Capítulo 14. Canción de Medianoche de Courbet

Capítulo 14. El Mago del Valle Crepuscular.

Con el tiempo descubrió que el mundo era mucho más de lo que veía y escuchaba. Misterios en la atmósfera. Sensaciones vibratorias cargadas del quinto elemento. La esencia misteriosa manaba desde las profundidades de aquel lugar. Lucca le había dicho que en el mundo existían rupturas, espacios donde habitaban fuerzas desconocidas... No todos los magos creían en su existencia o aprovechaban su energía primordial. Según su maestra, numerosas rupturas pululaban el bosque que rodeaba Rocca Helena.
Niccolo veía sensaciones virar en el aire. Su mente se abrió al entendimiento del universo, y a su vez, él mismo se conectó y unió... Era aquella misteriosa manera de pensar la que hacía a los magos tan excepcionales. Ver cosas más allá de lo real, de lo tangible. Los que poseían las facultades, desarrollaban sus sentidos de tal forma, que su realidad cambiaba. La llovizna, aquella ligera que caía cada mañana dejando todo regado de rocío, era, de cualquier forma, un misterio; al principio no la comprendió. Todo tenía un halo de enervante enigma, así como la densa vegetación que cubría el pueblo como las murallas de un castillo laberíntico. La lluvia piadosa, el sol brillante, la fértil tierra... pero era otoño.  Se encontraban dentro de un vasto yermo de tortuosa ruina... Era el paraíso en el infierno, o como descubrió: el infierno en el infierno. Estaba sucediendo algo inusual, era un pueblo fuera de lugar... como un sueño de verano sin fin.
Con su nueva visión del mundo, había descubierto nuevos olores, nuevos sonidos, nuevas sensaciones. El mundo micro cósmico que lo envolvía como una botella empañada, se convirtió en un telescopio, ahora miraba las estrellas... El macrocosmos se abrió mostrando sus misterios.
La lluvia venía cargada de esencia.
No era un olor particular. Constaba de uno y un millar de olores escondidos, era fantasía condensada... donde lo racional se detenía para dar paso a lo irracional y regresar. Cada vez que precipitaba, aquella prisión era abonada con una brizna de esencialina que nutría los suelos que los hombres cultivaban. En cada ocasión, Niccolo descubría un olor y una sensación nueva: la lluvia olía a colores, a cenizas, a desesperación, amor y a tierra.
Había lugares que despedían aquel almizcle de fragancias redundantes, pero prohibían su acceso. Los magos del Gremio resguardaban toda actividad del resto de personas. ¿Qué podría haber allí donde la señal llamaba a gritos con aullidos de roble, llantos de sangre, acero lujurioso y desesperación?
La lechuza le mostró las máscaras, pero Niccolo aún era muy inexperto en el Misticismo como para recordar. Los recuerdos estaban sellados por gruesas barreras de hierro. Solo sabía... que debía temer lo que tanto se esforzaban por esconder. Lucca le enseñó el arte, pero si ella también estaba involucrada en aquello... era mejor guardar silencio.
Se acercaba la hora...
Por más que corramos el destino siempre llega. Se había preparado. Meditaba recuerdos y leía las palabras de Lucca grabadas en su cabeza. No había leído ningún grimorio de artes místicas, pero aprendía y descubría, intentaba aislar sus pensamientos como le enseñaron y proyectar su propia dimensión. Ya tenía grabada su Imagen Elemental y adquiría control sobre su flujo energético. Aquella fragancia de menta y lavanda, con un gusto a tierra mojada por lamentos... surgía desde su interior llenando los vacíos.
Mantenía los ojos cerrados, divisando los cúmulos de esencia flotando a su alrededor.
Y ella regresó, al principio no la reconoció, ni ella a él... Estaba muy sucia y alta. Pero lo sintió, podía identificar a las personas por su esencia. No todos podían manipularla, pero cada ser vivo la poseía, era lo fundamental. Había mucha luz, era como una hoguera, cálida, su brillo era hipnotizador. Llenó la casita con bucles desenfrenados de canela y ramas de espino quemadas. Se sentía como la inocencia, la vida. Era muy pura.
Cuando abrió los ojos vio a Annie. Su presencia era tan inaudita que eclipsaba al otro niño, demacrado. Ella lloró y corrió a abrazarlo, a pesar del polvo... no la recordaba tan crecida ni tan bonita. No supo que la reconoció por su esencia.
—Creí que nunca volvería a verte—gimió y no quiso dejar de abrazarlo—. No creí que fueras tú, estás más alto y fuerte... Ese cabello cobrizo salvaje y revuelto te queda bien, Niccolo.
—Annie—cogió sus cabellos dorados con temor—. No deberías estar aquí.
En eso, Camielle Daumier entró a la casita, tan alto como él, de cabellos plateados y capa negra. Lucía como un espectro de otro mundo. Un cuervo detrás de él, entró revoloteando... Había visto a aquel animal en sus sueños.
—Annie ahora es rehén del rey Seth, permanecerá en el Segundo Castillo—se veía más oscuro que nunca, rodeado de aquella aura de nubes negras y murmullos lujuriosos. Olía a piedra y cadáveres, a tumbas—. Solo venimos, porque este niño está herido y ella no deja de llorar.
Aquel niño de ojos almendrados era el menos especial de todos, parecía un animal vestido con pieles y estaba cubierto de sangre, polvo y lodo. Tenía la mirada ausente y respiraba soledad, se parecía a Niccolo. Lo revisó, notó un montón de moretones y dientes de leche faltantes que volverían a crecer, estaba flaco y no parecía muy lúcido. Pero estaba bien. Annie no quiso irse, pero Camielle la obligó y antes de salir de la casa, amenazó a Niccolo:
—Ese pájaro tuyo—sus ojos violáceos le causaban frío en las extremidades—. Mantenlo lejos del bosque... o haré que mi cuervo se coma sus tripas. Ya sabes que esta prohibido abandonar el pueblo sin permiso.
Se marchó azotando la puerta con un graznido gutural del cuervo, infausto, negro y amenazante. Niccolo suspiró... Había cruzado toda la isla y aún así no podía escapar de los problemas. Pero, no era el bibliotecario solitario que siempre tenía miedo de vivir. No, todo había cambiado. Era un conspirador, un mago, un renegado y un austero rebelde. Se enfrentaría contra otro aprendiz y ganaría para demostrarle a Lucca, a Mia y a si mismo que todos cambian para mejor. Ya no se dejaría intimidar por Camielle... Tenía que proteger a Annie y descubrir que ocurría en el pueblo.
Llegó la noche de luna llena. Se había bañado y cepillado el cabello revuelto, como le pidió Lucca: «ante todo la presentación». Se puso una camisa blanca no muy usada, pantalones de lana sin teñir y botas altas de cuero viejo. Se guardó el puñal afilado en una bota porque lo reconfortaba, se colgó la capa aterciopelada celeste que le regaló Balaam y se guardó en uno de los muchos bolsillos el cristal catalizador, que repentinamente cogió la maña de oler a menta y lavanda. Se veía tan bien, que si les decía a todos que era un mago... nadie lo negaría.
El cristal se hacía pesado de repente, cuando estaba dentro de su capa. Tenía la peculiaridad de brillar cuando lo sostenía entre sus manos y pensaba en su proyección. Era del tamaño de su puño y el cuarzo blanco se tornaba azulado mientras Niccolo lo manipulaba. Alumbraba con distinta intensidad, según lo concentrado que estuviera o la profundidad del pensamiento. También funcionaba para otras cosas, le había dicho Lucca.. como almacenar quintaesencia del cuerpo o de una ruptura.
La luna brillaba alta como una moneda de plata que se derramaba sobre la faz de las tinieblas. Salió por la empinada muralla de tierra entre carpas coloridas, siguió por los campos de cultivo, tan tenebrosamente fértiles en aquella estación... mientras las casas de madera dormían en silencio. Era muy exhaustiva la jornada de cada persona, desde el cultivo hasta las labores de espada que todos, hombres, mujeres y niños hacían... La lechuza voló junto a él, mientras los nervios crecían en sus entrañas.
Una pequeña montaña de tierra rodeaba al pozo seco y derruido. Se congregó un grupo de personas allí, todos los miembros del Gremio de Magos: estaba Pisarro, un poco viejo, de cabellos rojos y gruesa túnica malva. Argel Cassio el antiguo castellano del Séptimo Castillo, con sus rizos color arena a la luz plateada y su capa verde reluciente. Julius van Maslow, todo morado y sonrisas. Lucca della Robbia, tan hermosa vestida de azul con el sol en el cabello. Los demás permanecían a los pies de la montañita. No los reconocía, pero eran al menos dos docenas de personas. Lucca fue hasta él, sus ojos verdes brillaban. Todos en algún punto fueron miembros de la Sociedad de Magos, pero abandonaron su lugar y se congregaron en Rocca Helena bajo el mando de Pisarro du Vallée.
—Los magos somos pacientes, Niccolo —toda ella era vibración y electricidad... pero, una llama muy pobre latía en su interior. Lo veía claro—. Pero a ti te gusta hacer esperar.
Los magos lo miraban, expectantes. Con sus túnicas coloridas y sombreros estrafalarios. Muchos llevaban pendientes y relicarios. Hizo una reverencia.
—Mis señores—saludó.
Todos asintieron con la cabeza.
—Niccolo Brosse—sonrió Mia, envuelta en rizos negros y terciopelo rojo. Las estrellas de esa noche comenzaron a brillar—. Te daré un beso, si ganas.
Disimuló con una sonrisa el sonrojo mientras se derretía.
—Lo haré, señorita.
Una risa creída reventó en sus oídos con exasperación. Levantó la vista contemplando a un joven de cabello plateado y ojos violáceos.
—¿De verdad eres un mago?—Se mofó Camielle. Sentado en el montículo sobre su capa negra, estaba afilando un puñal—. Nunca sentí un flujo energético en ti. Debes poseer facultades muy pobres—le dedicó una sonrisa engreída—. Como las de tu maestra.
Una mujer de sombrero plateado estalló en carcajadas.
—¡Cierto!—bramó. Lucca se ensombreció, al parecer no era su fascinación ser la burla—. Ella nunca se graduó del Jardin de Etoiles como primer nivel. Sino fuera por Sir Cedric, se hubiera convertido en costurera.
Una risotada general recorrió el pozo y las mejillas se le encendieron de rabia. Nunca había leído un libro de prácticas místicas o tratados de Proyección, pero daría lo mejor de sí por Lucca. No sabía realizar ningún hechizo... y quizás Lucca tampoco fuera capaz de realizar ninguna Proyección o Evocación. La rabia desapareció... Cayó en la cuenta de la falta de preparación de su maestra. Por eso su insistencia en inculcarle esgrima y la pobre educación en el Misticismo, porque no sabía o... no podía realizar nada aparte de la fijación y destilación de su débil esencia. Se asustó, pero lo que más le aterraba... era que no debía tener miedo. Lucca tenía lo lágrimas en los ojos, pero se mantenía firme, con la nariz en alto mientras Affinius reía a carcajadas y la señalaba.
—Ni siquiera deberías considerarte magician, Lucca della Robbia— sentenció el mago morado sin disimulo.
—¡Suficiente!—Ordenó Pisarro, el líder del gremio. Aunque no estaba muy dispuesto a defender a Lucca.
El encuentro fue atestiguado por Pisarro. En el terreno despejado, cubierto de hierba y rocío nocturno, un millar de aromas diferentes impregnaba el aire. Todos tenían una particular esencia desconcertante. Se sentía en una perfumería alquímica. Lucca y Julius se dedicaban miradas y gestos de odio. Niccolo vio a un joven pelirrojo de ojos azules, piel clara y pecosa, parecía tímido... pero estaba muy atento, estaba cubierto por una capa de lana marrón. Su flujo energético débil había permanecido oculto entre los otros magos. Se colocó al otro lado del campo, a una distancia prudente.
—Niccolo Brosse—clamó Argel Cassio—, de Obscura. Círculo de Lucca della Robbia.
Esperaba aplausos, pero solo obtuvo sonrisas, eran muy modestos. Lord Argel estaba sobre la elevación de tierra, junto al pozo derruido para presenciar mejor el terreno desigual. Niccolo se sentía sobre una nube. Al otro lado del terreno, junto a Julius, estaba el joven pelirrojo de capa gastada, no podía detectar su esencia. Estaba nervioso.
Lord Argel hizo un ademán hacía ellos.
—Renoir Berthe Morisot—el joven realizó una inclinación de cabeza con una reverencia y todos aplaudieron. ¿Qué significaba aquello?—. Un joven culto del Jardin de Etoiles. Del círculo de Julius van Maslow. El Mago del Valle Crepuscular.
No sabía que pensar, ¿quién era él? ¿Por qué le habían aplaudido? Solo sabía que aquel Renoir provenía del Jardin de Etoiles, el mismo lugar que Julius, Lucca y todos los grandes magos como Sam Wesen o Cedric Scrammer. Y él no era nadie. Solo un escribano fugitivo que tocó por equivocación un monolito. Caminó hasta quedar a diez varas frente él, en un combate de esgrima tal vez tuviera oportunidad de ganar, pero los duelos de magos eran sin armas. Solo la mente y las artes místicas.
—Ahora—Argel se acercó al pozo vacío y suspendió una mano dentro—. Se enfrentarán dos jóvenes aprendices, magos prometedores para el orgullo de sus maestros. —Dejó caer una luz colorida en el pozo.
¿Qué iba a hacer? Su mente iba a toda velocidad, muy rápido. Sentía mareos y escalofríos. Aquel joven de presencia abismal estaba preparado, una sustancia en el aire cambió. Berthe tenía algo escondido bajo su capa. Niccolo, a lo lejos, escuchó el sonido de muchos pies en la grava, sentía las palmas sudadas y... ¿El sabor dulce de fruta en la boca? Miró bien a Renoir Berthe, con las rodillas flexionadas y el ceño fruncido. Esculpía un encantamiento, murmuró una proyección.
Extrajo la varita a toda velocidad...
Niccolo lo había olvidado. Aquel joven pelirrojo era uno de los que lo acompañó en su viaje. Después de todo, era aprendiz de mago y Julius era su maestro perdido. Se calmó, se dio ánimos... El sabor a durazno era el recuerdo compartido del viaje. Él y su hermano gemelo tenían una canasta de duraznos. Mirándolo fijamente... el flujo energético de Renoir cambió, comenzó a funcionar como un horno. Cerró los ojos agudizando sus rasgos. Podía sentirlo con su percepción expandida.
El elemento plasmático, explotó dentro del pozo cuando tocó el fondo vacío. Con un murmullo energético que se prolongó hasta las ramificaciones más agudas de sus sentidos. Vibrando a través de sus células.
Renoir levantó la varita como si la fuera a lanzar y el pensamiento se desprendió. Niccolo cerró los ojos y percibió un color impuro formado por un intenso murmullo de madera. Un pensamiento abstracto y débil. Se movió un poco en su lugar, avanzó, giró sobre sus pies y la proyección silbó junto suyo... rozándole la capa, con un cosquilleo en la nariz de notas de madera. Abrió los ojos y vio ondas energéticas flotando en el aire. Apuntó con un dedo al joven y pensó en... «un estanque congelado cubierto de hojas rojas». La imagen recorrió su mente con un hormigueo, hasta su brazo, desprendiéndose a través del dedo guía... y una bola de chispas azules brotó con una punzada de calor.
Rápido como una serpiente. Renoir deshizo la proyección con un movimiento de revés... casi como una bofetada, con su varita. Las chispas azules chisporroteaban en la hierba antes de desaparecer. Niccolo disparó dos veces su proyección, seguido del estallido al otro lado del campo... cuando Renoir deshacía la maraña de chispas con sus ademanes. El pelirrojo murmuró por lo bajo, agitó su varita en círculos y vomitó una Evocación Elemental de Gases, de su punta. La nube de gas vivo y brillante, cambiaba de estado intermitentemente. De líquido a plasmático, y a gaseoso. Un pensamiento incompleto... Quebradizo por su densidad mal formulada. Creciendo en densidad mientras viajaba, acortando la distancia... Hasta el joven escribano.
—Un estanque congelado—murmuró Niccolo agitando su dedo hacía Renoir—... Su superficie cubierta de hojas rojas marchitas.
La boca se le llenó de tierra mojada y... cuando iba a contrarrestar la evocación, deshaciendo su estructura. Sintió como el dedo se le desprendía con un latigazo de calor. Cerró los ojos ante la envoltura de gas. La niebla dorada lo cegó con un calor sofocante... Que lo arrastró como una ola de oro fundido, desenfrenada. Contuvo el aliento, en su vuelco...  Dio un centenar de vueltas en el suelo, se golpeó la cabeza, la cintura y las rodillas. El codo se le adormeció. No se desmayó, porque escuchó a Lucca gritar. El mundo se nubló por el entumecimiento. Sus sentidos estaban sofocados  Una mezcla de dolor y espasmo cubría su cuerpo.
Escuchó la voz de Mia, llamándolo. La biblioteca se abría en complejas estanterías de libros viejos y lámparas de vidrio. El suspiro de Mia. Una noche estrellada con galaxias achocolatadas surcando los cielos condenados a la decadencia. El abrazo de Mia. Su calor. Los labios de Mia. La brisa congelada del anochecer. Una canción de medianoche que atravesaba sus huesos. El orgasmo de Mia... Su olvido.
Se levantó aturdido. Tenía la boca impregnada de madera quemada, escupió, fragmentado... La uña le sangraba y la punta de su dedo estaba chamuscada. Su capa estaba perfumada de aquel aroma a madera tosca. Los oídos le zumbaban, no escuchaba los gritos. No aguantaría otro golpe como ese... Niccolo suspiró profundamente, sopesando el dolor. Podía verlo... A lo lejos le llegaba el murmullo de la Imagen Elemental de Renoir. Cerró los ojos, concentrándose en las sensaciones que despuntaban en el horizonte próximo de la visibilidad. El pelirrojo con la varita en alto, despidiendo aquel brillante humo nebuloso que olía a madera y retumbaba como pasos en la gravilla. Su padre tomó el hacha con las dos manos y el filo reventó el tronco en un millar de astillas.
«¿De dónde es este pensamiento?—pensó Niccolo. Tomó el cristal oculto en su capa, cerró los ojos e imaginó que a su alrededor existía un anillo de arcilla roja—. La tierra me rodea—la arcilla se levantó en polvo y se convirtió en un remolino otoñal de hojas, girando a toda velocidad—. El aire me rodea—el viento cambió de estado a líquido y el agua furiosa corría dando vueltas como un círculo de tempestad—. El agua me rodea—el líquido se volvió negro como aceite, justo antes de estallar en llamas como un remolino de fuego salvaje—. El fuego me rodea».
El cristal brilló y la Evocación Elemental de Gas se deshizo contra su reflejo, extendiendo tentáculos de humo dorado, hirviente, a su alrededor... Sin poder tocarlo. Un olor nuevo llenaba el aire y no supo describir que era. Lo rodeaban todos los elementos. Lo protegían del holocausto de condensación. El reflejo protector chisporroteo a su alrededor, las burbujas reventaban. El calor lo golpeaba en el rostro mientras erigía aquella barrera invisible. Sintió una fuerza crecer, extendiéndose por sus vías sanguíneas con un calor doloroso. Tuvo una nueva imagen. Colorida... El color del cielo, puro, era un pensamiento concreto y firme. La silueta del monolito cruzó su mente. La roca se partió, liberando un rayo de luz plateada. Las palabras llegaron a sus labios, incontenibles.
—Un cielo azul pálido con un sol dorado—proyectó Niccolo, escuchando una cascada que no existía.
Su flujo energético se descontroló con un hormigueo violento. Sus venas palpitaron y materializó una sustancia de densidad inestable. Constituida a partir de partículas elementales... Soltó el cristal. Cogió la materia entre las manos. Resplandecía como el fuegodragón. Abrió su canal de percepción, vislumbrando un camino energético que lo unía con Renoir. Lanzó con todas sus fuerzas aquella energía materializada.
La proyección de Niccolo zumbó en el aire como una bala impulsada. Renoir levantó su varita y conjuró un reflejo. El gas brillante formó un escudo, deteniendo el impulso de la esfera de material plasmático. Las chispas volaron por todo el claro de hierbajos... Renoir luchó contra ella. Sus manos temblaban... La barrera dorada cedió y su cuerpo fue embestido con un estallido de luz. El joven fue arrollado por el impulso, su cuerpo se convirtió en un remolino de lana y hierba. La tierra voló por los aires. Niccolo sintió un mareo y se dio cuenta de sus manos quemadas. Se mordió los labios conteniendo las lágrimas. Una ola de cansancio recorrió su cuerpo. Corrió hasta donde el pelirrojo y lo apuntó con su otro dedo guía.
Argel Cassio lo declaró ganador del duelo.
La noche se llenó de aplausos y vítores. ¿Qué había pasado? ¿Había lanzado una proyección, que ni siquiera conocía? Se sentía fatigado y tenía un moretón tremendo en la cabeza. Lucca saltó a abrazarlo y besó sus mejillas. El tiempo pasó muy deprisa y tan lento a la vez. El golpe en la cabeza le dolía. Su mente seguía embotada por el momento y los golpes. El delirio de la contienda. Se preocupó por Renoir y lo ayudó a levantarse, a parte de los hierbajos y la capa chamuscada, estaba ileso. Estrechó muchas manos e intercambió palabras que no recordó con los magos. Estaba mareado. Quería ver a Mia pero no la encontró por ningún lugar. El Gremio se disolvió en un momento de cortesías.
Niccolo volvió a serenarse. Estaba bebiendo vino junto al fuego con Lucca, solo ellos dos. Su maestra tenía las mejillas coloradas por la excitación y él, la lengua muy floja por el vino. La cabeza le dolía, con cada trago del picoso líquido. El dolor disminuía, así como la sensación de realidad. ¿En qué se estaba convirtiendo? En pleno enfrentamiento, la energía parasitaria engendrada en su cuerpo... deshizo todas las inhibiciones de su mente. Era como si aquel poder hubiera tomado el control de sus facultades.
—Estoy muy orgullosa—los ojos verduscos de Lucca lanzaban destellos—. Siempre quise ver esa cara en Julius.
—¿Lucca?
—Mmmmm.
Su maestra le dio un beso en la frente. Niccolo se sonrojó, la diferencia de edad era casi inexistente entre ambos.
—No sabía—intentó explicar lo ocurrido—. Nunca aprendí esa proyección—La mujer lo miró, extrañada—. Hablo... de la que conjure para derribar a Renoir. Nunca yo... Solo conozco una proyección. Pero en medio de la batalla, mientras sentía mi flujo energético mezclarse con mis vías sanguíneas. Yo... Tuve un momento de lucidez. Es como si otros pensamientos se hubieran adueñado de mi mente. Me aterra que en algún momento deje de ser yo mismo.
Lucca tomó un largo trago. Sus ojos chispeaban, lanzando motitas doradas. Vestía de azul con protecciones de metal.
—Podemos dar forma a la esencia mediante el pensamiento—contó, se sirvió otra copa—. Las Imágenes Elementales que proyectamos a nuestro plano físico, no son pensamientos que se puedan describir. Son recuerdos. Muchos de los hechizos que usamos en el Misticismo... son recuerdos de magos antiguos.
—¿Entonces que hice?
—Abriste tu mente—Lucca lo abrazó con violencia y lo lanzó a la hierba junto a ella—. Los magos forjan pensamientos cargados de sentimientos. Seguro lo sentiste cuando te enfrentabas a Renoir. —Recordó los recuerdos que flotaban ante sus ojos... A un hombre grande de barba roja que manejaba un hacha—. Pero tú fuiste más allá. Tal vez tuviste un recuerdo y lo proyectaste. Lanzaste emociones... Todos allí presente las sentimos.
—No entiendo, Lucca—había visto ese color azul del cielo, pálido... en algún lugar. El sol a través del ventanal de la biblioteca. Miles de veces—. ¿Qué pensé, exactamente?
—Amor, Niccolo. Todo el amor que deseaste y te negaron. Fue la emoción más pura que sentí nunca—sus dedos duros acariciaron su cuello. Ella se introdujo en su capa mientras miraban el firmamento—. Tienes mucho amor y no sabes qué hacer con él.
Le golpeó el pecho con suavidad y se apretó... Niccolo lloró, sin razón alguna, solo se le humedecieron mucho los ojos. Recordó sus errores y el dolor que sentía salió a la superficie. Sus padres sucumbieron en un ritual de Sublimación que salió mal. Fueron poseídos por una fuerza oscura que los obligó a matarse. Escuchó los golpes y los gritos en la cámara secreta. Niccolo descubrió a sus padres mutilados en el pentagrama de sal. Las paredes estaban cubiertas de sangre y las llamas oscuras consumían los espacios reducidos del recinto. Habitaban monstruos descarnados con armas punzantes. Su padre le pidió que lo matará, las llamas lo consumían. Los intestinos de su madre se retorcían como serpientes decapitadas. Niccolo tomó el cuchillo y se lo clavó en los ojos a su padre, sintiendo como estallaban aquellas uvas sanguinolentas.
—Gracias, hijo—sus ojos vacíos lloraban lágrimas rojas.
Niccolo corrió, lejos de aquella cámara destruida. Sus tíos lo encontraron, mudo e incontenible. Las fuerzas habían salido de aquella grieta en el pentagrama. Bailaban, septentrionales, en las nubes negras del cielo demoníaco. Sus tíos lo llevaron con la bruja Sangreazul. Aquellos recuerdos fueron enterrados profundamente bajo capas de otros recuerdos nuevos, más sublimes: sus padres despiadados, moliendo a golpes al pequeño Niccolo. Agradeció que Lucca nunca se fuera.
Fue a ver a Gerard. Se sorprendió de que no estuviera Pavlov por ningún lado, solo estaba el bardo muy animado junto a un joven... conversando. Entró en la carpa de rayas blancas y moradas.
—¡Niccolo!—Gerard se alegró de verlo—. Escuché lo que hiciste. Te felicito. Ven, siéntate. Este es mi viejo amigo, Jean Ahing.
Jean era muy flaco, parecía un muerto y sus rizos negros se le pegaban al cráneo. Además, era muy moreno... como si hubiera caminado bajo el sol durante días. Llevaba la capa negra de los alquimistas.
—Jean, este es el joven de la historia triste que te conté. Debes escuchar su historia, Niccolo. Es toda una locura.
El bardo arañó las cuerdas de su lira mientras rimaba frases de Niccolo Brosse a través del Bosque Espinoso para recuperar el amor de Miackola. Algunos versos le sonaron soeces, otros... pretenciosos y hasta solemnes. Gerard era muy talentoso para componer canciones. Sus dedos tocaban notas con naturalidad.
—Pero ese es el pasado—recalcó Gerard.
—Que raro—se sorprendió Jean.
—¿Qué?
—Creí que tú vivías en el pasado, por lo de aquella mujer.
El bardo cerró los ojos y sonrió.
—Ella no me ama—su tono frío ocultaba tristeza, olía a arrepentimiento—. Solo... tarde mucho tiempo en notarlo.
—Yo siempre te dije que ella no valía la pena. Esas mujeres de alta cuna solo piensan en su comodidad. El marido les da igual. No son diferentes de las putas, se abren de piernas a quien tenga dinero. ¿Cómo se llamaba?—Jean entrecerró los ojos
—Anaís—el bardo negó con la cabeza—. Anaís Ross...
—Escuché que fue nombrada Jefa de la Guardia en Valle del Rey y que tiene un amorío con el rey Verrochio. Aunque lo último, son rumores de los criados del castillo.
—Aun así, la amé en mis sueños primero—replicó—. En fin... N esperaba verte aquí.
—Debía venir, Gerard. Se acerca un ejército desde el norte, pero el Rey Dragón no me quiere escuchar.
—¿Cómo dices?—Se sorprendió Niccolo.
—Así es, traicione al Gremio de Alquimistas. No soporté ver a gente inocente ser drenada de su sangre para fabricar esencialina. Existe una fosa al noroeste, llena de cuerpos de ancianos y enfermos. Eso les harán a los rebeldes si toman la ciudad.
—Lo ves, Niccolo—Gerard se mordió el pulgar—. Este tipo está completamente loco. Es una excusa su deserción, a los alquimistas solo les interesa el descubrimiento... Jean piensa cruzar toda la isla por una mujer que solo conoce por cartas.
—Al menos a mí sí me respondían las cartas.
—Escribí mis mejores canciones esperando aquellas cartas, pero nunca llegaron. Supongo que con canciones no se construye una gran casa, ni se crían unos niños felices... Aunque tú no la conoces.
Jean puso cara de consternación.
—Si la conozco, Gerard.
—Por cartas, ni la has visto. De seguro es gordita, quizás viuda y con hijos.
—Lo que sé, es que la amo—Jean se sonrió como tonto—. Lo demás no me importa.
—Ves Niccolo, este loco es mi mejor amigo.
—Tú estás más loco, por amar tantos años a una mujer... que no dio nada por ti.
—Y aún lo estoy, Jean. Lo importante no es que te den. Da todo el amor que tengas y no esperes nada a cambio. Esa es la clave de la felicidad.
—Mi felicidad es mi gordita en Pozo Obscuro.
—¿Cómo sabes que no está con otros hombres?
—Yo también he estado con otras mujeres y no las he amado.
—Es curioso mi amigo. Yo no puedo estar con una mujer, sin amarla.
Niccolo se levantó.
—¿Adónde vas?—Le preguntó Gerard.
—Ustedes son muy tristes—dictaminó—. Me voy... Lucharé por el amor de mi vida. Antes de que sea muy tarde.
Mia se veía tan hermosa, que el mundo giraba a su alrededor. Sus rizos negros le daban color al universo y sus ojos vibraban. El anciano Bael no estaba en casa y Niccolo se sentía más vivo que nunca. En uno de los bolsillos de su capa tenía extracto de Lujuria... Lo usaría para seducir a Mia. Hablaron de su encuentro mientras el agua hervía, se rieron de su travesía por el Bosque Espinoso antes de llegar a Rocca Helena... Lo que le encantaba de Mia era su capacidad para decir cosas espontáneas. Era muy graciosa.
El agua hirvió, sirvió el té... Pero se detuvo antes de verter el té en la tácita. ¿Algo estaba mal con él? ¿Iba a drogar a una mujer, por amor? ¿Solo para forzarla a llegar a la intimidad? No... Tenía que ser sincero. Sus corazones no podían fusionarse de esa forma. Guardó el polvo y se sentó frente a ella con el té caliente en las manos. Mia levantó la mirada para verlo, sonrió. No quería arruinar su relación. La amistad de Mia era un tesoro precioso, pero... no soportaría verla en brazos de otro hombre.
—Mia—se inclinó, miraba con nerviosismo el suelo—. Desde... que te quedaste esa noche... a ver las estrellas con mi catalejo.
—¿Sí, Niccolo?—Sus ojos oscuros lo miraban, frívolos.
—Nosotros... Estuvimos juntos esa noche. Esa medianoche. Tu beso, fue... Increíble. Yo siempre... he querido decirte esto.
Mia suspiró, el rubor subió por su cuello.
—¿Decirme qué, Niccolo?
—Quiero decirte que... tengo días grises. No soy experto en nada. Ni siquiera sé si exista algo en lo que sea bueno. Pero te quiero mucho, Mia. Sé que no me amas, pero no quiero que te vayas. Nunca lo hagas, por favor.
—Niccolo...
Las emociones iban a toda velocidad por su mente. Se sentía cayendo cuesta abajo por una ladera pavimentada con guijarros. Corriendo hasta Mia con lágrimas en los ojos...
—Te amo—no sabía lo que decía, comenzó a imaginar a Mia tomada de su brazo mientras volaban por un océano de galaxias—. Siempre te amaré... Hasta que se extingan todas las estrellas. Y todos mueran. Te amaré hasta que los mares se sequen, y sobre sus restos salados, perduren... nuestras almas, eternas. Porque... he estado mucho tiempo esperando a alguien como tú. Porque quiero hacer todas esas cosas románticas... que no pude hacer en mi juventud. Porque... cuando no estás conmigo, me pierdo en mis pensamientos. Te quiero, Mia. Nunca le había dicho esto a nadie. Nunca sentí esto por alguien. Yo... te quiero, Mia.
Mia miró su taza. Los restos de té se arremolinaban en valles oscuros de líquido ambarino. Sus dedos temblaron mientras se mordía los labios. ¿Qué sentimiento era ese? Era muy desagradable verla de esa forma. ¿Dudosa, molesta? No podía descifrarlo. No quería entender... El silencio lo atravesaba como metales fríos. Lo lastimaba. Ver a Mia tan... incómoda lo quemaba más que una bañera de aceite hirviendo. Mia levantó los ojos llenos de lágrimas, miró los pozos cobrizos de Niccolo, escudriñando en lo profundo de su mente. Dudas, temor, secretos... dolor. Sueños de redención, epopeyas y romances. Todo eso pasó por su cabeza... ¿Eran los pensamientos de Mia? Nunca lo sabría. Ella rompió el silencio con sus duras palabras.
—Tú no me gustas.
Niccolo sintió, súbitamente, como el calor de su cuerpo escapaba repentinamente. ¿Dudas? ¿Por qué Mis lo rechazaba? Sus palabras dolían, clavándose en su alma como lanzas envenenadas. La corrosión en su pecho comenzó a quemar. Sus brazos y piernas ardían. Los ojos se le cubrieron de lágrimas. Mia no estaba siendo sincera consigo misma. Mia guardaba un secreto oscuro. Aquel veneno comenzó a derretir sus vías sanguíneas, marchitando su corazón.
—Por favor, Mia—Niccolo estaba llorando. No podía contener las lágrimas. Su garganta ardía, reprimió un sollozo—. No me digas eso... Yo te amo. Sé que tú me amas. Yo...
—¡No sigas, por favor!—Mia se limpió el llanto con el dorso de la mano. Su rostro enrojeció. Sus labios temblaban reprimiendo los sollozos. No podía excusarse, no podía decir la verdad. Estaba cerrándose. Cada vez podía sentirla más lejos. Sus pensamientos se aislaron... ¿Mia podía controlar sus pensamientos?—. ¡No puedo!—Cambió su semblante a uno tosco, cargado de reproche. Sus palabras ardían en lo profundo del pecho—. Eres muy egoísta. No es amor, Niccolo. Estás loco. La soledad se te subió a la cabeza... y quieres depender de mí.
—Te busqué, Mia—las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Si no me amas... ¿Entonces, por qué me besaste esa medianoche? ¿No significó nada para ti? ¿Mia? Creía que no podía enamorarme. Hasta que te conocí.
—No, no eres nadie para mí—el cuello de Mia enrojeció, perturbada. Reprimía otra oleada de llanto. Niccolo no quería tocarla—. Fuiste un capricho que no debió ocurrir. Estás obsesionado conmigo. No me amas, nadie podría hacerlo—hizo un esfuerzo desmesurado por soltar las últimas frías palabras—. No siento nada por ti.
Niccolo miró por última vez los ojos de Mia. Los recuerdos enterrados volvían a su cabeza con punzadas. Pentagramas de sal. Puñales negros. Círculos de sangre. Desamor. El beso de Mia. La oscuridad penetrando en su cuerpo. Unos ojos de bruja, luminosos... escudriñando en las profundidades de su mente.
—Mia.
La mujer se levantó con la voz quebrada. Las lágrimas brotaban a mares de sus ojos enrojecidos. Se marchó, dejando un vacío en su pecho, lo dejó triste y solo... junto con sus pensamientos. Un cauce de emociones, retenido se rompió y desbordó en sus venas, en sus ojos... Niccolo cruzó la isla para verla. Tenía ganas de decirle que era lo único luminoso en su vida, pero temió la respuesta. Aquel dolor era insoportable. Ardía en su pecho... Aferrado a su alma. Envenenando sus pensamientos.
«Tú no me gustas». Todo había sido en vano. Se recostó sobre el colchón de paja y se abandonó a su muerte. Estaba hecho pedazos. Lo estropeó con Mia... Ya no eran amigos. Tú no me gustas. Ella se fue para siempre. Como una imagen de niebla... ¿En qué se equivocó? ¿Fue un error enamorarse de Mia? ¿Estuvo mal abandonar todo por una persona? Su tormento era inquebrantable.
Entonces Gerard tenía razón y el amor era solo dar. Sentirse miserable cuando no se recibe. El uno se olvida del otro, como si no existió. Las esperanzas se disipan. Todo el amor, las emociones, los recuerdos, el tiempo... fue una pérdida. No, el bardo se equivocaba. ¿Pero... por qué lloraba? ¿Por sentirse solo? Sus padres lo querían. Sus padres lo maltrataron. Su alma se rompía como una cuerda tensa.
Se sentía usado. Malgastado. Viejo. Solo. Triste. Desesperado y... Muerto. No podía vivir así, el resto de sus días sin ella. Intentaría olvidarla. Aunque... el resto de su vida estuviera pensando en la forma de regresar. Con el tiempo la olvidaría, aunque la extrañaría por las noches. Aunque ella fuera de otro, feliz en sus brazos y no en los suyos. Probaría el sabor de otra vida, de su calor. Y vivirían felices... Niccolo estaría el resto de sus días solo. Los pocos que le quedaban. Moriría, no tenía fuerzas de vivir... ni de luchar. Se sentó en la mesa gastada, tomó papeles, plumas y tinta y escribió inmerso en su melancolía. Una última misiva... Niccolo decidió acabar con su vida. Le dejó la nota a Bael para que se la diera a Mia cuando no estuviera en este mundo. En ella dejó plasmada sus tristezas. Todo su dolor y pena. Esperaba que Mia pudiera entenderlo.

El veneno de su corazón corría, inundando su sangre con melancolía. Le hubiera gustado llegar a anciano... junto a ella, cuidarla, decirle lo perfecta que se veía con el paso de los años. Eso nunca pasaría. Los demonios en su cabeza colocaron una larga cuerda de rasposo cáñamo en sus manos. Caminó... siguiendo el ritmo de su débil corazón afligido, cada vez más pausado. Había tanta brea negra en aquella oscuridad, que no veía sus pies. Los árboles altos lo rodeaban como una guardia lúgubre. La escolta del suicida. Tenía un hueco en el pecho. La vida se le hacía muy larga para seguir siempre así... El dolor no desaparecía. La soledad no desaparecía. Mia se esfumó. No quería ver la luna. Subió y subió, alto, encajando los dedos en las arrugas de un viejo árbol.
La tristeza hacía que no pudiera sentir la resonancia en los otros seres del bosque... La luna llena, pálida, estaba cargada de añoranza... como en aquellos días sencillos, podía sentirlos... tan olvidados como los recuerdos en el fondo de un cajón. Ató la cuerda alrededor de una rama gruesa, hizo un lazo corredizo y se lo colocó en torno al cuello para así... ¿Qué estaba haciendo?
No podía terminar así. El mundo estaba compuesto de decisiones. No había luz en su vida... Recordó a Lucca y a Gerard Courbet. Se levantó para quitarse la cuerda del cuello, resbaló y se golpeó la frente con la rama. El nudo se cerró abruptamente en su cuello. Sus pies colgaban al vacío. Sus pulmones suplicaban por aire mientras su mente diluida, daba vueltas por el fuerte golpe. Pataleaba, frenético, muriendo... Intentó abrazar el tronco para alivianar el peso, pero estaba muy lejos como para salvarse. Estaba acabado. Intentaba respirar, pero el nudo en su cuello obstruía su garganta. La lechuza voló frente a él... ¿Un trozo de su alma seguiría atada al pájaro cuando muriera? Poco a poco, los últimos retazos de resonancia volvieron a su mente. Aquello que unía a todas las almas del mundo.
Había esencias excepcionales. Aunque desconocidas, yendo más allá del bosque... a lo prohibido. El misterio regresaba a él una vez más... Hombres monstruo. Antes de desmayarse vio un destello a la distancia, la cuerda se rompió y Niccolo cayó despertando contra el suelo. Quizás se desmayó, porque no supo cuánto tiempo estuvo, tirado. Sentía un terrible dolor de cabeza y la sangre seca pegada al rostro. Recordó aquellas familiares presencias danzando en el bosque... las siguió. Se movió con cautela desde las sombras, persiguiendo el rastro de esencia en el aire como un perfume.
Vio sombras humanas con caras de animales en un claro iluminado por la luna... ¿Qué era aquella reunión? Olía a hierba de la risa quemada y se sintió mareado, todos aullaban formando un círculo energético. En el centro tenían a un joven desnudo y amordazado, sobre el suelo de hojas marchitas. El otoño reclamaba inclemente a Rocca Helena. Al joven se le acercó una mujer pálida de larga cabellera rubia con una de máscara de caribú hecha de plata, solo tenía eso puesto... Su piel resplandecía bañada de luz plateada y sus senos claros bailaban mientras se contoneaba. Las cicatrices rosáceas surcaban su piel plateada. Se sentó sobre el joven pelirrojo insertando su pene erecto en su intimidad... era Renoir. No; era su hermano gemelo. Otra mujer desnuda se acercó, mostrando las nalgas a la noche con una máscara de conejo labrada en bronce y una tela roja sobre los hombros... Sus rizos negros ondeaban como serpientes. Tenía un objeto filoso en las manos. La mujer rubia que domaba al joven, gemía, exaltada. Tomó el objeto y... apuñaló al joven. Desgarró su corazón.
Niccolo cerró los ojos cuando aquel ritual se llenó de gritos desgarradores, que viajaban perdidos por los árboles. Todos... hombres y mujeres, desnudos y bañados de sangre copulaban... entre ellos. Cubriendo la noche de miles de ruidos lujuriosos. Llenaron cuencos con sangre. Alguien tomó a Niccolo por detrás y cuando se defendió, ambos cayeron rodando entre golpes e insultos. Se golpeó la cabeza con una piedra y se separó de aquella figura.
—Nadie debe descubrir el ritual de la fertilidad—dijo una voz. Era Camielle Daumier—. Debo matarte, Niccolo.
Los ojos de Camielle se acercaron a toda velocidad, empuñando la muerte. Niccolo se arrastró por el suelo. Apuntó con el dedo guía, pensó la proyección y se escuchó un estallido seguido de un resplandor azul pálido. El joven gimió y cayó sobre una rodilla con el cabello plateado revoloteando a su alrededor.
«Le di en una pierna». Niccolo se levantó con el corazón retumbando en su pecho. Aún tenía la punta del dedo chamuscada y la proyección, aunque débil... le había quemado la costra. Le ardía con picor, pero aún así... lo amenazó, hundiendo su dedo sangrante en la mejilla de Camielle.
—¿Qué es eso?—Señaló el claro más allá de la pared de árboles con la otra mano. Los gemidos amortiguados viajaban a través de los árboles.
El joven soltó una maldición mientras lo miraba con dureza, tenía una mano ensangrentada aferrada al muslo herido. Niccolo murmuró por lo bajo y con su otro índice, disparó... la luz azul estalló en un roble cercano, llenando el aire del olor a menta y lavanda. Arió una muesca humeante en un árbol...
«Mantén la cabeza fría» recordó a Lucca.
—Camielle —la voz le salió imperiosa.
Camielle Daumier veía más allá de Niccolo... cuando habló con una sonrisa cínica.
—¿Por qué crees que la tierra es fértil mientras allí, afuera... se pudre?— Sonrió aún más, viendo la expresión de Niccolo—. ¿Por qué razón... el clima es perfecto para la cosecha... a finales del otoño? El Rey Dragón ofrece sacrificios para mantener viva la tierra, solo la vida puede comprar la vida. El gremio mata a jóvenes bendecidos con la esencia y se riega el bosque con su sangre.
Sintió náuseas. Por esa razón, la lluvia olía a sangre y desesperación. Eran los lamentos de aquellos que fueron sacrificados. Niccolo frunció el ceño, mordiendo su labio.
—¿Aquél era Renoir Berthe?
—No—Camielle rio por lo bajo—. Era su hermano. Con su débil esencia, la cosecha no se echará a perder. Estamos a punto de partir a la guerra.
Camielle veía a alguien más, detrás de Niccolo. Cuando se dio media vuelta, una figura alta color malva levantó su varita y Niccolo se desprendió del suelo con el viento zumbando en sus oídos, y no supo más... Sintió un golpe ensordecedor.
Despertó a solas.
Niccolo bostezó en su asfixiante soledad. Pasaba las tardes y las noches encerrado en una celda pequeña de seis barrotes oxidados. Despertó con una terrible dolor de cabeza, una costra en la frente... y las muñecas laceradas por unos extraños brazaletes de oro, que le dejaban las manos entumecidas. La luz de la tarde se filtraba por una rendija... ¿Cuánto había dormido?
—No creí que usáramos estas celdas— Camielle estaba del otro lado. En un banco de madera, tenía la pierna envuelta en vendas—. No sabía que podías manipular la quintaesencia.
«Quintaesencia». Esa palabra corría con él, desde que selló su pacto con los dioses del monolito.
—¿Qué es esto?—Niccolo levantó los puños. Aquellos brazaletes de oro estaban muy ajustados y tenían una cerradura muy pequeña.
—Es un artefacto interesante que usan los profesores del Jardin de Etoiles, con sus alumnos rebeldes.
Lo podía sentir. Las manos se le entumecían por el flujo de esencia obstruido. Necesitaba crear un canal para proyectar su esencia, pero la Maeglafia de Obstrucción, bloqueaba el flujo hasta sus dedos. Aquella pequeña celda quedaba dentro de un edificio de ladrillos de barro que solo podía tratarse de una herrería, por el calor insoportable y el hedor a metal quemado. Sus sospechas fueron acertadas cuando por la mañana, Camielle acompañado de una mujer adusta, vestida de cuero. Lo llevó hasta un taller, atestado de herramientas y lo pusieron a trabajar. La mujer se llamaba Marie y era dura como un buen trozo de hierro. Había una docena de jóvenes aprendices cubiertos de heridas, hombres gordos de brazos gruesos y chicas de manos pequeñas que hacían la artesanía de la factoría. Se alegró de ver a Trapo y al parecer, él también se contentó de verlo.
Por la mañana antes del desayuno, que no era muy bueno. Lo obligaban a afilar cuchillos, espadas y hachas, limpiar armaduras oxidadas con ácido y reforzar escudos. Trapo era más diestro, calentaba cacharros y utensilios de hierro para forjar diminutas puntas de lanza para algo que llamaban flechas.  Hacía su trabajo apartando a Mia de sus pensamientos. Sus problemas.
—Es una nueva arma—comentó Sandro, uno de los hombres musculosos, era el mismo que cortejaba a Mia. Niccolo se tragó las palabras, aquel hombre era muy amable con todos—. Hay un niño que enseña a adultos a matar desde lejos. Con la mirada.
Bajo el cabello largo y desaliñado y el rostro sucio de hollín, Trapo parecía muy concentrado en hacer distintos tipos de puntas. Casi al atardecer, cuando Camielle regresaba cojeando, escoltaba a Niccolo a su celda pequeña, con un orinal repleto y una cama de paja. Se bañaba cada tres días en la bañera de madera de Marie, aunque no tenía jabón.
—Buenas noches—murmuraba Camielle cada vez que trancaba la cerradura—. Todos creen que moriste, incluso ese viejo curandero está triste. No me sorprende, casi todos te vieron entrar al bosque con una cuerda en las manos. Solo una clase de persona entra al bosque de esa forma: los que no buscan salir.
Niccolo lo ignoró. Odiaba a Camielle y no iba a malgastar sus palabras con un demente.
—Ya veo—reiteró. Camielle buscó su banco de madera y se sentó con dificultad—. ¿No me vas a decir... por qué lo hiciste? Niccolo, debes tener valor para acabar con tu vida. Pero solo los más intrépidos, están dispuestos a seguir viviendo... a pesar del dolor.
—Quería... que ella me eligiera a mí— murmuró por lo bajo y cada palabra le hizo daño.
—Lo siento—se disculpó y sus ojos violáceos aumentaron las sombras a su alrededor—. No hay nada más triste que el amor frustrado. Perdóname por romper tu cuerda de suicida.
Niccolo se levantó y se aferró a los barrotes, llenándose las manos de óxido. No sabía porque sentía tanta rabia. Pero Camielle se había marchado, dejando un plato de arcilla con una hogaza de pan blanco, judías y un vaso de leche tibia. No regresó hasta la noche siguiente. Cuando Niccolo volvió, él solo a su celda... después de un día de unir anillos para formar una malla. Camielle trajo su capa azul brillante, su cristal, sus puñales y ropa limpia.
—De todos a los que odio de la calle Obscura—dijo el joven cuando le entregó todo—. Tú eres al que menos odiaba... ¿Quieres algo más?
—Un baño.
—Otro día.
Niccolo envolvió la ropa limpia y el cristal en la capa azul. Los puñales los devolvió.
—Los vas a necesitar—replicó Camielle—. Se acerca el ejército del rey Joel.
—¿Por qué me ayudas?
Camielle sonrió.
—Necesito saber algo—tomó asiento—. Cuando te conocí... eras una persona corriente. No poseías la quintaesencia. Quiero saber cómo te volviste un receptáculo.
Niccolo guardó silencio. No podía contarle el secreto del dólmen... donde residían los Dioses Muertos. Camielle era la persona menos adecuada para recibir tal bendición o... maldición.
—También estaba esto—era un pequeño saco de cuero lleno de semillas y piedritas sin ningún valor. Se lo lanzó a Niccolo—. Los Brosse no tienen fama de magos. Los pocos que hubo eran vástagos de otras familias con sangre peculiar. Dudo que por tus venas corran grandes cantidades de esencia.
—¿Qué sabes tú de la quintaesencia?— preguntó con desdén.
—Un estanque helado, su superficie esparcida con hojas rojas—conjuró. Camielle Daumier empuñó su varita de sauce y un chorro de chispas verdes brotó estallando contra los barrotes.
—¿Cómo?—Niccolo tenía los ojos entornados, su celda olía a la lluvia sobre la hierba.
—Es tu proyección. Una Imagen Elemental sencilla—Camielle examinó su varita, la punta humeaba ligeramente—. La nombré el hechizo de bronce. Desde niño, me obsesiona aquella sustancia piroeléctrica que transmuta su estado primordial. Pero... los Daumier tenemos dones diferentes. Llamamos «Transmigración del Alma» a nuestra capacidad de poseer el cuerpo de animales. En consecuencia, nacemos con muy poca quintaesencia y un flujo energético inestable.
»Además tenemos fama de ladrones, mentirosos y asesinos. Asocian nuestros dones con demonios y nos tachan de magos negros. Nos odian por nuestro nombre. Pero siempre soñé con aprender la Proyección y la Evocación en el Jardin de Etoiles. Aunque... solo aceptaban a miembros de familias de magos. Por eso, odié a los de alta cuna, los ancianos reyes crearon este mundo para sus nietos. Yo era más inteligente que todos esos niños nobles, rosados y regordetes.
»Y estaba la pequeña Annie Verrochio. La detesto porque es tan astuta como yo y mucho más poderosa. Ella llegaría lejos por tener más suerte que yo, le hice maldades y aun así... no trató de ser mejor que yo. No era justo. Mi padre y mis tíos me habían obligado a cazar y a matar animales. No me gustaba el sabor de la sangre y matar seres vivos era abominable. Rasgué y mastiqué, hasta que aquél triste hábito se volvió parte de mí. Hay veces en que el animal que habitaba... moría despedazado y era horroroso. He muerto tres veces y siempre termino vomitando y teniendo pesadillas... Los deseos de la bestia se vuelven los tuyos. Despiertas en un abismo oscuro y no sabes si eres humano o animal.
»Siempre fui talentoso y mi familia explotó mis poderes. Estuve dentro de todo tipo de animales. Probé la carne y la sangre humana. Fornicaba con los animales de la especie que poseía, inclusive los consumí. No hay bestia que no pueda dominar y aun así... Él me mató. Había muerto antes. Mi padre dejó que un jabalí me destrozara, cuando lo desobedecí. Pero Sam, me abrasó con su quintaesencia... Sentía que me quemaba por dentro y acabe convulsionando.
»Él me sacó de mi espiral de oscuridad. Me llevó hasta el Jardin de Etoiles y junto al profesor Pisarro, me enseñó a manipular las corrientes energéticas en el ambiente. Las rupturas. Me enseñó a absorber su energía como un canal y crear una reserva de quintaesencia. Él me enseñó a ser un mago... Pero lo tuyo es diferente. Está dentro de ti... como una llama.
—¿Qué le ocurrió a Sam, el alquimista?
Camielle negó con la cabeza.
—Él y Lord Beret se infiltraron en la Corte. Hace un tiempo, Sam vigilaba a aquel hombre misterioso... quizás se intrigado por sus conocimientos desde su aparición en el Templo de las Gracias y su estadía en la Maison de Noir. Pero no apoyaba del todo a Lord Beret, descubrió que el objetivo del anciano era ingresar a una biblioteca antigua con conocimiento codificado. Sam le dejó una carta a Pisarro con la información que logró sonsacarle a Beret... Al parecer, en las tierras más allá del mar una terrible plaga está diezmando a la humanidad y una revuelta religiosa se alzó con el control del continente. El anciano es miembro de un culto de adoradores. Magos negros que trabajan desde las sombras de la sociedad. Está en búsqueda de las reliquias y los secretos de nuestra isla para alzarse. Escribió la carta, poco antes de que el rey Verrochio y Beret, lo asesinaran.
Creía que al otro lado del mar existía una tierra inmensa y fértil, donde el verano era eterno. Nunca pensó en plagas, hambrunas y guerras... en todo el mundo. Fue un tonto, en pensar que solo en la isla existían tales aberraciones, como una maldición hereditaria de los Celtas. Lo cierto, era que estaba grabado en la naturaleza misma del hombre, buscar la muerte.
—Lo mataron porque conocía la verdad—replicó, somnoliento—. ¿Camielle... quiénes saben la verdad?
—Pocos... No es una verdad que deba escuchar cualquiera. Solo lo saben... Pisarro y otros pocos. No incluyo a Seth Scrammer allí.
—¿Para qué me dices todo eso?
Camielle le sonrió lobunamente.
Marie afilaba una espada con una piedra de amolar. Niccolo limpió un peto de acero lleno de abolladuras. No pensó nada, solo se quedó allí, respirando... «Yo daría mi vida por ella». Pero eso era el pasado, sufrió mucho más extrañando... que ella queriéndolo. Intentó esperarla en cada esquina pero ella solo sabía moverse en círculos. Cuando el día terminó, una niebla espesa se filtraba por las ventanas como el humo de un incendio. Llenó unos cubos de agua y preparó la bañera. Se bañó con una pastilla de jabón rojo que le regaló Camielle. Se cepilló el caballo largo y cobrizo con un peine viejo. Se vistió con una camisa negra impecable, pantalones de lana teñida, lustró sus botas altas de cuero y se abrochó con el alicanto de bronce la reluciente capa azul. Buscó en los bolsillos de su capa y consiguió unos ramilletes frescos de menta, los masticó. También tenía el cristal de cuarzo, monedas sin mucho valor y el saquito de cuero lleno de semillas mágicas. Cogió los dos puñales afilados y ocultó el de cornamenta en su bota, ató la vaina de madera bajo la manga de su brazo y escondió el otro. No quería parecer un asesino, pero tampoco podría andar desarmado.
Camielle llegó entrada la noche, ya no cojeaba. Lo primero que hizo fue usar una pequeña llave de oro para quitarle los brazaletes. Escaparon atravesando aquella nube blanca... había esencia en el aire. No le prestó atención. Anduvo casi a ciegas, siguiendo el espectro negro de Camielle entre las carpas y las casas de madera, cada una tan diferente y tan similar a la siguiente. Un gato naranja de ojos dorados corrió en la dirección opuesta. El silencio reinaba en aquella cortina de nubes... Asemejaba otra dimensión inmersa en tinieblas. Una gran casa espectral de madera negra surgió ante ellos como vomitada de un cuento tenebroso. Entraron en ella y una gran sala amueblada y perfumada los acogió, al fondo desaparecía un corredor con muchas habitaciones. En una de las mesas redondas un grupo de mujeres murmuraba a la luz de una lámpara roja. Las mujeres rieron cuando entraron.
«No puede ser»... pensó cuando se dio cuenta que no era una casa normal. Se detuvo en el umbral de la cortina a modo de puerta. No vio el dibujo del hombre y la mujer en la entrada, pero no había duda. Un sin fin de tapices cubrían las paredes exhibiendo diferentes posturas para hacer el amor. El lugar olía a jazmín, laureles, sudor y... hojas de duende.
Camielle tomó su hombro y sonrió. Niccolo lo miró severo...
—Creí que todos los hombres del pueblo estaban congregados con sus esposas... rezando— confesó una pelirroja cogiendo un mechón entre sus dedos mientras caminaba hacía Camielle.
—Si fuera mi último día no estaría rezando.
Las mujeres intercambiaron risitas. Niccolo se hizo el distraído y se sentó en una butaca lejos de todas las prostitutas. No tenía ánimos... Camielle desapareció con la pelirroja. Niccolo se quedó sentado, sin hacer nada mientras a lo lejos escuchaba ruidos extraños con sus sentidos afinados: el relincho de los caballos, armaduras, carros, los gemidos de la pelirroja mientras le hacían el amor con brusquedad... Un sollozo. Una joven... de rizos negros lloraba en silencio en las butacas. Se veía pequeña pero debía tener suficiente edad. Ella era... Se levantó sin hacer ruido y tocó aquellos cabellos negros. Rizos de ensueño.
—¿Mia?—Susurró...
La mujer levantó la cabeza y lo miró con los ojos hinchados. No era ella, tenía los ojos cafés, la nariz pequeña y muchas pecas.
—Lo lamento. No soy...
—No importa—sintió como la nuez le temblaba, quizás no volvería a ver a Mia, reprimió un sollozo—. No llores.
—Es que, señor—se enjugó los ojos con la mano—. Vamos a morir.
Niccolo buscó asiento junto a ella.
—No digas eso, nunca encontrarán el campamento—mintió, aunque también quería creer su mentira.
—¿No has escuchado los rumores?
—No.
La mujer rompió a llorar y se aferró a Niccolo. La abrazó, no podía hacer mucho. Se levantó, lo tomó del brazo y lo llevó hasta una de las habitaciones con una cama un poco vieja y una armadura de decoración. Niccolo se sentó en la cama, era la única manera de tenerla cara a cara... Vio por la ventana, pero solo había espesa niebla. Nada de estrellas. Tal vez si viera las estrellas tuviera valor. Tantos recuerdos...
«Cuando veo las estrellas, tengo recuerdos de mí y de ti en otro época». Pero ella no era Mia.
Lo besó, tenía labios tiernos y sintió cosquillas en el pecho... La desconocida lo tomó del cuello. Le acarició las orejas, sus dedos recurrieron su mentón y comenzaron a quitarle la capa. Niccolo cogió su cintura, la atrajo. La necesitaba cerca. Le sacó el vestido por la cabeza descubriendo su desnudes: tenía piernas gruesas y hermosas, pechos pequeños y la cintura un poco estrecha... Su piel blanca lanzaba destellos. El fino vello corría desde su ombligo hasta su intimidad oscurecida y jugosa... como un fruto maduro. Besó su boca. Sus labios buscaron su cuello y, sus pezones de oriolas oscuras. Se endurecieron en sus manos. Mordisqueó con suavidad, mientras sus manos bajaban hasta las nalgas de la mujer. Besó su corazón, recorrió con la lengua su estómago, su ombligo, su vientre velludo y bajó, despacio, hasta olisquear lo que deseaba. La lanzó sobre la cama con brusquedad. Abrió sus piernas y probó el dulce néctar que había entre ellas. Sus labios gruesos eran pétalos mojados, introdujo la lengua...
Ella suspiraba, reía, aullaba, gemía... y parecía triste. Descubrió con la lengua una pepita donde los labios se unían. La lamió y ella se estremeció, sus caderas bailotearon. Siguió allí. Le dolía la mandíbula, pero aun así... siguió hasta que ella se tensó y soltó un grito con la espalda arqueada.
—Mételo—suspiró—. Por favor... quiero sentirte.
Niccolo sonrió con la boca llena de saliva, introdujo un dedo... estaba muy mojada. Extrajo el dedo cubierto de una especie de miel... Se incorporó. El cuerpo de la mujer lo llamaba, lo sentía. Se desabrochó la capa. Su miembro estaba muy duro y se estremecía cada segundo con palpitaciones dolorosas, goteando un líquido claro. Deshizo los nudos de la camisa... no sabía que quitarse primero. Escondió el puñal del antebrazo. Se quitó las botas y guardó el puñal en una de las esquinas de la cama... Se fue a quitar la camisa. Cuando la mujer saltó de la cama, tumbándolo sobre el colchón. Le quitó los pantalones, desesperada, hasta las rodillas y se introdujo con un sonoro gemido el miembro de Niccolo. Una oleada de placer lo hizo soltar un gemido... Aquella sensación recorrió su cuerpo con un espasmo. Saltó sobre él, embistiendo su pene con su coñito oscuro, su interior era húmedo y maravilloso... Saltaba, gemía y se frotaba contra su vientre. Sentía que ardía, lo estiraban, lo rompían, lo trenzaban y todo volvía a empezar...
No aguanto mucho. Ella se frotaba en su vientre cubriéndolo de aquel néctar proveniente de su interior... soltó un lujurioso grito. Niccolo no pudo más. La tomó de la cintura e imitó el ritmo de sus caderas... Gritaba, algo en su interior estalló y se desparramó dentro, soltando su semilla. Ella dejó de moverse, enrojecida y bañada en sudor. Su cuerpo cayó sobre el suyo. Sus senos acariciaban su pecho y aquellos rizos caían en cascada... Lo besó, entre sonrisas. Niccolo se levantó de la cama y ella se lo volvió a erectar con la boca... Sus labios succionaban. Su lengua recorría su miembro cada vez más agonizante... Se sentía tan placentero que dolía.
Se quitó los pantalones. Atrajo sus piernas arqueadas y entró en su coño estrecho y húmedo. La folló lento, entre suspiros y gimoteos... hasta que cogió sus muslos y la penetró con fuerza, duro y rápido... estaba tan mojada que podía correrse en cualquier momento. Sin notarlo, ambos aullaban como animales lujuriosos... ¿Se habría corrido otra vez? No importaba. La tomó por detrás con impulso, embistiendo aquellas nalgas con su cintura, podía sentir su miembro entrar muy profundo mientras la dominaba. Terminó tan cansado, que la abrazó a mitad del acto, continuó... No supo cuántas veces se corrió dentro, pero su coño goteaba su semilla. Cuando estuvo agotado, saciado y con el miembro dolorido, la abrazó, mientras se quedaba dormida... Habían follado mucho. 
Niccolo le pidió que le cantara una canción. Ella se rio con ternura acurrucada en su pecho, acariciándole con sus manos, pero accedió y cantó lenta y tranquilamente...



Iluminada madrugada.
Luces del horizonte...
Donde aprendimos del amor.
Juntos en un mirador...


Era una vieja canción de amor. Ella no podía, pero Niccolo escuchaba detrás de las paredes: las voces en la niebla mientras amanecía, los caballos agitados, los pasos acelerados y desesperados sobre la gravilla. El ruido y los cuernos que se elevaban... Los gritos y el acero...

Recuerda bien el sitio donde tú creciste.
Porque ahora esa ciudad ya no existe...


Niccolo la miró detalladamente... envuelto en las sábanas tibias. Buscó con la mano en una esquina de la cama, mientras aquellos ojos cafés lo embelesaban... Quiso escuchar más...

Recuerdo que la arena no era tan oscura.
Y que tu voluntad no era tan dura...


Escuchaba al fuego consumir la madera... destrozarla. Gritos y el trote de los caballos... Proyecciones luminosas estallando en la espesura. Un llanto. Un quejido. Caballos asustados aplastando personas. Al viento arrastrando... Pisadas... Flechas clavándose en la piel. Maldecía sus sentidos...

Ahora tus ojos perforan, confunden…
Me hunden, me ignoran...


Niccolo besó su frente. La estrechó entre sus brazos, con una mano cubrió sus ojos y con la otra, de un tirón, cortó su garganta. El puñal abrió la carne con esfuerzo... La mujer se retorció y se ahogó en su sangre mientras moría. Su cuello vomitaba sangre espesa, oscura. Se levantó escuchando la batalla, se puso los pantalones y se anudó la camisa. Guardó sus puñales. La mujer se arrastró con los ojos desenfocados, entre las sábanas manchadas de rojo...
Los gritos cobraron impulso... Y un olor a pelo quemado llegaba desde las profundidades de la tierra. Un demonio rojo danzaba entre los hombres...

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