Capítulo 10. Canción de Medianoche de Courbet

 Capítulo 10: Tierra del Silencio

Tomó una profunda bocanada de aire y una punzada caliente le recorrió el pecho. Cada vez que respiraba, la sangre se le escapaba por el costado. No sabía cuánto tiempo llevaban allí, escondidos. Las extremidades se le entumecieron del frío, hacía muchas horas… Sam tosió y un dolor agudo lo dejó sin aliento. Su herida sangró abundantemente y perdió sensibilidad en los dedos. Sus ojos empezaban a oscurecerse… 

Arlyn le apartó los mechones rojizos pegados al rostro. Estaba tiritando y los temblores le arrancaban destellos de dolor… Sus dedos finos danzaban entre sus cabellos. Los demonios los vigilaban desde los rincones oscuros de la cámara. 

—Lo siento—dijo, asfixiado. Tenía la voz pastosa y la boca le sabía a sangre. 

—No—Arlyn portaba matices de llanto grabados en los labios. 

—Lamento haberte fallado. Les falle… a todos. Al final, estamos solos.  

—Yo estoy aquí… 

Recordó a aquel caballero negro cortando el yelmo de sir Preston con la punta de su mandoble. La cabeza de sir Mandrin rodando por la alfombra, cubierta de sangre… Un millar de lanzas les cerraba el paso. Había perdido de vista el mundo, cuando Arlyn se estremeció, asustada. Friedrich Verrochio le clavaba aquellos ojos azules, malignos. ¿Por qué estaba en el suelo? Un dolor sordo le quemó el pecho y perdió el conocimiento por momentos. La lanza le destrozó un pulmón y cada vez que respiraba, la garganta le sabía a sangre. 

—Al final—sonrió, desesperanzado—. No logré hacer la diferencia. 

No pudo detener la guerra. Seth Scrammer confió en su palabra, ante el sacrificio de sus padres y criados para encubrir la fuga. Le prometió al Rey Dragón que no habría matanza, que las palabras eran más fuertes que miles de espadas… pero se equivocó. Friedrich lo engañó, pero en el momento en que se descubrió su engaño e intentó remediar el problema… Lord Beret lo sacó del juego. Joel Sisley, la marioneta revivida de Beret, declaró la guerra, trayendo una era de sangre y caos a la isla. Los héroes fallaron… Las sombras apocalípticas yacían en la penumbra. Contemplando sus errores y tragedias. Llorando en silencio, una perdida funesta. 

Arlyn caviló largo rato. 

—No lo creo—admitió. Sostuvo su cabeza entre caricias tiernas—. Demostraste que cualquiera puede hacer la diferencia. No necesitas ser un rey para cambiar el mundo. 

Sam levantó la mirada… buscó sus ojos, pero solo encontró una venda blanca, cubriendo una ciega mirada. Unos rizos luminosos caían sobre su rostro como plata fundida. Abrió los labios y tragó, con una mueca. La capa negra desgarrada estaba húmeda, en un pequeño pozo sanguinolento.

—Eres hermosa, no deberías decir mentiras. 

Con el tiempo aprendió que una mentira bien contada, tarde o temprano… se convertía en verdad. Se mintió a si mismo… Y creyó en sus mentiras. Era un asesino… que hacía el papel del héroe para encubrir sus atrocidades. Un mentiroso nacido del mercado negro, en los barrios bajos de Pozo Obscuro.

—Nada de lo que soy es real—se pasó una mano por el rostro—. Estos ojos. Esta cara no me pertenece. El cabello… Toda mi imagen es una ilusión. Intenté vivir bajo mi propia convicción.

Arlyn pensó un largo rato que pareció una eternidad. 

—No te entiendo, Sam—sus dedos describieron su mentón, recorrieron sus orejas y rozaron sus mejillas… 

—Por años he llevado un hechizo en mi rostro: mis ojos, mi cabello… No soy lo que crees que soy—se pasó una mano por la cara. Un calor recorrió sus facciones, sintió como se fundían—. La Conversión Energética es mi rama de inclinación. He aprendido muchas cosas, viviendo con los magos negros en los bajos. El azúcar se puede convertir en sal. Se puede detener la muerte… Un rostro puede cambiar, con un parpadeo.

—Tu rostro es normal—aquellos dedos finos, gentiles, tocaron cada rincón de su cara. Descubriendo la piel enrojecida y escamosa que cubría su mejilla derecha, se extendía por los párpados de un rostro enfermizo. Afligido como una gota de sangre en un cuenco de leche—. ¿Quién te hizo esa cicatriz? 

—Nadie—Sam sentía los labios agrietados—. Cuando nací, mi padre intentó matarme. Una marca de nacimiento cruzaba mi cuerpo. Nací marcado. La mancha rojiza recorría mi cuerpo como si hubiera sido salpicado con ácido. Quizás creyó que mi madre había hecho tratos con demonios, y no era su hijo en verdad. Lo conocí mucho después, en los bajos de Pozo Obscuro, nunca lo consideré mi padre. Es un mago terrorífico… Un poco más o menos, que un hombre. Su presencia parasitaria es repugnante. Es una persona egoísta que solo piensa en la satisfacción propia… Espero que lo conozcas algún día. Se parece bastante a mí.

»Crecí con mamá en un pueblo pequeño al pie de alguna montaña que no recuerdo, éramos muy pobres en la Tierra del Silencio. En el Paraje no existen leyes o nobles, las personas viven en el libertinaje bajo la escasa custodia de los magos. Es un conglomerado de rechazos, parias y abominables. Un cultivo para los despiadados magos negros que sueñan con redención. Mamá se esforzaba mucho, lo daba todo como granjera, costurera o… bueno, siempre estaba trabajando. El fanatismo religioso predomina en los pueblos pobres… No existe tolerancia para una persona marcada por algún dios maligno. Los otros niños me pegaban cuando salía de la casa, creo que les daba miedo. Me llamaban demonio y se apartaban tirándome piedras. Me pasaba los días encerrado en aquella casucha destartalada de madera podrida y piso de tierra. Mamá huyó de mi padre cuando nací, porque tenía miedo de que me matara. No lo creas, no fue tan mal… tenía el suficiente amor de mamá. Había frío y hambre en nuestra casita, pero era feliz. Mamá siempre estaba muy flaca, sospecho que me daba su comida. 

»No necesitas mucho para ser feliz. Estuve contento junto a mamá por un tiempo que ojalá, hubiera durado para siempre. Una plaga de ratos asoló la Tierra del Silencio, matando los cultivos y enfermando a las personas. Los habitantes creían que era culpa de mi madre, se metieron un día a la casa y rompieron todo. Llamaron bruja a mamá y a mí… demonio, abominación, monstruo. Nos maltrataron… porque aseguraban que trajimos la plaga, la enfermedad, el hambre y la muerte a nuestra tierra. Los sacerdotes me vieron salir un par de veces de la casa… augurando que era un indicio de brujería. Las personas, conmovidas por su pérdida… No dudaron.

»Cuando llegó la multitud enfurecida no pude hacer nada. Nunca pude lograr algo. Era pequeño y enfermizo… me rompieron los brazos que eran delgadas ramas. Pero no me dolió eso. Los huesos se soldán… No existe peor dolor que el incapaz de sanar. De olvidar… aún sufro por no haber podido matarlos a todos. Esos malditos magos negros, disfrazados de sacerdotes solares, hostigaron al pueblo a seguir su mandato. Ellos trajeron la plaga al invocar fuerzas oscuras en sus rituales. Pero culparon a una persona inocente. Ellos… convocaron un ritual en la plaza del pueblo. Tal como hacían con los demonios, bailarines de pieles, en la antigüedad. La desnudaron y azotaron con varas hasta dejarle la carne viva, la piel de su espalda, cercenada. La frotaron con ajo y picantes sin que pudiera resistirse… Ella lloraba, suplicando clemencia con cada azote. Su cuerpo estaba cubierto de magulladuras ardientes. Al terminar, le quebraron las piernas y los brazos con martillos y la dejaron al sol. Tenía los huesos rotos y golpes en todo el cuerpo. Pero mi dolor no se comparaba. Si tan solo... me hubieran hecho todas esas maldades a mí… siento que dolería menos. Tuve que ver, a la única persona que me quería… soportar todo ese sufrimiento. No pude levantar a mamá del suelo. Me dolía verla, cubierta de sangre, deforme, con los ojos empequeñecidos. Llorando… Estuve junto a ella, tirado en el suelo caliente mientras el sol nos quemaba. Está bien, estaré bien, mi niño… No dejaba de decir eso con los labios desprendidos. Murió al anochecer, después de horas de agonía junto a mí… ¿Por qué lloras? No es una historia triste. Es un relato cruel sobre mi odio hacía los magos negros.

»No sabía nadar. Así que me lancé al río más cercano… pero un sacerdote solar llamado Humberto me sacó del agua. Yo quería morir… quería volver a ver a mi mamá. Pero tenía mucha rabia, nunca podría encontrar la salvación si no lograba redimir mi culpa. Soñaba con salvar a mamá. Era mi sueño de redención. Llegué a los barrios bajos de Pozo Obscuro. Junto a Humberto, crecí en el mercado negro, rodeado de magos negros que me enseñaron los secretos de la quintaesencia que heredé de mi padre. Un regalo maldito. Juré, que mataría a Beret. Él es… un personaje terrible de la antigüedad del mundo. No confió en ellos. Voy a aplastar sus ideales hasta reducirlos a restos carbonizados. Me levanté en las cenizas putrefactas, de las personas que ellos han asesinado. Soy el producto de la injusticia de esta isla. Y…

»Me prometí a mí y a mi madre… que haría de esta isla un lugar donde no existiera el sufrimiento. Un lugar donde el mal, el hambre y la guerra… No existan. Quería ser un Héroe Rojo. Traer el amanecer para todos. Les fallé a todos. Le fallé a mamá… me fallé a mí mismo. 

Arlyn se agitó y sus rizos plateados le acariciaron la nariz. Ella olía a metal, a suavidad y a tristeza. 

—A mí no me fallaste—sus labios fueron a tocar su frente—. Tenía mucha hambre en las calles. Estaba sola… Abandonada. Era un desecho del Homúnculista. Pero… tú viste algo en mí que nadie más pudo descubrir—cambió su tono. Se erizó como un cervatillo, asustado—. No… Sam… Allí vienen.

Una docena de pasos atravesaron la puerta de roble. Sombras pasaban bajo el umbral. Un martillazo estalló contra la puerta. Los goznes cedieron, pero la puerta no sucumbió. La oscuridad antimaterial del espacio cobró vida, ondulando suavemente en torno a un círculo infernal. Los monstruos los escudriñaban desde las tinieblas con sus ojos de plata.

—¡Aquí están!—Terció una voz grave—. ¡Mierda, hay sangre por todos lados!

—No—Arlyn temblaba—. Son… demasiados. 

Sam hizo una mueca de dolor al incorporarse. El líquido rojizo resumo de la herida en su pecho.

—No podremos volver a huir con el «Puente». Lo siento… No me quedan fuerzas.

La puerta se tambaleó ante otro golpe… Uno de los goznes se despegó. Las astillas volaron por la habitación. Los pasos resonaban a través de la estancia. Vibrando a través de su cuerpo como música tenebrosa.

—¡Por Bel… deben estar muertos!—Era una voz femenina, muy suave. Debía ser Anaís Ross. 

Sam tosió y su herida se abrió. Intentó levantarse, casi se desmayó del dolor… Su capa negra estaba empapada. El dolor rojo, le arrancó lágrimas cuando se sentó en el suelo. Mirando a la puerta con los ojos enturbiados. Las piernas adoloridas le temblaron. Arlyn lo sujetó con fuerza, sus brazos delgados lo envolvieron. Si vestido rosado estaba manchado con costras de sangre seca.

—No, Sam—susurró, asustada—. No te muevas. 

No podía escucharla, no quería. Sam se levantó y una cálida humedad le recorrió la pierna. Tenía un zapato mojado y medio cuerpo ensangrentado. Dio un paso… Estuvo a punto de caerse, pero Arlyn lo sostuvo. Sam apretó la herida en su costado. No podía respirar sin esfuerzo. Intentó caminar, pero tenía algo enterrado detrás del muslo. ¿Era una punta de lanza? La puerta se estremeció y se escucharon maldiciones.

—Sam—Arlyn tenía la voz entrecortada—. Por favor… 

—De todas maneras… No puedo morir. 

Sintió un dolor inexistente dentro del bíceps. Allí donde guardaba el secreto de la muerte. Caminó, cojo, hasta la puerta astillada… Colocó una mano en ella y con un dedo ensangrentado trazó un Maeglifo de Conducción Energética. Sintió un cambio en la habitación. El calor desapareció de sus extremidades. La esencia cambiaba de forma en su interior, liberó el hormigueo desde su ombligo hasta sus manos. Un calor agradable danzaba en su estómago. La energía salía… recorriendo sus vías sanguíneas.

Sam fue autodidacta en su aprendizaje del Misticismo, robó libros y espió a los magos negros en sus rituales paganos. Tenía una mezcla singular de distintas ramas del conocimiento… Había aprendido mientras perseguía el rastro de magos negros. Creía que, si eliminaba a los conservadores de aquel conocimiento, las personas podrían vivir tranquilas… Pero en el fondo quería saciar su venganza. Hacerlos pasar por el mismo dolor que sufrió su madre. Fue cuando Sir Cedric lo confrontó… creyendo que era un asesino. Decidió perdonarlo, Seth Scrammer le pidió que siguiera a Beret, que lo ayudará, ganarse su confianza hasta que pueda destruirlo.

«Un árbol negro deshojado, delante de un rojo amanecer». Aquella Imagen Elemental era brasas calientes en su mente. La boca le sabía a hierro, era un sabor dulzón… Debía estar concentrado para proyectar su flujo energético.

«Rayo distante, rojizo en el cielo oscuro de la tarde». Su mente era una fragua de carbón ardiendo al rojo vivo. Calentaba la sustancia hasta que tomaba forma y luego… sumergía la fórmula en agua fría. La esencia se templó y siseó, desprendiendo un vaho de condensación. 

La puerta resonó y Sam se tambaleó por el impacto. Su herida se abrió, rezumando sangre por su costado. Apretó las muelas mientras luces dolorosas pasaban ante sus ojos. Apoyó el peso del cuerpo sobre la puerta y la boca se le llenó de sangre. Desde lejos, les llegó el aroma a rosas… Tuvo recuerdos fugaces de otra época: un gordo cantando a la orilla del camino, una figura alta y desvencijada con una túnica oscura, un caldero hirviendo con un niño adentro. Sueños falsos y esperanzas desesperadas. Estaba muerto… Porque las luces no llegaban hasta sus iris.

—Árbol negro deshojado—murmuró… El dolor no lo dejaba imaginar—. Rojo amanecer— la sangre formaba un charco negro a sus pies—. Rayo distante, rojizo en el—se interrumpió, nublado. Una oleada de dolor le golpeó el pecho. El aroma de rosas marchitas, invadió sus fosas nasales—. ¡Rayo distante, rojizo en el…—enfocó aquella proyección mientras golpeaban la puerta—! ¡Hierro, frío y puro! —pidió a los dioses. Fue más una orden, que una Evocación Elemental de Transmutación. 

Alguien pateó la puerta de madera. El metal frío y duro le devolvió el golpe, se escuchó una maldición seguido de un montón de palabras obscenas. Sam se derrumbó sobre la plancha de hierro que sellaba la entrada y se rompió la nariz. Arlyn se abalanzó sobre él, lo sostuvo como un niño y se manchó de sangre húmeda. 

—No hables—jadeó Sam. 

—Traigan los mosquetes—rugió la voz suave de Anaís. 

—No, no—musitó Arlyn. Le temblaban los labios—. Esas armas no… 

La transmutación era el más complicado nivel de la Evocación Elemental de Sólidos. El segundo escalón del Misticismo… Se trataba de una composición sin precedentes, porque fatigaba la mente. Transmutar la composición de la madera al hierro con la Evocación Elemental de Distorsión de Sólidos. En su estado, no era inusual que se hubiera desmayado. Los ojos se le cerraban y sentía como se quedaba dormido. Arlyn lo sacudió, le susurró palabras que no entendió. 

—Vamos a destrozar la habitación—declaró Anaís.

Arlyn lo abrazó con delicadeza y besó sus labios amoratados. El cosquilleo se apoderó de su cara. Recordó que manipuló la mente de la pequeña Annie Verrochio, llenando su cabeza con sueños tristes y esperanzas. Pobre, pensó… Le destrozó el corazón. Ella no sé merecía eso. Al fin y al cabo, se convirtió en un mago negro, frío y manipulador. Uno al que no le importaba dañar a otros para conseguir sus objetivos.

—Soy un perdedor—se lamió los labios rotos. Esbozó una sonrisa junto a la puerta de hierro sólido. Cerró los ojos esperando… Sus decisiones lo obligaron a ser una persona malvada. Era un mago negro… y no podía redimirse. La vida se compone de decisiones. No son las grandes, las que importan. No… son las pequeñas. Son las minúsculas decisiones a las que nos aferramos, las que de verdad importan a final de cuentas. Porque definen la manera en que vivimos nuestras vidas. Al igual que los sueños. Se construyen día a día, con nuestro esfuerzo y frustración.

—Sam—su madre se recostó junto a él, esperando—. Fuiste muy valiente. 

Tenía el cabello limpio y negro. El rostro terso y el vestido blanco, inmaculado. Sus manos gentiles le apartaron el pelo ensangrentado que se le pegaba al rostro. Sam sintió ganas de llorar, como un niño y abrazarla. Pero no quería perturbar el recuerdo.

—Estoy feliz de que estés conmigo… en este momento—tenía un nudo en la garganta—. Espero ir al paraíso. Quiero verte otra vez, mamá. Te extraño mucho. Desde que te fuiste, yo… no he dejado de pensar en que pude haber hecho más.

Sam se arrastró lejos de Arlyn. Dibujó un círculo con sus dedos… Sus dedos describieron Maeglifos de Conducción Energética y otros símbolos arcanos que no tenían nombre, sobre el suelo de mármol. La sangre roja se veía negra como la tinta en la penumbra. Escuchaba un montón de ruido fuera de aquellas cuatro paredes, escondidas.

—Sam.

—¿Si?

—Yo no soy nada sin ti. 

La miró largo rato. La perspectiva de morir junto a alguien, parecía mejor que morir solo… Aun así, no quería llevarse a Arlyn, no se lo merecía. Siempre quiso que alguien se quedará junto a él, después de ver todo lo desagradable que podía llegar a ser.

—Te equivocas, yo no soy nadie—no quería mentirle. Era difícil abandonar los viejos hábitos—. No eras nadie antes de conocerme… Pero ahora sí, eres muy especial. Encontrarás a alguien que te necesité y te convertirás en una persona importante… Lo sé. 

Recuperó un poco la compostura, sentía al color rojo vibrando en su interior como… «Ramas secas que se parten en un fuego rojo». Concentró su esencia en ese pensamiento, le dio forma. 

Pensó en un lugar tranquilo. Todo estaba obscuro en su mente, viajando en sueños y cantando. Ella debía encontrar a Seth a través del Puente. El círculo en el suelo, pintado de sangre, se tornó negro como la tinta. Una oscuridad cegadora salió de aquel pozo, atravesando la penumbra delgada con tentáculos sombríos. Brilló un resplandor azul antes de estallar en luz. Un río se escuchaba a la distancia… La columna de luces incandescentes se alzó, erigiendo un pilar con relucientes símbolos evanescentes. El Puente tenía bifurcaciones, senderos escondidos y caminos secretos. Arlyn se echó a llorar. Sam la abrazó y la besó… 

—Preparados—ordenó Anaís Ross detrás de la plancha de hierro. 

—Lo lamento, Arlyn—se despidió—. Soy una mala persona… que solo piensa en sí misma.

—¡Disparen! 

«Capítulo anterior × Capítulo siguiente»


Instagram: @gerardosteinfeld10
Facebook: Gerardo Steinfeld