Capítulo 12. Canción de Medianoche de Courbet
Capítulo 12: No me dejes morir...
Los días se habían vuelto grises, casi incoloros, fríos y, por supuesto... cada vez más cortos. Intentó correr, pero Collete, la mujer rubia con máscara roja de conejo, la amenazó con cortarle algún dedo a Elias. Richi y Theus encerraron al niño en una jaula de acero dentro de un carromato, después que el niño mordiera al cazador. El hombre con yelmo de hueso lo golpeó tanto que Annie temió que lo fuera a matar. A Elias lo tenían casi siempre encerrado y con el rostro hinchado, tanto, que dolía con solo verlo. A ella le ataron las manos a la espalda con una gruesa cuerda de cáñamo, las muñecas las tenía amoratadas y doloridas.
Aunque los días eran silenciosos, no todos eran malas personas. Todos los miembros de aquella extraña jauría de perros aparentemente rabiosos, se comportaban muy diferente; cuando el cazador, se marchaba del campamento a media noche o al atardecer, a fumar rollos de tabaco o las colas de escorpión que recolectaba y a beber vino agrio o ron amargo. Lejos, borracho, solo; era doloroso verlo destruirse. Era un extraño hombre de rostro y nombre desconocido, cuyos ojos eran marrón rojizo como la sangre seca.
Sin aquella presencia hosca y malhumorada. Todos se quitaban las máscaras animalescas y comenzaban a reír y a fumar hierba de la risa, alrededor de la hoguera. Colette sin la máscara era muy bonita, la mujer ceñuda e irritable se convertía en una sonriente y compasiva mujer que liberaba a Elias de su jaula y le regalaba un pedazo de pan con miel. Igual que Theus, que sin la piel de lobo curtida y sin la máscara de bronce era muy divertido y le encantaba hacer reír a todos con sus anécdotas, de cuando era guérisseur en Pozo Obscuro. Incluso le curaba los golpes a Elias y le masajeaba las muñecas a Annie con una pomada que olía a alcanfor.
Todos eran buenas personas que hablaban de lo dura que se había vuelto la vida. Todos excepto el cazador, que mascaba hojas secas de tabaco para amargarse la vida. Los días de lluvia, el grupo montaba un toldo hecho de montones de pieles. Esperaban mientras escampaba y el camino se secaba para que los animales pudieran avanzar.
Richi se deleitaba asustando a Annie, contando sobre bestias que se comían a los niños perdidos en el bosque. Pero era un tipo brillante y bien portado, se parecía mucho a Niccolo. Annie lo consideraba su amigo, porque era el único que la acompañaba al bosque a orinar y le brindaba agua cuando estaban frente al cazador. No solo era bueno con ella, sino que en secreto, les regalaba zanahorias y manzanas a las mulas de los carromatos y cepillaba al caballo del cazador, un mustio rocín negro. Como Niccolo, Richi disfrutaba haciendo feliz a todos pero en ocasiones... se quedaba solo e infeliz.
Anna, otra de las mujeres del grupo, no dudaba en golpearle las manos con la cuchara cuando Annie pedía otra porción de caldo para Elias. Pero a espaldas del cazador, ella misma le daba el caldo al niño. Todos parecían felices con la recompensa que le darían por «rescatar» a Annie. Theus decía que ayudaría a su madre enferma, mientras que Richi hablaba de comprar tierras para pedirle matrimonio a una mujer de su pueblo. Tenían sueños y esperanzas, salvo el cazador, que parecía estar lleno de agujeros por domdde se escapaba toda la felicidad que el ron y el tabaco le proporcionaba. Era un hombre muy dañado, se veía viejo y solitario, se parecía a su padre.
—¿Qué sabes del cazador?—Le preguntó a Richi cuando estaban lejos de él, al final de la columna.
—Él no habla mucho—Richi era nuevo en el grupo—. Pero nos busca trabajo, aunque creo que lo hace por él. Theus me contó que en una de sus jornadas de guérisseur en Pozo Obscuro, llegó un hombre mutilado. Dice que estaba tan despedazado que no volvería a moverse, sin que se retorciera de dolor. Cuentan los guérisseurs que lo sanaron, que aquel hombre destrozado intentó defender a su familia de un mago negro que quería poseer a su esposa.
»Pero que no pudo hacer nada ante los conocimientos del mago, y los perdió a todos. Eso dicen... que busca al mago negro, encarnado en un mercenario que perdió todo por lo que lo vivía. No tiene nada que perder y eso lo hace indetenible.
No pudo evitar recordar a su padre, quizás Lord Verrochio había dejado de vivir cuando perdió a su esposa. No podía culparlo de que no la amara, ella debería culparse de no comprenderlo. Aún tenía escondida la redecilla de oro, atada en el muslo, se aseguró de que nadie la viera. Si Lord Verrochio tenía una razón para buscarla, era aquello. Nunca fue un padre cariñoso.
—¿Cuánto pagó mi padre?
—Mucho—sonrió Richi con un gesto similar a Niccolo—. Lord Verrochio la quiere más de lo que cree, no debió escapar.
—No escape de él—Habló demasiado, se mordió la lengua.
—¿Ah, sí?—Richi frunció el ceño.
Pero no volvieron a hablar de aquello.
El alquimista era un recuerdo hermoso, aunque doloroso. A veces, es difícil desprenderse de un pasado en donde fuimos felices... solo porque en un futuro nada será igual. Así arruinamos nuestro presente. Pero aunque le costó lágrimas y dolor en el pecho, se obligó a no pensar en ello, así estaba más estable. Poco a poco empezó a creer que aquel era su lugar, ya no le ataban las manos durante las caminatas por el bosque rojizo. Ayudaba a montar el campamento y encender la leña mojada, con su rudimentaria maeglafia, cuando el pedernal fallaba. Cocinaba, Anna le enseñaba a usar las especias silvestres y ella le ayudaba a cortar y pelar las verduras.
Richi le había tallado un búho de madera del tamaño de un dedo. Era muy bonito y ella lamentaba no tener un souvenir para él. No la dejaban hablarle a Elias frente al cazador, pero podía conversar con él a escondidas durante la noche.
Una noche en el campamento, después de una ligera llovizna. Annie encendió la hoguera trazando un maeglifo de trasmisión de calor con un puñal sobre un leño, hacía tanto frío que el calor de su cuerpo no era suficiente... así que visualizó: «restos de ramas quemadas sobre mármol blanco». Quemó su esencia hasta que sufrió un calor abrasador, sentía fiebres y expulsó ese calor... hasta que la madera estalló, levantando un escándalo que todos voltearon a ver, mitad maravillados, mitad aterrados. Era un verdadero acto de magia para ellos, cuando solo era una pequeña probada del Misticismo.
Annie permaneció junto al fuego, calentando su cuerpo, intentó disimular las convulsiones y espasmos mientras Colette se quitaba la máscara para ver y sentir aquel calor sobrenatural. El fuego que olía a canela.
—¿Evocaste el fuego?—Su voz parecía interesada y horrorizada.
No había transmutado su esencia en fuego. La conversión de esencia a sustancias complejas como elementos primigenios o combustión. No... Aquello requería de una concentración y un flujo energético extraordinario. Había leído un montón de escritos sobre conversiones elementales. Incluso intentó la Evocación Elemental de Líquidos. La transformación con catalizadores. Pero su flujo energético era relativamente débil y pasaría mucho, antes de poder evocar más que corrientes de aire o chorritos tenues de agua. Sin duda, las artes místicas eran dificultosas... cuando menos, frustrantes. Pero había cosas que hasta una niña como ella podía hacer: quemar su esencia para incrementar el calor durante una oleada de frío. O utilizar el flujo energético para agudizar los receptores de luz en sus ojos.
Prefirió no hablar del tema, para exasperación de aquel extraño grupo. Las artes místicas resultaban incompresibles para la mayoría de las personas que no estaban acostumbradas. Pocas familias poseían la sangre peculiar de los primeros magos y guardaban recelosos su descendencia, casando a sus hijos con otras familias benditas. Aún así, muchos nacían con un flujo de esencia demasiado débil, como para controlarlo, estos eran los desgraciados por la esencia. Solo las personas de Gobaith poseían este quinto elemento en sus cuerpos o... eso decían las escrituras.
Annie se comió un potaje de carne tan espeso y picante, que le asaba la lengua, se sorprendía de como las personas simples veían con rechazo el Misticismo. Matemáticas, historia, geografía... todo lo que parecía absurdo en comparación con lo que había aprendido de los libros de alquimia, Maeglafia y Misticismo convencional que tenía su padre. Todo era tan fantástico, como para que las personas sin facultades no pudieran entenderlo.
La noche cayó más oscura de lo usual y Theus hablaba sobre las heridas más terribles que cosió con sus agujas de hueso y sus hilos de tripa. No había estrellas y la única luz era el fuego que crepitaba, violento. Todos estaban alrededor del aro de luz. Los árboles crujían y se retorcían cada vez que el viento soplaba... Vivos. Como un sueño olvidado que alguna vez tuvo. El cazador se alejó, quizás no volvería hasta el amanecer... borracho y maloliente. Annie no podía concentrarse, no sabía porque... Un silencio misterioso reinaba sobre el ruido del bosque. El viento sopló y los árboles susurraron y... ¿Se movieron? Había algo extraño esa noche, pero nadie parecía notarlo. Salvo Elias, que se veía inquieto en su jaula. Ante el resplandor del fuego no podía usar su visión. Afinó sus otros sentidos. Escuchó otra ventisca agitando las ramas de los árboles y un millar de sonidos diferentes. Revueltos en la música que llegaba hasta sus oídos... Las hojas marchitas se estremecían en sus pies. Las vibraciones llegaban hasta sus plantas.
—Annie—susurró Elias, pero la brisa se llevó el sonido cuando las hojas se estremecieron de frío—. Escóndete...
Annie asintió, los pasos reverberantes se desvanecían a través de la alfombra de desperdicios. El viento sopló escondiendo las formas desfibujadas en la oscuridad. Se alejó del círculo de luz, sin que nadie la notará. Sopló el viento estremecedor... Los árboles, ellos... cayeron sobre las personas. La noche se llenó de gritos. Los árboles tenían acero en las manos, no... eran personas disfrazadas con ramas y hojas cosidas. Annie se encogió de miedo y se deslizó bajo el carromato, se ensució de barro al acostarse en el suelo. Quería gritar, pero sabía que no conseguiría nada haciéndolo... Así que cubrió su boca mientras lloraba con el torso cubierto de hormigas.
Vio como Richi desenvainó su espada para detener el hacha de un hombre cubierto con ramas, que venía ante él. Lo consiguió, en medio de una maraña de acero, pero una lanza voló desde atrás y atravesó su muslo... en una mezcla de grito y caída. El hombre le cercenó el cuello de un tajo y sus ojos se salieron de sus cuencas... A Anna la acribillaron. Un montón de árboles la rodeó, las espadas ensangrentadas subían y bajaban entre chillidos que le revolvieron el estómago como un gusano asqueroso.
Theus soltó la espada y corrió al bosque, huyendo. Un cuervo se lanzó contra su cara, le estaba arrancando los ojos entre gritos mientras giraba como un bailarín... Un joven salió desde los árboles con una lanza en ristre y se la clavó a través de la piel de lobo en la espalda a Theus. El joven se acercó al fuego... era Camielle Daumier, pálido y malvado. El cuervo maligno se tragó el ojo de Theus y voló por toda la carnicería, arrancando con su pico negro, la piel de los cadáveres. El resto de cazadores se dispersó en los árboles. Veía piernas correr en todas direcciones, desesperadas.
Anna, se arrastraba en un charco de sangre hacía el carromato, donde se escondía Annie entre jadeos y quejidos. Camielle se acercó a ella con la lanza ensangrentada, sus ojos violáceos resplandecían, frívolos... La mujer gimió al enterrarse la lanza en su espalda y sus ojos se desenfocaron. Colette saltó desde los árboles con un puñal en la mano, la máscara roja parecía el rostro ensangrentado de un demonio que descendía sobre Camielle.
«Mátalo» suplicó, al tiempo que el cuervo graznaba, eufórico...
El viento sopló haciendo susurrar el bosque entero con un sonido particular, antinatural... Un cuerpo arremetió contra el carromato y lo empujó. La madera se destrozó con un grito y el suelo se cubrió de astillas. El carromato se deslizó tanto, que Annie había quedado al descubierto. Intentó desesperadamente esconderse, con el corazón en la boca.
—¡Sal de allí!—Rugió una voz imperiosa, como una orden. No se pudo mover, se habría orinado de miedo, pero sospechaba que ya lo había hecho—. Levántate.
Llena de polvo, se incorporó, asustada. El hombre que le hablaba era alto, de cabello largo y rojo, llevaba una túnica ceñida color malva. En su mano tenía una varita de fresno con el mango de marfil. Olía a cenizas. El viento silbaba a su alrededor...
—Annie—la llamó Elias desde el carromato—. No... No te des la vuelta...
La sangre se le heló y los dedos le temblaban. Una voz jadeante la llamó, era Colette...
—¡Niña! —Le gritó aquel mago malva—. ¡No mires!
Pero está vez, desobedeció. Colette se retorcía de dolor con una estaca del carromato atravesando su cuerpo, estaba todo lleno de sangre. El trozo de madera sobresalía de su torso sangrante mientras que sus miembros colgaban flojos. No pudo gritar... Sintió horcadas. Aquel voraz viento feérico la lanzó contra el carromato. Se dobló por la cintura y vomitó todo el potaje de carne y verduras.
—Señor Pisarro—dijo Camielle, venía hacía ella—. Tenemos ante nosotros a la hija de Lord Verrochio—sonrió lobunamente—. ¿O no, lady Annie?
Lo miró con odio... El joven la tomó del cabello y la levantó. Sus ojos violáceos eran portales de humo. La cargaron con grilletes y la subieron a un carruaje oscuro. Durante muchas horas lo único que conocía de aquel mundo era una caja de madera chirriante, inmersa en tinieblas. El resto del mundo desapareció, calcinado hasta sus cimientos por fuerzas fuera de su compresión. Seres trascendentales de otras dimensiones golpeaban la caja con carcajadas.
El Segundo Castillo era un sitio lúgubre y laberíntico con paredes lisas de piedra y brillantes alfombras rojas con diseños dorados angelicales. Le dejaban recorrer las torres complicadas, hablar con todo el mundo y vagar por el patio desierto... pero nunca salir de las murallas. Se subía a las aspilleras, desde la cima de la colina se dominaba aquel pueblo rústico que parecía el diseño de un niño que jugaba con palos y piedras junto al río.
Estaban las inofensivas murallas de tierra y el lago Aguamiel que encerraban a las rudimentarias casas de barro y paja, los establos y las calles de grava. Más allá de las muros se alzaban las carpas entre los solitarios campos de trigo, cebada, judías y avena... Nada que ver con la ciudad y sus edificios altos, sus torres complejas, los campanarios, murallas de treinta metros, las puertas de la ciudad, el puerto repleto de embarcaciones y el gigantesco Castillo de la Corte.
Allí, en aquel complicado rincón del mundo. Se sentía confinada a caminar por salones que no regalaban su antigua gloria, contemplar pinturas de mujeres fornicando con criaturas mitológicas e inspeccionar en las cocinas. Siempre alguien la vigilaba. Había guardias por todo el lugar o estaba ese maldito gato naranja que la seguía con aquellos fijos ojos verdes.
La biblioteca del castillo estaba usada por el polvo, las mesas, las sillas, los estantes... todo estaba cubierto por una vieja película que susurraba años de abandono. A excepción de los fantasmas, que se lamentaban de su vida desperdiciada y atormentaban a los pobres ratones. El lugar olía a orines y estaba en penumbra, cuando corrió las cortinas un montón de sombras dormidas huyeron a esconderse. Abrió las ventanas para dejar entrar el aire y vio que podría lanzarse desde aquel torreón. El cinamomo se resguardaba del sol a la sombra del torreón, podría volar libre, desnutrida, con frío. Vivir, fuera de las jaulas... Solo tenía que caer. Pero lo pensó mejor y se alejó de la ventana.
Había libros tan antiguos que las páginas se deterioraban con tocarlas, el lenguaje era todo inconexo. Una literatura más antigua que el castillo.
Encontró un tratado que narraba las historias de varios magos olvidados. Libros de reyes de la isla. Libros de leyes absurdas. Tesis sobre Misticismo. Cuentas de impuestos y algunos libros tan extraños y en tan mal estado que no se podían leer, sin terminar con un dolor de cabeza insoportable. Encontró un libro de cuero rojo con un grabado de oro: un ángel con una espada llameante. El Ángelus Miguel. Era robusto y estaba repleto de nombre extraños, muchos de familias extintas como los Wesen o los Sisley y otros que desconocía como los Escamilla o los Lumiere. La lista terminaba con la generación del castellano Lord Archer... Los últimos magicians de aquel castillo.
Y se dio cuenta que en aquel gran libro antiguo estaban los nombres de todos los magicians del Segundo Castillo. Buscó una pluma, un frasco viejo de tinta roja en un cajón y escribió: «Annie Verrochio—y más abajo—: quien estuvo encerrada en el castillo sin nada que hacer». Con malicia fue a ponerlo en donde lo consiguió. Se percató de que uno de los estantes estaba roto y un montón de libros viejos se esparcieron en el suelo. Nada interesante. Cuentas de hace cien años y un diario de tapa oscura sin inscripciones, dentro tenía dibujos. Era el diario de una maga llamada Monet Leblond en una época desconocida. Se lo llevó a la mesa empolvada pasando las páginas. Hablaba de corrientes energéticas, rupturas universales y su vinculación con el origen de la quintaesencia del cuerpo. Era más una especulación de que el flujo energético que manipulamos, era el producto de una conexión indirecta con un plano más elevado. Además tenía Proyecciones muy bien detalladas, Imágenes Elementales precisas y Evocaciones Elementales arcaicas compatibles.
El gato naranja saltó desde los estantes y la miró, desquiciado. Podía ver la mirada severa de Camielle a través de sus ojos serpentinos. Le lanzó los libros de cuentas y corrió, rápida, por el salón de las pinturas eróticas, subió las escaleras y se encerró en su habitación. No podía matar al gato, porque Camielle se enfadaría y le haría alguna maldad. Pero había pensado en hacerlo con insistencia: podría lanzarlo desde la torre o estrangularlo. Pero... solo era un animalito. Sus rayas eran muy tiernas y le maulla a Annie cada vez que quiere un masaje en la cabeza. Leyó sobre Proyecciones y memorizó las Imágenes Elementales. Las propiedades conductoras de algunos materiales y algunos procedimientos inusuales. Después que le trajeran la cena. Una niña pálida de ojos vendados tocó a su puerta.
—¿Quién eres?—Le preguntó, nerviosa. Parecía de su edad pero estaba muy débil y famélica.
—Arlyn—hizo una reverencia—. Es un gusto Lady Verrochio. Disculpe si no me he presentado, su esencia es similar a la de su padre y creí que era él. Estaba muy asustada.
—¿Conoces a mi padre?
Hizo pasar a aquella desconocida a su habitación y se sentaron en su cama.
—Sí, mi lady —tenía una disimulada sonrisa ingenua—. Pero... usted es diferente, usted es... buena. Aunque se siente sola.
—¿Qué te pasó en los ojos?—Arlyn se tocó la cara como si se la descubriera por vez primera—. En tus ojos—continuó Annie.
—Nací sin ellos—se quedó sin palabras y Arlyn lo sintió—. Mi papá dice que fui un milagro, que cada vez que despierto es un milagro. Las creaciones como yo no vivimos mucho.
«No puede ser». Annie tragó saliva.
—¿Quién era tu padre?
—Giordano—hizo un esfuerzo por recordar—. Giordano Bruno. Él me creó, decía que era mi papá y yo... un homúnculo, su hija. Me hacía muy feliz. Era un hombre de lo más agradable que contaba historias interesantes—. La mente le dio un vuelco. ¡El Homúnculista! Un secuestrador y asesino en masa. Un alquimista y mago negro. Pero estaba muerto y sus creaciones destruidas... aunque, allí estaba Arlyn, cada día más débil... pero allí—. Mi papá nos amaba a todos—seguía diciendo—. Decía que los demás lo habían rechazado. Siempre estábamos solos y todo oscuro, él quería que yo viera. Estaba desarrollando ojos con nuevos especímenes. Pero, un día entraron personas rojas con fuego en su interior, como algunos en este ejército. Mataron a mis hermanos: a los buenos y razonables y a los deformes que no sabían lo que hacían. Había algunos de mis hermanos que daban miedo, sí... papá los tenía confinados en celdas de concreto... Otros escaparon del laboratorio durante la invasión. Él que más me asustaba era el dragón, su presencia era como un incendio extendiéndose por todo el laboratorio y... devoró a papá con sus llamas.
—¿Y a ti?
—A mí me abandonaron. Estuve vagando sola y enferma, hasta que un joven triste de esencia roja y negra, me dijo que quería cambiar a esta isla.
—¿Dónde está ese joven?—Preguntó, excitada. Annie recordó al alquimista y se llenó de emoción.
—Lord Verrochio lo mató. Los buenos... mueren jóvenes. Él me dejo aquí, sola, otra vez.
Annie la abrazó. Sus brazos delgados buscaron instintivamente el calor de la joven.
—¿Qué haces?—La niña intentó alejarse, pero la abrazó más fuerte.
—Ahora no estás sola—un sentimiento llenaba su interior.
—¿Tú serás mi mamá?
—Sí.
—¿No me dejarás sola?
—No...
Todas las noches durmieron juntas y hablaron de cómo era el mundo antes de conocerse. Una tarde una criada del castillo le pidió que se arreglará. Ella y Arlyn se bañaron juntas, la niña la ayudó a trenzarse el cabello. Debajo de la venda tenía cicatrices rosadas, curadas con mucho cuidado. Sus párpados cerrados estaban hundidos ante la inexistencia de globos oculares. Se sentía muy extraño bañarse junto a otra niña, desnudas completamente. Notó que el vello empezaba a crecer en su entrepierna y le dolían un poco los pezones al tocarlos. La sensibilidad en esa zona era cada vez mayor.
Se puso un vestido de brocado verde que le trajo la criada, porque sus ropas estaban muy usadas. Pero no dejaron ir a Arlyn. La criada la condujo hasta el torreón central, a las habitaciones del rey. Annie sintió una punzada de terror, nunca había visto a Seth. Aún tenía oculta la redecilla de oro, fuese lo que fuera.
Cuando entró a la habitación, vio a un lisiado encendiendo el fuego de la chimenea. Parecía absorto en evocar el fuego desde sus manazas endurecidas, las llamas crepitaban y bailaban adquirieron diversas formas irreales. Una figura serpentina se alzó devorando los leños. Toda la habitación parecía una vieja hoguera añil, que permanecía encendida a perpetuidad del tiempo, porque la oscuridad acechaba... En el aire revoloteaban mentiras.
—Lady Annie—el hombre anciano estaba lleno de mentiras. Pero no eran para los demás, eran contra él mismo.
—Rey... Seth.
Aquel hombre viejo, de un rojo desteñido... sonrió con tristeza. «Incluso su sonrisa es una mentira» pensó. Con aquel fuego irreal alumbrando al rey, postrado para siempre en la silla de madera con ruedas, no supo donde comenzaba el sueño y terminaba el mundo. Las sombras se escondían, adormecidas, en las esquinas de la habitación y bajo la cama desvencijada. Las cortinas ocultaban la luz de las ventanas.
—A mí tampoco me gusta estar así, pero se me hace más fácil cuando no me miran de esa forma.
Bajó la mirada, inquieta.
—Lo siento...
—Tranquila, eres auténtica—el rey rodó su silla para darle un lugar junto a la chimenea—. Todos fingen que soy un rey y me ponen esa corona tan pesada y dolorosa. Pero hace tiempo que nadie me ve como soy en realidad: un anciano lisiado, triste y solitario. No tienes que decirme rey si no quieres. ¿Te gusta el castillo?
No supo que decir... Ver aquellos ojos rojizos, tan viejos, cargados del esmalte del dolor, del triunfo y la desesperación... la hipnotizaron. No había visto a Seth Scrammer en su vida, pero sí a Sir Cedric cuando se paseaba por la ciudadela con sus magicians. Hubo mil hombres que pudieron cambiar el mundo, todos muertos.
—Conocí a tu padre—continuó—. Era un joven extraño. Recuerdo que Cedric y yo habíamos ido a Pozo Obscuro, no recuerdo el motivo. Tu abuelo nos recibió en su castillo. A Cedric le encantaban tus tías, yo y Affinius nos hicimos amigos. Pero tu padre era inusual, verlo rondar por los pasillos era como ver un fantasma. Nunca salía de su laboratorio. No podía creer que existiera alguien que eligiera estar solo. Nunca lo comprendí, supongo que lo hacía para no tener que demostrar que era como los demás.
»Lo cierto es que... aún a mis cincuenta años. No sé cómo una persona puede alejarse de las otras. El dragón es una criatura solitaria, pero nosotros somos humanos. Si nos sumergimos en cuevas, nos volvemos duros ante el tacto de los demás. Nunca comprenderé a las almas solitarias... Discúlpame, señorita. Estoy viejo y a veces me quedo en el pasado. Tal vez Cedric hubiera sido un mejor rey.
—Yo... quiero volver a mi casa.
Seth asintió.
—Hace poco vuestro padre dirigió una expedición cerca de Puente Blanco, ya que... Recientemente, se descubrió una cueva repleta de cristales. Era la tumba escondida de los reyes Sisley. Una cripta inmensa y laberíntica que se adentraba hasta las entrañas de la isla. Según el mito de Julián Sisley. La familia real después de detener la avaricia del pueblo, alimentada por los Wesen y los Scrammer en su último levantamiento. Decidieron sellar los miles de años de conocimiento místico, en algún lugar de la isla. Se crearon leyes que regularon la práctica del Misticismo y la alquimia... hasta nuestros días.
»Lord Verrochio en busca de ese conocimiento arqueológico, liberó los males ocultos en la sepultura. Las maldiciones de nuestros ancestros están sueltas, escarbando la tierra y destruyendo el ecosistema. El Gremio de Magos de mi rebelión las llama gusanos aunque tienen un nombre más horroroso. Se comen la vida de la isla. Los árboles no crecen. Fuera de este refugio, todos mueren de sed o de hambre.
»El rey en el norte no hace nada. Oprime al pueblo con tal de descubrir el pasadizo a los secretos de la tumba. En vez de buscar una solución colectiva, nos declaramos la guerra. Pero solo es una mentira, un teatro armado por las sombras que lo corrompen. Ellos quieren que nuestro pueblo se unifique, para conquistar las tierras más allá del mar. Para eso busca el conocimiento prohibido. Quiere crear un ejército íntegro, construyó los barcos y... Está dispuesto a sacrificar nuestro paraíso por el sueño de redención de los Celtas. Una oportunidad al otro lado del mar.
—Mi rey—una mujer rubia de profusos ojos verdes entró... Olía a tormentas y briznas de valor.
—Lucca.
—Este hombre pide hablar con usted, otra vez—detrás de la mujer vestida de azul había un tipo sumamente flaco como un palo—. Es Jean Ahing. Él mismo que pidió hablar con usted, ayer. No deja de decir que es alquimista y viene de una fosa junto a la colina Pezuña.
«Entonces debe conocer a mi padre». La esperanza regresó a su mente. Jean entró moviéndose como un muerto recién desenterrado, era alto y tenía el rostro redondo de mentón escaso. Su capa negra, apestada a sentimientos abstractos, sangre, amor y desesperación. Clavó los ojos en ella, sorprendido... La reconoció.
—Fue un gusto hablar con usted—se despidió Annie.
—Me gustaría volverla a ver Lady Verrochio.
El alquimista no dejó de mirarla hasta que estuvo frente a la puerta. Annie se detuvo.
—Seth—dijo antes de irse—. Usted... es mejor rey de lo que Cedric podría ser. Usted vivió para redimir el fracaso de su hermano.
Lucca le sonrió y la dejó marcharse. Se detuvo a mirar las pinturas subidas de tono: una mujer yacía sobre las piernas de un demonio, cuya lengua recorría sus senos. El diseño era impresionante, el pintor debió ser muy prestigioso. Incluso las tonalidades del ambiente eran sublimes. Pero el autor debió ser un pervertido. Se detuvo junto a un cuadro con marco de plata: dos hombres... abrazando a una ninfa en un bosque primaveral. el cuerpo claro de la ninfa exhibía un nivel de detalle indescriptible, sus pezones oscuros eran manoseados por los hombres mientras ella jugaba con el vello verdusco en su entrepierna. Las piernas lujuriosas de la mujer portaban un movimiento fantástico y los... penes de los hombres humedecían la piel de su ombligo. Se ruborizó contemplando aquellos falos, duros, efectos... Se preguntó cómo sería tener uno colgando todo el día de la cintura. Cuando entró en su habitación, Arlyn saltó sobre ella.
—¿Estás bien?—Parecía angustiada—. ¿No te hizo nada?
—No... Él es buena persona.
—Es un buen mentiroso—Arlyn se recostó sobre la cama que compartían—. Este lugar esta lleno de mentirosos, fingen ser buenas personas.
—¿Por qué lo dices?
—En el alféizar de la habitación de Seth, hay un cuervo que ve y escucha todo.
No sabía que pensar. Un cuervo portaba una presencia muy tenue como para ser sentida, y Camielle no estaba en el castillo. A menos que estuviera siguiéndola con sus animales.
—No me mientas.
—Yo veo las formas de manera distinta que tú. Envuelvo todo el castillo con una fina capa de esencia, es como lanzar una carpa de seda. Todo lo que la tela toca, está en mi cabeza. Atravieso paredes y reconozco a cada ser vivo por sus sonidos, su calor, su esencia, su olor...
—¿Quién espía al rey?
—Al rey no, a ti.
—¿A mí?
¿Ella? ¿Que podría tener ella? Recordó la llave que tenía escondida dentro del colchón y las palabras del rey: «miles de años de conocimientos místicos». Era lo que su padre buscaba y protegía. Si quería proteger ella a su padre. Tenía que esconder la llave, para evitar que Seth Scrammer entrará en la cripta de los Sisley. Friedrich debía llegar a la cámara antes que él. Tenía que huir... Pensó en Niccolo y en ese alquimista, Jean Ahing, sí... La isla se deterioraba, su padre tenía razón. Debemos abandonar el barco que se hunde. Según los libros, el mundo era miles de veces más grande que Gobaith. Niccolo estaba en algún lugar del campamento.
Con el paso de los días, planeó el escape: buscaría a Elias y a Niccolo... Convencería al alquimista de llevarla a la colina Pezuña. Pero primero tenía que escapar del castillo, de Camielle, de Seth y sus mentiras. Pero Arlyn no quería irse, no sabía dónde debía estar. Enfermó, la niña sonriente despertó famélica y Annie dejó de pensar en escapar. Arlyn no comía, tampoco caminaba, estaba muy débil y Annie tenía que bañarla porque sudaba mucho, era terriblemente doloroso verla así. Lo poco que ingería, lo vomitaba y su cuerpo sufría convulsiones. No dormía por las fiebres y los labios se le partían y le sangraban.
—Esto iba pasar —pero nunca dejó de sonreír—. No quería que ocurriera en este momento, no cuando era tan feliz. No me dejes morir...
Annie tomaba su mano todas las noches y se dormía abrazada a ella.
—Que pudiera vivir tanto tiempo es un milagro, gracias por estar conmigo.
Nadie podía hacer nada por ella. No era una persona, la química de su cuerpo era distinta a la suya. Los remedios los vomitaba y las costillas se marcaban en su torso.
—Me hubiera gustado crecer... quedarme contigo y—parecía que pensaba algo... mientras pensaba... se durmió finalmente. No había descansado en semanas, pero esa vez... durmió tranquila toda la noche y todo el día y nunca despertó.
Annie lloró... Lo hizo tan fuerte que los guardias tuvieron que sujetarla y sacarla de allí como a una loca. Se llevaron a Arlyn mientras dormía, silenciosamente... Ella solo quería irse y lo haría. Ya no quería sufrir más.
«Capítulo anterior × Capítulo siguiente»