Capítulo 16: ¡Del caos surge el orden!
La procesión se detuvo frente un estrado empotrado de sendos troncos oscuros en el centro de la empedrada calle Obscura. Desde aquella pendiente de losas rectangulares se podían avistar las torres azules del Castillo de la Corte sobre los techos de pizarra lamidos por el agua. Los faroles se aferraban a sus llamas agonizantes ante el alba anaranjado. Cayó una llovizna en la madrugada y las losas de piedra relucían húmedas.
Annie caminó recogiéndose el pomposo vestido turquesa con encaje. Las zapatillas de piel rasparon el suelo áspero. Los magos de túnicas rojas le abrían paso en la multitud de populacho somnoliento de ropa y rostros toscos. Guardaron la corona de plata con zafiros en las arcas, y Beret mandó a forjar una diadema impoluta de oro con diseños florales y ninfas esbeltas. Llevó su melena rubia en una larga trenza perfumada con esencias de clavo y espino; guantes de gamuza y medias para el frío.
Felicia van Deen caminó frente ella con la máscara de lobo sonriente lanzando destellos dorados a los rostros curtidos por el sol y el viento de aquella multitud de ciudadanos pecaminosos. El frío le traspasó las capas de terciopelo cuando subió la escalinata al estrado de tablones duros. Comodoro permanecía sereno, con una sonrisa arrugada y un pequeño cofre en las manos. En su túnica negra brillaron varias insignias: un sol de oro, un alicante de bronce y varias prendas relucientes. La máscara dorada de la Cabra poseía cuernos largos y retorcidos que lo hacían parecer más alto e intimidante como una deidad extraña. La túnica escarlata portaba un aspecto espeluznante y el largo cayado con anillos de oro rematado en una jaspe rojo lustrado, le otorgó el aspecto de un mago maligno.
Los tres rebeldes permanecían de rodillas con los miembros inmovilizados por grilletes y la cabeza cubierta por sacos de arpillera. La podredumbre, sangre, polvo y trapos desprolijos los envolvían a manera de armadura grasienta. Antes de llevarlos a su ejecución fueron paseados por el mercado y el puerto, donde fueron abucheados y maltratados por el vulgo en reprimenda de sus actos abyectos. Uno de ellos fue azotado a palos por traición a la Orden de la Integridad.
Ronnie estaba mezclado con el púlpito de mercaderes, contadores, niños, artesanos, prostitutas y lacayos de fábrica; personas con ansías de presenciar una ejecución. El rector de la Casa de Negro vestía completamente del color característico y parecía irritado. Los alquimistas de capa negra que lo rodeaban, entre murmullos... eran inexpresivos y de aire sabiondo.
Jonás cerraba el paso detrás de ella. Su máscara de zorro arrojó reflejos plateados ante el amanecer sobre las gruesas cortinas del cielo rosáceo. Se acercó al cautivo más lejano y lo levantó del pescuezo antes de arrancarle el saco.
-Este brujo se hace llamar Macano de la Montaña del Sol-dijo, con voz imperante. El hombre era diminuto, prendía restos de collares y pulseras en su cuerpo atormentado por años en recurrencia de inanición. Exhibía cortes, laceraciones y golpes en el rostro curtido por el sol; de sus dientes amarillos y putrefactos quedaron solo fragmentos de astillas-. Se pasea por el mercado provocando estupor en la población con sus rumores infundados de locuras febriles sobre falsos seres híbridos que emergieron de las criptas del Paraje con el terremoto. Es acusado de alboroto y simpatizante de la rebelión.
La multitud permaneció en silencio. Un trozo de lechuga podrida salió desprevenida, trazó un arco y aporreo al brujo en el cabello mugroso. El gentío gritó y abucheo, convertido en un solo ser repulsivo y sudoroso que vociferaba maldiciones.
-¡Mataron al pequeño Clavijo!-Gritó Macano en un balbuceo con los ojos amarillentos y los labios hinchados-. ¡Dios salve la isla! ¡Salieron de sus necrópolis herméticas donde permanecían aislados y...!
El brujo se estremeció cuando Jonás descargó una corriente eléctrica en sus hombros. El hombre gritó, aturdido, y cayó de rodillas en una convulsión violenta. Felicia le quitó el saco de la cabeza a la persona del medio: un hombre joven de cabello largo y rizado. Uno de sus ojos estaba cerrado por la hinchazón y un hilo de sangre pendía de su nariz y labios.
-Julián, el bardo-la mujer le levantó la cabeza por el cabello enmarañado y sucio-. Conspirador de Courbet y un espía de la rebelión-miró el público con ojos húmedos-. Este hombre ayudó a Gerard Courbet a hacerse pasar por el bardo conocido como Allen della Robbia mientras se escabullía en las noches como el Asesino de Magos. Una sombra tenebrosa que sembró el terror en nuestra isla.
El público parecía asustado, convencido del enemigo imaginario de una rebelión que ardía en el centro de la isla. Los mercaderes dialogaron sobre los caminos turbulentos. Los artesanos de las fábricas pronosticaban otra guerra más sangrienta que las anteriores. Los alquimistas asintieron con la cabeza, severos. Los putas difundían rumores sobre extrañas procesiones en los bosques de seres oscuros como el carbón, esqueléticos, bajos y de ojos brillantes como luciérnagas. Los magos escarlata con simples máscaras de madera que servían de centinelas... se cruzaron de brazos y maldijeron a la rebelión por la falta de cerveza, centeno y cebollas.
-¡El Predecesor del Mago de la Sal!-anunció un sacerdote de túnica gris sobre una caja envejecida. Un pesado sol de bronce colgaba de su cuello menudo-. El Hijo de la Oscuridad que traerá la muerte, el hambre y la peste para los gentiles. ¡Temerle al que dirige su ejército con vara de hierro! ¡Pondrá a todos de rodillas sobre alfileres y los azotará hasta destrozar sus pulmones!
El sacerdote acarició el sol en su pecho y tembló, pálido. Los que lo rodearon abrieron los ojos, asustados. Esto se esparció como una enfermedad bubónica y en poco tiempo la multitud de obreros vociferó horrorizada de las noticias. Ronnie apretó los labios.
Annie asintió, señorial. Debía ejecutar su papel tal y como le dijo Beret:
«El reino te pertenece. El reino debe creer que la princesa Verrochio los va a salvar de Courbet. El amor que sienten por ti es una forma de controlar sus ambiciones». Miró a Julián, lo recordó en la tienda de Gerard: un mujeriego, borracho y simplón. El bardo le devolvió la mirada y sus labios esbozaron una sonrisa adolorida. Tenía algunos dientes partidos.
-¡Crédulos!-Gritó el joven otrora guapetón con la voz ronca-. ¡Nunca creí que fuera Courbet aquel con el que compartía talento! ¡Pero, ojalá lo hubiera sabido antes! ¡Cómo lo habría ayudado a exterminar a los magos imbéciles! ¡Yo creo en Gerard Courbet! ¡Sí... espero que los destruya a todos!
Felicia lo pateó y el bardo cayó de cara sobre las tablas con un aullido. Los magos escarlata lo amordazaron para que no perturbar al gentío con sus gritos. La Castellano del Primer Castillo caminó al tercer rebelde encapuchados y le arrancó la capucha en un desliz: era una mujer pelirroja de ojos oscuros. Los mechones cubiertos de sangre y el rostro lacerado.
-Esta bruja se infiltró en la Orden de la Integridad para robar información-Felicia le levantó la barbilla-. Le enviaba mensajes a Courbet para que pudiera huir como un cobarde de nuestras incursiones. ¡Por culpa de esta mujer nos han saqueado las raciones y nos están acechando esos demonios negros! ¡Vasallos de brujos macilentos!-El público reventó en gritos y reclamos. Los hombres escupían, las mujeres arrugaron la nariz y los niños imitaron el salvajismo con aullidos-. ¡Le molieron la espalda a palos para hacerle hablar y gracias a ella descubrimos los planes de los Sonetistas!
El ruido parecía no dejar de aumentar y Annie quiso cubrirse las orejas. Felicia le hizo una señal a Comodoro, y el anciano abrió la tapa del cofrecito. La Cabra tomó una pequeña nuez color plata y la partió con un crujido. La pequeña piedrita brillante parecía estar envuelta en llamas azules.
-¡Por siempre, Courbet!-Gritó la bruja pelirroja, orgullosa de sus actos.
La Cabra le abrió la boca con las manos enguantadas y le metió la sustancia. Los ojos de la mujer se iluminaron, soltó un grito de dolor y se retorció en un rictus doloroso. Su piel brilló, azulada, y sus vías sanguíneas se fundieron en plata ardiente. Se convirtió en una estatua de cristal sulfuroso y brilloso: esencialina combustible. Los magos levantaron el trozo de vidrio con forma humana y se la llevaron para convertirla en polvillo. Annie bajó del escenario, asqueada. Miev y Zacarías la escoltaron hasta su carruaje elegante de cortinas purpúreas. Ronnie había desaparecido del público con gesto irritable. Miguel la esperó en el interior amoblado con el regazo forrado de documentos.
-Reina-se sentó al frente de ella. Zacarías manejó el carruaje. Miev iba adentro sin pronunciar palabra-. He recibido cartas de mi hermano en el Paraje. Albert Herrera tiene importantes noticias y quiere concretar una reunión con la Corte. Sus intereses en la Cumbre Escarlata son transcendentes.
Annie apretó los labios y se ajustó la diadema en la cabeza. El frío le acarició los hombros.
-Miguel.
-¿Sí, reina?
-¿Cómo están las personas?
El joven frunció los labios y desvió la mirada. Apretó los cuadernos de piel que sostenía en el regazo con los brazos.
-La ciudadela del norte goza de un fanatismo religioso ferviente hacía la Iglesia del Sol-Miguel vestía un traje verde oscuro de pequeños botones plateados-. En contraposición, las pequeñas poblaciones se han sumergido en un misticismo hereje. Al principio, los abortos espontáneos y la pérdida de fertilidad causaron pánico. La desesperación efímera y el duelo se convirtieron en pronósticos de calamidades por los brujos y adivinos. Estas poblaciones remotas gozan de ritos antiguos y adoraciones a deidades de la fertilidad. La enfermedad que ha arraigado en la isla ha motivado a los cultos paganos a un renacimiento. Aunque, existe la población adinerada que se ha entregado a los placeres mundanos: fiestas orgíasticas, gula asesina y sodomía.
-El pueblo que ha sufrido se mantiene entretenido-Annie se cruzó de brazos e imaginó la sonrisita pendenciera de Beret-. Como un moribundo que se abandona al dulce néctar de la anestesia-miró al contador con ojos filosos-. Como tesorero debes estar muy ocupado.
-La corona ha financiado a la Orden de la Integridad: vestimenta, indumentaria y alimentos para las guarniciones-sonrió, complacido-. Los impuestos en el mercado se han movido a favor gracias a las fábricas de la Casa de Negro y hemos obtenido pocos ingresos aduaneros con los caminos abandonados y los puertos clausurados. Los prostíbulos pagan impuestos sanitarios y el mercado se mueve, lento pero seguro, con las cosechas abundantes del verano gracias a los pozos excavados por la Orden. La economía es como una vieja vaca que pasta en terreno fértil: su leche es rica y abundante en algunas estaciones, pero no sabemos cuándo la vaca estirará la pata.
-No te preocupes, Miguel-Annie miró por la ventanilla el camino de losas, faroles y guirnaldas-. Pronto no necesitaremos la vaca. Nuestra economía caníbal va a desaparecer.
-Reina-Miguel frunció el ceño, y se ajustó las lentillas-. Las arcas de los Sisley pudieran reabastecerse con el botín de guerra que saqueó la Cumbre Escarlata del Valle de Gigantes. Su señor padre estableció leyes sensatas para gozar de ingresos sustentables. Pero, estamos constantemente sacando nuestras ganancias para rellenar los agujeros en la Orden de la Integridad. El Primer Castillo, el Fuerte de Ciervos, el Fuerte de la Ninfa y el Jardín de Estrellas derrochan los ingresos; es como rellenar sacos con agujeros. Estamos sacando más de lo que ganamos. ¿Es necesario fortificar las guarniciones contra ese pequeño grupo rebelde?
-Estamos hablando de Gerard Courbet.
-Sí-Miguel comenzó a temblar-. Estamos ante el Hijo de la Sal. Pero su ejército, se sabe, no es tan numeroso como el poder de la corona. De hecho, el Homúnculista le asestó un duro en el Valle de Sales.
-No es solo Courbet: es su mensaje-dijo. Le dolieron un poco los ojos y la sonrisa blanquecina de Beret la cegó. Sus palabras resonaron en el fondo de su cabeza, saliendo por su boca como propias-. Courbet es un pensamiento. El terror que impone es llamativo, fantástico. Las personas lo admiran con temor porque representa un ideal: la destrucción. La población ha sufrido pestes, guerras, sequías y exterminios. Y ahora, han perdido la capacidad de procrear por una misteriosa plaga. Anuncios de presagios. Gerard Courbet es todo eso y más: dolor y malignidad. Él puede canalizar todo esa fuerza en nuestra contra. Ellos no son un grupo rebelde de herejes que se aplastan con poderío. No, están muy lejos de ser un pequeño movimiento. Ellos son los Sonetistas del Fin de los Tiempos. La Iglesia del Sol y la Orden de la Integridad deben combatir su mensaje de rebelión cuánto antes. Por eso, hay fiestas religiosas de adoración y sectas orgíasticas.
Annie suspiró y sintió una punzada de dolor. Se pasó una mano enguantada por los ojos y resopló. Recordó el sabor del intrincado brebaje que le servía el Sumo Pontífice Beret. Su espeso caldo, azulado y oscuro, era insípido y amargo. Pero cada trago era más dulce que el primero y al final de la copa, los últimos tragos sabían a miel. La bebida del ocaso contenía un poder más allá de la sapiencia del hombre ordinario.
La caja acolchada se detuvo y Zacarías ayudó a Annie a bajar del carruaje. Aquel letargo la entumecía: sentía que con un mal movimiento podía quebrarse en mil pedazos como una muñeca de porcelana. Era tratada por todos como si fuera un engendro sin alma cuyo único propósito era la veneración. Caminó, recta, por el sendero de losas de mármol que conducía hasta la encrucijada de las torres. Los magos de túnicas escarlatas fregaban el suelo y limpiaban los restos de la llovizna. Algo extraño pasaba con la mayoría: no volteaban a mirarla, no hablaban y no desobedecían. Sus máscaras de madera no dejaban entrever las emociones de sus semblantes. Su olor era espeluznante: un almizcle de mercurio, sulfato y polvo de uñas.
Un alto mago con máscara de buitre hizo una reverencia al verla, pero se sintió errática. Antinatural. Como si no tuviera alma.
Annie Verrochio pasó bajo un arco de piedra y llegó al jardín de estatuas. Limpiaron las viejas esculturas de mármol y las postraron sobre pequeños pedestales de materiales diversos. El dragón de los Scrammer lucía un aspecto decrépito en una esquina abandonada. Los animales habían variado en la colección: lobos, ciervos, zorros y serpientes. La ninfa coronada reposaba en el centro del jardín, apoyada en un pedestal pulido un poco más alto que los otros. Muchos criados se metían al jardín por la noche y hacían el amor con aquella estatua. La escultura de la ninfa fue un retrato de belleza femenina hasta que la robaron. En cambio, Beret pidió tallar una estatua basada en su figura femenina.
Annie se desnudó durante horas con las nalgas pegadas al frío mármol mientras los artesanos esculpían con martillo y cincel y dibujaban bocetos eróticos de du cuerpo. La palpaban con manos ásperas y soltaban cumplidos soeces. Aquel proceso se repitió durante un ciclo hasta que la escultura estuvo terminada. Una belleza congelada en piedra con una postura adormilada en un pedestal. Los artesanos vieron en ella un contorno lujurioso e inocente. La pequeña estatua tenía un rostro tímido, casi triste y lleno de melancolía. El cabello flotaba en un cúmulo sobre los hombros delicados. Sus brazos eran delgados, sus senos pequeños y su vientre tenía cicatrices. Sus rodillas estaban juntas, exhibiéndose indefensa con el vello en la entrepierna intentando ocultar los labios prominentes de la vulva hinchada. Aquellas piernas poseían una delicadeza única. Una belleza que miraba con desconsuelo. A pesar del trabajo de los artesanos, la estatua no era una encarnación de la perfección que Escamilla buscó en sus obras. Algunos dedos eran demasiado largos, o demasiado cortos. Los ojos eran inexpresivos y las rodillas presentaban raspones de limaduras. La perfección es una gota de rocío.
Beret estaba junto a la estatua de la ninfa. La corona de Sumo Pontífice fue adornada de estrellas de oro y lunas plateadas. Sus ojos de hielo la juzgaron, parecían desinhibirse en un tenue violeta atardecer.
-Tu padre venía con frecuencia al jardín de estatuas-dijo, su voz profunda era un sepulcro de sueños-. Lord Friedrich Verrochio era un visionario. Ojalá se hubiera unido al Culto del Gran Devorador. Mostró la apariencia de un hombre sumamente orgulloso y fuerte para encubrir sus inseguridades. Él podría guiarte en tu reinado. Su consejo sería más diligente que el mío. Una reunión en el salón del trono requiere tu dirección. Procure guardar los intereses de los cultos que la han respaldado.
Annie asintió, despectiva.
-¿Por qué un mago negro como usted decidiría pactar con otro culto?-Annie no podía resistir la mirada del anciano-. Tengo entendido que usted es devoto de Bel, el Dios Sol. Entonces... ¿por qué aliarse con magos negros que yacen con demonios y dioses impíos?
-La Cumbre Escarlata y mi culto, poseemos intereses en común-confesó Beret. La severa túnica negra con solapas borgoña y collar almidonado mostraba espléndidos bordados de soles, estrellas y lunas. De su cuello pendía un sol de oro puro; la enseña de la Iglesia del Sol. -. Son los reyes, el medio en que nosotros tratamos desde las sombras. No lo olvide, señorita Verrochio: nosotros provocamos el orden y el caos. Así como su reinado fue precedido con naturalidad... puede ver su holocausto con un atardecer.
Annie dio media vuelta y se alejó del mago negro, y sus palabras envenenadas. Llegó al salón del trono donde la esperaban varios nobles para una audiencia. Escuchó una música compuesta por un arpa. Miguel Leroy se sentó en una de las butacas del fondo con los lentes caídos en el puente de la nariz y un par de oficiales les mostraron sus papeles al contador. Annie desfiló, recta y señorial, en medio de las butacas y se sentó con una sonrisa disimulada en el viejo trono de ébano con piezas de oro. Se llevó las manos al regazo.
Gabriel de Cortone tocó un arpa con dedos ágiles, rodeado de media docena de magos centinelas. Su máscara de cabra lucía cuernos retorcidos, rematados en oro y plata. En su cuello brilló un collar de numerosas piedras negras. Uno de sus magos aferró un báculo mágico con soltura. Gabriel cantó con voz dulce para deleitar a los presentes.
Probablemente te escriba en la madrugada...
Pidiéndote explicaciones del porqué hoy para ti soy nada.
Probablemente, te digan tus amistades... que me han visto fatal.
Que no parezco el mismo de antes.
Es muy probable, que me falte el orgullo.
Y salga a buscarte, probablemente disimulo.
No observarte, aunque me llenes los ojos.
Con esa belleza, que siempre me tuvo a tu antojo.
Una nueva canción de Gerard Courbet que era entonada por trovadores en todo el Paraje y las tierras sureñas. La segunda parte de la canción era interpretada por una mujer: una joven con máscara de chivo y cabello rubio oscuro. Su nombre era Valeria Espino y no tocaba ningún instrumento. Se quitó la máscara de bronce revelando un rostro redondo y corriente de ojos verdes y grandes. Su voz era vivaz y melodiosa.
¡Probablemente esto dure solo un tiempo!
¡O quizás sea permanente y me he tatuado tu recuerdo!
Es que no logro olvidarte, me haces falta en cada paso.
Desearía que por lo menos, pensarás en reintentarlo.
¡Probablemente solo sea cuestión de tiempo!
¡Para que caigas en cuenta que necesitas mis besos!
¡Y que este amor no es desechable!
¡No se borran los momentos!
¡Te hice mío tantas veces!
¡Dudo que te olvides de eso!
Probablemente esto solo está en mi mente.
Y todo lo nuestro... ya haya terminado.
Gabriel se giró a ella y cantaron el estribillo al unísono. Encarnando los sentimientos que Gerard Courbet-a pesar de ser el líder de los rebeldes-, había plasmado artísticamente en la letra de la balada romántica que le dedicó a Mariann Louvre.
Los magos de la sala rompieron en aplausos y sus máscaras cobraron vida. Annie les dedicó unas palmadas modestas a pesar de que la canción de Courbet la conmovió: todo lo que sintió por Mariann era latente y ardía como una vieja herida. Gabriel y Valeria hicieron reverencias y el grupo guardó los instrumentos.
Felicia van Deen estaba sentada en la otra hilera de sillas. Acompañada de sus magos predilectos: Francis, Zacarías, Miev y Jonás. Pablo Draper detrás de ellos vestía la túnica escarlata y tenía la máscara de plata en el regazo. Felicia se quitó la máscara lobuna de oro y el cabello oscuro cayó sobre sus mejillas coloradas.
-Mi reina-dijo, con una reverencia-. Los Sonetistas se han asentado cerca al Primer Castillo. Giordano Bruno ha fortificado las defensas del castillo y se prepara para un asedio.
-Denle apoyo al Homúnculista-declaró Annie-. Las fuerzas de la Orden de la Integridad que se concentran en Valle del Rey y el Primer Castillo podrán aplastar a los rebeldes-miró a Zacarías y a Jonás-. Mi escolta real podrá conseguir méritos en la batalla si lo desea.
Zacarías se inclinó.
-Protegerla es más que un mérito, reina.
Annie le regaló una sonrisita complaciente. Miró a la Cabra y apretó los labios.
-Gabriel de Cortone-nombró. El castellano realizó una reverencia al mismo tiempo que su guarnición-. El culto ha decidido que su estadía en Fuerte de la Ninfa se ha prolongado demasiado.
-Nosotros atrapamos al Mago Rojo del Anochecer y dimos caza a Gerard Courbet, Mariann Louvre y otros Sonetistas en el sur-aseveró la Cabra. Los magos que lo seguían encararon a la reina con máscaras de bronce. De sus cuellos pendían sortilegios de piedras brujeríles y amuletillos de los brujos del sur y la Montaña del Sol-. Nuestro grupo de cacería ha trabajado más que ninguna otra sede de la Orden de la Integridad. No debería desprestigiar nuestros méritos. La Cumbre Escarlata nos reconoce como los Pájaros Negros.
Annie asintió, podía vislumbrar los pequeños pajarillos tallados en ónice que pendían de sus collares embrujados.
-No lo hago-replicó, taimada. Sintió un ardor detrás de los ojos-. El Culto Hermético del Gran Devorador es un consejo que tiene voluntad sobre la Orden de la Integridad. Han decidido que los Pájaros Negros deben migrar de sus nidos sureños al Cuarto Castillo.
La Cabra se quitó la máscara. Su rostro juvenil reflejó incredulidad e inocencia. Para ser hombre, tenía el mismo tamaño que Annie y cara de niño escondida por la barba escasa.
-¿Quieren enviarnos al este?
-Las haciendas del este requieren control-Annie sintió un extraño sabor en el paladar-. Su gestión será fundamental para restablecer la soberanía en la isla. Familias como los Cortone o los especieros Louvre han solicitado protección contra los aquelarres de las zonas circundantes. Se rumorea que Azazel el Loco está reuniendo a los brujos en un páramo para fornicar con demonios. Seguidores del Caoísmo. La mayoría... desertores de la Orden de la Integridad. El terror reina en el oeste. Es su deber combatir a los descarriados.
Gabriel asintió, se dio media vuelta y se retiró. Los magos lo siguieron, apesadumbrados en su deuda de abandonar el fructífero puesto sureño. El culto creía en su utilidad para la batalla, pero concluyó que su influencia en el oeste podría equilibrar las fuerzas oscuras en la isla. Además, necesitaban el vacío de poder en el sur para unificar a la isla nombrando a Samael Daumier como un aliado y Castellano del Fuerte de la Ninfa. Sería el movimiento más sensato en el juego de poderes. Un mensajero partió en barcaza a Pozo Obscuro para contactar con el traficante.
Annie se levantó, adolorida. Sentía un malestar palpitante en la cabeza. Despachó a Miguel para la próxima audiencia y se despidió. Quería descansar. Subió hasta la torre donde permanecía y se quitó el vestido con pesadumbre. En el espejo de estaño podía ver cómo sus ojos despedían un brillo violáceo. No tenía ánimos para tocarse, solo quería dormir. Cada vez que pensaba en los Sonetistas solo podía imaginar que estaba combatiendo a Gerard Courbet y a Niccolo Brosse; sus viejos amigos.
Peleando una guerra que no le pertenecía y ahogando sus penas en un mar de fuego.
Las sombras del Culto del Gran Devorador la rodeaban, siniestras. Un chacal cubierto de sangre la perseguía en un bosque de árboles inmóviles. Cada vez que se daba vuelta, el animal se detenía, pero al emprender la carrera... La perseguía como una fiera hambrienta. Siempre estaba allí: todos estaban muertos. Annie se derritió en la oscuridad del atardecer. El viento golpeaba las torres y una llovizna insinuante mojó los ladrillos del adarve.
La Torre del Hombre Arrojado era la más alta del Castillo de la Corte y desde ella se podía avistar todo el poblado que discurría como hongos sobre la montaña Vidal. Las laberínticas calles de adoquines lucían un anciano aspecto deprimente. Sinuosas avenidas pobladas de casas de madera recubiertas de adobe, edificios de piedra ennegrecidos y tejados de pizarra. Plazas desoladas, árboles huesudos y tabernas malolientes. Al atardecer, la ciudad moría y lo único visible eran las carrozas que llevaban trabajadores a casa. El Fuerte de Ciervos parecía un gigante de piedra adormecido junto a la muralla.
El Chacal miró el ocaso purpúreo, inexpresivo. La estatua de sal de un dios impío... o un demonio temible.
-De esta torre se lanzó Carl Sisley después de asesinar a casi toda la familia real-dijo, con voz profunda. Annie se sintió melancólica-. Hace doscientos años, el reinado del anciano Joel Sisley, entonces de sesenta años; estuvo condenado a la usurpación tras ser el último de la dinastía de seis milenios. Descubrí que el culto sembró la envidia en Carl por su hermana y lo controló con dopaje para masacrar a los Sisley. Desde ese día, hace doscientos años... nuestra historia ha sufrido una revolución de revueltas sangrientas, monstruos, hambrunas y epidemias sucesivos. Friedrich Verrochio profanó las tumbas liberando los males de la tierra porque el Culto del Gran Devorador lo guió al mausoleo secreto. No confíes en ellos, pequeña. Buscan el progreso para la civilización Celta, pero no les importa pagar con sangre. Nuestra sangre. Eres una pieza en su juego, y te van a desechar cuando sea conveniente. Te ven como una niña inmadura y manipulable.
Annie suspiró profundamente y el Chacal le dirigió una mirada penitente: bajo la máscara de oro sus ojos estaban vacíos y dio un paso hacía ella. Sopló una ventisca, como arrastrado por la brisa... El mago se deshizo en arena pálida hasta desvanecerse. De su presencia solo permaneció un profundo olor al océano.
-Es mi hermano-clamó una mujer entrada en años que usaba lentes gruesos. Tenía el rostro enrojecido y lloraba a mares. Era la dueña de una perfumería, una persona adinerada que se cubría la prominente barriga y los senos caídos con un vestido de terciopelo color crema. Usaba pendientes y pulseras-. Murió durante las revueltas del Rey Dragón. Trajimos su cadáver hace un año y lo enterramos en el cementerio del pueblo. Al comienzo del año unos brujos robaron su cuerpo. Creímos que solo usarían sus huesos para brujería y sortilegios. Un sacerdote del sol nos bendijo para la purificación de su alma.
Annie estaba sentada en su trono. Le lanzó una mirada a Zacarías y este se la devolvió a través de la máscara de perro; y Francis permanecía junto a las puertas, sentada en un pequeño banco y con las piernas cruzadas. Felicia le dejó una buena escolta para protegerse durante su ausencia. La Castellano debía fortificar el Primer Castillo para combatir a los Sonetistas. Aunque el resto de la escolta no era tan magnífica: Petunia, una brujita del bosque un poco boba; Ulises, un joven mago errante que fabricaba fuegos artificiales; Lys, otra brujita del bosque que sabía de herbolaria y se entregó a la fe del Dios Sol; y los ya mencionados líderes. Los jóvenes tenían máscaras de madera porque eran novatos.
Las mayoría de las fuerzas de la Orden de la Integridad en el Norte partió al centro de la isla. La batalla contra la rebelión se acercaba. Annie tenía que dar audiencias e impartir la justicia para llenar el vacío de autoridad. La acompañó otra figura más espeluznantes: Anaís Luna, una nigromante que aprendió los secretos de los brujos de la Montaña del Sol y el Corazón del Bosque Espinoso. Al principio, la bruja fue acusada de fanfarronería... pero su conocimiento era cautivador.
Annie se lamió los labios.
-¿Y qué ha ocurrido con su hermano?
-Ha regresado-la mujer rompió a llorar y se lamentó-. Ayer entró a la perfumería y me saludó, diciéndome que era él. ¡Tenía la herida que lo mato cosida con hilo de tripa! ¡Estaba vivo! Me contó que unos brujos lo desenterraron y lo obligaron a trabajos forzados en una plantación sureña. Dijo que no tenía mucho tiempo, que lo estaban persiguiendo.
-Ya veo. ¿De qué era la plantación?
La mujer negó con la cabeza.
-No lo sé... Viñedos, mi reina.
Annie asintió y le dedicó una mirada a Anaís. La bruja estaba sentada en uno de los bancos, un vestido negro envolvía su cuerpo, salvo los hombros y el escote desnudo del que relucía una pequeña luna negra entre sus senos. De su cuello fino pendía un collar de piedras de río. Llevaba el cabello negro en forma de rizos y un maquillaje elegante y provocativo. Anaís le sonrió con picardía y sus ojos castaños brillaron. Se levantó del banco con el vestido negro cayendo a su alrededor como plumas: parecía un cisne.
-Su hermano fue traído de vuelta con brujería-contó. Era una mujer joven con un aire de sabiduría dominante resultaba imposible sostenerle la mirada sin caer en el hechizo de su sonrisa lobuna-. El Polvo del Ocaso se echa en un guante de cuero, se sopla y al contacto con la piel vuelve loca a una persona hasta convertirla en un recipiente de espíritus. Los cuerpos vacíos pueden convertirse en materia mucho más fácilmente que uno vivo. En el Paraje se han practicado ritos para esclavizar a los muertos de las traicioneras minas de oro. Es magia negra... Caoísmo de la rama más alejada del Misticismo. El polvo es hecho a base hierbas, huesos humanos y el veneno del pez erizo.
Annie sintió un escalofrío y se removió en el asiento. El rostro de la mujer gorda palideció.
-Francis. Acompaña a la señora a que proporcione un retrato de su hermano y búscalo. Ulises, quiero que envíes un grupo de reconocimiento a los Viñedos Ortiga-Annie se mordió el labio-. Deben investigar las plantaciones de vinos y el personal de los Fonseca. En esta isla no se tolera la esclavitud de ningún tipo.
La señora se aterró cuando Francis-más por su máscara de serpiente que por otra cosa-, la tomó por los hombros y la escoltó junto a Ulises. Lys corroboró el relato con su conocimiento naturista. Petunia hizo pasar al resto de personas. Una madre lloró desconsolada cuando contó como secuestraron a su hija al drogarla con un polvo misterioso y la obligaron a servir en la prostitución. Una familia perdió toda su hacienda en un deslave producto de las inundaciones. Un brujo proclamó encontrar el secreto de la inmortalidad en un fragmento de una lámina de oro que obtuvo en el mercado negro de Pozo Obscuro. Una sacerdotisa informó que en la Iglesia del Sol había un pozo sin fondo en el que habían caído varios sacerdotes. Un grupo de mujeres histéricas confesó haber visto fantasmas en el cementerio, excavando las lápidas. Un pescador atrapó un cadáver en sus redes: estaba relleno de un extraño barro de color azul y varias piedras brillantes. Un sacerdote viajero que provenía del este aseguró haber presenciado rituales oscuros que involucraron brujas.
-Trazaron un círculo de sal donde entraban unas veinte personas-relató, nervioso. Era un hombre bajo y barbudo con una túnica oscura y un pesado sol de bronce en el pecho-. Las brujas estaban bailando y cantando. Es otoño, el verano terminó y el día más largo del año llegaba a su fin. Es un día de supersticiones, usted sabe reina: dicen que los muertos se levantan por la noche y que las brujas secuestran niños para sus aquelarres. Se me hizo de noche y decidí continuar hasta llegar a Puente Blanco. Provenía de un pueblito costero, ganando almas para el Emisario de Dios. Entonces, escuché esta música: las brujas estaban bailando en un claro del bosque, donde la luna llena irradiaba los troncos con luz de plata. Parecía un sueño: la música, los cánticos y las especias en el aire.
»Habían sacrificado a unos corderitos, recogieron la sangre en cuencos y las mezclaron con hierbas. Todas se desnudaron-el sacerdote contaba esto con mucha vergüenza, estaba rojo como un tomate-. Se esparcieron la sangre en los senos, entre las piernas y el... culo. Entraron en trance, mi reina. Estaba asustado. Vi una figura en medio del círculo de sal: era mucho más alto y fornido que cualquier hombre que haya existido. Su piel era oscura y rojiza como... los diablos. Tenía cuernos como una cabra y ojos llameantes. Su lengua era abominable. Parecía un hombre, pero tenía bastante vello en el cuerpo. Una de las brujas desnudas se metió en el círculo de sal, ofreciéndose-las orejas del sacerdote estaban muy rojas-. El demonio le lamió los senos con su lengua demencial. La bruja estaba excitada y el rubor cubrió su cuerpo. Aquella lengua lamió, lujuriosa, sus senos y recorrió su vientre hasta adentrarse en sus muslos. Los gemidos eran... impronunciables. Veía esa lengua lamer con ferocidad toda la sangre que había en el coño de la mujer. Y se adentró en aquella vulva hinchada entre gemidos de placer. Lamió su coño y su ano y algo se despertó en el demonio. Las brujas se tocaban y se esparcían la sangre envenenada entre las piernas con palos embarrados. Estaban volando de placer y morbosidad.
»La mujer en el centro del círculo se acostó sobre su espalda con las piernas abiertas mientras aquel demonio metía su... ganchudo miembro en su coño. Las piernas de la mujer parecían diminutas ante el torso de aquel hombre chivo. Gritaba de dolor y de placer. El demonio la penetró con una euforia enérgica y lamió sus senos. Era un espectáculo horroroso. Todos las brujas yacieron con el diablo al entrar al círculo en una orgía demoníaca. Se dejaban someter con inocencia y salían con las piernas temblorosas. La semilla del demonio brotando de sus coños empapados.
Annie intentó imaginar la situación y el calor golpeó su cuerpo: sintió como recorrió sus piernas y subió por su pecho. Aquel relato la había sonrojado. Petunia estaba temblando con las piernas cruzadas y Anaís no dejaba de lanzarle miradas con el rostro rojo. Zacarías se sentó para disimular la erección. Cuando el sacerdote se retiró, continuaron los relatos de secuestros, robos y de brujería. Una disputa entre hermanos por una herencia se prolongó por una hora. Acusó a un hombre de homicidio. Un niño se perdió en un túnel y dijo haber visto a un monstruo con cabeza de buitre y pelo blanco.
Una joven confesó, llorando, que la habían secuestrado en el mercado y la llevaron a un almacén donde una mujer gorda retenía a varias niñas para ser prostituidas. Las secuestraban con Polvo del Ocaso y las vendían en el sur. Annie mandó a Zacarías a desmantelar tal organización junto a varios magos oficiales.
Al atardecer, estaba cansada y le dolía la cabeza. Un astrólogo arribó en el salón con un traje oscuro y varias insignias en el uniforme pastel. Estaba calvo como un huevo y parecía sumamente cansado. Anunció que habría un espectáculo de nereidas pronto y que un delicioso eclipse lunar cubriría el sol el próximo ciclo. Sería el momento propicio para la hechicería. Leyó su cartilla de constelaciones y le auguro a Annie amor y dicha.
La reina salió del salón y se dirigió a su habitación para descansar antes de la cena. Su habitación era la más alta de la Torre del Rey, salvo por la azotea donde el astrólogo real veía el firmamento; pero tal cargo lo ejercía Beret en la Iglesia del Sol. Debajo de su habitación quedaba el salón del trono, así que puedo retirarse en paz.
La habitación era ostentosa: cortinas oscuras, alfombra de terciopelo, una gran cama con dosel, una mesa repleta de papeles, espejos, una estantería con los libros más excitantes de la isla y un armario inmenso con una diversidad de vestidos ricos en colores. Beret tenía un grupo de sastres que le regalaban un vestido cada ciclo con un acabado hermoso. Se quitó el vestido púrpura con encaje y se metió en un camisón para dormir de un algodón acolchado. Los criados le traerían la cena por la noche. Se estaba acomodando en las sábanas cuando escuchó la puerta abrirse.
-Mi reina-era Anaís que traía una bandeja de plata-. La he notado tensa. Le he traído té para que no sufra fiebre de heno. Esta haciendo mucho frío.
-Gracias.
Annie se incorporó y tomó la taza caliente. Sopló y sorbió el té, inusualmente gustoso: contenía limón, toronjil y... Se mareó. Anaís había cerrado la puerta con llave y se sentó junto a ella en la cama. Dejó la bandeja en la mesa y sonrió. Annie frunció los labios al ver la sonrisa misteriosa y la piel desnuda en los hombros de la bruja.
-Solo quiero lo mejor para mi reina.
Annie sintió un escalofrío, seguido de un calor que le erizó los vellos de los brazos y el cuello. Las brujas, las brujas, las brujas... Anaís le apartó un mechón detrás de la oreja y le hizo una deliciosa caricia en la mejilla. Las paredes vibraron y el techo se venía abajo por momentos. Las palabras se derretían en el aire. Sintió como la recostaron en la cama y le abrieron las piernas con dedos suaves. Anaís le acarició el vientre y los senos despertando en ella sensaciones de deseo. Annie apretó los dedos de los pies cuando la mujer se escurrió entre sus piernas y le descubrió lo que tenía bajo el camisón: no llevaba ropa interior. Anaís exhaló con fuerza y el aliento caliente la hizo gemir. Sintió su lengua, húmeda y caliente, acariciando sus muslos con ternura, dejando pequeños besos dibujados en sus piernas. Y la deseaba, despertaba el calor. La mujer se quitó el vestido con rapidez, dejando al descubierto su piel desnuda y los tatuajes de soles y lunas en su silueta femenina. Había un pequeño sol negro tatuado en el bajo vientre, donde nacía el vello recortado y se perdía entre sus muslos carnosos. Tenía senos voluptuosos y ruborizados.
A su mente acudían imágenes de brujas. Brujas en la hoguera. Brujas con demonios.
-Las brujas, las brujas, las brujas...
-Esto es lo que hacemos las brujas.
Annie se retorció ante un latigazo de placer cuando aquella lengua, babeante, pasó en el punto más excitante entre sus piernas. Gimió y gritó... Anaís la besó y recorrió sus labios con la lengua. Se enrollaron el resto de la tarde entre besos, caricias y orgasmos... hasta que les subieron la cena: avena, pan crujiente, puré de huevos hervidos con pimienta y buen vino rojo. Comieron desnudas y ruborizadas.
-¿Disfruto de mis servicios, mi reina?
Annie enrojeció. Anaís tenía dos lunas alrededor de las aréolas pálidas de sus senos, pies suaves y sonrosados con pequeñas rosas negras tatuadas en los talones y una lengua juguetona, que aún podía sentir succionando sus pezones.
-Anaís-se irguió. La sangre se le agolpó en el rostro-. Te prohíbo que subas a mi habitación.
La bruja sonrió y terminó su copa de vino rojo. Un hilo de líquido pendió de sus labios sangrientos. Se levantó, desnuda, con el vestido bajo la axila y salió de la habitación. Sus piernas voluptuosas se contonearon con una gracia felina exacerbada en un culo redondo y pálido. Antes de salir, miró atrás y acarició el vello en su ombligo con lujuria.
Annie buscó el elixir purpúreo, pero no lo bebió. Lo vertió todo en su orinal. Se ruborizó y durmió plácidamente el resto de la noche. Los tambores resonaron en la estancia junto con las notas agudas de las cuerdas.
Injustamente estás pidiendo que te olvide.
Que dé la vuelta y te abandoné para siempre.
Dices que él no se merece este castigo.
Que tu amor me haya elegido, y que no quiera perderte.
Petunia Espino tenía una voz muy bonita. Ulises tocó el laúd con pasión y destreza, cuando no lograba vender fuegos de artificio se ponía a tocar en las callar para salvar la comida. Lys tocó un par de tambores graves con palos. Prepararon el espectáculo para los invitados al salón del trono.
Hazle caso al corazón...
Yo te lo pido.
Beret sonreía, taimado. Envuelto en su vestimenta negra con hilo dorado y la corona estrafalaria de soles y lunas. Los sacerdotes que lo acompañaban portaban un pesado sol de bronce en el pecho como emblema de su religión.
Probablemente... no has querido lastimarlo.
Y estás diciéndole mentiras de los dos.
Lo que no sabes es que solo con mirarnos.
Es tan fácil delatarnos...
Que morimos por amor.
Yo no voy a resignarme...
¡Y que me perdone Dios!
Los tres magos cantaron al unísono con voces de soprano, melódicas. Se habían quitado las máscaras y revelaron rostros infantiles.
¡Yo te amaré!
¡Aunque no estés a mi lado!
¡Y no me quieras escuchar!
¡Aunque digas que has cambiado y que te tengo que olvidar!
¡Yo te seguiré buscando!
¡Te seré incondicional!
¡Yo te amaré!
¡Porque sigo enamorado y he jurado serte fiel!
¡Porque tienes que aceptarlo!
¡Que me amas tú también!
¡Porque estás pensando en mí!
¡¡¡Aunque ahora estés con él!!!
Los sacerdotes rompieron en aplausos con rostros sonrientes. Beret asintió y miró de reojo a Comodoro. Los alquimistas llevaban capas negras con las insignias de sus estudios metódicos en broches. Junto a ellos estaba Miguel Leroy que no dejaba de ajustarse las gafas de culo de botella.
Beret se frotó las manos manchadas.
-Gracias por el recibimiento, reina.
-Los muchachos quisieron hacerlo por voluntad-sonrió. Anaís entró en el salón con una sonrisa, llevaba la mata de rizos negros aceitada y un vestido escotado hecho con plumas de cuervo-. Querían impresionar al Sumo Pontífice.
Beret los saludó con una reverencia mientras recogían los instrumentos.
-Deben recordar que la señorita Felicia los dejó como escolta de la reina. No como trovadores.
Annie frunció el ceño, confusa. Se había metido en un vestido azul oscuro con escote y hombros desnudos. Llevaba un relicario con una ninfa de plata en el pecho.
-¿Qué quiere decir?
-Creí que podría desempeñar el papel de gobernante tan espléndidamente como su señor padre-replicó. No pudo sostenerle la mirada sin sentir una punzada de dolor detrás de los ojos, pero no fue tan severa como las veces anteriores... Levantó la mirada-. ¿Cómo se le ocurre incurrir en la misteriosa resurrección del hermano de esa mujer?
-Yo..., creí que...
Beret pidió que todos salieran del salón, salvo Comodoro. Los sacerdotes y alquimistas se retiraron sin rechistar. Pero su escolta se negó rotundamente: Petunia no quiso abrir la puerta, Ulises se cruzó de brazos y Lys apretó los labios. Zacarías le dedicó una mirada fría a través de la máscara de perro y fue el último en salir tras la réplica. Estaba sola junto a los inmortales del Culto del Gran Devorador.
-Señorita Verrochio-inquirió Beret, severo-. Hemos trabajado con nigromancia desde que el finado Damian Brunelleschi subió al trono. Es nuestra revolución. Ahora, usted ha difundido el mensaje de que su reinado combate la nigromancia. Mandó a la Orden de la Integridad a detener a los brujos que se aglomeran en los cementerios y a investigar las plantaciones del sur. ¿Quién más, sino nuestros cadáveres han trabajado en ello?
-¿Sus cadáveres?
Beret sonrió, sus dientes relucían una blancura aterradora. Pero esta vez fue Comodoro quién habló:
-Los criados del Castillo de la Corte mediante Conversión Energética han sido reanimados como servidumbre. Bultos de carne trenzados con circuitos de mercurio, rellenos de sulfato y baterías de esencialina. Bajo la ciudadela permanece una legión de autómatas, esperando en bóvedas. Hemos aprovechado la telaraña de túneles para su movilización en la isla.
Annie palideció, su temperatura bajó al punto de congelación.
-¡¿Y qué hay del Polvo del Ocaso que utilizan para secuestrar?! ¡O del aquelarre del este que ha desatado fuerzas oscuras!
Beret apretó los labios y las arrugas de sus mejillas formaron una máscara tensa. Sus ojos azules como el hielo estaban sucios, violetas, como el humo.
-Debe utilizar el miedo para gobernar. Generé una necesidad de protección y dependencia al crear estos enemigos. Utilice el miedo a lo desconocido: a la brujería... Esa es la clave, señorita Verrochio: alimente el odio y la amarán.
-Esa mujer relató que su hermano tenía conciencia.
-Esa clase de brujería va más allá de lo que necesitamos.
Annie estaba temblando, sentía náuseas.
-Pero, yo no puedo... mentir. Hay brujos en nuestras filas que no abandonan a sus dioses paganos.
Beret sonrió, complacido.
-Y son la mayoría que acompaña a Gerard Courbet. Ellos son la causa de nuestro atraso: sus supersticiones, ritos y deidades; han arraigado el lado más primitivo de la cultura. Su adoración a estatuillas es abominable ante el verdadero y único Dios Sol. Debemos ser la luz ante la adversidad, y nos seguirán ciegamente hasta las tinieblas.
-¿Y el aquelarre del este?
-Hay que dejarlos madurar-Beret se acomodó la corona de tres piezas-. El terror crece, es abundante, y sus frutos sirven a quien los recoge. El Caoísmo se aferra a la vida y atemoriza a nuestra población descartada. Gabriel de Cortone combatirá las huestes de Azazel el Loco, sirviendo la causa de la justicia. La lucha parecerá imposible hasta que nuestro ejército de autómatas sea indetenible. Enterramos el viejo mundo junto con sus más macabras supersticiones y daremos luz a un nuevo amanecer para los escogidos con la quintaesencia.
Annie se removió en el trono.
-Será un exterminio.
Beret agitó un dedo. Comodoro soltó su risa de pollo y la miró, con sus ojos pequeños incrustados en el rostro derretido.
-Esto, no es exterminio-explicó el rector-. Es una reutilización de recursos: los seres humanos son recursos. Su sangre se pueda transmutar en esencialina; combustible. Después de la extracción, la carne se desprende para ser aprovechada en fábricas como diversos productos. Los huesos se pueden utilizar para estudio de campo. Más allá de los rituales que se llevaron a cabo con seres humanos... en antiguas supersticiones. Deshacerse de un cuerpo es desaprovechar todo el fósforo y los nutrientes: nitrógeno, carbono y calcio. Enterrados más abajo los cadáveres después de una masacre, se nutrirá la tierra... para una cosecha abundante. Sus espíritus vivirán en la tierra, en las plantas, y en los que los consuman. Vivirán para siempre.
Annie tragó saliva. Imaginó lo que estaban haciendo los autómatas: excavando las tumbas del cementerio y enterrando los restos más abajo para cosechar en un futuro. Manos negras. Un ejército de cadáveres. Reprimió las horcadas. Paneles de oro con glifos grabados.
-La Biblioteca Prohibida de Julián Sisley-vociferó. Miró a los ancianos-. Ustedes han liberado el conocimiento prohibido en manos envenenadas.
-Muy astuta-los ojos de Beret volvieron a su inusual brillo translúcido. De su vestimenta extrajo un collar con una redecilla de oro. Annie se preguntó cuántas personas habían muerto por aquella pequeña redecilla para el cabello de una reina muerta-. Los sacerdotes de la iglesia son eruditos de textos sagrados y encontraron concordancia con los libros dorados y así como los acólitos de la Casa de Negro, han descifrado leyendas, historias y conocimientos. Han difundido fragmentos en toda la isla para propagar el caos. En particular, en aquellas localidades donde puebla el misticismo antiguo y la brujería. Los sacerdotes alimentaron el imaginario de los brujos y desvelaron secretos perdidos: dioses olvidados, pactos con demonios, sortilegios de amor y hechizos de sangre. El aquelarre es solo el conglomerado de estos conocimientos desperdigados.
Annie se estremeció con un escalofrío.
-Eso es terrorífico.
-Es inteligente-Beret se frotó las manos con entusiasmo-. Creamos nuestros héroes y villanos. Escribimos la historia detrás del telón. El Culto del Gran Devorador gobierna esta isla con pinzas candentes.
Annie asintió, señorial. Ya no sentía miedo, ahora solo sentía rabia y estupor.
-Entonces fueron ustedes quiénes guiaron a mi padre a los sepulcros de los Sisley y profanaron las tumbas por capricho. Dejaron salir los engendros y los males de la tierra y toda la destrucción que trajo consigo: las sequías, la hambruna y las guerras. Causaron la rebelión de los Scrammer y la masacre del Valle de Gigantes. El Culto del Gran Devorador le dio paso a la Cumbre Escarlata para la ascensión del Emisario de Dios y la destrucción de la Sociedad de Magos-su voz fue subiendo, hasta que habló a gritos. Los ojos se le humedecieron-. ¡Todo lo que conozco es dolor! ¡Todos mis seres queridos han muerto en las malditas guerras que provocaron! ¡Ustedes son el mal que impera en la isla!
La sonrisa de Beret se resquebrajó en fragmentos.
-Todo es por el cambio. Deje de ser tan inmadura y comprenda.
-¡Dicen que traerán paz y felicidad al mundo, pero solo conocen el camino de la muerte!
-¡Del caos surge el orden!
Annie apretó las muelas y estiró las manos al mismo tiempo que el Sumo Pontífice. Pensó en una Proyección lo más rápido que pudo y se concentró... Tenía al menos tres estaciones sin utilizar su quintaesencia.
-Un cielo blanco... se vuelve naranja con el atardecer.
Olió una brizna de canela en brasas y las partículas le erizaron el vello de los brazos. Sus dedos se calentaron y las vías sanguíneas de sus extremidades se entumecieron. Un estallido de luz pálida la cegó y el golpe destrozó el trono. Annie rodó sobre astillas con el vestido chamuscado. Su cabello lanzaba volutas de humo.
Levantó los brazos para erigir un reflejo.
«Tierra, aire..., agua y... Fuego» recordó. Beret hizo una señal y Annie retrocedió, de rodillas con las manos extendidas, empujada por el pulso poderoso. Un zarcillo de fuego azul se desprendió de la mano manchada del anciano y cruzó la estancia para estrellarse contra su reflejo. Annie gritó con las manos cubiertas de ampollas. Sentía que estaba a un segundo de ser destrozada por decenas de descargas. Gritó con todas sus fuerzas y escuchó un crujido. Las puertas del salón se deshicieron en astillas con una explosión.
Zacarías levantó la varita y descargó un relámpago sobre la espalda de Comodoro. El anciano rector se irguió como nunca y sus ojos saltaron de su rostro... Cayó como un plomo con la espalda convertida en un amasijo de pulpa carnosa y costillas ennegrecidas.
Beret dio una vuelta espléndida y trazó un reflejo a su alrededor. Las descargas de esencia reventaron en su burbuja y fueron devueltas. Lys se encogió cuando una bola de luz la golpeó en el vientre.
Ulises sacó un rollo parafinado con una mecha y chasqueó los dedos para encenderlo. Del rollo brotaron lenguas de fuegos artificiales: rojos, azules, blancos y verdes. Explotaron ante Beret y lo cubrieron con chispas de muchos colores. Zacarías redujo la distancia, lanzando relámpagos que cubrían al anciano como una telaraña pálida.
Beret no se inmutó, su reflejo era inamovible. Levantó un brazo y un rayo violeta salió de sus dedos arrugados... El haz de luz atravesó a Zacarías, pero no le hizo daño a su cuerpo. El cuerpo del mago se iluminó con un destello: la tela escarlata brilló con un azul pálido y... se convirtió en una estatua de piedra. Zacarías estiró una mano a ella y profirió un sonido gutural. La máscara de perro se deshizo junto con su cabeza y se redujo en una montaña de cenizas grises.
Francis confrontó a Beret y agitó la varita sobre su cabeza. Un estallido destrozó su máscara de serpiente y sus ojos verdes brillaron como dos hogueras llameantes.
-¡Cenizas en la base de un árbol muerto!-Conjuró la Proyección.
De su varita brotó un chorro de mercurio hirviendo. El hedor a hierro caliente inundó el salón. La sustancia piroeléctrica bañó el reflejo del anciano y la barrera chisporroteo como gotas de aceite y cedió... La corona estrafalaria se deshizo ante las partículas hipercargadas y ardieron. Gotearon sobre su brazo y vestimenta. Annie vio la sangre manando de su cuerpo como flores rojizas. Los alquimistas y sacerdotes corrían, despavoridos.
Petunia, Ulises, Francis y Lys levantaron las varitas a la vez y soltaron robustas descargas de esencia ionizada. El anciano se deshizo en polvo antes que fuera alcanzado y se levantó una cortina negra.
Annie se envolvió en aquella espesura de humo negro y el mundo desapareció. Yacía en el suelo sobre los restos del antiguo trono de los Celtas. No podía escuchar nada. Salvo por la risa de una criatura de enormes alas negras. Alas de murciélago y enormes cuernos retorcidos.
El mundo desapareció en aquella bruma y nunca pudo salir.