Capítulo 12. Sinfonía de los Espíritus

 Capítulo 12: Mil años hasta nosotros.

—No pueden llevárselo—su madre era joven, demasiado. El parto y los años de trabajo la habían debilitado—. Es mi hijo. ¡Ustedes me expulsaron de la familia!
Jon tiró de su brazo delgaducho y arrancó a Anastasio de su madre.
—¡Calla, zorra mentirosa!—El mago vestía chaleco negro, capuchón y botas altas—. ¡Este niño con sangre de demonio le pertenece a los Fonseca!
Esa fue la última vez que vio a su madre. Los Fonseca lo convirtieron en una arma digna de la prestigiosa familia con muchos años de rigurosos estudios y entrenamientos. Los poderes del frío en su sangre crecieron con vigor hasta convertirse en un reflejo aterrador de un demonio del frío que traería un invierno perpetuo sobre una isla sin esperanza.
Maela le sonreía y le acarició la mejilla con los dedos cubiertos por el guante.
Samael lloró y atravesó su corazón congelado con la daga. Sus ojos exhibían un futuro brillante, pero en ellos veía algo de tristeza.
—¿Quién fue Samael Wesen?
La hoguera se avivó cuando Jessica Fonseca cortó los zarzales de espinas negras y los sumergió en las llamas. Un fruto amarillo se hinchó, silbó rezumante de líquido y se abrió antes de ennegrecer. Sam lo miró, extrañado. Era parecido a Samael, su ancestro, con el cabello y ojos de un castaño rojizo. El parecido aterrador parecía obra de un escultor de mármol cuyo amor artístico fue conseguido al pactar con demonios. Su ojo derecho comenzó a lagrimear... al mirar a Anastasio con una expresión serena.
—Yo... sé quién eres—dijo, su ojo no dejó de llorar—. No lo sé... Veo tu rostro y en mí solo suscita una profunda tristeza.
Anastasio estiró un dedo negro hasta las llamas y estas retrocedieron con un chillido.
—Los caminos de la quintaesencia son capaces de trascender las vidas. Yo te recuerdo... Samael Wesen.
Jessica metió otra rama marchita del zarzal espinoso y se abrazó las rodillas.
—¿Vas a vengarte?—La chica pelinegra vestía de negro y morado—. El Héroe Rojo te asesinó en tu castillo de hielo para librar a la isla de aquel invierno que duró diez años. Estuviste enterrado en el lecho del Aguamiel por mil años... ¿por qué viniste hasta acá?
Anastasio frunció el ceño.
—¿Por qué querría matar a mi mejor amigo?—Sus cejas pálidas formaron un arco—. Samael Wesen fue mi único amigo en el Jardín de Estrellas y... compartimos un gran amor por Maela.
Jessica cortó una rama con su daga de oricalco.
—¡Pero él te robó el amor de esa mujer! ¡La secuestró y la convención de que eras un monstruo sin corazón!
Anastasio soltó una carcajada.
—¿Por qué los poetas se esfuerzan en complicar nuestras canciones?—Cruzó los dedos negros—. Yo amé a Maela, y amé a Sam. Fueron los únicos que no me vieron como un demonio o... un arma de destrucción. Maela fue mi novia, a pesar de que no poder tocarme sin perder la piel de los dedos. Sam fue mi amigo y competente. Y yo... supongo que sí fui una mala persona con ellos—acarició la cicatriz plateada en su pecho y sintió los lentos latidos de su corazón—. ¿Qué más cuenta esa nostálgica melodía?
Jessica miró a Samuel y al moreno llamado Nelson que estaba muy tranquilo, mirando las llamas bailar en el círculo de luz. Las serpientes de espinas se retorcían sobre sus cabezas, temerosas.
—Tú... mataste a Maela.
Anastasio apretó los dientes y tembló. Sintió que el frío salía de su cuerpo y las membranas de zarzales se marchitaron con un chirrido. Sam exhaló una nube de aliento congelado.
—Desde los diez años no he podido tocar a otro ser humano sin congelar su piel—Anastasio tensó la mandíbula—. Congelé vivas a montañas de personas en nombre de la familia Fonseca. Maté a magos negros y creí... perder mi humanidad y emociones—sus labios amoratados temblaron—. Me estaba volviendo loco en la soledad de ese castillo de hielo tras el aislamiento que se me condenó. El abrazo de Maela fue... lo más cercano a la plenitud que he conseguido y... sentí la vida creciendo en su interior. La vida que mi amigo Samael había puesto en su vientre.
Jessica se levantó, acusadora.
—¡La mataste por egoísta!—Las llamas saltaron en un baile salvaje—. ¡Ella se entregó a alguien que sí era humano y...!
¡Tú... eres una persona horrorosa!
Anastasio se ensombreció y las flores de hielo retoñaron en la arena grisácea que se extendía sobre sus piernas cruzadas. Las llamas retrocedieron ante el descenso abrupto de la temperatura.
—No tengo alma, pequeña Fonseca—tocó la cicatriz en su pecho. Recordó el puñal de Samael atravesando su corazón con tristeza—. Mil años hasta nosotros. No puedo morir, y... el misterio de esa Puerta de Piedra es lo único que me queda por hacer en este mundo. A veces veo a Maela, en mis sueños siempre estamos juntos.
—Yo no soy Samael Wesen—Sam se limpió las lágrimas del ojo derecho—. No recuerdo nada de él... Solo, yo... Perdí a Donna. Ella era mi Maela. No creo en el felices por siempre, pero quería quedarme con ella hasta que este sueño muera. Y duele—sus ojos enrojecieron—. Duele mucho... saber que no la volveré a ver.
Nelson tembló con la mandíbula tensa.
—Nos volveremos a ver, en algún lugar lejos de aquí.
—No—la voz de Sam se quebró en un hilo—. No merezco ir al mismo lugar que ella cuando muera.
Hundió el rostro en los brazos y rodillas y rompió a llorar repitiendo ese nombre.
—¿Por qué los hombres son tan complicados?—Jessica extendió una mano a la hoguera y las llamas saltaron hasta sus dedos, dibujando formas de animales y personas—. Niccolo Brosse y Miackola Escamilla en su canción de medianoche. Gerard Courbet en su eterno espiral de amor y tormento por Mariann Louvre... Una balada del anochecer condenada a repetirse hasta el fin de los tiempos. Una tragedia como Jazmín Curie esperando a Sanz Fonseca, sabiendo que él no iba a regresar de la guerra—un par de bailarines de fuego giró como un caleidoscopio y se despidieron con un beso tímido—. Es solo una canción efímera: «Construimos este sueño de redención con los trozos de nuestros corazones deshechos. Es muy hermoso... pero tendrá un final trágico y te juro que no me arrepentiré».
—Samael cantaba cuando estaba triste—Anastasio se desperezó y su cuello crujió—. Es medianoche, tiempo de baladas mágicas y recuerdos nostálgicos. ¿Quién va a cantar?—miró los rostros espectrales, iluminados por las llamas salvajes—. No he cantado en siglos, pero quiero escuchar una última canción—miró a Sam largamente, pero el chico lo ignoró—. ¿Quién de ustedes puede concederme ese último deseo?—Le sonrió a Jessica, pero le chica replicó que prefería morir—. Bueno...
Una voz melodiosa se alzó, llenando los espacios de la caverna con música entretejida de ensueño y suspiros. Aquella garganta emitía un sonido angelical que hubiese echo llorar a un panteón de dioses extintos, desolados en su abandono de fe.

Ñ

Era Nelson, el moreno iracundo que se convertía en lobizón. Tenía una voz serena de connotaciones tristes y alegres mezcladas con matices de misterio y aventura.

Tan lentamente...
Pienso en voz alta que es a mí a quien perteneces
Pero el espejo, siempre me dice que tu amor
Es de otro dueño, y debo conformarme con compartir tu sueño

Anastasio aplaudió y los miró a todos, sumergidos en sus más deprimentes pensamientos. Nelson sonrió, frívolo y carraspeó para aclararse la garganta.

¡El pasajero de tu corazón!
¡El que te ama de verdad soy yo!
¡El que te llena como nadie!
¡Es tan solo un extranjero, buscando visa para darte amor!

Jessica metió un zarzal negro en las llamas con un chisporroteo aceitoso y el humo blanco se alzó con un chillido parecido a un lamento de pena.

¡El pasajero de tu corazón!
¡El que se duerme junto a ti soy yo!
¡El tibio sol de tu mañana!
¡El que acepta la distancia!
¡El único en perder... soy yo!

Le gustó aquella canción de ritmo alegre y letra triste... que lo cobijó con arrullos de soledad. Le agradeció al moreno y le regaló una pequeña estatua de lobizón, tan blanca y pura como el hielo pulido. Sam le tendió la varita a la chica Fonseca.
—Es tuya.
—Quédate con ella—levantó una mano—. No necesitó un catalizador para evocar. Aún puedes hacer volar estas malditas cuevas con todo el séquito de la Cumbre Escarlata.
Sam guardó la varita en su bolsillo y se caló la capucha deshilachado de la túnica escarlata. Los miró a todos y echó a andar por un túnel rocoso. Nelson lo imitó... y los cuatro se adentraron en las tinieblas vertiginosas de aquella cueva infinita de arenas grisáceas, sonidos incoherentes y existencia onírica. Las miasmas aceitosas sobre sus cabezas se retorcían, lanzando imágenes sepulcrales de otras épocas monstruosas. Parecían vagabundos de un tiempo prehistórico, siendo antiguos humanos de las cavernas. Las paredes erosionadas se abrían y cerraban a su alrededor con tentáculos de oscuridad... Mostraban dibujos de otras eras y paredes derruidas. Pasaron bajo un arco de piedra desmoronado y el moreno desenterró una mano de piedra con cuatro dedos.
—No soy el maldito Héroe Rojo de esa isla corrupta—confesó el pelirrojo—. Y por lo que veo, Samael Wesen tampoco es la sombra del hombre cuyas estatuas erigieron para sembrar la idea del falso heroísmo en sus niños.
Jessica levantó una mano e hizo flotar una bola de fuego dorado, haciendo retroceder las tinieblas.
—Ya no soy un Sonetista—la chica brillaba en un círculo amarillo—. Cuando salga de esta cueva seré reportada como traidora y me buscarán para vaporizarme.
—Yo voy a pelear por los derechos de los Cambiantes—confesó Nelson sumido en tinieblas—. No vamos a ceder ante las restricciones, deportaciones y demás injusticias de parte de los Sonetistas. ¡Somos seres humanos!
Escucharon una corriente subterránea y se adentraron por un túnel de paredes erosionadas. Los ladrillos yacían enterrados bajo una película gruesa de arena grisácea. Llegaron hasta una cueva de techo alto, iluminada por la corriente de un río plateado. El brillo del líquido se debía a la abundancia de minerales extraídos de las profundidades de la tierra con el paso de los millones de años. A la orilla del agua espumosa, los esperó una docena de espectros escarlata con rostros de madera podrida. El hedor a mercurio se volvía insoportable cuando la brisa calurosa no soplaba.
Anastasio no sintió la presencia de calor en aquellos centinelas impasibles. Eran cadáveres revividos con nigromancia. Se sentó sobre una roca plana y miró la afluencia del agua luminosa mientras los jóvenes bajaban por aquel sendero traicionero.
Nelson se detuvo.
—¿No vas a venir?
—Es su enfrentamiento—replicó el mago con una sonrisa burlona—. El eclipse ha de estar posado sobre Montenegro. No tengo ninguna razón para ayudarlos. De cualquier forma, voy a llegar a esa Puerta de Piedra.
Nelson frunció los labios y siguió bajando. Del otro lado del agua estaban apostados un mago escarlata con máscara de Chacal y un joven sin máscara de largo cabello negro y delgadez descarada.
—¡Finch!—Gritó Sam posado sobre una roca, esgrimió la varita—. ¡¿Qué pasó con nuestra promesa de ser amigos por siempre?!
—¡Nos engañaste, Finchester!—Nelson barrió el aire con sus garras—. ¡Éramos tus amigos.
Anastasio soltó una risotada.
El Chacal levantó las manos y los cadáveres estallaron, siendo desmembrados por largos gusanos negros... raíces espinosas. Estaban infestados de espinas negras y saltaron a los jóvenes con sus largos y retorcidas miasmas punzantes en una espesa enredadera infernal.
Jessica agitó el aire de una palmada y extendió una llamarada de fuego dorado protuberante. El agua luminosa silbó, rezumante de vapor como un buque. La cortina de llamas envolvió las raíces y cadáveres con un zumbido. Anastasio vio como la nube de vapor los envolvió a todos en una bruma de calor. No pudo divisar sus formas entretejidas en mazmorras de niebla vertiginosa y rocas erosionadas.
Vio un cuerpo salir volando y chocar contra las piedras. El moreno llamado Nelson giró en su caída con las garras clavadas en la arena gris y saltó sobre un hombre rubio de aspecto inusual.
El rubio dio un giro y asestó una patada lateral en el estómago del moreno.
—¡Ríndete, muchacho!
Nelson rodó sobre las piedras, se levantó con un aullido y saltó de vuelta, hinchándose y cubriéndose con un pelaje pardo hirsuto. La bestia mostró sus colmillos y zarpas con los ojos brillosos en cúmulos de pantanos amarillos... El rubio a su vez se transformó en una bestia pálida de ojos esmeralda. Los Cambiantes se enzarzaron en una batalla de dentelladas y zarpazos sobre las rocas pálidas. La espuma reventaba de vez en cuando y los bañaba con gotas de estupor.
—Voy a vengar a mi padre—anunció el lobizón pardo.
—Yo no maté a tu padre—replicó la bestia albina—. Lo amaba, y no pude salvarlo. ¡Tu tío Juan y yo le fallamos!
Anastasio soltó una carcajada ante el espectáculo y aplaudió cuando los lobisones se embistieron con los colmillos ensangrentados.
Jessica levantó una palma y una nube de flamas brillantes envolvió un grueso roble negro plagada de frutos amarillentos. El Duende de Bronce emergió del túnel y apuntó con su varita a la Sonetista del otro lado del río, y un fiero relámpago purpúreo brotó como un chorro... Jessica se encogió sosteniendo un reflejo protector como un escudo. El relámpago la bañó, sostuvo con esfuerzo desmesurado aquella energía eléctrica con los dedos enrojecidos y salió despedida con un estallido de chispas violáceas, envuelta en humo y cenizas. Sam saltó sobre el camino de rocas erosionadas para cruzar al otro lado del río. Se mantuvo sobre una roca de gran tamaño y metió una de sus manos en la corriente espumosa. El pelirrojo murmuró una Imagen Elemental y esculpió una gruesa serpiente de liquido luminoso.
El pilar de agua abrió sus fauces y trazó un arco en el aire. Aquella mujer de túnica escarlata y máscara de bronce despedazó la serpiente con un movimiento de su varita y una telaraña de relámpagos. El Chacal extendió sus espinas como gruesos gusanos en busca de carroña. Vio las raíces girando en el aire, lanzas retorcidas repletas de cientos de espinas venenosas. Sam resbaló y cayó... sobre un sendero de hielo congelado.
Anastasio aplaudió envuelto en hielo y nieve. Los mordiscos en su espalda fueron cálidos y húmedos.
—Mierda, si Samael te viera se moriría de la risa.
Anastasio le tendió una mano al pelirrojo. Sentía aquellos zarzales atravesando su carne con un escozor. Había extendido su hielo en la cueva... atrapando al Duende de Bronce y al Chacal de Plata en trozos translúcidos y sólidos. Los carámbanos de hielo llegaron hasta el techo abovedado y cubrieron la mitad de los cueva con escarcha plateada. Liberó tanta energía que su piel perdió un poco del tono azulado y sacó a relucir una palidez enfermiza. Vio una gota de sangre caer a sus pies y descubrió un hilo rojo que salía de la cicatriz en su pecho.
—El mago de hielo sí tiene corazón—confesó Anastasio y sintió las espinas negra atravesar sus costillas con una violencia exagerada—. Fue lo mejor que pude hacer, Samael. Lo siento... no fui un buen amigo en tu vida pasada.
Los tentáculos negros se congelaron y partieron, cristalizados.
Anastasio se irguió, sangrando y desfiló por el sendero de flores de hielo. Su espalda estaba abierto completamente como un águila de sangre: las costillas destrozadas se abrieron y los pulmones colapsaron. El dolor era... inusitadamente cálido y agotador. Las espinas se retorcían, creciendo en su tejido, atravesando sus órganos y chupando su sangre como sanguijuelas. Se acercó a la estatua congelada del Chacal: era una mujer de cabello negro. Posó la mano negra sobre el hielo y... descargó un pulso abrupto con un estallido que la redujo a una montaña de aguanieve rojiza. Sintió que las espinas en su interior se calentaron e hincharon desprendiendo un hedor azufrado...
Anastasio fue presa del dolor mórbido atenazado en sus intestinos por lombrices furiosas. Extendió una mano hasta Samael y... vio a Maela vestida de plata y oro. ¿Qué era ese sabor ferroso que sentía en el paladar? Intentó gritar y las espinas negras brotaron de su pecho con un estallido de huesos. Los zarzales cubrieron su cuerpo como serpientes estranguladoras y de ellas nacieron frutos azules parecidos a moras. Comenzó a nevar... y era invierno en la Isla Esperanza. Las formas en la niebla lo saludaban a través de una tormenta blanca y gris.
El hielo crujió a sus pies y se sintió hundir con pesadumbre.
Vio al pelirrojo correr hacia él con los brazos abiertos antes de caer sobre un río de aceite negro. El agua lo envolvió con una sensación tibia inusualmente melancólica y con tintes de tristeza. El agua cristalina se metió en sus heridas y la respiró, exacerbado... Los zarzales se deshicieron en carámbanos sanguinolentos y... Creyó ver el rostro suave de su madre por un catalejo cristalino. Se fue hundiendo más, y más hasta que la luz se evaporó y su cuerpo se encontró con el fondo acuoso del fango negro.
Llegó al lugar más allá de la vida con una exhalación.
—Anastasio—aquella muchacha de larga melena rubia lo esperaba bajo un robusto roble de ramas extendidas.
Las estrellas no existían y volaban, como fuegos de artificio impresionantes. Era de noche, pero estaba amaneciendo eternamente y... enamorados. Los colores del cielo purpúreo se tiñeron de dorado y rosa.
Anastasio había olvidado todo y se hundía, febrilmente, en sueños de gloria y redención.
—Volveremos a vernos en un lugar muy lejano.
—Ya lo entendiste.
—¿Dónde está Samael?
—Él ha vuelto a formar parte de la sinfonía eterna de vida y muerte—Maela lo abrazó y ambos se fundieron en gases y líquidos—. Igual que nosotros, Anastasio Fonseca. Somos almas y... viajaremos sin fin a través de un millar de vidas.
El roble nudoso desapareció y las estrellas cayeron en... una absoluta oscuridad. El cielo violáceo se abrió en tentáculos azules y los devoró junto a miles de luces de colores iridiscentes. Sabía dónde estaba, finalmente había llegado al otro lado.
La Puerta de Piedra se abrió y detrás de ella...
Su cuerpo se fundió en un líquido brillante y fue arrastrado por una brisa de arena hirviente hasta un paisaje desconocido. Veía un sin fin de estatuas blancas, la majestuosidad de aquel desierto pálido era fervientemente augurada por el ejército inmóvil se estatuas solemnes. Un sueño de redención que llegaba a su fin y un anciano de túnica negra, risueño y severo. Le cerró los ojos a Anastasio y lo convirtió en una estatua de sal, inmaculada.
Fue condenado a aquel sitio, inmóvil, convertido completamente en un enigma de lágrimas saladas.


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