vida. Por eso... prometo buscarte en todas mis otras vidas siguientes. En cada una de ellas te encontraré y te voy a enamorar. Sí...

«Te amaré hasta que los mares se sequen, y sobre sus restos salados... Perduren, nuestras almas, eternas».

Su cabeza resonó, hueca... en la oscuridad.

«Capítulo anterior × Capítulo siguiente»


Instagram: @gerardosteinfeld10
Facebook: Gerardo Steinfeld