Capítulo 11. Soneto del Amanecer
Capítulo 11: Aquí están todos los demonios.
Miró por la ventana.
Los edificios de piedra ardían con lengüetas de fuego. Las cenizas caían del cielo formando surcos de plumas de cuervos muertos. Sobre el cielo negro, un dragón escarlata con escamas de acero ensangrentadas, bañaba los tejados de pizarra con fuego inclemente. Desesperación.
La ciudad ardió por tres días, hasta que una calma brumosa cubrió los cimientos ennegrecidos como una niebla de terror. Una figura escondida en una túnica sangrienta la esperaba en la oscuridad. Su máscara brillaba. Era un ser deforme, inhumano, con cabeza de bestias del desierto de sal. Olía a tinta podrida. Balaam se agitó levemente mientras veía a los espectros negros danzar envueltos en tentáculos dorados.
—Lord Daumier—concedió su tío Seth, ante el trono de ébano con ribetes de oro. Lo que quedaba de sus piernas era hueso cubierto de piel—. La inclinación que demostró hacia nosotros fue crucial para ganar la guerra. Lo felicito y le agradezco de corazón, señor. ¿Tiene alguna petición?
Johann Daumier hincó una rodilla frente al trono. Detrás de él, estaban sus hermanos Samael y Alissa. Todos vestidos de negro, con joyas de hueso y el cabello plateado. La tragedia que arropaba a los Daumier estaba en boca de todos los nobles. Seth les concedió una buena parte de las tierras de los Betania, una suma significativa del botín de guerra y el cargo de Comandante de Guerra a Johann; como compensación.
—Rey—pidió el hombre de cabellos pálidos—. Perdí a mi hijo a manos de los Verrochio. Era... nuestro querido hijo. El único descendiente de la familia. Quiero que se haga justicia.
Alissa Daumier ocultaba bajo los mechones plateados los ojos enrojecidos por el llanto. Balaam no entendía cómo podían amar a un engendro. Fruto del amor entre hermanos. Los Daumier eran extraños. Ella estuvo dando la vuelta de la victoria sobre los cadáveres de los soldados reales y rebeldes. Pisarro trajo en brazos el cuerpo de Camielle, conservaba una mueca de dolor en el rostro muerto y un agujero negro en el pecho.
Alissa lloró tan fuerte y amargamente, que tuvieron que llevarla arrastrada hasta la mansión. El mismo Johann Daumier parecía más humano que Balaam, que caminaba entre los cuerpos cubiertos de sangre y saetas, como si estuviera en un campo de flores. Flores de hielo. Flores muertas y pisoteadas para fertilizar los horizontes.
No sentía nada al ver a los muertos. Ni asco, ni lastima... solo murieron personas, persiguiendo la causa de su tío. Los que se opusieron a la causa, perecieron siguiendo sus propias convicciones.
Todos muertos por creencias ajenas. ¿Las personas de verdad estaban tan ciegas?
—Los Verrochio huyeron—replicó Seth. Sus ojos preocupados eran dos rubíes, ante Circe, la madre de Balaam y su hermana Agnes. Estaban cenando en el comedor real, un recinto espaciosos con vistosas cortinas. No abrió la carta hasta que se reunieron todos los Scrammer—. Affinius los está buscando bajo las piedras, pero se esfumaron.
—Te dije que no matarás a Friedrich Verrochio—apuntó Circe. Cada día, estaba más regordeta y su cabello rojizo estaba perdiendo color—. Heriste el orgullo de los Verrochio por tu imprudencia.
Seth la miró, ceñudo, apretó el cuchillo de carne en su manaza.
—¡Si no lo mataba, el vulgo iba a creer que soy blando, mujer!—Gritó, con los ojos rojos echando chispas—. El descontento con Friedrich de parte de los plebeyos, hizo de su muerte, nuestra oportunidad de imponernos.
—¿Y qué?—Circe tragó un poco de vino dulce y resopló con furia—. No existirá la verdadera paz con los Verrochio como enemigos.
—¡Ya eran nuestros enemigos!
Balaam saltó, derramando la copa de su madre sobre el cordero asado con especias. Había sido suficiente.
—¡No le grites a mi madre!
—¡Balaam!—Circe la tomó del brazo con fuerza—. ¡Por favor, compórtate!
Balaam miró con fiereza a su tío. El hombre en la silla de ruedas arrugó la nariz y la midió con la mirada.
—¡¿Crees que por ser el rey puedes tratarnos como inferiores?!
—Cierra la boca, niña. Soy tu tío, pero también soy tu rey.
Balaam salió del comedor, indignada. Las batallas habían trastornado a su tío, aquella corona lo volvía un cascarrabias que creía que gritarle a todo el mundo resolvía sus problemas. Lo estaba corrompiendo. Seth empezaba a actuar por su cuenta, sin medir las consecuencias. Seth Scrammer, el Mago Rojo que mató a la bestia del Paraje. Aquel valeroso caballero se convirtió en un rey putrefacto.
El asesinato de Friedrich era prueba de que la corona lo estaba destruyendo. El poder es un veneno adictivo. Fue a su habitación en la torre del Hombre Arrojado y se quedó mirando por la ventana la ciudad, bajo el velo de la oscuridad. El dragón escarlata agitaba sus alas de murciélago, los colmillos chorreando flamas. Imaginando que los torreones ardían con columnas de fuego y espectros negros.
Su hermana Agnes fue a verla, una niña de largas trenzas rojizas y ojos oscuros, en un rostro cubierto de pecas. Se sentó junto a ella mientras miraban la ciudad arder. Un chacal dorado corría, perseguido por una jauría fantasmal, sobre los cuerpos desmembrados. Los fantasmas escarlatas se inclinaban para rendirle pleitesía. Agnes empuñó el cuchillo de hueso y cortó una garganta.
—Cuando le gritas a mi tío, nuestra madre llora.
Balaam la abrazó, pasando los brazos por su cuello y colocando la barbilla sobre su cabeza. Algún día, ella sería reina y velará por la seguridad de su familia. Dioses, héroes y monstruos.
—Es que él es un... indiferente, a lo que sentimos.
—A mí tampoco me gusta cuando nos grita. Me siento muy pequeña cuando estoy junto a él.
Su tío actuaba sin consultar con ellas. Durante su coronación, cedió las tierras de los Betania a los Daumier. Rocca Helena ahora pertenecía a Melissa Leroy. Fuerte de la Ninfa pertenecía a Affinius von Leblond junto a la administración de Pozo Obscuro y Puente Blanco y sus tierras pertenecían a Pisarro du Vallée. El Paraje seguía siendo administrado por los Lumiere.
Nombró a muchos caballeros, sobrevivientes de la última batalla y regaló algunas faenas terreno junto con títulos nobiliarios. Las arcas de la corona estaban casi vacías, así que la mayor parte del botín de guerra lo sacó de los almacenes que Ronnie, el rector de la Casa de Negro, les otorgó a los rebeldes para conservar su título.
Se repartió entre los rebeldes un botín de plata y se enviaron comisiones al Valle de Sales para compensar a Francis della Robbia por la muerte de su hija Lucca. Innumerables comisiones fueron encomendadas ante la funesta oposición de Circe de conservar el dinero. Sin duda, Seth prestó oídos sordos hasta que los almacenes fueron vaciados.
Balaam resopló con calma. El cabello de Agnes olía a cedro.
—Mi tío ya no es digno de gobernar.
Seth conservó el mismo sistema de impuestos que Friedrich Verrochio impuso. Centralizó su mandato en Valle del Rey, pidiendo tributo a los nobles por cosecha y decretando impuestos aduaneros. Se abrió el puerto para el comercio del sur. Balaam le comentó, que debía restablecer el dominio sobre toda la isla, entablar conversación con los Verrochio e indagar sobre el paradero de Damian Brunelleschi.
Pero su tío concentraba su atención en complacer a los nobles con sobornos para buscar y destruir a los Verrochio, pagó a asesinos, pero ninguno los encontró. Con la ola de calor, la situación se complicó. Las calles estaban abarrotadas y el acueducto que discurría por la ciudad se secó. Las personas empezaron a comprar el agua de los mercaderes de Rocca Helena cada vez más cara. Le echaban la culpa a los magos negros del Bosque Espinoso.
Ante la situación, Balaam habló personalmente con Melissa Leroy, pero no le hizo caso gracias a las sumas que obtenía. Su tío tampoco quiso regular los precios del agua, porque el impuesto de las ventas le generaba ingresos que invertía en un nuevo ejército real, comandando por los veteranos de las guerras anteriores. La guerra que se aproximaba con los fieles del sur lo mantenía impávido. Liberó a una buena cantidad de prisioneros.
—¿Quieres llevar a los Verrochio a la guerra?—Se quejó Balaam ante el trono de oro macizo y ébano. Olía a sudor rancio, como un viejo guante sin lavar.
—Los Verrochio vaciaron las arcas de Pozo Obscuro—exclamó Seth con arrogancia. La corona de llamas doradas brillaba mientras el sudor caía de su frente—. Muchas de las tierras sureñas pertenecen a vasallos de los Verrochio. Se ocultan en alguna de ellas. Si probamos que traman una rebelión, tomaremos esas tierras y sus riquezas para nuestro feudo.
—Creí que estabas cansado de la guerra—recalcó Balaam, ceñuda—. Todos te seguimos porque querías cambiar la isla con tus ideales. Pero, lo único que haces es cometer los mismos errores que los reyes anteriores. Tus ojos brillaban cada vez que hablabas y eso nos impulsó a seguirte. Queríamos que fueras el rey, porque ibas a cambiar todo. Pero nos equivocamos. Tú no eres mi tío.
—Entiende, Balaam—Seth frunció el ceño con sus gruesas cejas pobladas de rojo y gris—. Esto es mucho más de lo que imaginé. No es solo una corona que te pones y ya eres un rey. Creí que el mundo podría ser justo, pero no lo es. No importa si intentas cambiar las cosas, perjudicas a alguien más. Necesito a los nobles de mi parte y a los que atentan poner a nuestra familia bajo tierra. Llegará el momento en que descubras que el mundo no es bueno, ni malo. Es... simplemente, un lugar complicado que no puede ser ordenado sin sumergirlo en miseria. Para que sobrevivan muchos, necesitamos sacrificar a algunos.
Balaam tragó saliva.
—¿Lo vas a hacer, verdad?
Seth asintió con las muelas apretadas.
—No tenemos otro camino—las manos esqueléticas de Seth temblaron—. Si las cosas siguen así, una tragedia tendrá lugar. Tenemos que aprender de nuestros errores. Ya he visto mucha muerte. Si la naturaleza se nos interpone, la doblegaremos. Como dices, quiero el cambio para todos, pero el sistema que gobierna esta isla va más allá de lo que puedas comprender.
—Tío—Balaam recordó los árboles pintados de sangre—. Me juraste que no volverías a realizar esos rituales. Necesitábamos una tierra fértil y lluvia abundante para erradicar el hambre. Los diablos bailaron con nosotros durante esas noches.
—Que caiga la lluvia, Balaam—sus ojos brillantes se oscurecieron como la sangre al coagular—. No tienes otra alternativa. Es tu deber.
Seth negó con la cabeza y llamó a los guardias para que se la llevarán. Impuso resistencia. Balaam le lanzó un pulso a un guardia y lo derribó con un destello rojizo de calor. Los hombres robustos le inmovilizaron las manos y se la llevaron a rastras, mientras gritaba. La encerraron en su habitación, estuvo horas pensando en destruir la puerta hasta que su madre Circe la dejó salir.
—No puedes contrariar a tu tío, hija—la aconsejo—. Algún día serás la reina y podrás imponer tu mandato. Pero hoy, debes respetar las decisiones de tu tío porque ahora es el rey de los Celtas.
—Mi tío nos conducirá a la ruina.
Circe apretó los labios e ignoró lo que decía Balaam.
Su tío quería más poder. Quería ser el regente absoluto. Una fuerza encendía el brillo en sus ojos desenfocados. Era culpa suya. Nunca debió enseñarle a su tío el Ritual de la Vida y operar con fuerzas desconocidas. El rostro de Seth Scrammer estaba cambiando, las arrugas crecían y sus ojos brillantes se extinguieron. Sangre, corrupción, poder y miseria. Aquello que estaba prohibido en la Sociedad de Magos, tachado como caoísmo por las doctrinas de los Echevarría. Libros perdidos y destruidos. Hubiera sido mejor morir de hambre en Rocca Helena que caer en manos de los Dioses Muertos.
Salió de la torre y caminó en la oscuridad hasta el jardín de las estatuas, siguiendo un camino de piedra reluciente. Una ligera película de hollín pintaba de negro las relucientes esculturas de mármol. El dragón fue limpiado, puesto en el centro y pintado de escarlata. Las estatuas profanas de Escamilla parecían inclinarse en pleitesía hacía el dragón céntrico, temorosas. La ninfa estaba cubierta de grietas negras. El fantasma malva apareció ante ella. Balaam se alisó el largo cabello negro.
—¿Para qué querías hablarme, Balaam?
Pisarro parecía angustiado, no solo era el nuevo regente de Puente Blanco, también era el siervo a cargo de la administración de Valle del Rey. Seth esperaba mucho de él, pero los impuestos que dictaba el rey le cerraban el camino y le creaban enemigos. Tenía aspecto de no haber dormido en años.
—Es sobre el rey Seth—admitió Balaam con tono preocupado—. Ya no escucha a su familia. Se está cerrando el paso. Fue nuestra culpa, nosotros hicimos los rituales y matamos personas.
Pisarro abrió mucho los ojos. Un poco más y se le caían al suelo.
—Sabes que podría acusarte de conspiración.
—Mi tío también te presiona, profesor—murmuró. Pisarro renunció al cargo de profesor de Evocación cuando recibió una carta de sir Cedric, su padre—. No eres un noble. No estás acostumbrado al poder. El cargo de administrador de la capital es demasiado para ti. Inclusive, el título de señor de Puente Blanco te queda muy grande. Yo...
—¡Balaam!—Pisarro levantó un dedo, amenazante—. Si tu tío me confirió estos cargos es porque soy perfectamente capaz. Tienes que olvidar todo lo cometido en Rocca Helena. El Gremio de Magos pereció, y con el, sus secretos más oscuros—se acercó tanto que pudo notar las cicatrices de quemaduras en su cuello—. La Sociedad de Magos no debe enterarse de nuestra conspiración. ¡Nos buscarán, niña!
Un millar de serpientes silbaron en un foso. La brisa le agitó el cabello.
—Mi tío sabe que no lo vas a traicionar—replicó. Pisarro no quería comprender. Dejó que el descaro se apoderara de su lengua—. Esto te sobrepasa, ¿cierto? ¿Acaso el Gremio de Magos se disolvió? No... eres el último del grupo que quedó vivo. La culpa te consume, y solo seguiste mis órdenes. Realizaste mis rituales, profesor. Te niegas a ayudarme por intereses, ¿qué pasó con mi padre? ¿Cómo se sentiría Cedric Scrammer al descubrir que su íntimo amigo Pisarro se convirtió en un mago negro? ¡Te van a cazar! Lo sabes, por eso buscas refugio en Puente Blanco. Ya no eres un mago, profesor. Eres solo un cobrador de impuestos. ¡Pero cuando la Institución se entere de tus cometidos!
Una mano callosa se cerró en torno a su garganta. Balaam soltó el aire. Hilos de viento afilado le cortaron la piel del cuello como cuchillos. Sus ropas se desgarraron con aquellas cuchillas de viento. Silbidos, resoplidos.
—¡Sigo siendo el mago más habilidoso de la Sociedad de Magos!—La embistió contra un muro de piedra fría. No podía respirar—. ¡No te burles de mí, niña estúpida! ¡¿Crees que me puedes manipular para matar a tu tío?! ¡Te partiría en mil pedazos antes de que pudieras sentir una tierna brisa!
Balaam estiró su mano y posó los dedos sobre el pecho del hombre. Sentía sus latidos. La mano del hombre la estranguló más fuerte. Intentó imaginar alguna Proyección Punzante para matar a Pisarro... pero, frente a aquel hombre de cabello rojizo y ojos malignos su mente se nubló de miedo y rabia. Estaba asustada, creía que moriría. Le dolía la garganta y tenía el cuello manchado de sangre. Pisarro apretó la mandíbula, tenso, la soltó y cayó al suelo con la garganta obstruida. Estaba sangrando por los cortes de aire. Sus gotas de sangre caían al suelo junto con sus lágrimas.
—Te ahogaras en tu sangre—lo amenazó entre toses—. Yo misma me encargaré... de que... sufras y te hundas en tu miseria. Te haré pasar un infierno... hasta escucharte suplicar la dulce muerte.
—Eso solo pasará cuando la lluvia caiga para arriba.
Pisarro se dio media vuelta y desapareció por el sendero de losas.
Agnes le curó las heridas del cuello con un algodón con yodo. Las debía ocultar para que su madre no las viera. Algunas menos profundas las cerró con esencia, dejando cicatrices plateadas. Su hermana la miraba boquiabierta, pasaba los dedos por una cortada y la piel se cerraba con un escozor. Balaam pasó muchos años en el Jardín de Estrellas, estudiando Fundamentos desde muy pequeña, tomó una cátedra de Misticismo Corporal con la profesora Delaila Curie hasta que se unió al departamento de Preservación. Balaam quería convertirse en un Mago Rojo y unirse a un Castillo, aunque su padre Cedric quería que se retirase de la Sociedad de Magos y viviera una vida normal.
Sonrió, tontuna, nadie era normal. Todos estaban locos, aislados, solitarios y rotos. Todos eramos fragmentos de vidas pasadas.
Balaam no se considera normal. Desde que descubrió sus facultades, el mundo de las personas corrientes le parecía monótono y aburrido. Las flores se consumían en sus manos. Quemaba cosas con tocarlas: tela, madera, sábanas, cabello; salpicaba en flamas. Podía beber caldos hirviendo, sin inmutarse. Tomaba baños calientes. El fuego no le hacía daño cuando metía los dedos en las brasas y podía ver en la oscuridad tan bien como de día. Una vez tomó un puñado de carbones encendidos y los aplastó en su mano.
Las historias sobre niños malditos, con sangre de demonios, la cautivaron. Le
fascinaban las historias de brujos y monstruos. Esa atracción por la magia del caos era la sucesión de una curiosidad malsana. Aquellas fuerzas que empleaban los magos negros, según las historias de los libros, era llamada su búsqueda de reconocimiento. Azazel el Loco y sus discípulos que bebían mercurio. Courbet y los muertos que dejó convertidos en estatuas de sal. Acromantula, el Mago Negro del Ocaso que recorría el Paraje durante el invierno, llevándose a los niños malos en su carruaje destartalado, tirado por caballos putrefactos. Su canción favorita era la de Anastasio, la tragedia del Archímago del Frío la hacía llorar de niña.
Pero en la biblioteca del Instituto, todo sobre los magos negros era reducido a un puñado de historias heroicas. La magia del caos era un tabú en la Sociedad de Magos. Leyó decenas de veces los tratados sobre los cultos herméticos del Sol Negro y sus persecuciones. Alquimistas locos como el Homúnculista y ladrones de conocimiento que osaron involucrarse con la Sociedad de Magos y encontraron la ruina.
Quería conocer al monstruo antes de juzgarlo, por esa misma razón, se unió al departamento de Preservación. Quería descubrir el origen de su naturaleza, descubrir el origen mismo de la quintaesencia en la familia Scrammer. La descendencia del Dragón Escarlata Torá.
Cuando se unió al departamento por recomendación del profesor de Conversión Pierre de Febres. El encargado Clemente Bruzual le ofreció una pasantía como clasificadora, en el almacén de documentación bajo llave.
Leyó infinidad de rituales del caos en las librerías del departamento, pilas de libros prohibidos llegaban hasta el techo del recinto en completo desorden. Libros encuadernados en piel humana, manuscritos desmoronadizos confiscados, textos en cuero de magos eliminados por el departamento, tratados con seres inhumanos, grimorios de sacrificios rituales, bitácoras de autodidactas e investigaciones de magos que fueron más allá de lo permitido. Al tiempo, Clemente le puso vigilancia, así que Balaam tuvo que robar los manuscritos. Estaba cayendo en aquella espiral de conocimientos devoradores. Cada texto encerrada conocimientos increíbles, tentadores. Las sombras escarlatas aparecieron en sus sueños, buscándola. Sus máscaras doradas estaban impregnadas de un olor particular.
Cuando su padre murió por causas desconocidas, regresó a Puente Blanco con su madre para el duelo. Su tío Seth huyó junto a ellas de los caballeros de Friedrich Verrochio. El ejército de rebeldes de su tío estuvo a merced del hambre en Rocca Helena. Ella le contó la existencia del Ritual de la Vida que leyó en el almacén. La tierra árida se manchó con la sangre que albergaba la quintaesencia y de ella, nació la vida. Sentía una extraña culpa cuando mataban a un joven por su propuesta. Veía rostros deformarse, observando su corazón latir en unas manos ensangrentadas. Pisarro empuñaba un cuchillo de hueso y Lucca se desnudaba para embarrarse los pechos de sangre.
Rituales de Fertilidad, sangrientos y viscerales. Plagados de fornicio y sodomía que el Gremio de Magos cometía en nombre del Rey Dragón. La esperanza de la isla era prevista por Dioses Muertos. Sacrificios de expiación para el clima. Incluso se mezcló la sangre con el sulfato de las estatuas. Lucca della Robbia desnuda, cubierta de sangre y semen, con el clítoris hinchado. Miackola Escamilla sobre el joven sacrificado, apuñalando con euforia mientras se retorcía sobre su miembro. Janis Joplin, Julius van Maslow y Argel Cassio quemando hierba de la risa en braseros mientras copulaban como animales. Sangre y crueldad. Locura, placer y lujuria. Ofrendas para dioses malignos.
Balaam seguía siendo virgen. Los muchachos del instituto se burlaban de ella por ser una Scrammer, diciendo que tenía dientes en la vagina. Nunca sintió gran cosa por nadie, quizás un poco de interés por el misterioso Niccolo Brosse. Quería que fuera su escolta para tenerlo cerca e invitarlo a su habitación, pero murió, desgraciadamente, durante la batalla de Rocca Helena. Su canción le provocaba lágrimas.
Su tío guardaba silencio durante la cena y se pasaba todo el día en el salón del rey, concediendo audiencias.
Llegó a sospechar que la espiaban los sirvientes del castillo. Su tío empezaba a desconfiar de ella. Balaam nombró a uno de los caballeros su escolta para proteger su cuello de Pisarro, era un joven llamado sir Campeche Armistead, hijo de uno de los caballeros muertos de su tío. Si desconfiaba de alguna comida que le llevaban de las cocinas, le daba un poco a Campeche para probar que no estaba envenenada. El joven era muy obediente y la seguía a todas partes, sospechaba que estaba enamorado de ella.
Al atardecer se convocó una asamblea. Todos los Scrammer asistieron junto a los nobles y comandantes. Lord Pisarro la dirigió como el portavoz del rey. Se sentaron en una larga mesa. Un murmullo recorrió el lugar de cortinas púrpuras y floreros marchitos. Johann Daumier ocupaba el puesto de Comandante en Jefe de Guerra, lo seguían el comandante de la Armada Jean Rude, un joven que le debía el indulto a Pisarro para mantener a flote la compañía pescadera de Lord Bramante. Brent Archer, terrateniente de Pisarro, no dejaba de mirar a Balaam con sus ojos lascivos. Ronnie, el rector de la Casa de Negro y representante de los alquimistas. De parte de los nobles estaban Melissa Leroy, la señora de Rocca Helena, enaltecida y otros señores menores.
—¿Dónde está Mariann Louvre?—Melissa Leroy frunció el ceño.
—El Sexto Castillo peleó al frente—apuntó Johann Daumier—. Sus Magos Rojos terminaron en una fosa. La castellano acabó muy herida cuando arrastró a la Guardia hasta el puerto. Demasiado herida. No creo que sobreviva a sus heridas.
Seth asintió, apesadumbrado.
—El descontento en el Valle de Sales causó una revuelta—anunció Pisarro, el señor de Puente Blanco—. Los campesinos no aprueban los movimientos del rey Seth Scrammer Francis della Robbia intentó controlarlos, pero tomaron a su familia como rehenes. El valle está comprometido. No obstante, el mayor de nuestros problemas recae en que Vourbon Verrochio desembarcó y proclamó el Valle de Sales como una provincia independiente. Están acuartelados con los rehenes.
—¡Nos declaró la guerra!—Soltó Brent Archer, golpeando la mesa.
—No estamos listos para otra guerra—aclaró Melissa Leroy—. La situación en Valle del Rey aún no mejora. Las heridas de la anterior guerra no han sanado. Los campos fueron abandonados y muchos pueblos quedaron desiertos. El costo de la guerra.
—Seguirán atacando—dictaminó Seth, cortante. Sus ojos vacilaban. Parecía enfermo—. Seguiremos perdiendo aliados hasta que nuestras fuerzas se debiliten. Una rebelión se levanta de las cenizas del antiguo rey Friedrich. Debimos exterminarlos cuando tuvimos oportunidad. El costo de la anterior... guerra fue demasiado. Perdimos familiares, amigos... Nuestras vidas. Mañana armaremos el plan de contingencia, señores, para lanzarnos a una batalla contra los Verrochio para unificar esta isla.
Seth se retiró con el rostro pálido, girando las ruedas con debilidad. La sala se fue vaciando tras una reverenda murmuración sobre su estado de salud. Balaam fue tras su tío mientras atardecía, miraba por las ventanas del castillo como el fuego consumía el mundo. Si su tío continuaba dudando, los nobles lo destruirían. No podían mostrar debilidad o los buitres vendrían a devorarlos. Los Scrammer pendían de un hilo. Sir Campeche la seguía, así que le dijo que se marchará. Debía arreglar las cosas con su tío antes de... que lo perdiera, como perdió a su padre. Balaam atravesó el jardín de estatuas y tropezó con la estatua de la ninfa, escuchó un crujido.
Abrió la puerta de la habitación y lo encontró en la cama, delirando. El cabello se le pegaba al rostro mientras el calor se fundía con la oscuridad.
—¿Cedric?
Cerró la puerta. Su tío era parecido a su padre, pero muy viejo y desaliñado. La silla de ruedas permanecía fúnebre junto a la cama, afuera se escuchaba el cántico incesante de las cigarras. Seth temblaba bañado en sudor. Los fantasmas rojos se inclinaban ante ella, serviciales.
—Perdóname, Cedric—murmuró en sueños. Seguía atrapado en la delgada línea de lo que es real y lo fantástico—. No puedo hacerlo. No soy ni la mitad del hombre que fui. Hay una sombra sobre mí. Creí poder gobernar como un gran líder y... esto es demasiado para cualquiera. Habrá otra guerra por mi indulgencia. Cedric tú...
Escuchaba la lluvia. Tan lejos, como una ventisca eterna desintegrando una montaña de piedra. Las manos le temblaron, pero no dio un paso atrás. El dragón escarlata quemaba los edificios con su furor carbonizado. Sus alas de murciélago estaban cubiertas de agujeros.
—Todo lo que hice—su tío se arrancó unos mechones de pelo ralo—. Las personas que mate. No se van. Puedo ver sus caras cada vez que cierro los ojos. Todo esto es mi culpa. ¿Por qué hice tantas matanzas, Cedric? ¿Hermano? Si no me hubiera caído de la torre. Si tú estuvieras vivo. ¿Viniste a matarme?
Balaam saltó como un felino al acecho y sus manos se cerraron en torno al grueso cuello del hombre. Seth se estremeció en sueños. Un rostro dorado le susurró al oído. Se lanzó sobre el hombre postrado con una ferviente rabia. El hombre apretaba el cuello con mucha fuerza, no podía cerrar sus manos por completo.
—Sí, es tu culpa—proclamó Balaam. Seth tomó sus manos, intentando liberarse. El calor le quemó las muñecas—. ¡Todos estamos decepcionados de ti!—El hombre perdió fuerzas y aflojó el cuello. Los ojos de su tío se inyectaron en sangre—. ¡Sucio, cobarde!—Su rostro se tornó negro—. Estamos en el fondo del abismo y no te necesitamos. Voy a destruir a nuestros enemigos y proteger a nuestra familia. Le fallaste a mi padre, Cedric, le fallaste a los rebeldes y morirás.
—Perdónenme por sacrificarlos—su tío intentó respirar un par de veces y dejó de moverse. Soltó sus brazos dejando la piel quemada de sus muñecas—. Te fallé, Cedric.
Seth Scrammer sonrió complacido, parecía un viejo estúpido. Las manos le ardían, estaban cubiertas de ampollas. Tenía los dedos de su tío marcados en largos zarcillos rojos sobre los brazos. Sobre las sábanas sudorosas se veía degenerado, macilento, indefendible. El rey Seth Scrammer murió creyendo que lo mató su hermano.
Balaam salió al adarve, sin sentir el menor remordimiento.Afuera, la luna amarilla iluminaba el mundo y una sombra escarlata la esperaba, escudriñando los edificios chamuscados desde una máscara de chacal pintada de dorado. Entonaba una melodía, pero cuando se acercó la joven, enmudeció. Olía a sal y perfumes. Su figura sangrienta se fundía con el firmamento estrellado. La galaxia de estrellas bailaba sobre su cabeza lobuna como una corona de constelaciones.
—¿Sufrió el difunto rey Scrammer?—Su voz era la de un espectro.
—Mueres como un hombre virtuoso o vives para convertirte en un viejo cobarde. Luchando hasta el final. No quería morir después de todo, seguía aferrado a sus viejos huesos en virtud de que al final, era lo único que tenía—sonrió. Las marcas en sus brazos quemaban con un picor insoportable, al ser heridas causadas con esencia, no las podría curar con Misticismo—. Sus ojos asustados saltaron desde sus cuencas como un cobarde. Todos los hombres son cobardes.
La sombra parecía un demonio hecho de sangre. La máscara de chacal brillaba dorada mientras la luna amarilla lo lamía con su luz celestial. Era bastante alto y delgado. Su figura le inspiraba temor.
—¿Te arrepientes de algo?
Balaam negó con la cabeza. Se preocupó.
—Con el rey Seth muerto, el título le pertenece a mi madre Circe, y ella me va a abdicar la corona—miró la ciudadela consumida y las murallas bañadas de carbón—. Será lo mejor para el futuro de la isla.
—¿Qué has decidido, Balaam?
—Nunca me arrepentiré de mis decisiones, para no terminar igual que mi tío cuando lleguen mis momentos finales.
El Chacal asintió y sus ojos sumergidos en oscuridad la miraron, despectivos.
—Muy bien—terció el hombre bajo la máscara—. Los magos negros de la Cumbre Escarlata te servirán, reina Balaam Scrammer. Solo tenemos una petición, para cambiar a esta isla de la perdición.
Balaam realizó una reverencia.
—El Ritual de la Vida deberá realizarse para aplacar a la deidad hambrienta—dijo la joven—. El sacrificio de jóvenes complacerá a Thoth y una lluvia abundante será nuestra recompensa. El dios podrá ser adorado sin tormento en esta isla, ahora que soy la gobernante tengo autoridad sobre la despótica Iglesia del Sol.
—Que así sea, reina mía—murmuró el demonio escarlata—. Hemos venido a purificar la sangre de los Celtas de toda impureza.
«Olvida a sus dioses exiliados—corría por una pradera olvidada sobre flores silvestres que olían a químicos venenosos. Estaba descalza y sentía la humedad de la mañana bajo los dedos como agujas—. Persigue a sus predicadores y arroja sus manuscritos al abismo».
Su cabello negruzco se agitaba en el aire como garfios de oscuridad. Resbaló y cayó rodando en la hierba alta y tierna. Se quedó largo rato tendida, llorando dulcemente. Un chacal dorado la esperaba en la oscuridad del almacén con una nota fúnebre en los labios de oro.
—Conocí a tu padre—se disculpó Clemente Bruzual. El encargado de los almacenes del departamento de Preservación—. Antes de ser castellano en el Primer Castillo, fue profesor de Evocación durante dos años.
«Quema sus altares y a sus seguidores impíos en la hoguera». La pesada corona de llamas rojas se le clavaba en las sienes como espinas dolorosas. Las sombras escarlatas de rostros dorados la acompañaron en su caminata hasta el trono. Los nobles que la miraban con desprecio bajaban la cabeza en una audaz reverencia, alineados como peonesz parecían esculturas majestuosas ante el trono de oro y ébano. Balaam se sentó, henchida de orgullo, junto a su madre con los ojos enrojecidos y su hermana pequeña, en taburetes a cada lado del trono.
—Lord Pisarro—musitó con una sonrisa burlona. Aún tenía las cicatrices en el cuello—. ¿Dónde está el siervo allegado de mi difunto tío?
Johann Daumier levantó sus inmensos ojos de humo, tenía profundas ojeras en el rostro afilado. El suicidio de su hermana Alissa lo golpeó de gran manera, decían que dormía y comía muy poco. Aunque, seguía siendo fiel a los Scrammer y quería ganarse la voluntad de Balaam. A la hermosa y cruel Alissa Daumier, le encontraron en la bañera con las muñecas abiertas.
—El señor de Puente Blanco decidió marcharse un día antes de su coronación—confesó el hombre de desgreñado cabello ceniciento. La imagen de lobo plateado se escindió en el retrato de un perro macilento—. Quiso gobernar sus tierras y servirle a usted desde allí.
Balaam fingió una rotunda sorpresa.
—¡Qué gran noticia!—Admitió con una sonrisa radiante—. Al parecer, quiere cumplir la voluntad de mi tío. Es una pena lo que pasó con su querida hermana, Lord Daumier. Estoy segura de que ustedes dos eran muy cercanos.
—Alissa no soportó la muerte de su hijo.
«Ahora es su hijo—pensó Balaam mordiéndose los labios—. Pero él también tomó partido en su creación. No me sorprende que su hermana terminará abriéndose las muñecas».
—¿Han tenido noticias del Valle de Sales?
—Mi reina—Melissa Leroy dio un paso con el cabello castaño arremolinado en las mejillas pálidas—. Los rebeldes no responden las cartas que les enviamos. Tengo centinelas vigilando el valle. Tienen a la familia entera en cautiverio. Vourbon está organizando un ejército y recibió fuerzas de Pozo Obscuro. Son unos doscientos hombres, compañías de asesinos entre ellos.
—Entiendo—asintió. Le dedicó una mirada suplicante a Johann—. Comandante Daumier, ¿cuántos soldados tiene?
Johann levantó la mirada afligida.
—Cien, reina.
—Lady Leroy—Balaam se inclinó con una sonrisa en el rostro—. ¿Cuántos soldados tiene en su dominio?
Melissa dudó. Su fidelidad era cuestionable, Balaam quería probar su lealtad. La mujer la miró entristecida, tenía fama de envenenar a sus esposos, sabía mentir. Balaam no se dejaba engañar. Los Leroy son unos traidores.
—Mi reina.
—¿Cuántos soldados, Melissa?
—Perdí a muchos en la última batalla, mi reina. Mis vasallos me odiarán si envió al resto de sus hijos a morir.
—¿Creí que su lealtad estaba con nosotros, mi Lady?
Melissa tragó saliva y bajó la mirada.
—Sesenta, mi reina.
Balaam asintió, complacida. Le dedicó una mirada inquisitiva al Jefe de la Guardia Brent Archer. El joven le sonrió seductor e hincó una rodilla, pero solo le causó repulsión. Desde que se puso la corona de llamas en la cabeza, a los hombres se les caía la mandíbula como idiotas al verla. Odiaba sus miradas repulsivas y sus sonrisas amarillentas.
—Ciento treinta soldados. Veteranos de cada guerra, hermosa reina.
Balaam arrugó la nariz.
—Muy bien—recalcó la reina—. He hablado con mi señora madre la noche de ayer, pensamos en aplacar a la insurrección para estabilizar el reino. Lord Daumier, debido a su desempeño en las anteriores batallas, usted deberá comandar. Bajo su designación dejó a Brent Archer y a...
Melissa titubeó. Estaba hartando a Balaam con su inseguridad. Los Leroy traicionaron a los Verrochio junto a los Daumier. Con los intereses de Seth sepultados en cenizas, los nobles orgullosos no le debían favores a ningún otro Scrammer.
—Podré asignar a mi hija mayor, Claude Leroy—miró en rededor—. Les ruego, a los otros comandantes... que la protejan.
—Estoy segura de que Claude puede valerse por si misma—replicó Balaam. Conocía a Claude de sus días en el Jardín de Estrellas. Era una Maga Roja del Sexto Castillo, muy habilidosa.
También era miembro del departamento de Investigación. Ella fue quien comenzó el rumor de los dientes en su vagina—. Marián Louvre sufrió muchas pérdidas. El Sexto Castillo fue aniquilado y la pobre mujer sigue postrada en cama con horribles heridas. Sus Magos Rojos pelearon, magníficos, al frente de la vanguardia, lanzando proyecciones hasta tiritar con las capas rojas hechas jirones. La Sociedad de Magos juró que no se involucraría en los conflictos políticos de la isla, pero ellos lucharon a nuestro lado y perecieron.
»Estos magos de túnicas escarlatas nos asesorarán para que mi reinado sea verdadero y defenderán al prójimo con justicia. Los magos deberían servir. Les he cedido el título como Magos de la Corona y las instalaciones del Fuerte de Ciervos como su sede. ¿El Gremio de Magos nos brindará su apoyo?
El Chacal realizó una reverencia. No pudo sentir el mínimo rastro de esencia. Ningún miembro de la Cumbre Escarlata poseía algún aroma o esencia característica. Eran como autómatas que seguían al Chacal; cada uno con una máscara de oro distinta. Sus esencias eran escondidas bajo un velo de Conversión Energética. Las seis figuras escarlatas surgieron del trono.
—Por supuesto, reina Balaam—su máscara alargada de canino brillaba dorada, pero sus cuencas negras parecían abismos insondables—. Pero, tengo un asunto que me gustaría tratar con usted a solas.
Levantó una ceja, dubitativa.
La Cumbre Escarlata impartía el mensaje de Thoth, un dios maligno con cuernos retorcidos y pezuñas de chivo, el mensaje podría considerarse contradictorio con la macabra imagen, ya que predicaba el significado de ser humano, el respeto y la igualdad. Que todos somos iguales, todos morimos, sin importar de dónde nacemos. Que debemos vivir nuestras vidas siendo libres, pero sin perjudicar al prójimo. Cada uno dominaba ramas del Misticismo Oscuro, más allá de lo comprendido en la Sociedad de Magos, podría tratarse de magos al borde del tercer nivel.
—Te escucharé encantada—exclamó Balaam—. ¿Han hecho los trabajos que le encomendé?
El Chacal la miró, sombrío. Pudo sentir un brillo dentro de las cuencas negras de la máscara. Unas uñas largas y afiladas aparecieron en su manga con un escalofrío, aquella túnica holgada escondía las verdaderas proporciones de su cuerpo. Balaam se limpió el sudor de la frente. El calor se había vuelto insoportable durante el verano, pero el año ya estaba terminando. Pronto comenzarían las lluvias y habría una nueva cosecha, la de este año fue escasa por la sequía.
—Esta noche, señorita—pronunció el mago negro con tono lúgubre. Se acercó al trono, casi susurrando. Ni siquiera su madre pudo escuchar aquello—. Esta noche liberamos a los demonios.
—Muy bien—Balaam se levantó junto a la silueta escarlata. Era un palmo más alto que ella—. Señores, esta es la batalla para la unificación. El comandante Daumier tiene la estricta orden de perseguirlos y derrotarlos. ¡Destruyamos a los Verrochio con una nube de fuego!
La reunión terminó y Balaam acompañó a su madre Circe a descansar, estaba muy débil por la muerte del hermano de su esposo. Cuando se enteró de su muerte por parte del criado, se desmayó, casi se rompe la cadera con la caída. Balaam tenía que ayudarla a caminar, no podía estar mucho tiempo de pie o se mareaba. Agnes fue con ellas y la recostaron en la cama aterciopelada. Quería que su madre se recuperase. Su familia era su roca.
—Hermana—Agnes la tomó del pomposo vestido rojo, con dragones bordados en hilo de plata—. ¿Puedo dormir contigo esta noche?
Frunció ligeramente el ceño.
—¿Por qué no quieres hacerle compañía a nuestra madre?
Agnes tenía profundas ojeras, sus labios tiernos formaron una línea fina. Su cabello rojizo formaba rizos de ensueño.
—Mamá grita en sueños. No me deja dormir. Me da miedo.
La llevó hasta su habitación, tomada de la mano. Se bañaron juntas con una pastilla de jabón perfumada y esencias aromáticas para el cabello. Después de cenar, la niña se tumbó en la cama con pesadez. Agnes reposaba como una muñeca en la gran cama de dosel, resoplaba débilmente. Sus ojos se agitaban mientras dormitaba, tenía largas pestañas rojizas. Pequeñas mariposas de fuego.
Algún día, Agnes sería reina. No sabía si viviría para ver a su hermana crecer, el camino que decidió recorrer, fue escrito cuando asesinó a su tío. Era un sendero sinuoso, oscuro y turbio. Los magos negros tenían un dicho: el precio de la vida es la muerte.
«El día que muera será el día que dejé de tener problemas».
Aun así, no iba a dejar que nadie le tocará un cabello a Agnes, iba a proteger a su madre hasta que pudiera volver a sonreír. Era lo último que quedaba de su familia. Inclinó la cabeza, de modo que su cabello negruzco bañó a la niña, besó su frente. De la misma forma que su padre hizo con ellas antes de marcharse, pero Balaam nunca las abandonaría.
—Tu cabello me hace cosquillas—murmuró Agnes con una sonrisa.
Balaam besó sus mejillas.
—Te voy a proteger—susurró, acariciándole el cabello. Recordó las últimas palabras que les dijo su padre Cedric, y todas eran mentiras—. No dejaré que nadie nos separé, porque somos una familia. Porque yo las amo.
Cuando su hermana se durmió. Balaam salió con una capa negra puesta sobre los hombros y el capuchón. Al pie de la torre la esperaba un mago negro de larga túnica escarlata, la máscara de pájaro tenía un largo pico dorado. Era un hombre alto de proporciones misteriosas. Balaam los identificaba con las máscaras que usaban. No conocía ninguno de sus nombres.
—¿Dónde está el Chacal?
El mago le mostró la espalda y caminó en silencio. Balaam bufó y lo siguió. No parecía hacer ruido al caminar, al contrario, su túnica parecía fundirse con el suelo. Balaam caminaba sobre un lago de aceite en la oscuridad. Cada vez que pasaban junto a un animal, este chillaba aterrado y huía. Los gatos siseaban irritados, los perros lloraban asustados desde la lejanía y los pájaros nocturnos huían en desbandada.
Los siete jóvenes miraban el cielo estrellado con los ojos desenfocados. Los magos de la Cumbre Escarlata los custodiaban como fantasmas de sangre. El Chacal arrodillado en el centro, clamaba a la luna amarilla con las manos envejecidas y cubiertas de cayos, levantadas al firmamento estrellado.
Una estrella fugaz cruzó el cielo negro. Balaam se postró a la sombra de un roble marchito, las hojas secas del suelo crujían bajo sus pies. La reina se paseó entre las pilas de madera que contenían a los jóvenes amordazados. La miraron, suplicando, con los ojos anegados de lágrimas. A cada uno lo secuestraron, drogaron y amordazaron.
—La muerte es necesaria para solventar la vida—anunció Balaam. Le apartó el pelo cubierto de ramas de la frente a un joven de ojos llorosos—. Su sacrificio les dará prosperidad a los habitantes de la isla.
Miró al Chacal y asintió. Los espectros sangrientos de rostros dorados tomaron afilados puñales de hueso, parecidos a escalpelos. Cerró los ojos. El pájaro le cortó la garganta al joven y la sangre le salpicó los párpados. La noche se llenó de mugidos animalescos y el goteo acuoso de la sangre negra. Sintió los dedos de los pies mojados y vio que sus sandalias estaban manchadas de sangre. Escuchó el murmullo de un ser de humo negro que se paseaba entre las sombras escarlatas.
—Aquí están todos los demonios—vociferó el Chacal con voz gutural. Levantó el escalpelo de hueso, goteando sangre—. Ven a nosotros, dios que duerme en la oscuridad.
Un río rojo corría bajo sus pies. Pezuñas negras apuñalaron la tierra con un crujido de hojas infernales. Dentro de aquella bruma oscura, Balaam se sintió muy débil. Le faltaba el aire, con cada respiración solo obtenía sorbos tenues de aliento.
—Derrama tu voluntad sobre la tierra árida—continuó el Chacal—. Líbranos de la muerte y la desesperación. Abre el camino para tus mensajeros.
El cielo brilló con un millar de estrellas nuevas. Los árboles bailaban mientras caían luceros a la tierra. Los espectros de humo negro bailaban sobre sus cabezas. No conocía sus formas ni sus dimensiones. Giraron en un torbellino mientras las ramas crujían y las hojas se desprendían. Las túnicas de los impasibles magos lloraban oscuridad, pequeños animales chupasangre salían desde sus ruedos manchados, arrastrándose sobre la podredumbre del suelo seco.
Al tocar los pies de Balaam, desaparecían en llamas rojas. Escuchó un murmullo que no comprendió. El humo desapareció con un estruendo y un huracán. Un rostro bestial con largos cuernos se acercó a ellas con un grito de dolor. Balaam cayó sobre las hojas marchitas, mareada. Intentó hablar, pero no le salían las palabras, estaba en el fondo del mar. Siguió hablando y hablando, hasta que su voz regresó en oleadas
—¿Qué ritual fue ese?
—Invocamos la voluntad de Thoth—respondió el Chacal—. Yo mismo hablé con el dios desterrado para que nos ilumine. De tal forma, que me dio un mensaje. «Encuentra al Emisario de Dios», dijo.
—Las revueltas religiosas—puntualizó Balaam—. En el sur hubo un gran terremoto. Corre una historia espeluznante que involucra al Emisario de Dios y su ejercito de flagelantes. Aquel que deberá expiar los pecados del mundo, antes de que Bel bajé del cielo con una lluvia de fuego. Los sacerdotes dicen que los tiempos finales están cerca.
—Los mismos que azotamos desnudos en las calles hasta que se cubren de sangre—pronunció el Chacal—. Aquella motivación que los hace, al día siguiente, volver a predicar su mensaje cubiertos de costras. Las revueltas religiosas contra nuestra predica son prueba de los tiempos finales.
Por un momento, Balaam imaginó a la turba de protestantes derribando los carruajes de la familia real y cortándoles la piel a su hermana y madre con conchas afiladas, hasta matarlas. Las tiras de piel parecían ropas desgarradas en el suelo. Las rodillas le temblaron.
—¡Deben encontrar al Emisario!
El Chacal hincó una rodilla con un crujido de hojas marchitas.
—La Cumbre Escarlata partirá en búsqueda del Emisario de Bel que amenaza al culto de Thoth con su tribulación. Si es su voluntad, será borrado de la faz de la tierra.
Una brisa fría le hizo exhalar una nube de vaho helado. El aire frío le llenó los pulmones con un doloroso gemido. Faltaba poco para que el verano se esfumase. Olía a sangre y remordimiento.
Uno de los jóvenes con la garganta desgarrada se estremeció, sus pies se agitaron conmocionados por el frío. El humo negro del cielo bajó hasta llenar sus bocas con un aliento sepulcral. Los magos escarlata les cortaron los amarres y los jóvenes se levantaron. Se estremecían con espasmos intermitentes, sus gargantas abiertas humeaban como calderas.
Balaam miró unos ojos negros de pedernal en las cuencas de los jóvenes.