Capítulo 16. Soneto del Amanecer
Capítulo 16: ¿Nadie llorará por ti?
Carlos tropezó con la silla.
La pérdida de su ojo, al principio no fue ningún inconveniente. Con frecuencia, el ojo derecho se le empañaba y no calculaba la distancia exacta de los objetos. Chocaba con las paredes y derribaba los asientos. Para lidiar con el problema, mantenía los brazos pegados al cuerpo y caminaba escuchando los pasos de Vourbon, para que no se diera cuenta.
Tocó la silla borrosa y se sentó frente a Vourbon, que no parecía tener alguna emoción en el rostro difuso. No podía ver sus ojos, solo un espectro empañado. Cuando una habitación estaba en penumbra no veía nada.
—Pisarro no quiere rendir Puente Blanco—admitió Vourbon. Se llevó al rostro un objeto brillante. Olió el aroma tenue del vino fermentado y la succión de unos labios—. Tenía sus propios problemas con unos protestantes religiosos en el pueblo. Cuando llegamos, mostraron una defensa espantosa. Derribamos su empalizada con artillería y matamos a los que opusieron resistencia.
»Pero no ha cedido. Está aferrado a su virtud dentro del Templo de las Gracias. Tienen barricadas defensivas, cuando usamos el ariete nos disparan saetas y piedras. Mi padre Basilio Verrochio lleva una semana entera intentando abrirnos paso por el edificio de piedra con los mosquetes robados, y no quedan balas de esencialina. Gerard está cansado de confrontar a Pisarro con sus... hechicerías. Han muerto medio centenar. El costo por Puente Blanco ha sido muy alto.
—¿No podemos rendirlos por hambre?
Escuchó una risa irritante proveniente de la silueta de cabellos cenicientos. Un sorbido acuoso.
—Las reservas de suministros están escondidas en el templo. Aunque, las fuerzas de Pisarro ya deben estar comiendo ratas a la espera de refuerzos—bebió, casi ahogándose—. Johann Daumier escapó cuando comenzó el asedio, lo teníamos atado de pies y manos. Vigilado día y noche. Ocurrió un acto tenebroso. Los animales enloquecieron de repente. Un caballo le arrancó una oreja al guardia y al otro, un búho le sacó los ojos. Había una perra cerca que también enloqueció, mató a sus cachorros y atacó a una mujer. Como cosa de brujos, el hombre desapareció. Muchos dicen que vieron a Daumier convertirse en niebla. Otros, que se convirtió en una serpiente negra. La mujer atacada afirma que Daumier tenía alas de murciélago.
»Esta batalla es frustrante. Estamos agotados, Carlos. Solo queda una compañía de asesinos y son personas horribles. Los campesinos están hartos de la guerra, los Dumond y mi padre Basilio quieren prolongar este conflicto, pesé a que vendrán los refuerzos reales, y yo. Quiero irme a casa.
—¡No se puede rendir!
Quizás nunca recupere la visión y quedaría marginado como un ciego incompetente. Llegó muy lejos como para detenerse. Pero, Vourbon... estaba cansado. Simplemente la guerra lo estaba destruyendo. Carlos no veía a las personas con los ojos, pero sentía lo que querían en realidad. Vourbon quería retirar el asedio y volver con su familia. Debía sentirse increíble tener un lugar al que volver, porque estuvo a punto de morir en varias ocasiones. Pero, Carlos no tenía más lugar que el abismo que lo arrastraba.
Vourbon vació la botella y fue a buscar otra, desapareciendo de la faz de la tierra. Quedó inmerso en oscuridad abominable. Respiraba agua salada. Una respiración débil lo asustó, un ser delgado se acercó dando pisadas muy suaves. La forma negra danzó hasta posarse detrás de la silla que momentos antes, ocupó el comandante.
—¿Es el final del camino?
Le picaba el ojo que no tenía. Aquel ser tenía la cabeza blanca como el marfil, pero el rostro borroso. No podía ver quién era. ¿Qué quería?
—Estoy seguro de que Vourbon está cansado—respondió con la voz pastosa—. Dormirá un poco, beberá y se le ocurrirá una idea fantástica como lo fueron las trincheras.
La silueta borrosa calló por un momento.
—¿Fue una estrategia beneficiosa para todos?
Carlos negó con la cabeza, débilmente. Lograron intimidar al ejército enemigo ocultando su verdadero número con cada repliegue. Pero... ¿Y si no hubiese funcionado el engaño?
—Murieron muchos de los nuestros por su idea retorcida.
—Es un hombre ingenioso y retorcido. No se sabe cuál de las dos es la peor virtud. Pero, usted es más comprensivo y estricto. ¿Por qué no dirigió aquella batalla? ¿Por qué usted no le da el golpe a Pisarro y toma la ciudad?
—Porque no soy el Comandante en Jefe—declaró Carlos—. Y, tampoco quiero serlo.
—Es una pena, Lord Bramante.
La sombra ofuscada comenzó a parecerse a una persona, un anciano cadavérico vestido con harapos negros. Las serpientes silbaban asustadas. Tenía un líquido sangriento acumulado en los zapatos mojados.
—Mi padre es un tonto—dictaminó Vourbon. Entró en la tienda de gruesa tela oscura con la voz enredada por el vino. La silueta negra desapareció al instante como si nunca hubiera estado allí—. Es muy terco. Sigue utilizando el ariete y sacrificando a nuestros hombres ante aquella barricada. Pisarro es un mago. Tiene una varita muy bonita. Lanza brisa muy caliente y te tambaleas. Una ventisca poderosa lanzó uno de mis cañones hasta una docena de hombres... ¿y adivina qué? ¡Los mató a todos!
Vourbon bostezó. Carlos se sentía muy relajado a pesar de estar hundiéndose en un mar negro. Los muertos se reían de él. «Que se pudran en este abismo» pensó. Lo que sacaba de quicio a Carlos era que Vourbon se reía de todo. Una risa irritante. Intentó ver sus ojos, pero no pudo. Cada vez, veía más borroso. Le dolía la cabeza.
—¡Ese bardo!—Río el hombre, sirviéndose otra copa—. Es todo un mago loco. Y pensar que por poco, Pisarro nos arranca el ariete de los brazos. Nos llovían saetas y piedras. ¡Hubieras visto lo que hizo! Todos vimos un resplandor. Le lanzó una luz extraña que olía a... clavo y la ventisca cesó. Es muy raro, pero eso fue lo que recuerdo. De seguro, ambos tienen una riña mientras los hombres se matan entre si para profanar el templo. Ja, ja, ja. Es un espectáculo impresionante.
Carlos tomó lo que parecía ser la botella de la mesa y la giró entre sus manos. Era una forma negra de vidrio.
—¿El comandante?—Preguntó mirando la forma de Vourbon—. ¿Él te quiere?
Vourbon se echó a reír, dándose palmadas en el muslo.
—¿Qué me va a querer ese viejo?—Bebió despacio—. Mi padre Basilio es un tipo altanero y orgulloso. No sabe lo que es vivir, desde que me fui a estudiar lejos, nunca fuimos más felices.
—Ya veo—suspiró, relajado—. ¿Nadie llorará por ti?
—¿Cómo?
Con un rápido movimiento estrelló la botella contra la cabeza de la silueta borrosa en un estallido de cristales. El cuerpo cayó de la silla con un espasmo y Carlos saltó sobre él. Vourbon gritó, asustado. Un objeto de hierro ahuecado le golpeó la sien a Carlos y se le entumeció la cara con un calor. El cabello se le cubrió de vino. El hombre intentó zafarse. Carlos cogió algo duro entre los dedos y golpeó la cabeza de Vourbon, con rabia, hasta que terminó con las manos pegajosas. El comandante dejó de moverse y de reír, para siempre. Su corazón latía a toda velocidad.
Se levantó y salió del lugar con las manos apoyadas en las paredes. Los gritos subían hasta el cielo seguidos del silbido de las saetas. Un golpe estremecedor hacía crujir una gruesa barrera de madera, constantemente. Golpe tras golpe. Continuó caminando con la vista empañada hasta que, por encima de las casas de madera chamuscada, avistó a un coloso de piedra. Una figura que olía a sangre pasó junto a él, cargado de dolor. El viento se detuvo por un silencioso momento, y silbó como un huracán.
La ventisca eterna le erizó el cabello, seguido de un estallido dorado muy caliente que le golpeó el rostro con una bofetada infernal. Fue tan devastadora que, si no hubiera estado aferrado a una superficie de madera, habría salido volando. Escuchó a un par de personas desprenderse del suelo.
—¡Un cielo azul pálido con un sol dorado!—Pronunció una voz melodiosa. No supo por qué, escuchaba una cascada.
El resplandor azul pasó frente a su ojo cegado e impactó contra el colosal edificio con un estallido sulfuroso. El lugar se llenó de polvo y piedritas. El ariete continuaba golpeando, cada vez más incesante. La madera crujió. Carlos se aferró a la superficie de madera y la golpeó con su frente, hasta que el rostro se le llenó de sangre y astillas. Su cara ardía. Caminó, débilmente, hasta que una persona lo ayudó a incorporarse.
—¡No puedo ver!
—Yo le limpió el rostro, comandante—dijo una voz de mujer. Era Julieta, la asesina de las Efigies Nocturnas.
—Dime qué está pasando. El Comandante en Jefe desea saber que ocurre.
—Pisarro está lanzando evocaciones desde el tercer piso del templo y el bardo Gerard Courbet, está impidiendo que las ventiscas lleguen al suelo con sus proyecciones. Están cayendo luces como una lluvia de estrellas. Intercambian disparos con olores y sonidos extraños.
»Abajo, Basilio Verrochio junto a una veintena de hombres están destrozando la barricada con un ariete... mientras los escudan de los proyectiles del segundo piso unos hombres con trozos de madera. Lanzan piedras y objetos. ¡Les arrojaron aceite hirviendo! Los hombres están aguantando el dolor. Se preparan para arremeter otra vez.
El estruendo del ariete enmudeció el chillido de dolor de los que cargaban los grandes escudos de madera. El silencio reinaba por momentos, pero el escándalo se alzaba renovado en la bruma del mundo. Un filamento de existencia estaba conformada por gritos de odio. Las emociones surcaban las constelaciones mientras los muertos gemían y las casas ardían, aplastadas por las estrellas desprendidas del firmamento. Una estrella pérdida cayó muy cerca, con una explosión de luz y la boca se le llenó de tierra caliente.
—¡Un relámpago rojo cortando en dos a un cielo negro!—Gritó una voz dulce en la neblinosa oscuridad.
Un millar de chispas rojas resonaron ante él, desde el vacío. Sus fosas nasales se inundaron con el aroma a roble quemado. Un camino de estrellas de sangre cruzó el cielo como una galaxia. La brisa cortaba el sonido en sus tímpanos. Las chispas se esfumaban, consumían y viajan en el umbral del caos. Olía a sal, tinta, herrumbre. Muerte.
—¿Qué ocurre?—Clamó Carlos, desesperado—. ¡Dime!
—¡Están batallando!—Gritó la mujer con la voz cortada—. El bardo está herido, tiene el cabello dorado cubierto de sangre negra... y los brazos llenos de cortes. Cojea un poco al caminar. De sus manos están saliendo cúmulos de estrellas coloridas contra la poderosa ventisca de Pisarro. El mago del viento también está herido. Tiene las piernas cubiertas de saetas y la mitad de su túnica malva teñida de rojo. ¡Una saeta atravesó su pecho!
Una música ensordecedora centelleo, era como el acero rojo al templarse en agua fría. Ese sonido se repetía miles de veces como silbatos. Sentía el rostro inyectado en sangre y dedos calientes le golpeaban las mejillas por momentos. Eran chispas sanguinolentas. Un pinchazo agudo en el muslo lo hizo gritar de dolor. Tocó un virote de madera clavado en su pierna con un quejido.
—¡El bardo cayó de rodillas!—Gritó la mujer aterrada—. Una saeta pérdida le alcanzó en la pantorrilla. Pisarro se tambalea, tiene la barba llena de saliva rosada. ¡Cuidado, allí vienen las espadas del diablo!
Julieta la asesina lo empujó. Una brisa zumbó como mil espadas gritando y repentinamente, lo salpicó un líquido oscuro. Tenía las manos borrosas cubiertas de rojo y, el cabello cubierto de tripas. Se quitó una serpiente asquerosa del rostro con náuseas. Olía a mierda y a sangre. A penas, podía ver la mancha repulsiva que quedó donde un instante atrás, estuvo la mujer. Un estruendo de mil crujidos de madera lo sacó de sus pensamientos.
—¡Destrozaron la barricada!
Las espadas cantaron sus notas funestas y las saetas silbaron. Una espada del diablo destrozó una casa con un estallido de astillas, seguido de gritos de dolor. Empezaron a caer cosas pesadas del cielo con estruendos húmedos. Un cuerpo tropezó con él y un latigazo de dolor le adormeció los sentidos. No quería estar allí.
Hubo un cambio en el aire, dos presencias se impusieron sobre las almas atrapadas en la contienda. Un resplandor brillante de sabiduría y un corazón maldito repleto de brea hirviendo. Un zumbido de plasma eclipsó a la luna plateada, y un zarcillo dorado que brillaba como miles de soles en el cielo nocturno, cubrieron el cosmos.
—Un cielo pálido se vuelve dorado con el amanecer—proyectó la voz del bardo.
Carlos dejó de ver y un calor abismal le azotó el rostro como una bofetada. La brisa cortó con miles de cuchillos afilados y el impulso lo tiró al suelo de un empujón. Rodo, mordiéndose la lengua. El estruendo desapareció y todo quedó en la oscuridad permanente.
Un cuerpo cedió la riña y cayó inerte sobre el suelo. La muerte se paseaba en aquel lugar. Los cascos de un animal gigante resonaban en la tierra estéril.
Olía a podredumbre y pesar. No podía mirar al caballo del infierno.
Uno de los contrincantes había muerto.