Capítulo 11. Balada del Anochecer
Capítulo 11: No debes hacer tratos con magos negros.
Jazmín Curie estiró el rizo con los dedos índice y pulgar. Sonrió mientras leía lo que escribía. Solía sentarse en aquel balcón con vista al atardecer mientras escribía su investigación.
Alphonse la detalló desde su silla de ruedas, tratando de no interrumpir la concentración de la joven. Javier Curie lo vio de reojo mientras bebía el jugo de sangría.
La mansión de los Curie era extraña. Tenía demasiadas habitaciones y los honorarios tapizaban las paredes de ladrillos. Javier cubría las repisas con pinturas de cada miembro de la familia. Los extraños Curie intercambian turnos para usar aquel balcón desolado: Javier pintaba cuadros del paisaje y retratos, Eurasia solía quedarse horas recostada en el mueble para leer a su antojo, Agrippa escribía pequeños relatos de monstruos y Jazmín... ella trabajaba en su investigación.
—Mi hermana está esperando a un joven que le prometió matrimonio—Javier parecía triste—. Han pasado algunos años, y... ella sigue esperando. Supongo que la engañó.
Ya no era tan joven como hace años. La belleza de sus ojos comenzaba a perder esencia. La joven melancólica escribía sus papeles con plumas gastadas y miraba, soñadora, al portón de la entrada esperando que alguien regrese. Ilusa del tiempo. Jazmín Curie esperaba a alguien que nunca iba a regresar. Como todos alguna vez.
Se sintió triste por ello, y sintió mucha pena. Alphonse también esperaba en aquella mansión de numerosas habitaciones y esperanzas vacías. Los Curie se resignaron a la desintegración de la Sociedad de Magos y formaron su círculo propio.
Sofía Lumiere leía el futuro en las estrellas y las cartas, una fila de público esperaba en su habitación para conocer sus verdades.
—Estás desolado—le dijo la mujer de ojos grises y cabello oscuro. Se vestía con satén pálido y joyas—. Alphonse Dumond, nacido en acuario cuando el sol no brillaba. Estás solo en este mundo y quieres encontrar la esperanza viajando. Ten claras estas palabras cuando llegue el momento: estarás solo para siempre hasta que aceptes la realidad; tú eres la redención.
La mujer hablaba con metáforas sin sentido, pero... que todos preferían interpretar a su gusto. Quizás por eso tenía una fila tan larga de clientes dispuestos a escuchar sus infortunios. Quizás de esa forma... con una vaga ilusión de esperanza, seguían dispuestos a seguir viviendo. Los Curie eran personas amables que los recibieron con los brazos abiertos.
Agrippa Martell Curie fue una famosa maga que trabajó durante años en el departamento de Investigación y presentó una serie de variaciones de los reflejos. La mujer no hablaba de ello y prefería cocinar guisos deliciosos. Eurasia Curie no salía de su habitación salvo para hacer la limpieza. Mujer callada y severa que rara vez levantaba la voz. Alphonse sabía que era la esposa de Cassini Echevarría, pero nadie parecía ponerle importancia.
Javier pintó los retratos de dos mujeres de cabello castaño rizado: Bertha y Delaila Curie. Ambas estaban ausentes y el patriarca de la familia bajaba para mirarlas cada mañana con los ojos vidriosos.
—Mi linda Bertha—sonreía el anciano, triste—. Mi nieta más pequeña. Le pusieron el nombre de su bisabuela—acarició el cabello castaño de la pintura—. Le gustaban los fuegos artificiales y llenó el Paraje con ellos. El Festival de la Luna era grandioso cuando ella dejaba escapar sus águilas de fuego—parecía profundamente afligido—. No debí dejarla irse junto a ese Julián Brosse. Él quería la sangre Curie y yo, ansiaba el libro que tenía escondido en su biblioteca—miró a Alphonse—. La perdí. Para un hombre tan viejo como yo, lo único que me queda es seguir viviendo. Maldita sea, me estoy muriendo y nadie se da dando cuenta solo porque sonrío de vez en cuando.
Adam Curie era un viejo cascarrabias que usaba un traje gris pálido con botones de oro. Tenía todos sus cabellos blancos y cada uno de sus dientes en perfectas condiciones. Pero su andar, más bien descuidado, decía que era un hombre muy viejo.
—Mi bisabuelo es un tipo silencioso—comentó Javier mientras pintaba el retrato de Alphonse—. Se la pasa encerrado en su habitación y rara vez baja a comer con nosotros. Antes, se la pasaba investigando de parte de la Sociedad de Magos. Pero... desde que nuestros abuelos se negaron a tomar el elixir de la larga vida; dejó de hablar con nosotros.
—El nombre Adam Curie me suena.
—Es famoso—Javier mojó el pincel en la pintura negra—. Descubrió el estado plasmático de la quintaesencia y se crearon muchas Proyecciones Avanzadas en su nombre. Aunque... a él no le gusta que se usen de esa forma—cambió el pincel a uno más fino y lo empapó en azul—. En el sótano tenemos un almacén repleto de cacharros peligrosos. No le gusta que entremos allí porque son sus investigaciones refutadas. Tiene toneles de ácido sulfúrico, plomo y baterías de litio. Él creía que la quintaesencia podría almacenarse como energía, pero la Sociedad de Magos lo expulsó antes de que pudiera completar su investigación. Eso... hace más de cien años cuando estaba en sus cabales.
Adam Curie tenía los ojos cobrizos. Las profundas arrugas en su rostro eran prueba de su prominente edad. No quería seguir viviendo, y se resignó a morir sin propósito. Y en ese estado indeciso de vivir y morir, no tenía razón de existencia. El elixir de la vida eterna, y sus consecuencias.
Alphonse se removió en la silla, inmóvil.
—¿Y ahora qué harás, Javier?
El joven giró el retrato y le mostró su pintura: un joven en silla de ruedas mirando fijamente con ojos espectrales. Se lo veía imperturbable, solitario, melancólico; tenía esa esencia desconcertante.
—Soy un pintor—sonrió, sereno—. Quería servir en un Castillo como Mago Rojo. Pero no se va a poder. Los sueños deben evolucionar para poder seguir vivos y darnos razones de seguir en este mundo de pena y soledad—el pintor dejó el retro secando en una esquina del balcón soleado—. ¿Cuál era tu sueño?
—No lo sé—miró el atardecer y un sol anaranjado se fundía en el horizonte purpúreo de los campos sembrados. Quería recorrer aquellos campos fértiles con sus piernas sanas—. Quiero encontrar una razón para seguir viviendo.
—Ustedes van al centro—Javier remojo los pinceles manchados de pintura—. Si encuentran a mi tía Delaila, díganle que la esperamos el casa, y también a mi primo Clemente. Los Curie debemos permanecer unidos en tiempos difíciles. Para eso es la familia.
Louis llegó en un carruaje escoltada por los mercaderes de Albert Herrera. La caravana llevaba gran cantidad de Magos de la Integridad como escolta debido a los robos en los ajetreados caminos del este. Varias agrupaciones mercenarias habían asaltado a los mercaderes que abastecen las guarniciones de los castillos. El Sexto Castillo estaba siendo ocupado por un creciente número de Magos de la Integridad, y buscaban engrosar sus filas con los magos errantes del Paraje. Los Curie no se resignaron y cerraron sus puertas a cualquier intruso que irrumpiera en los pueblitos mineros del este. Eran una casta de magos honrados, pero seguían siendo humildes con el prójimo.
Louis vestía con un chaleco tachonado teñido de púrpura y pantalones de hombre. Se había cortado el pelo hasta los hombros y lucía un rostro más moreno. Siempre le gustó la figura femenina de Louis, pero tras las quemaduras... y con tanta ropa ajustada; no se apreciaba rastro de aquella belleza curvilínea. La chica estaba endurecida como el metal templado.
—Alphonse—lo abrazó. Ya no usaba los perfumes florales, más bien... olía a sudor y cuero—. Espero que los Curie hayan cuidado de ti. Son una familia extraña.
—Extraño es poca cosa.
Jazmín recibió la caravana junto a Javier. Los dos jóvenes anduvieron por el patio marmoleado de la mansión. Los Curie no eran muy gustosos de las extravagancias y tenían un humor desdeñable. En el patio coexistían toda clase de guarradas: estatuas fornicando con gestos placenteros. ¿Qué carajos tenían en la cabeza estos locos? Louis impulsó la silla de ruedas en silencio, se detuvieron junto a dos estatuas curiosas: una mujer arrodillada ante un hombre succionando con su boca el...
—Maldita sea, Louis—se mordió el labio inferior—. Estas estatuas las hicieron los abuelos de Javier. Ellos contrataban personas y los hacían posar en estas posiciones depravadas para esculpir estatuas. ¡Los señores André y Aurore se deleitaron celebrando fiestas soeces con juegos para adultos!
Louis suspiró, divertida.
—¿Cómo cuales?
—Pues... eso fue hace muchos años, pero Agrippa siempre lo cuenta y nos reímos—sonrió, mordiéndose los labios. A medida que hablaba las orejas se le encendían—. Había cuatro mujeres desnudas en sillas y cinco hombres que daban vueltas a su alrededor mientras sonaba la música. Cuando se detenía la melodía, debían penetrar a la mujer o eran eliminados. Cada ronda se eliminaba a una mujer del círculo. También estaba el juego en la oscuridad, que consistía en meterse en cuartos oscuros y meterse dedos por el culo mientras buscaban a ciegas. El que hacía ruidos era expulsado del cuarto hasta que solo quedase uno.
—¿Y te gustaría jugar esos juegos?
Alphonse sintió las mejillas calientes.
—Los premios eran interesantes.
Louis impulsó la silla y las ruedas giraron sobre el camino de mármol gastado. El verano caluroso marchitó las flores púrpuras y se detuvieron en la sombra de un manzanar rodeado de manzanas podridas. Una nube de mosquitos revoloteaba sobre el néctar nacarado. Cerca del manzanar habían dos estatuas groseras que los veían con ojos de piedra: un hombre penetrando a una mujer por detrás, y... ¡que dolor! Debía estar perforando su recto con el miembro. Aunque la expresión de la mujer era más frívola que de aflicción. Le sorprendía el hecho de que Adam no hubiera mandado a destruir las estatuas... Debían ser un recuerdo curioso de sus difuntos hijos.
—¿Te tratan bien los Curie?
—Agrippa revisó mis heridas—Alphonse bajó la mirada y envidió las posturas erguidas en las que se sostenían las estatuas lascivas—. Dijo que la única en la isla que conoce, y quizás... pueda hacer algo: es su hermana Delaila Curie. La madre de Clemente Bruzual, el prefecto desaparecido en invierno. Ella es la última Corporista de la isla. Su investigación sobre el Misticismo Corporal fue clasificada en el departamento de Preservación.
—Está desaparecida.
—Sí—Alphonse intentó mover las piernas, pero no respondieron. Eran barras de carne que colgaban flojas—. ¿Cómo te fue en tu recorrido por el Paraje?
Louis impulsó la silla de ruedas por la hierba espesa a través de varias estatuas con miradas lujuriosas. Lo llevó hasta un banco de piedra a la sombra de un limonero espinoso e improductivo.
—Es un populacho de mineros y brujos—Louis se sentó en el banco y estiró las piernas largas—. Los mineros trabajan en jornadas extrayendo hierro, carbón y cinabrita. Los brujos van de aquí para allá fumando tabaco, leyendo el futuro y vendiendo loterías. Se trabaja hasta el atardecer y el pueblito minero goza de vida nocturna. Salen los bebedores, las putas, los brujos y los niños. Es un sitio abandonado al libertinaje y la diversión, con impuestos escasos y leyes morales flexibles. No me sorprende que los magos negros gocen a plenitud... tan alejados de los Magos Rojos.
—Estás muy diferente, Louis—Alphonse le apartó un mechón de la oreja—. Recuerdo que hace un año no te decidías en tu relación con Jorell y te metías en problemas. No sabías estar sola.
Louis se llevó una mano al pecho liso. El grueso chaleco de cuero y las ropas debían producirle mucho calor. Las cicatrices le subían por el cuello hasta las orejas. Las marcas de la quintaesencia en estado plasmático: tan caliente que las partículas derriten la carne.
—Para un pueblo tan conservador es imposible perdurar y es atrapado por el tradicionalismo. La sociedad está cambiando. Los dioses están muriendo. La luna no brilla. Y los héroes... Ellos están bien. Pronto seremos olvidados y en cien años nadie recordará nuestros nombres. El mundo está cambiando, Alphonse. Ya no somos los mismos de hace un año y ten por seguro... que el próximo año seremos irreconocibles.
—¿Lo encontraste?
—Está en el pueblo—Louis parecía constipada—. Mi tío Albert... lo conoce.
Alphonse asintió, reflexivo. Louis lo llevó de vuelta a la mansión mientras los siervos de Jazmín les servían bebidas a la caravana de Albert Herrera y Agrippa hablaba con el mercader. La fila a la habitación de Sofía Lumiere era mucho más gruesa y de adentro salía un humo aromático de incienso. Eso de la brujería era un negociazo. Las mujeres en las mesas del recibidor reían entre chismes y los hombres descargaban cajas con alimentos. Regalos para los Curie que los hospedaban tras su largo viaje del norte y el este.
Louis lo llevó hasta la mesa donde el robusto Albert hablaba con la mayor, aunque bien conservada, Agrippa Martell Curie. La mujer de cabello cobrizo no tenía ni una sola cana, conservaba todos sus dientes de un blanco brujeril y sus únicas arrugas estaban alrededor de sus ojos verdes refulgentes como los de una gata peligrosa. Los elixires alquímicos de los Curie eran más que milagrosos, impresionantes.
—El Rey Sangriento fue liquidado—el mercader se pasó una mano por la espesa barba oscura. Llevaba un sombrero con plumas coloridas y un traje que olía a sudor avinagrado—. Unos rebeldes lo sorprendieron mientras rezaba en la Iglesia del Sol e hicieron rodar su cabeza decapitada por cada uno de los sesenta y seis escalones. El Asesino de Magos debe estar detrás de este cruel magnicidio. ¡Carajo! Los caminos se han vuelto peligrosos desde que Gerard Courbet comanda a su ejército de locos.
Agrippa puso una mano en la mesa de roble. Tenía un grueso anillo con forma de serpiente.
—¡Que venga el Hijo de la Sal!—Sus rizos cobrizos se agitaron—. ¡Aquí no le tenemos miedo a cobardes magos negros!
Albert bebió un trago de su limonada.
—Siempre me pregunté si los magos matan a sus seres queridos cuando se vuelven magos negros en su camino de Caoísmo.
—No creo que él esté junto a Courbet.
—Lo está, Agrippa—asintió el mercader y buscó un rollo de tabaco en su traje—. No sé cómo o por qué, pero tu sobrino está vivo. Y... puede que sea el último de sus hermanos. La cabeza de Marcel Brosse cuelga de una pica. ¡Yo la vi, y me fumé uno por nuestros recuerdos! También oí que Vidal fue asesinado por el Mago Rojo del Anochecer. El hijo maldito de aquel...
—¡No lo digas!
—Bien, Agrippa—Albert se levantó de la mesa y miró a la mujer. Se pasó la lengua por los labios y encendió el tabaco—. Pero, recuerda que la Sociedad de Magos ha caído. No existen héroes, ni villanos. Los Curie son los únicos magos legítimos de la isla.
—¿Y piensas que la Cumbre Escarlata no es una sede confiable?
—No debes hacer tratos con magos negros.
Albert salió del recibidor para fumar en paz. Agrippa Martell se puso a conversar con un contador que decía haber visto lo ocurrido en el interior del Jardín de Estrellas. Pasaron por su lado y fueron a las cocinas. Los cocineros estaban preparando un asado y ayudaron a Jazmín a cortar más limones para las bebidas.
Al atardecer, el pueblito se sumergía en un silencio oscuro. Cuando el sereno encendió los faroles todo cobró vida de nuevo. En las casas abundó la música y los licores. Las mujeres se paseaban por las calles con poca ropa. Los brujos salían de sus escondrijos para ganar un poco de dinero. Los niños corrían hasta la medianoche jugando a los magos.
—Jóvenes—los llamó una mujer con un collar de piedras negras—. Si buscan milagros deberían subir a la montaña con nosotros. Hemos de hacer un peregrinaje para que el espíritu nos brinde su bendición. Es una época de purificación antes de que comiencen las heladas.
La montaña del Sol se alzaba al norte del pueblo y era un sitio espeluznante. Los brujos de la isla subían a la montaña, el corazón de los ritos paganos, y eran poseídos por espíritus que revelaban secretos. Habían bautizos, curaciones, ceremonias, sacrificios y oraciones. El espíritu de Diana residía en aquella cadena montañosa y en su peregrinación, conducía a un manantial escondido que conmemora un punto energético.
—Pero ya no existen espíritus benevolentes en aquella montaña—Alphonse sintió como la silla se estremecía al girar sobre la gravilla de la calle. Pasaron junto a varios niños jugando con trompos de madera bajo un farol encendido—. Lo bueno que había en esa montaña se fue. Desde hace unos años solo permanece el mal y la corrupción. Los únicos que bailan con los peregrinos son los diablos—miró la cadena montañosa, pérdida en la inmensidad de los tejados de barro cocido—. No me sorprende que asusten a los niños con la prohibición de la montaña. Allí debe esconderse Azazel el Loco y su séquito de peregrinos o... Acromantula.
Louis giró la silla y desfiló cuesta abajo por una pendiente declinada. Un viejo fumaba su tabaco en una mecedora rechinante.
—No puedes andar toda tu vida con miedo—se detuvieron en una plaza concurrida con varios puestos de collares y pulseras para el mal de ojo—. Eso... no es vivir. Al menos, una vez en tu vida... arriésgate. Vuélvete alegre, sonríe, roba un beso, lanza un puño o insulta a quién te caiga mal. Salta al vacío riendo como un demente. El no vivir por miedo a las consecuencias es morir lentamente, y para hacerlo... es mejor morir sonriendo. Atrévete a ser tu mismo y vuélvete loco. Somos demasiado jóvenes... o quizás demasiado viejos para mirar atrás. Vive tu vida sin dudar—la silla avanzó por un sendero de faroles—. Sin amores ni rencores, cariño.
—Suenas como una asesina.
—Voy a curar tus piernas, Alphonse—Louis tropezó con un guijarro—. Estoy segura que el Oráculo de la Luna nos conducirá al milagro.
Un desfile de batas blancas avanzó por la calle principal en peregrinación a la montaña del Sol. Los creyentes llevaban ofrendas y altares para el devocional. El que iba al frente vestía de blanco y tenía varios collares: un relicario del sol, una colección de piedras de río, un amuleto de luna y varias conchas. También llevaba pendientes y pulseras de semillas coloridas que solo crecían en la montaña del Sol. Los brujos de aquel lugar eran guiados por una serpiente de agua para atravesar la montaña pacíficamente hasta los manantiales. Allí arriba la energía era diferente. Lo sentías con cada parte de tu cuerpo.
Los dos entraron en una taberna más bien vacía donde algunos peregrinos compraban comida para subir la montaña. Como estaba anocheciendo la mayoría buscaba posada para partir al amanecer. Las meses estaban manchadas de licor y las paredes tenían retratos empotrados de peregrinos ilustres con toda clase de pulseras. La gente siempre encuentra formas de ganarse el pan, pensó Alphonse.
En una mesa junto a las cocinas permanecía un hombre calvo de holgada túnica negra y collares estrafalarios. Calvo como un huevo y moreno por el sol. Debía ser Elphias Levi el famoso peregrino de la montaña del Sol y Oráculo de la Luna. La leyenda decía que el brujo veía el futuro en la luna mientras fumaba tabaco. De esa forma, siempre acertaba en la lotería y logró descubrir santuarios de sanación en cuevas subterráneas.
Louis se sentó frente al mago mientras comía un plato de conejo hervido con verduras.
—¿Usted es el Oráculo de la Luna?
Elphias levantó sus ojos espectrales y clavó en Louis una mirada inquisitiva. No le gustó aquel gesto eléctrico. No tenía mucha barba y sus rostro tosco era más bien macilento.
—La luna es el reflejo de la Tierra donde vivimos y en las noches cuando está completa... se puede apreciar la isla en ella—su voz era vacilante, pero grave—. Ese es un título demás. Soy Elphias Levi y no estoy llevando peregrinos a subir la montaña. Vayan en una caravana, recen a sus dioses antes de penetrar en la espesura, y luego al espíritu femenino de la montaña del Sol. El opuesto del Sol es la Luna. Vayan con cuidado... a diferencia de las personas aquí en la tierra, allí adentro... existe lo bueno y lo malo de forma tangible. Si buscan un milagro tengan fe y no miren atrás. Que todos los dioses los bendigan.
Elphias los persignó con una sonrisa y tomó sus collares. Tenía casi todos los dedos ocupados por anillos de piedras diferentes: jaspes, zafiros, esmeraldas, amatistas, ágatas, granates. Olía a tabaco, sudor rancio y otras sustancias.
—Buscamos la sanación—Louis parecía otra persona ante el mago: fiera, seria, imponente e imperturbable—. No nos interesa la montaña. Buscamos lo que hay debajo de ella.
Elphias sonrió, horroroso. Tenía los dientes amarillos por en tabaco.
—¿Por qué buscarían un lugar que no existe?
—La montaña ha cambiado—Louis se pasó una mano por las cicatrices que rasgaban su mentón—. Ya no es un refugio de sanación y peregrinos. No... es un santuario de Caoísmo. La brujería está profundamente arraigada en el Paraje.
El mago tamborileo la mesa con sus dedos largos. Sus anillos brillaron rojos, azules y verdes.
—¿Y quién les dijo a ustedes qué tal sitio existe?—Elphias se encogió de hombros—. Podría ser un invento de brujos chusmetas.
—Hace dos años antes de la Batalla de Rocca Helena—Louis dibujó un círculo con las uñas gastadas en la mesa—. Un curandero llamado Baal le dijo al Rey Dragón que en el Paraje un peregrino encontró una cueva subterráneo de la que manaba un agua luminosa. Era la fuente del manantial de la montaña del Sol. Aún se concentra la pureza de la energía en aquella cueva. El anciano argumentó que tal agua podría sanar las piernas del rey. Pero, por supuesto... Seth se negó rotundamente.
—¿Y por qué crees que yo conozco dónde se esconde?
—Nadie conoce mejor el camino a la montaña que el Oráculo de la Luna—sonrió la jovencita—. Te propongo algo—el hombre se llevó una mano a la barbita—. Llévanos a través de la montaña a la cueva y juntos llegaremos al manantial de agua luminosa. Iremos armados y preparados. Los Leroy te escoltaran en tu camino al corazón de las cavernas.
—¿Y qué tienen los Leroy que yo quiera?
Louis cruzó los dedos con una sonrisa cómplice.
—¿No conoces a Miguel Leroy?—La joven negó con inocencia—. No, un brujito de pueblito nunca trataría con el Contador del Rey. Pero... ¿Te gustaría ser un hombre inmensamente rico, Elphias? ¿O... quizás, podría interesarte ocupar el asiento vacío del Astrólogo del próximo rey? Ninguno es apto para el cargo. Aunque, el nombre Oráculo de la Luna podría quedarte grande al ocupar tal asiento. Pero si lo haces, te olvidarás de este pueblucho, de competir contra todos estos brujos y de los peregrinajes cansinos—arrugó la nariz—. Y podrás bañarte todos los días.
Elphias arrugó el entrecejo. Sus orugas pálidas lucharon, devorándose. Los ojos grasientos pelearon con el gesto frívolo de la joven. Hasta que el anciano estalló en carcajadas y se serenó.
—¡Eres una jovencita muy interesante!
—Serás rico, viejo brujo. Y tendrás estatus. Y con los tiempos que se acercan más te vale tener uno de esos dos—Louis se acercó al hombre, sombría—. A la Orden de la Integridad les gustan viejos sonrosados y vivarachos como tú.
Elphias sonrió, socarrón. Sus dedos finos acariciaron el pendiente con la piedra negra en su lóbulo.
—Monedas hay muchas—se mordió el pulgar y las piedras preciosas en sus anillos lanzaron destellos. Los aros de oro, plata y bronce relucían aceitados—. Lo que importa es el fuego en la sangre—señaló con un dedo muy largo a Louis—. Voy a llevar al tullido a la fuente de agua luminosa, pero... Quiero tu esencia como pago.
Alphonse sintió la garganta seca.
—¡No, Louis!
—¡Cállate, Alphonse!
—¡No podemos confiar en este mago negro!—Colocó las palmas en las ruedas de la silla—. ¡Es imposible un Ritual de Sublimación inverso sin matarte en el proceso!
—¡Voy a recuperar tus piernas, estúpido!
—¡Me niego a que pagues con tu vida a este viejo asqueroso!
Elphias Levi se pasó una mano por la barbita y se llevó un pedazo de la verdura a la boca.
—Aún sigo aquí—sonrió, malicioso—. No voy a arrancarle la vida a una muchacha tan bonita. No. Los Leroy son descendientes de seres de luz y aquella agua luminosa funcionará como un catalizador. Los canales energéticos de la joven se cerrarán y su quintaesencia será mía. Es un pago justo. La única forma de obtener algo preciado es dejando una pertenencia de gran valor atrás.
Louis asintió, pensativa.
—Muy bien.
—¡Louis!
—¡No necesito que me protejan... maldita sea!
Alphonse se sintió una carga.
—Pero—las lágrimas asomaron a sus ojos sin previo aviso—. No volverás a poder hacer Proyección. Tus hijos no nacerán con la quintaesencia de tu vientre. Estás renunciando al regalo de los dioses, y... creo que no vale la pena.
—Tú siempre fuiste mejor mago que yo—la joven se limpió las lágrimas—. Y Jared Brosse me dijo que... debido a mis lesiones internas nunca podré tener hijos.
—Lo lamento.
—No—la joven negó—. Quiero hacer esto, Alphonse.
La sonrisa del mago se ensanchó.
Los peregrinos subían la montaña al amanecer, les esperaba un largo camino cuesta arriba y varios matorrales camino adentro. Junto a ellos llevaban figuras de dioses, pendientes, collares, pulseras y amuletillos. Ante el puente que dictaba el camino a la montaña del Sol, se apilaban camaraderías de brujos y peregrinos con túnicas blancas. Fumaban en grupos junto a los altares del puente de piedra y bebían tragos de ajenjo para honrar a los espíritus. Las estatuas de dioses muertos permanecían en pequeños santuarios con velas encendidas.
Alphonse tenía la figura de una mujer en las manos. Era Diana, la diosa de la montaña del Sol.
Rezos y limpiezas forman parte de los ritos. Pero lo más impactante tuvo lugar con el trabajo de los brujos que recibían a los espíritus. Las demostraciones de posesión mostraron con espanto los cambios en la expresión y la voz, caminar sobre fuego y atravesarse la piel con agujas de espinas. Hasta los niños participan. No existe el miedo a lo desconocido al pie de la montaña.
Uno de los brujos parecía entrar en trance. El color de sus ojos cambiaba, toda clase de espíritus bajaba consagrado en las cuatro materias de la diosa: brujos antiguos, paleadores, criminales. Todos los espíritus que vengan a ayudar a los viajeros eran consagrados en el cajón corporal del brujo.
El brujo delgaducho bebió un profundo trago de ajenjo y dio una calada peligrosa a su rollo de tabaco encendido. Comenzó a mostrar gestos inhumanos y a vociferar. La multitud de dioses variopintos de los santuarios junto al puente eran testigos de aquella ceremonia. Los tambores de los brujos sonaban con dominancia.
El brujo se retorcía en trance, bailando ante los retumbares. Miró a Alphonse y sonrió como un animal asustado. Bailó hasta Albert Herrera y dijo algo ininteligible.
Clavijo estaba a su lado con un cordel y un trompo en las manos. Era un niño enclenque de cabeza abombada que vestía con plumas ceremoniales al igual que el brujo que bailaba.
—Se ha convertido en materia—asintió el niño a su lado—. Macano baila para llamar a los espíritus y cuando se comporta así, es porque su cuerpo se ha convertido en materia de muchos espíritus que quieren contactar con los aquí presentes.
—¿Lo conoces?
—Es mi padrino espiritual—el niño tenía un collar de piedras de río y varias pulseras con semillas coloridas—. De niño sufría de los temblores hasta que Macano me enseñó a canalizar las fuerzas sobrenaturales. Quizás puedas aprender a caminar si logras subir en la escarpada a la montaña del Sol. Los diferentes altares dedicados a los incontables espíritus que forman la corte de Diana te guiarán en tu renacimiento.
Macano se movió con dificultad hasta Louis. Alphonse se sintió muy pesado en la silla y la espalda baja le ardía. La joven se paralizó cuando el diminuto brujo le tocó el vientre con el semblante descompuesto. Macano se retorció en el suelo, llorando. El brujo se levantó y se arrodilló ante Jazmín pidiendo perdón.
La joven de rizos oscuros comenzó a llorar, con el rostro pálido enrojecido.
Macano clavó sus ojos en Alphonse y se acercó, afligido, se lo veía muy triste y lo abrazó. Lejos de sentirse incómodo, se debatió... confundido. No sentía un abrazo así desde que su madre se despidió durante la matanza. Cerró los ojos y olió la esencia de su madre Renata. Alphonse empezó a lloriquear como un niño. Macano siguió en la procesión onírica y se acercó a Elphias Levi. El brujo se detuvo, congelado, miró al mago durante largo rato y se cubrió de sudor. Los espíritus asustados se alejaron del brujo de amplia túnica oscura.
Pasada media hora, Macano fumaba junto al puente para limpiarse y bendecir a los viajeros. Decía estar atrofiado, pero insistió en acompañar a Albert Herrera en la caravana hasta su bifurcación en las faldas de la montaña.
—El camino fuera de la peregrinación es peligroso—replicó ante el mercader adinerado. Junto al robusto hombre parecía un joven esquelético, pero era mucho más viejo—. Los acompañaré junto a mi sobrino Clavijo hasta la entrada de aquella cueva.
El brujo los presidió en su caminata mientras fumaba y rezaba. Clavijo lo ayudó a caminar en medio del trance. Louis impulsó su silla por el sendero de baldosas hasta que el camino se disolvió en un terreno de hierbajos espinosos. Los árboles comenzaron a abundar mientras el mago encabezaba la fila. Colgaban helechos arborescentes, bromelias y orquídeas. Allí los altares se colgaban en tarimas. Le pareció avistar a un par de lémures saltando de las ramas. Una vez, Jazmín y Javier cazaron un venado rojizo de las faldas de la montaña. Avistó una danta cerca de un riachuelo, en un nicho vio una lapa y Javier atrapó un armadillo.
La escolta estaba compuesta por hombres desarmados: estaba prohibido tener armas en la montaña. Algunos de los mercaderes los acompañaron en su viaje. Albert y Elphias venían hablando en el frente. La escolta transportaba varillas de acero vacías para almacenar el agua luminosa. Cargaban la mercancía en pequeños carros. Tenían tarros gigantescos y artilugios para la extracción.
El sendero se estrechó y comenzaron a bajar por un camino dificultoso hasta una abertura en las entrañas de la tierra. La escolta encendió lámparas para iluminar el negro foso que bajaba en descenso por un camino arenoso. Macano y Clavijo se despidieron después de rezar por el grupo y soltar un par de chorros de su botella de ajenjo para satisfacer a los dioses de la cueva y se sumergieron en la negrura con lámparas de litio. Olía a excrementos de murciélagos y piedra erosionada. El agua había trazado un camino serpenteante sobre el suelo arenoso. Las estalactitas colgaban húmedas. Louis adelantó la silla de ruedas hasta alcanzar al mago de andar orgulloso. Alphonse guardó silencio, se sentía completamente inútil mientras lo arrastraban hasta el interior de aquella caverna. La fosa debía inundarse con las lluvias.
—¿Cómo sabes a dónde tenemos que ir?
—Nunca olvido lo que la luna me muestra—asintió Elphias acariciando su barbita.
—No me voy a creer esa babosada—Louis parecía enfadada—. No soy una pueblerina que reza a dioses falsos.
—Tienes libre albedrío para creer lo que quieras—se encogió de hombros—. Pero los rituales tienen poder. Las creencias contienen energía colectiva. Mediante los rituales uno es capaz de invocar poderes desconocidos. Querida Louis, ahorra tu suspenso. Dejar de creer en los dioses no te hará mejor que los demás.
—¿Y qué ves en la luna, oráculo vagabundo?
—La luna es el reflejo de nuestro planeta—tomó el collar de piedras y cuentas—. Nos muestra la verdad de la vida y la que yace en nuestro interior.
El camino arenoso se volvió pedregoso. La silla se estremecía.
—¿Y cuál es esa verdad?
Elphias asintió con una sonrisa.
—La vida es una estación de otoño: cálida y nostálgica.
—El otoño me deprime: todo se está muriendo.
—Igual que todos nosotros—hizo un ademán a su alrededor—. La isla entera se está muriendo y nadie hace nada, ni siquiera tú, ni siquiera yo. ¿Acaso a las hojas marchitas del otoño les importa que su existencia sacrílega vuelva a la tierra? Los seres humanos somos esas hojas agonizantes y nuestra muerte solo nutrirá el suelo para que la fertilidad de la tierra pueda continuar. Es parte del proceso. El precio de la vida es la muerte.
—¿Esa es la gran verdad de la vida?—Louis tropezó con un guijarro y detuvo la silla—. ¿Formamos parte de un ciclo de vida y muerte?
—No formamos parte, querida Louis—el mago se pasó una mano por la calva. Las joyas en los anillos brillaron con destellos en la penumbra—. Somos el ciclo. Nos aniquilamos por completo o... destruimos la isla. Lo que pase primero. Soy indiferente a ello, si barrieran a todas las personas no se perdería nada.
Alphonse levantó la vista. La cueva era un túnel húmedo que apestaba a erosión. La boca le sabía a tierra. Los ojos del mago eran dos luminarias.
—¿Dices que la causa de la muerte son las personas?
—Naturalmente—sonrió, ingenioso—. La mina del pueblo, por ejemplo; antes era rica en oro y eso atrajo personas y riquezas. Cuando el oro se acabó,las personas se marcharon. Ahora, explotaremos la mina de hierro hasta que se termine. Solo pensamos en el beneficio propio y eso destruye el ecosistema. La isla agoniza por nuestra causa. Solo aquellos que suben la montaña del Sol son capaces de ver la verdad en el reflejo de la luna. Los espíritus corruptos pueblan en tierra de nadie.
Louis y el robusto mercader subieron a Alphonse por un sendero de piedras resbalosas. Continuaron su marcha por una bifurcación más angosta con el eco de un riachuelo.
Alphonse asintió, pensativo.
—¿Entonces cuando los minerales se acaben, qué será del Paraje?
—La decadencia—dijo el mago—. La ruina y la pobreza. El Astrólogo de Ojos Cambiantes ha profetizado el final de los tiempos para los Celtas.
El riachuelo se volvió más ruidoso. Avanzaron por un sendero donde convergían varios túneles excavados. Parecía una gusanera. En el fondo nació un resplandor plateado. La fuente de luz provino de enormes minerales pálidos. Entraron a una cámara abovedada hecha de cristales brillantes que desprendía un frío desmesurado. Comenzó a tiritar. Vio varios montículos de piedra apilados en la estancia con cristales fríos cubriéndolos... Pero no eran montículos. Alphonse abrió mucho los ojos al descubrir que el sonido provenía de aquellas criaturas dormidas. Eran gigantes como carrozas, no... como casas. La mayor parte de sus proporciones yacía sepultada en la arena grisácea del suelo. Fueron sepultados en porquería y cristales brillantes. Una capa gruesa de escamas blancas duras como la piedra los cubría. Su respiración era ruidosa y áspera.
Louis parecía consternada.
—¡¿Qué son esas cosas?!
Los hombres de los Leroy descargaron las varillas de acero y se aproximaron a las siete criaturas gigantescas. Con martillazos les clavaron las estacas de acero en la cabeza, en medio de donde tenían las aberturas de los ojos. Comenzaron a enterrar las estacas más profundo.
—¡No toquen los cristales!—Ordenó Albert con las manos en los bolsillos—. ¡Pueden parecer fríos pero están muy calientes!
—¡Tío!—Louis se acercó a él con zancadas furiosas—. ¡¿Qué está pasando?!
—Lo lamento, niña—sonrió el mercader—. Esta cueva fue construida por Elphias Levi para atrapar a los engrendros en un letargo de frío.
—¡¿Qué carajos, tío?!—Louis enrojeció—. ¡Confiamos que este viejo asqueroso nos llevaría al manantial!
Los hombres hundieron completamente las varillas de acero en las cabezas de las sierpes. Los inmensos animales parecieron estremecerse, abrieron los ojos oscuros, desorbitados y soltaron gruesas lágrimas. El extremo sobresaliente contenía una serie de glifos tallados y una gema del tamaño de un huevo de paloma, cada uno tenía un color diferente: azul, verde, rojo, violeta, amarillo, blanco y negro. Aquellas barras eran de un material extraño: era muy brillante y limpio.
La cueva se estremeció cuando uno de ellos despertó con un temblor. Alphonse sintió que su silla se desmoronaba.
—¡¿Todo fue mentira?!—Gritó la joven—. ¡¿El manantial?! ¡¿La sanación?!
—De hecho—Elphias se pasó una mano por la barbita—. En teoría, el agua luminosa podría fungir como un catalizador. Pero la utilicé toda para crear el galeno. Resulta que este punto energético no se congela en invierno y es usado por los engrendros del rey Julián como refugio. Estos animales entran en hibernación cuando las temperaturas de sus cuerpos bajan—los anillos de sus dedos brillaron—. Tu tío hizo un trato conmigo, pequeña. Me iba a suministrar del fuegodragón y el y el oricalco necesario para crear las herramientas de control y, yo me ocuparía de la magia de Nahual.
Louis se debatió frente a Albert Herrera con los ojos llenos de lágrimas.
—¡¿Por qué accediste a las peticiones de este mago negro, tío?!—Vio a Alphonse—. ¡¿Por qué tuve que participar en esto?!
—Lo lamento, niña—el mercader sacó de su bolsillo un relicario con un sol negro—. El Oráculo de la Luna pidió tu esencia como ofrenda. Son negocios, pequeña Louis. Mi hermana Melissa te consintió demasiado—guardó el relicario en su bolsillo—. Sin amores... ni rencores.
—¡No, tío!—Miró a Alphonse con lágrimas en los ojos. Resultó que Louis si era una niña indefensa después de todo—. ¡No! ¡Alphonse!
Elphias Levi dio un paso a Louis. La joven retrocedió y corrió. Alphonse intentó levantarse y cayó al suelo, hundiéndose en la arena grisácea. El mago señaló a Louis y la muchacha cayó, golpeando su frente con una piedra. La sangre corrió por su cara y... fue arrastrada por manos invisibles.
Louis gritó y se retorció llevada por los espíritus.
—¡No!—Gritó, llorando—. ¡Alphonse! ¡Sálvame, Alphonse!—Elphias la tomó del cuello y sus dedos se cerraron—. ¡No...! ¡¿Por qué, tío?! ¡¡¡¿Por qué?!!!
Su voz desapareció en un hilo flojo. Los anillos del mago brillaron, palpitantes. Alphonse se arrastró, rasgando su camisa y raspando sus codos por la arena pedregosa. Louis se retorció, la espuma salió de su boca. Sus huesos crujieron y se partieron hasta que dejó de moverse. Afinó sus sentidos y no pudo escuchar su respiración. Su corazón había colapsado.
—Es la única manera, Louis—Albert se quitó el sombrero—. Lo lamento tanto. Para obtener poder, debes dar algo a cambio. Pero voy a destruir este sistema en tu nombre y, ya no habrán muertes sin sentido.
Elphias se irguió con un fuego verdusco en los dedos extraído del flujo energético. El cuerpo de Louis se redujo a cenizas con un chasquido. Ni siquiera sus huesos chamuscados permanecieron por mucho tiempo. Los hombres formaron un círculo. El mago levantó una mano extendido sus pensamientos como cuchillos aserradas. Alphonse sintió una punzada en la cabeza, rápidamente imaginó un velo blanco cubriendo su mente. Lo mantuvo con firmeza, a pesar de que sus canales energéticos estaban un poco atrofiados. Los hombres soltaron las herramientas y se llevaron las manos a la cabeza con un grito. Estaban confundidos. Todos cayeron al suelo: vomitando las entrañas, asfixiados, sofocados. La escolta fue exterminada en un segundo.
Alphonse quería levantarse. Lo dolían los brazos de tanto arrastrarse. Sentía un dolor en el pecho al ver el montículo de cenizas que dejó Louis al morir. Estaba pensando en las corrientes de partículas, pero no podía concentrarse. Los cristales en las paredes de la caverna estaban cubiertos de Maeglifos de Restricción. No podía usar su quintaesencia en el dominio de otro mago.
Las gemas en los anillos de Elphias brillaron como centellas. Albert sonreía, bravucón, con una mano en la barbita. El mago cerró los ojos y entonó un murmullo con la garganta. Las vibraciones lo traspasaron. Alphonse se encogió ante el retumbar. La tierra comenzó a temblar y el polvo cayó del techo abovedado. Las sierpes despertaron con ojos diferentes: espectrales e inteligentes. Escuchó un rugido de piedra y chasquidos de dientes. Los siete cuerpos de piedra se estremecieron.
—¡Mentiroso!—Gritó el joven—. ¡Es un egoísta que la manipuló por sus propios propósitos!
—¡Cállate!—Albert Herrera se bajó el sombrero hasta cubrir su rostro. Había cambiado, no lucía aquella barba espesa ni tenía ojos brillantes. No: era un rostro cansado y anciano, sin pelo y afligido. Incluso se veía más delgado y pequeño—. ¡No sabes nada de la familia y sus sacrificios!
—Aleister—lo llamó Elphias—. Esta cueva se va a derrumbar.
Alphonse gritó asustado cuando las piedras de la cueva comenzaron a caer.
El retumbar de la tierra había comenzado y sabían los dioses quién podía detenerlo.
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