Capítulo 11. Canción de Medianoche
Capítulo 11: Me gustan las personas rotas.
A cada uno lo asignaron a un sitio distinto en Rocca Helena. Había varios carros repletos de armas y armaduras saqueadas. Les dejaron escoger lo que quisieran. Moverse dentro de aquellos enormes carros era como atravesar una selva. Niccolo y Trapo entraron en el tercer carromato cargado. Trapo sacó un martillo más grande de lo normal con una púa en la cabeza, también se llevó un chaleco de anillas y un casco de bronce con los cuernos partidos. Pensando que en cualquier momento atacarían el campamento, cogió una espada larga y mellada, recordó que peleó con una en el Fuerte de Ciervos, pero se lo pensó mejor y la dejó. Encontró un yelmo un poco oxidado y se lo quedó, al igual que unos guanteletes muy diferentes uno de otro, unas hombreras llenas de abolladuras, una malla gastada, una placa para el pecho y protección para las piernas. Un cinto gastado. Pero solo sacó del carromato las hombreras y el peto... Consiguió un puñal sin filo con una empuñadura de cornamenta y se lo guardo al cinto en una vaina de cuero. Vio otro pequeño puñal en una vaina de madera gastada, estaba afilado y limpio. Se lo guardó en una de las botas altas de cuero duro que eligió.
Trapo fue a la herrería por orden de Lucca y luego Niccolo tras un extraño titubeó de la mujer, se fue con Bael, un anciano amargado de túnica gris y sabiduría cuestionable que fumaba colas de escorpión molidas. El anciano parecía un castigo, pero preparaba emplastes de hierbas y poseía un conocimiento envidiable de herbolaria y sanación. Cuando no molía semillas y hojas, reparaba huesos y cosía heridas. Fumaba y meditaba acerca del pasado y le encantaba hablar de la naturaleza obsesiva e irracional de los jóvenes por las aventuras.
Hubiera deseado quedarse toda la vida... encerrado en esa pequeña casita con paredes de barro y techo de paja, mirando al anciano hacer y deshacer vendajes y preparar pócimas de dudoso efecto. Quiso estar allí para siempre, y así lo hizo. Buscaba las comidas sin hablar a nadie, limpiaba la sangre del suelo de madera y en ocasiones salía a buscar hierbas y barros junto a Bael, para abastecer el pequeño herbolario que tenía en su casita. Macetas con plantas extrañas, estantes con polvos misteriosos y pequeños animalitos en frascos.
—Niccolo, masca esto para tener buen aliento y las mujeres te quieran besar—el anciano reía y mascaba menta mientras señalaba distintas plantas—. Recoge esto, se llama Lujuria. Sécalo y quémalo para que tengas una buena noche con una amante que se rehúsa. También podrías hacer un té para conseguir que una persona te ataqué. ¿De qué te ríes?
—De nada, señor.
En ocasiones la lechuza blanca se posaba sobre la puerta astillada y los escudriñaba... A veces, Niccolo soñaba que era uno con aquel pájaro y veía cosas espantosas: gritos y sangre. Desplegaba las alas pálidas sobre el cielo espectral del anochecer, volando por las cortinas de nubes a través del firmamento. Podía ver otros pájaros moverse en las copas de los árboles. Figuras sinuosas con caracteres misteriosos.
—¿Qué ocurre, Niccolo?—Bael casi no dormía por las noches. Se la pasaba elaborando medicinas o rezando a Bel—. Gritas mucho en tus sueños... ¿Quiere un té de pasiflora para dormir?
—No.
—No duermo mucho en esta casita—la lámpara de aceite del anciano, deformaba su rostro en la penumbra—. No me gusta. Nadie quería vivir en esta casa, desde hace muchos años. Corre el rumor de que aquí... vivía una bruja que yacía con demonios y alumbraba mestizos inhumanos. Cuando la mujer murió, nadie se atrevió a adueñarse de la casa. Los del pueblo veían deambular a un niño con la cara quemada. Era su hijo huérfano.
»Un sacerdote del culto del Fuego Eterno vino desde Puente Blanco y encontró al niño del rostro quemado intentando suicidarse en el lago Aguamiel. Lo acogió y se lo llevó al templo. No se supo más nada de ellos. Hoy... durante las noches de luna llena, un lobo demencial con cola de serpiente se pasea por el pueblo... Cuando canta el ruiseñor. Dicen que es el padre del niño de rostro quemado, que busca a su hijo entre los niños del pueblo. Nunca he visto a un demonio, pero en estos últimos tiempos, caminan entre nosotros... disfrazados de personas. Solo Bel puede ver nuestros corazones y saber quiénes somos.
Un día, Ralp se rompió un dedo mientras se entrenaba con la espada y el pájaro entró en la casita, se posó sobre una mesa llena de vendas esparcidas y se quedó allí, mirándolos como un demonio centinela. El anciano colocó los huesos en su lugar mientras el hombre diminuto gritaba, enfurruñado. Niccolo lo ayudó a fijar los palos con vendas para que los dedos sanaran. El pájaro del druida muerta los vigilaba, con sus ojos espectrales.
—Está esperando—Ralp había recuperado color y ya no tenía las mejillas tan hundidas. Estaba recuperando su barriga prominente—. Ese pájaro está esperando para llevarse tu alma. Por eso, ninguno se acercó al druida junto al dolmen. Ellos hacen pactos con seres antiguos. Seres que existieron antes de la aparición del hombre y estarán, cuando el cielo vomité fuego y la tierra se cubra de sangre y cenizas. Existen fuerzas más allá de nuestra comprensión. Algo que debiste saber antes de tocar el dolmen, pero pasaste por alto. Un pacto para toda la eternidad.
Niccolo sintió náuseas al escuchar aquello. Pesadillas lo atormentaban durante las noches, recuerdos... percibía aromas que no existían y por su mente se cruzaban imágenes que no eran propias. Una sustancia salió del dolmen y se adhirió en él como un parásito, corría por sus venas y consumía su alma. Una llama. Energía eléctrica parasitaria.
—¿Estoy condenado?
Ralp tenía la mano entablillada, a Niccolo el vendaje y el ajuste de huesos le habían salido bien. El hombre lo miró, severo, en sus adivinaba el brillo de la lastima. Las sombras rectaban hasta ellos desde el suelo de tierra, escalando por las tablas de las paredes de barro hasta el techo de paja. Bael estaba preparando infusiones para el dolor con la tetera sobre el fogón.
—Los dioses del bosque no otorgan: intercambian—Ralp hablaba con una sabiduría impropia—. Escuché a los magos hablar del receptor de una fuente... de ti. De las fuerzas disuasorias de la naturaleza. Ese castigo, hará que la muerte parezca un milagro. Te aconsejo que huyas de la muerte, muere muy viejo... porque el destino nos llega a todos. En tu caso... Ese destino es renunciar a tu humanidad. El Gremio de Magos vendrá por ti.
Corriendo en círculos, desaparecieron los días. Niccolo pescó el hábito de vagar solo por el bosque, mientras recogía las hierbas para los ungüentos de Bael que no crecían en su herbolario. Los cristales de su invernadero filtraban una luz verde oscura que dejaba crecer a pequeñas plantas tubulares con olores extravagantes. Llevaba una cesta tejida colgando de su espalda y la lechuza lo seguía, a la distancia desde los fresnos perennes. Un hombre vestido de blanco y lila con una pluma de cisne en el sombrero, lo seguía entre los arbustos, pero... ¿Lo había visto él o el pájaro?
El ave comenzó a aullar y el bardo saltó desde su escondite con la lira en alto.
—¡Tranquilo!—Replicó el bardo, era rubio y de piel ambarina. Era el mismo que estuvo preso junto a él en las celdas del Fuerte de Ciervos. Lila y blanco. Cuya voz era brisa cálida y soledad de verano—. Gerard Courbet—se presentó con una vehemente reverencia. El traje pomposo y el sombrero inspiraban un toque elegante.
—Niccolo Brosse.
—Un gusto, Niccolo—Gerard ladeó la cabeza. Olía a... tinta añeja. ¿Sal del mar? No se trataba de un bardo corriente, no—. Usted tiene algo muy valioso.
—¿Yo?—Negó con la cabeza, taimado.
—Me gustan las personas rotas—Gerard sonrió con cordialidad, sus ojos dorados se oscurecieron—. Tienen historias fascinantes... quizás, si logras ver las piezas faltantes, puedas enterarte de su belleza escondida. No tiene significado para muchos, pero que es muy interesante. Y como compositor estoy en busca de nuevas historias.
—¿De qué habla?
—Su historia, Niccolo. Usted piensa que nadie vio su rostro: esa máscara de enamorado que se rompió cuando descubrió a la señorita Miackola en los brazos de otro hombre.
—Olvide eso, señor Gerard—terció Niccolo. Pero él no olvidaba. Se preguntaba la razón. Aunque aquellos ojos ya no brillarán cuando lo vieran, aquellos rizos nunca pertenecerían a sus dedos, que esa boca perfumada no sería suya... ¿era eso? Era un loco enamorado que perdió todo, sin intentar nada, era incapaz de soñar. Todo había sido una ilusión tonta en una mente ignorante—. No hay nada que contar—pero sí, había mucho que decir. Huyó de Mia y de todos—. Si quiere una buena canción busque a otro, ninguna historia sería buena conmigo en ella.
Gerard sonrió e inclinó la cabeza.
—Quiero escuchar su historia, aun así. Le ofreceré que vaya a mi tienda mañana, morado y blanco. Se lo ruego, cuando el anciano curandero vaya a rezar al atardecer, lo esperaré.
Bael tenía por costumbre ir a una pequeña cueva cada tres días, para orar al Dios Sol mientras desaparecían los últimos rayos de luz dentro. Niccolo se puso una capa de lana teñida, de azul, sobre los hombros y se guardó el puñal pequeño en la bota. Recorrió el campamento que se extendía por toda Rocca Helena, tiendas que surgían entre las casas de madera y barro como intrusos. Estaban tasajeando a un cerdo en una amplia mesa ensangrentada, el agua hervía en una cacerola con leños encendidos. Fuera, las murallas de tierra se extendían hasta el nacimiento del bosquecillo. La tienda de rayas blancas y moradas estaba junto al cauce del Aguamiel, a lo lejos... llegaba el sonido amortiguado del agua, reventando en sus oídos como susurros cariñosos. El suelo estaba cubierto de gravilla y guijarros, desde la tienda se escuchaba una risa dormida, los trineos de una lira. El olor a clavo llenaba el espacio. Dentro, había una mesa repleta de papeles manchados, sillas, un cenicero de plata que quemaba hierbas aromáticas y unas lámparas de vidrio.
—¡Niccolo Brosse!—Gerard acariciaba la lira y junto a él, sentada, estaba una muchacha con una flauta en el regazo—. No pensé que vendrías—miró a la joven—. Él es de quién te hablé.
—¿Si?—Aquella joven tenía unos pícaros ojos almendrados, un rostro fino y un largo cabello castaño rizado—. Un placer, señor Brosse.
Así conoció a Gerard y Pavlov. Con las miradas que se lanzaban y las canciones que se dedicaban, uno podría pensar que tenían años casados, pero la verdad era otra. Gerard tocaba mucho mejor su instrumento, pero la voz de Pavlov era más hermosa. Vivían juntos y a pesar de la ferviente química ellos, no... Estaban locos. Sirvieron las copas de vino.
—¿De dónde es, Niccolo? —Preguntó el bardo.
El vino dulce y ardiente le soltó la lengua, palmo a palmo, mientras le quemaba el pecho.
—Viví toda mi vida en la calle Obscura, en la biblioteca.
Gerard abrió mucho los ojos.
—No es verdad—palmeó a Niccolo como a un viejo amigo—. Es sorprendente como vives frente a alguien y pasas toda la vida sin conocerlo—se llevó la copa a los labios—. Somos dos estrellas, juntas en el firmamento, tan juntos y tan lejos, aislados.
—Discúlpalo, Niccolo—se burló Pavlov—. Es un romántico sin remedio.
Gerard se rio y miró fijamente a Pavlov, iluminado. Arrancó unas notas tristes con la lira y cantó:
Cuando salí de Obscura.
Dejé mi vida, dejé mi amor.
Cuando salí de Obscura.
Dejé enterrado el corazón.
—Cantaba en esa plaza todas las tardes. Hasta entrada la medianoche. Creí que les cantaba a los fantasmas, pero allí estabas tú. Escuchando...
Niccolo se sonrió, recordando todas aquellas canciones de las cuales nunca supo su procedencia.
—¿Por qué se fue?
El bardo bajó la mirada, parecía triste.
—¿Cuál es la razón por la que sufren los hombres, Niccolo?
—Una mujer—la respuesta se le escapó...
Gerard asintió y se ganó una mirada asesina de Pavlov.
—Tú no, querida—aclaró, divertido—. No eres como todas las mujeres. Tú eres perfecta.
—Aja.
Pavlov se cruzó de brazos, aunque sonreía. El bardo le lanzó una mirada conspirativa a Niccolo y no pudo evitar sonreír.
—Una mujer—carraspeó—. No diré su nombre, porque no quiero problemas. Pero, por un largo tiempo... que pareció un instante en los fanales de mi memoria, yo... fui muy feliz. Una cosa que creí nunca poder encontrar. Le dediqué mis mejores canciones, algo muy significativo para un cantante. Siempre me escapaba un rato de mis problemas para hacerla reír, hablar, abrazarla. Mis días eran oscuros, pero ella era el amor de mi vida. Mis sueños eran reales, pero el mundo era un sueño. Y la realidad me despertó, me abofeteó y ya no quise vivir. Ella estaba destinada a otro. Un buen hombre, mejor de lo que seré... con un gran palacio. Sus monedas y sus besos, fueron suficientes como para que ella me olvidará. Así es la vida, mi buen amigo Niccolo, mientras una mujer te dedique su amor... Existe, en algún lugar, otro que se muere por el.
»Ya no podemos hablar. Aunque pase mis noches pensando en ella, sé que nada en el mundo hará que vuelva. Espero que nunca haya escuchado mis canciones, me dolería saber que a pesar de lo que he escrito, no me ha buscado. Yo sueño con amor, porque no existe. Mi vida está aquí, entre todos estos guerreros que luchan por hacer sus sueños realidad. Un cantante de la guerra que escapa de su pasado.
Gerard se puso a cantar, ebrio: «La llamada del Valle Rojo». La sangrienta batalla que significó la extinción para los Wesen y la ruina para los Scrammer, tras el segundo y último levantamiento de los dragones. Cuando Niccolo salió de la tienda era muy entrada la noche. La lechuza lo esperaba fuera, voló y se posó en su hombro. Las personas a su alrededor lo miraron y se comenzaron a susurrar. Llegó al comedor medio embriagado, se llevó dos cuencos con un potaje de carne y grasa desmenuzada y dos hogazas de pan blanco caliente. Una mujer muy guapa pasó junto a él, se le quedó mirando embobado. Ella se dio la vuelta y...
—¿Niccolo?—Era muy hermosa de cerca. Conocía aquel rostro, su sonrisa blanca, sus ojos tiernos. Todo volvió a ser suyo y a la vez, a nunca ser—. No lo puedo creer.
Niccolo hizo una reverencia pronunciada.
—Señora Miackola.
—No seas así—le puso un puño en el pecho. El pájaro soltó un graznido y echó a volar. Ella lo abrazó, introduciendo sus brazos dentro de la capa para rodear su torso. Su cuerpo cálido le recordó al verano, a la brisa, a la vida—. Te extrañe mucho.
—Yo también—respiró su aroma. «Te extrañé con cada gramo de mi ser, tanto... que dolía no tenerte más que en mi mente». Sus... ¿sus brazos se deslizaron por su cintura? La acercó a si, sus miradas se fundieron—. Mucho más
... de lo que piensas—una vez más. Fue incapaz de hacerlo, ella cerró los ojos, esperándolo. Dudó y la alejó—. Me tengo que ir, Mia—sus ojos dudaban, su corazón dudaba. ¿Por qué no podía hacerlo?—. Quisiera verte otro día, estoy en la casita del curandero.
El pájaro cantó y voló lejos...
La cabeza le daba vueltas al acostarse en el colchón de paja. No podía dormir, así que fue a bañarse en el lago. Se alejó del campamento, atravesando los árboles hasta que llegó a una orilla despejada con vista al inmenso castillo en la cima de la montaña. Se desnudó en la arena y se metió en el agua fría, erizando los vellos de su piel. El líquido oscuro era cálido, acariciando su piel con miles de manos. El brillo lunar se reflejaba en las aguas turbias, diluyéndose en estelas plateadas. Los astros relucían, azules, como agujeros en la piel de un espinazo de la noche. Metido hasta el cuello, sus pies no llegaban al fondo. Sentía que nadaba en medio de un mar negro, con criaturas gigantescas sumergidas en las profundidades. Salió temblando, limpio y chorreante, el agua se escurría por sus piernas desnudas. La mujer se deslizó fuera del agua a escondidas, resbaló y cayó en la arena con un grito de dolor. Niccolo se puso los pantalones y corrió medio desnudo a ella.
—¿Estás bien?—Preguntó, maravillado por la desnudez de la moza.
—Me torcí el pie y no me puedo levantar—la mujer temblaba y se escondía el sexo cubierto de fino vello, con una mano y los grandes pezones rosados con la otra.
Niccolo buscó su capa y la cubrió, por un momento, cualquiera hubiera pensado que estaban abrazados.
—No sabía—se disculpó. La levantó entre sus brazos mientras temblaba de frío—. Lo lamento, pudiste haberte congelado en el agua. ¿Adónde vamos?
La joven apenada, temblaba de frío. Pesaba bastante, pero podía soportar su peso. Había cargado objetos más pesados por más tiempo.
—Al castillo.
El castillo se avistaba desde la cima de la colina que le cedía paso al pueblo. Los labios de la mujer temblaban. Al verla más de cerca, pudo ver unos impresionantes ojos verdes, con motitas rojas nadando en ellos... como luciérnagas en un bosque otoñal. Tenía un rostro en forma de corazón y rizos negros hechos de oscuridad. Se arrulló en Niccolo mientras subía por la colina jadeando por el esfuerzo, sus curvas de mujer se acentuaban a sus brazos. Sentía su calor a través de la delgada tela de la capa.
—Gracias, desconocido—le sonrió.
—Niccolo.
—Balaam... Scrammer.
Anduvieron entre los árboles. Balaam dejó de temblar mientras se ocultaban en las sombras de los centinelas. Siluetas con máscaras de animales brotaron de la penumbra, eran personas y... Balaam lo tumbó con estrepito. Le cubrió la boca, para que no gritara, mientras se meneaba con lujuria sobre su cintura, gimiendo. Sus senos tersos se agitaban con cada contoneo. Bailando como esferas de algodón. Quiso tocarlas, pero se contuvo. Sintió como una parte de él se encendía, creciendo entre los muslos de la mujer, presionando el pantalón con un doloroso palpitar. Las sombras se detuvieron. Los vieron mientras... copulaban y siguieron de largo. Esperaron en la oscuridad hasta que queda silueta desapareció. Niccolo no sabía cómo sentirse.
—Vámonos—Balaam desde el suelo se cubrió con la capa. Resguardando aquellos grandes pezones rosados que se agitaron tentadores ante sus ojos.
Niccolo se quedó tendido en el piso intentando disimular la erección—. Levántate—lo apresuró la mujer y él la ayudó a incorporarse, podía caminar, pero cojeaba. Avanzaron un largo trecho de bosques, ella se apoyaba en Niccolo para subir la escalinata.
—¿Scrammer?—La pregunta surgió de repente—. Creí que estaban todos muertos.
—Soy la primera hija de Sir Cedric—Niccolo contuvo el aliento—. Mi madre y mi hermana, huimos con nuestro tío Seth de Puente Blanco.
Subieron en silencio por una empinada colina hasta el castillo. De noche, la piedra lucía negra. Un lugar lúgubre desde la colina del mundo. Las nubes del cielo se arremolinaban, encerrando la luna. Niccolo seguía vislumbrando siluetas humanas y cabezas de animal. Monstruos deformes en las cavernas de su mente.
—Ya podré caminar, gracias—se apoyó en sus dos pies y besó su mejilla—. No viste nada y la capa ahora es mía.
Niccolo realizó una reverencia con las mejillas encendidas.
—Como quiera, señorita.
Las mejillas de Balaam se coloraron y echó a correr como si no estuviera lastimada, desapareció en dirección al castillo envuelta en la capa azul mal teñida. Las torres se alzaba como dedos afilados de un gigante muerto. Las luces de las ventanas eran pústulas donde vivían humanos excavadores de piedra. Pequeñas hormigas minuciosas que devoraban la roca del gigante para habitar en su interior.
De regreso, no pudo dejar de pensar en aquellos personajes con rostros animalescos. Aquel grupo los dejó tranquilos porque creyeron que estaban... interesados en otra cosa. Aún podía ver sus máscaras al cerrar los ojos: el búho, el toro, el lobo, el oso y la serpiente... ¿Qué eran? Balaam agitaba sus recuerdos con su cuerpo claro, su vello fino protegiendo su suave y rosada intimidad. Las piernas le temblaban al recordar aquello.
Cerró la puerta con la cadena. Bael regaba sus plantas tubulares, quemando inciensos adormecedores. Se deslizó hasta una de las camas mullidas del fondo y se recostó, pensando en todo lo que pasó aquel día. Los ojos se le cerraban del cansancio y los brazos le dolían. En aquel cuarto sin ventanas, sentía mucho frío. El pájaro cantaba sobre el techo de tablas y poco a poco, se quedó dormido. Levantó el vuelo... agitando las alas pálidas. Vio personas moviéndose entre los árboles. Fuegos tenues. Agitaba las alas pálidas... Los colores tenían mucha fuerza y desdibujaron un círculo de siluetas con máscaras que pregonaban blasfemias con sus extrañas voces humanas. Por alguna razón, no los comprendía. En el centro del círculo, una mujer con máscara de lémur copulaba montaba sobre un hombre. Un hombre joven. Había humo en el aire mientras descendía, se posó sobre una rama a observar y aquel incienso de hierbas lo mareó. Los árboles cobraban vida y se tambaleaban.
Los hombres aullaban como animales.
El lémur levantó un puñal negro con ambas manos, mientras serpenteaba lujuriosa sobre el hombre. Lo clavó en su pecho y lo retorció... La hierba se llenó de sangre y los ¿animales? El ritual sangriento procedió con puñaladas salvajes. Llenaron cuencos de arcilla con sangre negra y viviente... El cuervo negro gritando, se lanzó sobre la lechuza. Era un aullido humano y un poco menos... que humano. Ambos pájaros giraron y se embistieron en el aire. Las garras plateadas del cuervo hirieron a Niccolo. Herido, emprendió el vuelo de huida... El cuervo gritaba espantado. Antes de despertarse, dolorido y acelerado. La sangre empapaba los árboles, dibujando una línea de custodia en torno al pueblo.
Las luciérnagas nacieron de la tierra y volaron trémulas hasta Lucca. Se posaron en ella, emitiendo luces, siguiendo el patrón de las estrellas... Niccolo se abrazó las rodillas, temblando de frío en aquel claro apartado, bajo la luz de la luna.
—Estas luciérnagas queman su propia sangre para crear luz—la mujer rubia junto las manos callosas, se concentró—. De la misma manera nosotros le damos forma y densidad a la quintaesencia en nuestra sangre—sus manos brillaron. Había una luz blanca manando de ellas... Le mostró una diminuta bola de luz, suspendida, parecía hecha de un millar de partículas brillantes, generaba su propio calor como un fuego fatuo. Olía a ozono.
Hacía ya diez días, Lucca se presentó en la casita de Bael. Cada tres noches, esperaba a Niccolo afuera de las murallas de tierra. Entre las casas de madera había un gran campo sembrado de patatas, arvejas y trigo. Lucca lo esperaba junto a un viejo pozo seco y ruinoso, en una colina, con una espada roma y lo preparaba en duros enfrentamientos que lo dejaban magullado y dolorido. A medianoche se sentaba a ser instruido en las artes místicas.
—Te escogí—le confesó la primera vez—. Aprenderás en el círculo de Lucca della Robbia a ser un mago. Pero... antes de aprender a volar, deberás caminar.
La primera noche regresó con horrendos moretones y cortes, además de que sus delgados brazos desacostumbrados a la brusquedad, quedaron apaleados.
—No todos poseen la esencia en la sangre y muchos, ni siquiera pueden controlarla—le tendió la espada gastada y sin filo a Niccolo—. Pero cualquiera puede usar una espada.
Le enseñó la postura, a balancear el peso del cuerpo, como atacar y como defenderse. Niccolo creía que iba a morir del dolor. Además de la dolorosa práctica de espada y escudo. Lucca le iba desvelando los secretos de la quintaesencia. El flujo energético del cuerpo y las Imágenes Elementales.
—Mi finalidad no es enseñarte el arte de la espada—aclaró. Las motitas de esencia escapaban evaporadas de la bola de plasma—. Cuando te conocí... eras una persona sin facultad alguna. Pero algo cambió dentro de ti, Niccolo. Te has vuelto extraordinario, tienes esa chispa desconocida. Esa llama que te otorgaron las fuerzas de la naturaleza. Es un caso raro, pero no único. He escuchado los rumores de magos más letrados del Gremio.
Niccolo recordó la vez que tocó el dolmen. Había estado cambiando, percibía de manera distinta el mundo. Se preguntaba si Lucca y otros magos lo percibían de aquella forma. Estirando sus sentidos hasta percibir sonidos y aromas realmente distantes. Observando con detención podía mirar fijamente la delicadeza en las alas de las moscas. La forma de las hojas en lo alto de las cumbres.
—Y ese pájaro—continuó—. No deberías negar tu conexión con él. Esa es una magia inusual y... peculiar. Una rama del Misticismo no explorada. Una Conversión Energética capaz de abastecer de flujo energético un cuerpo corriente.
Le contó que, en ocasiones, se sumergía en el cuerpo del ave y este le mostraba cosas horribles. Lucca puso cara de incredulidad y comenzó a indagar sobre qué cosas vio con exactitud. Pero no supo cómo describirlas e intentó hacerse el que no sabe. Lucca le encomendó que mientras soñaba en la mente del pájaro, cogiera ramas y se las llevará a su cuerpo dormido, así como otros objetos. La mayor parte de las veces en seguida se le olvidaba...
Lucca sostuvo la bola de plasma en una mano y con ayuda de las yemas de su otra mano, estiró la esencia, convirtiéndola en una fina aguja de luz tangible, apuntó y soltó el fragmento... Rápido como un relámpago. Una flecha de luz blanca cortó el aire, con un silbido frío... y estalló con un resplandor, desprendiendo trozos rocosos del pozo.
—En el círculo de Lucca no tenemos varitas o utensilios para enseñar, pero aprenderás lo necesario.
Antes que Niccolo pudiera recitar proyecciones, tenía que aprender a darle forma y densidad a su esencia. Lo cual resultó ser muy frustrante. A los niños dotados se les enseñaba desde pequeños, junto con catalizadores de quintaesencia que eran varitas de madera con propiedades conductoras o cristales energéticos. Pero Niccolo tenía que dominar el recurso de la imaginación, cuando recogía hierbas meditaba las formas de su esencia: su color, su olor, su densidad... ¿Cómo podría saber la forma de su esencia si jamás la había visto?
Cuando el pájaro regresaba, presentaba fieros rasguños... Le preocupaba que sus sueños fueran reales y que estuviera pasando algo impensable en los bosques circundantes, más allá de las murallas de tierra. Se ocupaba de sus labores con Bael y durante las noches visualizaba sensaciones exaltadas. Con el tiempo, pudo proyectar partículas que lanzaban destellos azulados... mientras imaginaba: «un estanque helado». No eran más que partículas luminosas e inestables que se diluían en el aire y lo dejaban con un hedor a lavanda, el sabor a tierra mojada, menta en el paladar y un profundo dolor de cabeza.
Tenía que sentirlo con todo el cuerpo, con los cuatro elementos, con los cinco sentidos... «Un estanque helado».
Luciérnagas azules, inofensivas; salían de sus manos, inútiles.
En el tercer encuentro. Lucca barrió el piso con él y le dejó los brazos repletos de heridas junto con una mejilla roja e hinchada. Pero pudo resistir algunos de sus ataques y moverse con soltura. Se sentaron en la hierba húmeda, mientras la luz de la luna cubría el mundo. Dejaban que los efectos de la somnolencia, los relajará. Niccolo le mostró las partículas de esencia que lograba destilar de su flujo energético...
—Es muy azul—dictaminó Lucca, sus ojos verdes brillaban sinuosos—. Como el cielo... o como el mar.
—Huele a lavanda—se enorgulleció Niccolo—... y sabe, a tierra.
Su maestra le sonrió.
—Me alegra que progreses, pero—No le gustaba aquella mirada—. Entre los magos... es normal lo que te voy a decir, sobre todo entre los maestros de los círculos.
—¿Qué dices?
—Tendrás un duelo.
Se quedó sin palabras.
—No, Lucca. No puedo, apenas puedo imaginar «un estanque helado»... No sé nada.
La mujer se sonrojó... Apenada.
—Lo lamento. Estaba borracha y Julius alardeaba de su aprendiz. Así que herí su orgullo y te metí en estos problemas. Por favor, Niccolo...
—Entiendo. Voy a morir por tu mala bebida.
—Es una tradición, eres mi alumno, el único del círculo. Te enfrentarás al alumno más reciente del círculo de Julius.
—¿Hay otros círculos en Rocca Helena?
—Pocos—Lucca meditó un rato—. Una docena. Los magos se congregaron en un gremio para enseñar a los niños latentes que había entre las filas de este ejército heterogéneo. Entonces... podremos derrocar al rey Sisley. No me malinterpretes —paseó la mirada por el campo sembrado—. Tenemos solo un puñado de magos verdaderos, hablamos de años de aprendizaje. Vencimos al Segundo Castillo, porque sus fuerzas eran escasas y teníamos la ventaja de la sorpresa y el número. Si me preguntan nuestras oportunidades de vencer, diría que son nulas... Pero este es el lado por el que quiero luchar hasta el final... así muera.
—No...
Lucca se acercó a él con una sonrisa brillante.
—No quiero ser pesimista. El mundo está lleno de decepciones, nadie puede cambiar eso. Pero estamos vivos y eso significa que tenemos esperanza y mientras eso exista, no hay nada que no pueda ocurrir.
—Gracias, Lucca.
—Agradece preparándote para humillar al aprendiz de Julius.
Esa noche, Lucca se saltó un par de lecciones filosóficas e intentó enseñar a Niccolo a forjar un reflejo. Para los que nunca han conocido el legendario arte del Misticismo, este se basa en la transformación energética de lo esencial, mediante su manipulación a través de Imágenes Elementales: tierra, aire, agua, fuego. Un reflejo es una protección de voluntad. Una barrera inmaterial hecha de energía evocada.
El reflejo era el escudo del mago...
«Tierra». Debía imaginar una transformación de los elementos primigenios, uno tras otro. Lucca cogió un guijarro y se alejó de él, con tal de que Niccolo lo detuviera con su reflejo. «Agua... El viento me rodea. El fuego...».
Cerró los ojos concentrado, escuchó un silbido y... el guijarro le dio de lleno en la frente con un golpe sordo. Se tambaleó con los oídos zumbando y una ceja se le manchó de sangre.
—Muy mal—gritó Lucca—. Lo piensas mucho... Tu mente es muy fuerte, pero tu corazón muy débil.
Lucca se acercó echando chispas.
—¿Qué hay con eso?—Se limpió la sangre del ojo e intentó no pensar en el dolor—. ¿Por qué no la tiraste suave? ¿Te gustaría dejarte tuerto?
—Siempre estás solo. No dejas a nadie entrar aquí—le puso un dedo en el pecho.
—¿Eso no debería hacerme fuerte? ¿La soledad?
Lucca agitó un dedo ante sus ojos.
—Para nada, más bien es una debilidad. Uno tiene un corazón fuerte cuando está lleno de amor para repartir... Pero tú, no tienes un propósito y eso te hace flaquear—iba a decir algo, pero ella lo interrumpió—. Las cosas que sentimos nos hacen quienes somos... Tu mente es fuerte, porque creciste solo y tu corazón es débil... porque estás solo. Eso que sientes en el pecho, esas emociones que te negaron—parecía triste—. Te están matando.
«Solo tienes una cura—le había dicho el anciano al que todos llamaron Zapatos—. Enamórate». Zapatos murió...
«No tienes remedio», decidió por sí mismo... Se acordó de Miackola y sintió ganas de llorar.
—Esto que tienes aquí es como un dique—replicó Lucca. Dibujó un círculo en su pecho e hizo ademán de quitar un tapón—. Todas las cosas que te reprimes van aquí: alejarse de los amigos, no confesar un amor, guardarse el dolor... Poco a poco se va llenando y entorpeciendo la vida. Hasta que un día, no puedes más y... Dejás de ser importante para ti mismo.
Niccolo se arrojó en el suelo. Tenía los brazos adoloridos y le sangraba la nariz de tanto darle duro a la cabeza. La ceja hinchada estaba encendida. Pero no quería ser un inútil. Lucca se estaba esforzando para pulir sus habilidades.
—¿Cómo puedo ser un buen mago?
—Si crees que puedes solo estás equivocado—le tomó una mano—. Amor. La magia crece en el amor y la felicidad. Llénate de eso, pelea esta guerra con esa fuerza y serás invencible.
Intentó no pensar en manías mágicas ni proyecciones cuando Bael fue a la cueva a rezar. Balaam llegó escoltada por hombres armados con lanzas, capas rojas y negras.
—Niccolo Brosse.
Al principio no pudo creer que ella estaba aquí. Se veía esplendorosa en un vestido escarlata con encaje, ribetes plateados y el pecho abundante con aquel enorme rubí en el cuello. Niccolo tenía una camisa sencilla, pantalones, botas perfumadas con alcanfor y el cabello cobrizo revoltoso. Esbozó su mejor sonrisa, fingiendo que le agradaban las visitas.
—Señorita Balaam, que agradable visita. ¿Quiere un té?
Los ojos verdosos de la mujer lanzaban violentas ráfagas de rayos rojos.
—Ya hablamos de las formalidades entre nosotros—dijo en tono reprochable—. Esta noche se celebrará un banquete en Segundo Castillo. Como sé que no irás tampoco al banquete en el pueblo, serás mi invitado.
—Yo no podría.
—Bah—la joven puso los ojos en blanco—. Te veré allí... Estarán todas las personas importantes del ejército para planear la insurrección. Tu presencia sería interesante.
Niccolo asintió e hizo una reverencia.
Durante toda su vida se alejó de la grandeza y los eventos políticos que habían surgido en su entorno, pasó desapercibido bajo un halo de repulsión. Pero aquella noche, vería al Rey Dragón, comería junto a él y escucharía la estrategia para la guerra. Tardó mucho tiempo en escoger su ropa: una camisa de lino blanco que limpió con cenizas, pantalones un poco viejos de lana verde y botas altas de cuero. Se esmeró en pulirlas. Se bañó lo mejor que pudo, se afeitó todo el cuerpo con el puñal y se anudó la camisa. Recordó que debía llevar una capa para el frío otoñal, pero Balaam se había llevado su capa más impecable y no podía llegar al banquete con un trapo raído en los hombros. «Sin capas», decidió. Se cepilló el pelo cobrizo que creció desmesurado los últimos meses. Se pulió los labios con cera de abeja, los dientes con carboncillos y masticó menta. Perfumó sus ropas con incienso de sándalo. Pero no pudo deshacerse del aroma mentolado, del sabor a tierra y lavanda de su piel. Estaba impregnado de aquella esencia.
Esa noche se disputó un banquete en el pueblo. Todos comían y bebían, celebrando las victorias venideras en el pueblo... Porque muchos no estarían allí si morían o... perdían. El pájaro voló hasta él, pero en seguida Niccolo silbó... el ave se alejó. Al menos en algo se habían puesto de acuerdo... El humo subía hasta el cielo en círculos. Círculos de personas ensangrentadas. Pentagramas de sal rotos. Prismas negros que apuñalan la carne. Un brazo mutilado que colgaba de un hilo de músculo. Intentó alejar esos pensamientos y... funcionó.
Atravesó la multitud de borrachos con espadas y perros callejeros. Disputaban una carrera de sapos, bebiendo y apostando. Las mujeres se le quedan mirando con miradas insinuantes. Subió la colina acompañado de las risas y los sonidos guturales del bosque. El enorme castillo estaba rodeado de una alta muralla y la única entrada que se podía avistar era el rastrillo. Fue allí... un guardia alto y delgado no lo dejó entrar.
—¿Quién diablos eres?
—Soy invitado.
—Eso dicen todos—se burló—. ¿De quién? Hace rato vino un borracho que alegaba ser el mismísimo Affinius von Leblond, el castellano del Fuerte de la Ninfa. ¡Ja! ¿Puedes creerlo? El tipo debía estar muy borracho, como para creer que Affinius vendría desde Pozo Obscuro hasta acá.
—El invitado de Balaam—correspondió—. Niccolo Brosse.
El guardia soltó una sonora carcajada.
—¡Márchate!—Inquirió severo—. ¿Qué querría la princesa contigo? Mentiroso. ¡Lárgate!
—¿Qué haces, idiota?—Terció una voz de mujer mandona.
—Señora—palideció el hombre.
Una joven de vestido púrpura e irremediablemente bellos rizos negros llegó desde dentro del castillo.
—Señora Escamilla—gimoteó el guardia.
Mia le sonrió a Niccolo y... Un aleteo le recorrió el cuerpo. La mujer tenía influencias en el ejército de la insurrección.
—Niccolo es invitado.
—Sí, bienvenido—bajó la cabeza.
—Ven—tomó a Niccolo del brazo y lo guio dentro. Sobre una larga alfombra roja, muy suave—. No creí que fueras tú, es decir, has cambiado. Pareces un noble.
Vio sus joyas, sus adornos. Toda ella estaba radiante. Pasaron al recibidor. El corredor tenía un techo de piedra abovedado y cortinas rojas con ángeles dorados. Las pinturas de animales salvajes colgaban de las paredes. Las cortinas rojas ocultaban las ventanas. Niccolo respiraba una esencia cálida, perfumada. Junto a Mia se sentía invencible. No existían tragedias, guerras, torturas, castigos... La vida tenía sentido. Comenzó a escuchar canciones a lo lejos. La miró, y ella le devolvió la mirada. Sus ojos infinitos eran pozos negros. Reprimió el impulso de besarla. Desvió la mirada, sonrojado... Creyó verla hacer el mismo gesto. Sus pasos se sentían efímeros, deseó que aquel corredor alargado nunca terminará. Lo deseó con todas sus fuerzas. Caminar junto a Mia por toda la eternidad era su paraíso. Suspiró, satisfecho. Oliendo el aroma frutal de la esencia de su amada. Se estaban destruyendo de la manera más hermosa posible.
—Gracias—se sentía grato a su lado. Recordaba aquella medianoche, sus almas encontrándose con besos tiernos que se extinguieron en recuerdos, hasta desaparecer de sus vidas—. Tú... también luces estupenda.
—Nunca pensé verte aquí, en el Segundo Castillo... Entre todas estas figuras. Tú... estás radiante.
Niccolo sintió cosquillas en el estómago, no pudo disimular la sonrisa. Sus mejillas habían olvidado aquel sentimiento sincero en las comisuras de sus labios. A lo lejos se escuchaba la música, las risas y el ulular de platos. Cada vez más cerca. Y de alguna forma, con cada paso. Mia se sentía cada vez más distante. Mia lo elevaba hasta los rincones más altos del cielo... y lo dejaba caer hasta el séptimo infierno.
—Balaam fue muy amable de invitarme. Para ella... debe ser muy aburrido todo esto de la estrategia de su tío—Mia le dirigió una mirada que no entendió. Sus ojos se volvieron duros, pero se suavizaron cuando desvió la mirada. Niccolo la miró, conspirativo—. ¿Es muy... tarde?
—No, no—parecía divertida—. Te saltaste el discurso del rey Seth, fue sublime... Supongo que vas a parecer más un colado, que un invitado—eso la hizo reír—. Escuché que estás en el círculo de Lucca... ¿Cómo es? No sabía que eras un mago. Aunque... he escuchado que tú... Lucca y tú... Bueno, es una mezcla difícil de digerir. Es decir, conozco a Lucca desde hace muchos años.
La música y el estruendo se escuchaban detrás de una inmensa puerta de roble. Los labios de Mia dibujaron una línea fina. Niccolo se lamió los suyos. Quería lanzarse a ella... pero un impulso cada vez más fuerte crecía en su interior para detenerlo. La imagen de Mia besándose con aquel hombre le revolvía el estómago. Abrió la boca para hablar de Lucca.
—Ella es...
—Siempre fue terrible.
Niccolo sonrió. Mia le devolvió la sonrisa, conspirativa. Volvían a ser los mismos de siempre.
—¿Cómo dices?
—Ella prefería estar embutida en una armadura, con una espada, un escudo y sobre un caballo enorme repartiendo tortazos—Mia mudó su expresión afable—. Nunca fue una maga de verdad.
—No son muy amigas—comentó, desprovisto.
—Al contrario—aclaró—. Éramos muy unidas en el Jardín de Estrellas, yo era la inteligente y ella, la de los tortazos... Fuimos las únicas de nuestro curso asignadas en el Primer Castillo. Yo por... mis habilidades y Ella porque le rogó al castellano. Ella... fue más cercana a Sir Cedric de lo que yo fui y la envidiaba por eso. No quería hablarle cuando regresamos al curso—eso último la entristeció... Podía ver un doloroso recuerdo en la máscara de Mia. Lucca tampoco parecía amigable, compartían las mismas edades, pero no era el tipo de persona amigable—. Escuché que tendrás un duelo contra uno de los alumnos de Julius.
Niccolo ladeó la cabeza.
—Sobre eso...
—¡Buena suerte!
Le dio un beso en la mejilla. Sus dulces labios mancharon de miel la piel de su rostro y sintió como se le derretía... Sin darse cuenta, habían entrado al salón del banquete tomados del brazo.
—¡Niccolo!—Lady Scrammer se acercó envuelta en terciopelo escarlata.
—Espero que ganes, iré a visitarte si lo haces—Mia se despidió con una sonrisa—. Iré a ver a Sandro, debe estar loco buscándome.
Pesé a que esas últimas palabras le revolvieron las tripas, tenía una oportunidad de verse con Mia. Solo debía ganar el duelo para sentirse orgulloso de ello. Cobró ímpetu cada segundo y pudo enfrentarse a Balaam.
—Pensé que nunca vendrías, Niccolo Brosse—Balaam tomó su brazo—. Me estaba muriendo del aburrimiento, ven... quiero escuchar que dirán al verte.
Nunca se sintió tan fuera de lugar como aquella noche. Largas mesas de caoba atestadas de utensilios de plata, llenaban el lugar y una pista de baile ocupaba el centro. Gerard Courbet cantaba «El día que ahorcaron al Rey Dragón». Arrancando con su lira notas solemnes, de como acorralaron a los Wesen hasta exterminarlos en el Valle del Sigilo. Una cadena de montañas al este de Puente Blanco. Lo saludó con un movimiento de cabeza mientras entonaba el estribillo. No notaba la presencia de Pavlov por ningún sitio.
—Me has dado curiosidad.
—¿Yo?
—Así es. Tus ropas siempre están muy limpias, tu aliento huele a menta y tu presencia es modesta y señorial—lo miró largo rato. Ella se pintó los labios de rojo sangre y recogió su cabello negro en una larga trenza—. ¿Eres una especie de rey mendigo?
Niccolo se rio en silencio.
—En absoluto.
—Tú no me engañas, hasta tu risa es modesta—replicó. Ante miradas curiosas, Balaam lo llevó por una puerta y por otra, fuera del salón—. Sígueme.
Entraron en una gran habitación con una gran cama con dosel. Las ventanas estaban trancadas con paneles de oscurecimiento. En una repisa tenía todo tipo de libros curiosos y utensilios de estudio. Era la habitación de Balaam. Niccolo se sonrojó...
—Balaam...
—Aguarda.
Balaam sacó una espectacular capa de reluciente tela celeste de un cofre con cerrojo. La capa de terciopelo lanzaba destellos brillantes con las luces de la habitación. Niccolo intentó negarse. No quería obtener nada de sus obras. La capa era suave al tacto y estaba llena de bolsillos. Puesta sobre sus hombros le daba un aspecto noble, brillante y vistoso.
—Es tuya, Brosse. Te la mereces.
—Gracias—no sabía que decir. No estaba acostumbrado a que le regalaran cosas, ni que fueran amable con él.
—Me alegra que te guste, espera—rebuscó en su cofre. Sacó otro cofre de plata más pequeño, tomó un cristal descolorido y un broche de plata—. Esto también—le abrochó la capa con un brillante pajarillo de plata con pequeñas esmeraldas en sus ojos—. El alicanto es el emblema de los Brosse... ¿No? Mi papá tenía toda clase de broches que tomó de los magos negros que exterminó. Mira, te ves perfecto. Cuando te conviertas en mago, serás mi escolta real—en sus manos tenía un cuarzo sin color de forma irregular—. Este cristal es un catalizador que ya no necesito, te regalaría una varita, pero la mía... ahora pertenece a mi hermana.
Niccolo sentía las mejillas encendidas. La sonrisa sonrojada de Balaam lo desconcertaba, ella también tenía el rostro un poco encendido por el vino.
—¿Por qué hace esto?
—Déjate de modestia—parecía enojada—. No sabes que demasiada educación, es mala educación. Haces mal, haciendo que los demás parezcan tontos...
—Lo siento, princesa.
—Ves—Balaam torció el gesto de manera tierna, sus ojos verdes lanzaron destellos rojos—. Te voy a caer a golpes.
Y sin más, se lanzó sobre Niccolo con el rostro enrojecido. Intentó detener sus golpes, pero no quería lastimarla. Los puños de Balaam lo derribaron sobre la capa, en un enredo de satén escarlata y celeste. Rondaron por la cama enredados en la cortina, riendo... La joven yacía sobre él con la respiración acelerada. Niccolo contenía el aliento. El vestido estaba arrugado y una gota de sudor cayó por su mentón. El joven se incorporó quitándose a la princesa de encima... La imagen de Mia haciendo eso con otros hombres lo incomodó. Cogió el cristal de la mesita. Se lo guardó... tenía un extraño peso en su bolsillo. Un contraste de energías cambió el aire, lo supo cuando el aroma a lavanda inundó sus fosas nasales, provenía de Balaam. Era su aroma, cubriéndola. Regresaron al salón del banquete con los brazos entrelazados. Balaam parecía divertirse ante las miradas furibundas de los nobles.
—Todos sienten curiosidad por ti—confesó—. Eres un rostro nuevo. Mañana todos se preguntarán, ¿quién era el joven que estuvo junto a la princesa toda la noche? ¿No lo crees? Tendrás fama como mago, mucho antes de que se canten tus hazañas. Trata de destacar, como mi compañero, pero no tanto...
En la mesa alta estaban sentados el rey Seth Scrammer, todo rojo y blanco. Junto a un austero hombre, vestido con un jubón oscuro y elegante de cuero tachonado. Los hombres estaban enzarzados en una discusión, con varias jarras de cerveza vacías a su alrededor. Habían retirado las bandejas de la mesa y los criados llevaban restos de asado para las cocinas.
—No me dejaba entrar. Disculpe la tardanza... pero el guardia no creía que se tratará de mí—decía el hombre, a simple vista... borracho.
Niccolo se quedó largo rato mirando al Rey Dragón, empedernido en una discusión, con la corona dorada ribeteada de rubíes lanzando destellos carmesíes. Su cabellera roja sangre estaba salpicada de canas y su barba era nieve manchada de ocaso. Seth Scrammer fue un héroe hace unos quince años cuando mató al monstruo que aterrorizaba el pantano que conducía al Paraje. La criatura amorfa fue creada con alquimia oscura y métodos poco ortodoxos del Misticismo. Un ser nacido del caoísmo. Una mutación que devoraba a los viajeros que se cruzaban por sus tierras. Durante años se exhibió aquella criatura de aspecto reptiliano en el zoológico del Instituto en la Sociedad de Magos. Pero hace unos años desapareció sin dejar rastro...
—¿Nunca habías visto al rey?—Balaam le golpeó el hombro con un puño.
Niccolo negó con la cabeza.
—Cierta vez lo vi... de niño. A través de mi ventanal. Encabezaba una fila de magos, pero no era tan... viejo.
Tampoco estaba lisiado, el hombre andaba orgulloso sobre sus dos piernas robustas. Los magos saludaban al pueblo, llevando a la criatura muerta en una carreta impulsada por dos mulas. El olor era sulfuroso, fangoso. La mandíbula floja exhibía unos dientes largos y retorcidos, amarillos. Los ojos sanguinolentos eran diminutas piedras translúcidas sobre una cabeza aplastada. La herida cortaba su morro en dos. Las moscas atormentaban el cadáver.
—Aquel hombre de negro es Affinius von Leblond—Balaam clavó sus uñas en su brazo para traerlo de vuelta al mundo. Necesitaba atención—. Señor protector del Fuerte de la Ninfa y representante de Pozo Obscuro. Traicionó a la familia Verrochio, encerrando a sus señores en el castillo, cedió su ejército y recursos a mi tío para volverse Lord. ¿Qué te parece, Niccolo? ¿Crees qué es un traidor?
Lucca también estaba allí. Se sintió extrañado de verla sin las protecciones o el cinto cubierto de armas. Estaba vulnerable, hermosa, envuelta en un vestido azul con ribetes plateados. Mostraba unos brazos y cuello muy blancos cubiertos de cicatrices rosadas. Llevaba la cabellera color miel trenzada con flores. No parecía la mujer fuerte que mataba a otros en nombre de sus convicciones. Parecía una cortesana espléndida. Se preguntó si tendría una vida diferente de no haber optado por dedicarse al Misticismo. Balaam le volvió a clavar las uñas en el brazo. Pero esta vez, la mujer se acercó a ellos con una rejuvenecida sonrisa en el rostro. Sus ojos verdes brillaban.
—No esperaba encontrar a mi Niccolo aquí—saludó a Balaam con una reverencia—. ¿Cómo está, princesa? Disculpe que le quite por un momento, al increíble Niccolo. Me parece perfecto para que conozca el tipo de persona que es Julius.
Lucca tomó su otra muñeca y tiró de él, Balaam no iba retroceder. Sentía que lo estiraban. Al otro lado de la sala, resaltaba un hombre morado con una copa en la mano, contoneándose, mientras conversaba con otros. Parecía joven, tenía una barba fina teñida de púrpura, al igual que el cabello que caía sobre sus hombros. La túnica del mismo color tenía soles oscuros bordados y nudos que se le ceñían al cuerpo y las mangas.
—Julius van Maslow, el Mago del Crepúsculo— pronunció Balaam con una sonrisilla—. Quizás, uno de los magos más hábiles del ejército. Diría, que no tan preparado como el señor Pisarro, que fue profesor de Proyección en el Jardín de Estrellas.
Se acercaron con cautela entre los nobles que bailaban y cuchicheaban, mantenimiento las distancias. Gerard cantaba una canción propia con entusiasmo y algunos bailaban con elegancia sin disimular la diversión.
—Es un arrogante, pendenciero y desgraciado—Lucca frunció el ceño—. Siempre anda exaltado y se cree invencible.
No sabía nada acerca del tal Julius que se reía mucho y vestía de morado. Se lo veía contento entre los suyos, desde esa distancia... No podía detectar el aroma de su esencia.
—¡Lucca!—Julius miraba hacía ellos. Estaba rodeado de hombres y mujeres elegantes, magos renegados de distintas procedencias. Niccolo reconoció a Argel Cassio con las mejillas coloradas—. Ven acá, hablábamos de ti y nuestro juego.
—Lo odio—murmuró y se acercó a ellos sonriente.
—¿Qué sucederá allí?—vociferó Niccolo.
—Son viejas enemistades—sonrió Balaam—. Julius estudió en el mismo curso que Lucca, durante sus años de formación. Ella se esforzó el triple que los demás. Naturalmente, Julius era el que se encargaba de burlarse de todo su esfuerzo, porque a él le salía todo a la primera. Julius van Maslow superó en todo aspecto a Lucca della Robbia. Tanto en Misticismo como otras cátedras. Cuando ambos se graduaron, ella consiguió unirse a la guarnición del Primer Castillo, porque sir Cedric la estimaba. Una maga sin mucho talento, envuelta en redes junto a los mejores. Julius se convirtió en mago errante, renegó los dogmas de la institución. Se rumorea que trabajó como cazarecompensas de la Sociedad de Magos, liquidando magos negros bajo el velo protector del instituto.
»Lucca era conocida por mi tío y se ganó un lugar como escolta del rey. Julius es un miembro relativamente nuevo al gremio de magos y alardea de sus capacidades superiores para la instrucción. El progreso de su aprendiz lo demuestra, ante las del líder Pisarro que enseña a Camielle Daumier y tu maestra. Esos son los únicos magos con círculos de aprendizaje. Por eso, Lucca lo desafió. Ella vio el talento en ti y espera que hagas lo que nunca pudo... ¡Derrotar a Julius!
Tenía razón, debía ganar por Lucca, por él. Todos alrededor de su maestra se reían, menos ella. Recordó a aquel niño marginado al que todos le tiraban piedras mientras se ocultaba detrás del ventanal. Se reían, se reían, se reían...
—Balaam—era la señora Margo, regordeta y de cabellos negros. La viuda de sir Cedric—. Ven acá... —La llamaba desde la mesa alta.
—Busca unas copas con un vino picoso—sugirió la chica mientras se alejaba.
Criados recorrían el salón por doquier con jarras de vino. Niccolo se acercó a una gran mesa, tomó una copa de plata y se sirvió un vino dulce y ardiente. Buscó con la mirada a Gerard, parecía ocupado haciendo llorar a los que se prestaban a escuchar: «En el valle morí de frío». Pavlov había regresado al banquete, estaba muy concentrada en soplar las notas con su flauta, que se unían con la melodía de la lira mientras Anastasio se desangraba en la batalla contra Sam Wesen... Mia bailaba, espectacular, con Sandro, un hombre colosal. Más fuerte de lo se podría, más brillante de lo que se debería y más feliz de lo que será Niccolo. Los dos bailaban, muy lento, enamorados... Se congeló en el lugar donde estaba. Sintiendo como su respiración se volvía dificultosa. Las notas de la lira lo desgarraban. La voz de Gerard, inmutable, traspasaba su cuerpo como en viejas ocasiones, en otra vida. La electricidad de la música recorría sus venas con vibraciones. Imaginando como moría Anastasio a manos de Sam Wesen, cuyo único pecado fue enamorarse de la misma mujer.
Está cayendo la noche y pienso en ti.
Y en tantas cosas que no te llegué a decir...
Y la luna desde lejos me acompaña.
Y me trae tantos recuerdos que perdí.
Las espadas me están tocando tu canción.
La que bailamos tantas veces tú y yo.
Y la lluvia cae tan fuerte en mi mirada...
Y se evapora como gotas de tu amor.
Y las luces de los fuegos brillan como las estrellas en el cielo del dolor.
La batalla va asando y yo me estoy desangrando...
Como quien busca el amor.
Yo te busco... Como un loco
Dime... ¿Dónde estarás?
¿Todavía piensas en mí?
Yo sigo pensando en ti
Quiero saber si todavía te quedará un poquito de amor por mí...
Esta batalla se hace larga y yo siento...
Que puedo morir.
¡Siempre creí que sería malo!
¡Y ahora sé que es verdad!
¡Porque tú eres tan bueno!
¡Y no soy como tú!
¡Te has ido hoy y yo te adoro!
Quisiera saber...
¿Qué te hace pensar que especial soy?
—¿Estás bien?—Unos dedos pequeños flotaron por su capa. Se dio vuelta y una jovencita pálida de ojos vendados le sonreía.
—No—pensó en lo que decía—. Digo... Sí, estoy perfectamente.
—Sentí cosas dolorosas—se pasó una mano por el pelo plateado—. ¿Estás seguro?
—Lo estaré—sorbió el vino y le quemó la garganta, se estaba mareando—. Soy Niccolo.
—Arlyn.
La muchacha plateada parecía una pintura, un cuadro majestuoso y melancólico al margen de un sueño real. Los bailarines intercambiaban sonrisas, Mia giraba risueña sobre sus pies. Los rizos flotaban a su alrededor.
—Tú eres como él—replicó.
Niccolo se sentó, frunciendo el ceño.
—¿Cómo dices?
Arlyn deslizó unos dedos por su capa de terciopelo celeste.
—Estás solo y... roto. Estás tan lastimado, que te alejas de los demás, porque piensas que no eres nadie quien valga la pena conocer.
No sabía que pensar. Las sombras se reflejaban contra el techo del castillo, colgaba un candelabro con cientos de velas en frascos. En algunas mesas fumaban y bebían hombres con semblantes corteses. Las mujeres reían tomando copas disimuladas. Balaam se acercó con un gesto de reproche.
—¿Qué haces aquí?—Sus ojos verdes lanzaban destellos rojizos.
Arlyn agachó la cabeza.
—Lo lamento—se alejó revoloteando como una mariposa moribunda, muy pálida.
—¿Quién era?
—Una abominación—dictaminó lanzando una mirada lasciva—. No te preocupes por ella. Apareció una tarde en el lago, se estaba ahogando, algunos dicen que emergió de las profundidades... Como una sirena. La trajeron al castillo y no paraba de hablar de que venía de la Corte. Contaba cosas horrorosas de cómo asesinaron al informante de mi tío y... Armas que vomitaban esencia.
»Yo creo que se volvió loca. Ella no es una persona de verdad, es un homúnculo: un humano artificial. Lo sé, por la falta de coloración en su piel y cabello. Fue creado en un laboratorio de alquimia por el Homúnculista. No creo que le quede mucho tiempo de vida, solo viven unos pocos años. Son aberraciones malditas por los dioses. Creadas por hombres insensatos en tubos de vidrio. Es sorprendente, que siga viva, pero no durará mucho tiempo.
El Homúnculista, un alquimista que perdió la cordura y se dedicó a estudios prohibidos en lo profundo del Bosque Espinoso. Sir Cedric y la guarnición del Primer Castillo lo matóaron. Destruyendo todas sus creaciones... o eso les dijeron a todos. Cientos de personas fueron víctimas de monstruosas creaciones. Niccolo recordó como los siguieron mientras avanzaban por el valle sombrío, desolado o... simplemente, no podían ocultarse. Vio ojos amarillos, como pequeños soles que lo escudriñaban desde la oscuridad... Olían a frutas podridas, a sudor de animal y a herrumbre.
—Ven, Niccolo—Balaam lo sacó de sus pensamientos hundiendo sus uñas en su carne. Tenía el brazo cubierto de cortes—. Mi madre quiere conocerte.
Margo Scrammer estaba sentada en la mesa alta junto al rey Seth, pero no parecía interesada en la conversación. Estaba absorta en sus pensamientos mientras bebía de a sorbos una copita. Era una mujer entrada en edad con el cabello muy negro y las raíces blancas, sus ojos verdes acuosos, estaban absueltos de todo conflicto. Junto a ella, había una niña pelirroja de ojos llamativos. El rey Seth sorprendía mientras discutía con Affinius von Leblond, un hombretón musculoso de rostro curtido, ojos malignos y cabello castaño oscuro.
—Con todo Pozo Obscuro de nuestra parte solo tenemos que sitiar la ciudad y sonar nuestros cuernos—proclamó Affinius medio borracho y medio dormido—. Instar al pueblo a la rebelión. ¡Su puta madre, Friedrich... los está matando de hambre!
—No—la voz de Seth era grave como un trueno—. La muralla es muy alta y gruesa. Además, que para rodear la ciudad necesitaréis un ejército más grande. Así solo seremos un ejército disperso, uno vulnerable. Saldría más fortuito derribar la muralla.
—¡Pues, hagámoslo!
Seth negó con la cabeza y su corona de oro y rubíes centelleó.
—Perderemos a un centenar antes de abrir una brecha en la piedra. ¡Medio ejército!
Affinius levantó la copa.
—¡Ataquemos la puerta!—Golpeó la mesa y el vino salpicó toda la madera—. Hay tres puertas inmensas labradas de bronce. ¡Pongamos cien soldados a atacar cada una y...!
—¡Y perder a trescientos soldados!—Seth parecía molesto—. Ni hablar.
—Para ser nuestro rey eres bastante pesimista.
El rey Seth bebió un largo trago.
—No podemos permitirnos el fracaso—exigió, sus ojos rojos esgrimían llamas—. Toda la campaña dependerá del siguiente golpe que lancemos. Perder significa muerte, enterrar nuestros sueños... Mucha gente perdió todo lo que tenía y otras renunciaron a lo suyo por el sueño de mi hermano. Si todos esos sacrificios son en vano... ¿para qué fue todo esto?
Gerard comenzó a cantar «La noche del dragón». La canción sobre el asalto a Segundo Castillo y Pavlov lo acompañó con su flauta. Lucca se acercó con un enorme mapa de cuero y lo extendió sobre la mesa alta. Mostraba un dibujo de toda la isla. Todos los presentes—más que todo, los ebrios—, se apretujaron para escuchar el plan de contingencia. La señora Scrammer prefirió marcharse.
—Vámonos, Balaam—se levantó junto a la niña de cabellos rojos—. Tu tío nos expondrá por enésima vez su estrategia.
—Ya regreso.
Balaam se llevó a su madre apoyada del brazo. Niccolo se paró junto a la mesa, con la copa llena en la mano y las piernas flojas. Un joven de rizos castaños se paró junto suyo. Era Brent, el hijo menor de Lord Ralld Archer, el difunto castellano del Segundo Castillo. El mismo que traicionó a su padre y le entregó el castillo a Seth Scrammer por sus convicciones. Lo reconoció, porque se abrochaba la capa verde con un fauno.
—Estamos aquí—el rey colocó su copa en una mancha que era Rocca Helena, muy al sur, y comenzó a avanzar por la costa este de Gobaith—. Subiremos por la playa hasta el norte, para asegurarnos de que el ejército llegue entero. Cuatrocientos soldados entre hombres y mujeres marcharán con artillería: arietes, catapultas y las estatuas que Julius y Pisarro están esculpiendo—levantó la copa hacía Julius y un envejecido hombre de cabellera rojiza y túnica malva, que solo podría ser Pisarro, el líder del Gremio de Magos—. Con los números a favor, marcharemos por el Bosque Espinoso hasta las afueras de la ciudad. Usaremos la flota de barcos, que se construyeron en Pozo Obscuro... para atacar el puerto. En medio del disturbio, tendrán que dividir sus defensas... destrozar la puerta se facilitará para las estatuas. Será sencillo derribar las puertas e irrumpir en la ciudad. Las campanas sonarán y el pueblo se unirá al derroque que tanto ansían. ¡No quisieron escuchar nuestras propuestas... así que estás son las que tendrán Lord Beret y Lord Verrochio!
Un calor golpeó a Niccolo en los ojos. Seth golpeó el mapa con un crujido de la mesa, el cuero silbó y soltó un humo de olor acre. Levantó el puño y Valle del Rey desapareció del mapa cubierto de una mancha negra. Todos aplaudieron y vitorearon.
«Él es un rey—pensó Niccolo mientras aplaudía con disimulo. Todos lo hacían, maravillados: Lucca, Affinius, Brent... Hasta Julius—. Todas son personas extraordinarias».
Él no era nadie maravilloso. Seth cruzó miradas con él y la sostuvo. Niccolo se congeló. Esos ojos de rubí, tan excepcionales, lo miraron con furor. El rey y sus subordinados continuaron discutiendo... Niccolo descubrió a un hombre preocupado, y... bastante triste. Para lo que sea que se aproximará. No sabía si sería lo suficientemente extraordinario para sobrevivir hasta el final, pero como siempre se equivocaba.
Se equivocaba...