Capítulo 1. Balada del Anochecer
Capítulo 1: Sumergido en las sombras... Quizás vagando por el valle.
Si pudiera comenzar a hacer, la mitad de lo que crees de mí.
Cualquier cosa podría hacer... y podría aprender a amar.
Cuando veo que actúas así.
Me pregunto cuando volverás.
Cualquier cosa podría hacer... y podría aprender a amar.
Cómo tú...
Siempre creí que sería malo.
Y ahora sé que es verdad.
Porque, tu eres tan buena... Y no soy como tú
Te has ido hoy, y yo te adoro.
Quisiera saber...
¿Qué te hace pensar que especial soy?
No quería llorar.
Aquella tristeza que lo afligía... lo estaba matando. Se sentía terriblemente solo, hundido en una despreciable miseria. El cuchillo afilado en su mano temblorosa escuchaba sus penas... Lágrimas de dolor. Ya no podía amarse. Solo lloraba y se lamentaba en aquella silla de ruedas. Su cárcel, su tortura... Se merecía aquella soledad.
Alphonse había perdido a su madre, a su padre... A sus hermanos. Todos estaban muertos... y él, egoístamente, seguía viviendo. Extrañaba cada día a aquellos que lo vieron crecer, comer, llorar, convertirse en un hombre. Todo por ese maldito joven de cabello rojo... Él lo había hostigado a conducir el carruaje mientras los espantosos gritos del Valle de Gigantes retumbaba en sus oídos. No se iban...
Siempre estaban allí, destruyendo su integridad. Y Annie Verrochio... aquella joven que había llorado amargamente mientras la caja de madera se agitaba sobre el sendero pedregoso. La misma que lo condenó a aquel camastro con ruedas y le otorgó el espantoso dolor que recorría su espina cada vez que intentaba levantarse. No podía vivir así... Encerrado todo el día en cuatro paredes, que se estrechaban, que lo reducían a un montón de carne inservible.
Francis Melchiorri llegó a gustarle antes de descubrir quién era la princesa Annie Verrochio. Le encantaba juguetear con su carácter inflamable y sus gestos de niña buena. La admiraba a pesar del qué dirán. Quería acercarse a ella un paso a la vez. Alphonse nunca ha tenido una pareja, de hecho, nunca había besado a una chica. Tenía cosas más importantes que hacer: trabajo que realizar y estudios que lo prepararían para un futuro que no deseaba. Se estaba convirtiendo en un desconocido... Mientras sus amigos experimentaban y perdían su virginidad.
Él se mantuvo lejos, marginado con ideas disparatadas de grandeza que le metieron los Dumond en la cabeza. Pero, no importó cuánto se esforzó, no importó cuánto lo intentó... Sus sueños se desvanecieron. Su vida se estaba acabando. Ya no quería enamorarse, no merecía ser amado, no de esa forma; confinado en una silla de ruedas. Tullido. Mutilado como una escultura espectacular que se cae y se despedaza.
Louis Leroy quedó irreconocible. La Proyección de Calcinación había borrado cualquier rastro de feminidad en su torso... Sus senos habían desaparecido bajo una horrenda cicatriz rosada. Sus gritos de aflicción subían en tentáculos al cielo plomizo del anochecer. No supo más nada de ella... Salvo que fue expulsada del Jardín de Estrellas por asesinar a Matilda von Moutton. Annie no se llevó un castigo aparente por agredirlos, más bien, el rector Michael Encausse la hizo quedar impune con la excusa de que se estaba defendiendo.
La Orden de la Integridad se apoderó de la Institución. Los profesores guardaron silencio ante los prisioneros que mantenían en los grandes salones y los experimentos que llevaban a cabo en las sedes de aprendizaje. No había salido de su encierro, pero avistó a los Magos de la Integridad: holgadas túnicas escarlatas y máscaras animalescas; enseñando a jóvenes a batirse a duelo sin piedad.
Escuchaba gritos de dolor, zumbidos, exclamaciones, maldiciones, conjuraciones y sollozos. Quería acabar con todo eso. Estaba dispuesto a terminar su sufrimiento... El cuchillo en sus dedos era prueba de ello, solo debía deslizarlo con fuerza por su cuello y vaciar la sangre de sus venas. Expulsar el dolor... La ansiedad y la desesperación de estar desolado.
Acuérdate de mí.
Por si tu corazón busca algún dueño...
Se echó a llorar en silencio.
Sopesando cada segundo de tormento... No quería seguir viviendo. El solo respirar le causaba dolor. No quería recordar a nadie. No en estos momentos, cuando las ansias de haber sido memorable para algunos se exacerba inusitadamente. No ahora, cuando el estrés de la muerte se paseaba tan lentamente en las orillas del pensamiento. Cuando la frialdad de la sangre era incontenible y el llanto no era suficiente alivio para seguir viviendo.
Cuando lo único que se tenía era la certeza de que el sufrimiento solo seguiría aumentando. Y que toda esperanza de tener una vida normal, desaparecía bajo las fauces de la desesperación.
En noches... o días como estos, pensó que la vida perdió todo sentido. Que solo estaba allí sufriendo, recordando, riendo, amando, extrañando y perdiéndose... y que todo eso esta bien. Porque estamos vivos y eso ya es un privilegio. En cambio, aquellos que ya partieron... Aquellos que llegaron al final del viaje. Brindó por ellos con su sangre, porque pronto los acompañará en el fondo del abismo. Donde todos los cuerpos se movían, pegajosos, en la oscuridad de sus remordimientos.
Cuando lo mejor que pasará, ya te paso...
Y si a lo mejor pregunta, le dije que no.
Esperaba algún día llevarse un buen recuerdo. Un momento perfecto, que lo haga olvidar por un instante, toda esta abrumadora soledad, pero conociéndose... Nunca daría el primer paso. Es una lastima, quizás el amor pudo haberlo salvado. Todas esas emociones que sanan, duelen y hacen crecer... Todo el amor que nunca compartió. Pero volvió al agujero de la soledad, al ataúd abandonado que nadie quiere recordar. Solo... En el cementerio de la existencia. Sin alas.
Duele... Se siente espantoso ver cómo todos ríen. Como todos cuentan sus hazañas amorosas. Es muy triste ver como se quedó atrás, mientras los demás se besaban y se amaban. Sí, era un cobarde después de todo... Siempre lo había sido. Y no podía cambiar... porque aquel niño solitario seguía llorando en un rincón. Porque nunca creció... Solo se ocultó muy profundo y sus lágrimas no dejaron de llenar el vacío de su alma. Aunque nunca sintiera aquel «lo nuestro», porque la soledad era una condena que no desaparecía al dormir. No importa nada... Ni el primer beso. Ni los problemas. Ni amar. O quedarse con ella... Esos momentos perfectos que definen la felicidad no le pertenecían. Así que, lloró escandalosamente, porque se sentía muy solo, y las estrellas, que no existían, resplandecían sobre su cabeza. Porque no existía el amor, ni la tristeza, ni la sangre, ni el dolor... Ni la certeza de vivir. Aquello que quería nunca llegará. Lo único que quería era recostarse en la oscuridad y evaporarse del mundo.
Por eso mismo, el cuchillo en su cuello sangraba con un mordisco frío. Un hilo rojo recorrió su ropa gastada y... la puerta se abrió.
Louis apareció ante él, desdibujando su contorno en la penumbra de la habitación. Su cabello negro flotaba desparejo como tentáculos de brea... Usaba un ajustado traje de cuero negro tachonado que le llegaba hasta el cuello donde las cicatrices lamían su mentón. Tenía botas altas, pantalones gruesos y guantes negros. Su semblante pétreo se suavizo al verlo. Sus manos buscaron el cuello de Alphonse y lo estrecharon en un abrazo lastimero.
—Lo siento—dijo la joven y rompió a llorar—. Es mi culpa. Si yo... Si yo no hubiera. ¡Lo siento tanto, Alphonse!
Alphonse no dijo nada. Quería susurrarle que no era su culpa... Pero no era verdad. En aquel instante, la verdad lastimaba y nada tenía sentido. El mundo cobraba su afecto.
Louis siempre había olido a flores... Esa era la fragancia de su esencia. Le recordó el comienzo de la primavera después de un largo invierno, cuando la alfombra de flores coloridas adornaban el verdor del mundo. Pero bajo la esencia floral de la joven, se podía olfatear su tristeza, su llanto y el hedor a piel chamuscada. Alphonse levantó una mano y le dio una palmada en la espalda.
—Creí que te habías ido.
Louis se limpió las lágrimas y sus ojos oscuros se fueron endureciendo. La joven había gozado de senos abundantes, femeninos... pero el chaleco ajustado no podía ocultar su pecho plano y destrozado, como el de un muchacho.
—Vámonos—sugirió—. Mi tío nos está esperando afuera. No digas que no... No pienso irme sin ti. Yo te sacaré de aquí. No tienes que decir nada.
Los ojos se le cubrieron de lágrimas.
No quería ser un paria. Su vida se había vuelto una carga para todos... Lo mejor que podía hacer era terminarla. Negó con la cabeza, con la vista baja, para que no viera sus lágrimas. Pero Louis no dio su brazo a torcer, tomó las andaderas de la silla de madera y las ruedas comenzaron a girar. Más lejos, más lejos... El brillo de la luz le cegó por un momento, pero recuperó la visión purpurea con destellos flagrantes. Dejaron el edificio Amarillo y las miradas se posaban en ellos. Era su caminata de la vergüenza. Los jóvenes los miraban con desagrado, sus ojos juzgaban y lastimaban. Pero a Louis no le importó, siguió caminando con la frente en alto y una sonrisa triste en sus labios.
Alphonse notó que una fina cicatriz rozaba la comisura izquierda de su boca. Sonrió, era su fiesta de despedida... El cuchillo se le resbaló de los dedos y se perdió en la distancia. Louis aceleró el paso, se estaba riendo y las lágrimas escapaban de sus ojos. Alphonse también estaba llorando, pero no era por aflicción: era felicidad. Se sentía vivo, enérgico, audaz. Una carcajada escapó de su boca y el largo pasillo desapareció a su espalda. El amplio jardín era custodiado por magos de túnicas escarlatas. Uno con una máscara de perro se les acercó, asintió con la cabeza y se retiró. Louis impulsó la silla y salieron de las gruesas murallas pálidas del Jardín de Estrellas.
Los edificios se alzaron abruptamente y las personas salieron como hormigas de un complejo sistema sin importancia. El carruaje de Louis lo esperaba sobre una calle cubierta de losas de piedra que conducían al pequeño pueblo comerciante junto a la institución. Un hombre gordo, barbudo y con una gruesa gorra de lana; lo ayudó a subirse al carruaje oscuro, dos potentes caballos, bayo y alazán, se imponían con las bridas del carro. Adentro era cómodo, con amplios cojines de lana teñida y cortinas para dormir. La escolta eran un par de guardias que llevaban mercancías en pesados carromatos. El hombre gordo se sentó junto a ellos con una sonrisa de largos dientes blancuzcos.
—Un gusto alphonse, soy Albert Herrera, el tío de Louis—dijo. Tenía ojos pequeños y marrones, mejillas regordetas y era grueso como un barril—. Desde que murió su madre, mi hermano Miguel y yo, hemos administrado los bienes de la familia Leroy. Pero, como ahora la señorita ha recobrado su título nobiliario, quiere que usted sea su consejero como el hijo del finado Nicolás Dumond.
Alphonse asintió, risueño.
Las cortinas rosadas dejaron pasar la luz del sendero colorido que los perseguía; flores púrpuras, amarillas, naranjas, rojas... Louis le palmeó el muslo, diciéndole con la mirada que todo iba a estar bien. Que debía esperar lo mejor.
—¿Cómo es la situación en el Norte, Albert?—Otra vez, la Louis aguerrida y severa se abría paso.
El barbudo se pasó una mano por el cabello espeso. Sacó una bandeja de pastelitos y queso y, mordió uno. Alphonse tenía mucha hambre.
—No sabría por donde empezar, querida Louis—masculló. Las migajas de centeno discurrían por la gruesa barba del hombre—. El rey Damian Brunelleschi ha ofrecido un espectacular festival para olvidar las tragedias del pasado año. La Orden de la Integridad es su milicia, por primera vez en doscientos años... Un rey obtiene el poder absoluto de la isla Esperanza. Por todos lados buscan a Gerard Courbet, se rumorea que él asesinó a todos durante el Tratado del Valle de Gigantes, en el que murieron sus familiares. Muchos creen, que él es el famoso Asesino de Magos. La señorita Miackola Escamilla es la terrateniente del Norte mientras que su hermano, Marcus; es del Sur. El rey Damian concede pocas audiciones, pero la estabilidad del reino que dejó atrás el difunto rey Friedrich Verrochio se ha mantenido. Una epidemia extraña se ha esparcido en las grandes poblaciones, no mata a las personas, pero si las deja estériles. Es preocupante... El rey Damian se encarga de ello.
»Yo... en lo personal. Me atrevo a contarles que tiene consejeros muy interesantes, sus propuestas son extrañas. El antiguo rector de la Casa de Negro: Comodoro, un viejo bicentenario... y, Beret, un tipo extraño. Juntos llevan una investigación sepulcral en las entrañas del castillo. Por lo que el rey Damian comenta con los mercaderes sureños y nobles, se trata de las piezas claves para la guerra. Apuntan que mientras Gerard Courbet, el Asesino de Magos y otros renegados sigan gozando de libertad. Nunca se alcanzará la paz—Albert frunció los labios—. Tiene sentido... Durante los últimos tres años no ha habido más que batalla tras batalla. Los astrólogos anunciaron desgracias cuando la luna se tiñó de rojo. Pero... quizás los dioses favorezcan a Damian como su mensajero. El pueblo le tiene alta estima y es un hombre justo. Es el tipo de persona que esta isla olvidada necesita.
Louis guardó silencio, impasible.
La conocía, ella nunca estaría conforme hasta ver las maravillas que le contaba su tío con sus propios ojos. Los tres guardaron silencio después de comer y se dejaron abrumar por la somnolencia. Cuando llegaron a Puente Blanco se detuvieron para pasar la noche. Estaban en el sur, y el misterioso Asesino de Magos seguía rondando en los alrededores. El pueblo había reconstruido, cabaña por cabaña, hasta cobrar una vida excepcional. Se excavaron nuevos pozos gracias al esfuerzo de la Orden, y una caravana de Magos de la Integridad, los escoltó hasta el Templo de las Gracias como invitados. La plaga de infertilidad llegó, despiadada, a Puente Blanco antes del invierno, y causó cientos de abortos y otros tantos males.
El grupo de magos, de holgadas túnicas escarlatas y máscaras salvajes, los condujo en silencio a través de un atardecer rojos. Las casuchas de barro cocido estaba surcadas de grietas y Alphonse alcanzó a vislumbrar los destrozos de un derrumbe en el Templo: uno de los pilares se vino abajo, destrozando un par de casuchas y a sus desafortunados habitantes con su peso aplastante.
—¿Qué pasó aquí?—Louis empujaba la silla de ruedas de Alphonse.
Un mago alto, con una máscara plateada de carnero precedía la marcha a través del poblado. Las largas mangas raídas llegaban hasta sus talones y sus largos mechones oscuros colgaban como serpientes muertas. Se dirigió a Louis con una voz amortiguada.
—Hubo un terremoto, señorita Leroy. Se perdieron pocas vidas, pero la gente tuvo miedo por días.
—Que raro... No se sintió en el Jardín de Estrellas.
—Suele pasar, querida—carraspeó Albert y se pasó una mano por la gorra de lana—. Los viajeros dicen ver a gusanos salir de la tierra cuando hace mucho calor.
—¿Gusanos?
—Sí, hablan de gusanos tan grandes como casas que dejan pozos acuíferos con su salida. Escuché de una caravana que fue atacada el verano pasado y se dispersaron, presas del pánico. El calor los terminó matando. Pero uno sobrevivió, y llegó a Pozo Obscuro con las terribles noticias. Lo llamaron loco, pero cuando una docena de locos llegó de diferentes lugares contando la misma historia demente, no sabes si sumarte a la histeria o creerte sensato. Nadie sabe qué son...
—Son los engendros del rey Julián Sisley—contó Alphonse. Todos guardaron silencio, escudriñando al joven en la silla de ruedas que giraba, lentamente, tropezando con cada guijarro—. Aquellos que fueron creados con los antiguos conocimientos de la Alquimia de la Vida. Todo el saber prohibido de esta isla... Ellos son nuestros ejecutores. Creados para frenar nuestra ambición. Friedrich Verrochio los despertó de su letargo al profanar las tumbas de los Sisley... Y vienen a devorar nuestro paraíso.
Louis le dio un pequeño golpe en la cabeza para que cerrara la boca. La procesión continuó hasta el gigantesco templo de piedra escalonada. Los pilares que sostenían el techo del amplio edificio cuadrado estaban cubiertas de jolín imborrable, cicatrices de batallas y tragedias. En las paredes se podían descifrar las marcas de garras de un animal salvaje indescriptible, las fisuras que solo las proyecciones podían dejar y las inverosímiles líneas que el viento presurizado de la Evocación Elemental dejó a su paso.
Según la leyenda, Vidal Tercero, el Inmortal, construyó el Templo de las Gracias cuando una cruel epidemia diezmó a la isla hace mil quinientos años. Era un templo del saber, donde se congregaban los médicos y curanderos de todos los rincones de la isla y se combinaban distintas prácticas sanadoras. Eran tiempos místicos y de descubrimiento donde se hicieron avances en la medicina y la magia más allá de lo que los escribas pudieron documentar. Todo eso, lastimosamente, se perdió durante la Purga del rey Julián Sisley. Pero el Templo de las Gracias continuó siendo un servicio de caridad para la sanación del moribundo.
Le provocó cierta tristeza ver que el lugar se había convertido en una cueva de magos negros y secretos. Las paredes del templo estaban cubiertas de emblemas enigmáticos y lámparas de hierro. Lucían imágenes fúnebres de monstruos devoradores de hombres y escenas escandalosas de hombres y mujeres copulando en miles de posiciones. Los magos de túnicas escarlatas pasaban susurrando junto a ellos, resguardando con celo sus artimañas.
Alphonse aguzó el oído, deslizándose suavemente por cada orificio en las paredes y pudo sentir un profundo desasosiego: dolor, gritos, llanto, desesperación y... un terrible presagio que lo hizo arrugar las cejas con malestar. En las entrañas de aquella morada se escondían horrores.
Pasaron junto al corredor que conducía a las celdas, y... estiró sus sentidos a las recámaras que contuvieron a miles de enfermos, moribundos y afligidos. Un almizcle repulsivo le causó horcadas: sangre, desperdicios, descomposición, frutas putrefactas y un peculiar olor a animal. Un gato pasó entre sus piernas, era blanco pintado con negro y naranja. El carnero lo llamó con silbidos y el gato corrió a él meneando el rabo. El mago lo cargó entre sus brazos mientras le acariciaba la cabeza.
«Hasta los animales se comportan extraño».
Louis empujaba su silla de ruedas mientras el túnel de oscuridad los rodeaba sobre la superficie lisa del suelo. ¿Qué podía esconderse en las oscuras cámaras templo? El gato ronroneaba en los brazos del carnero, su cola iba y venía como una pequeña serpiente peluda. Sus ojos verdes miraban con curiosidad a los desconocidos.
Llegaron a una gruesa puerta doble de madera con robustas argollas. Junto a la puerta había un gran cuadro con una mujer desnuda abrazada a un hombre, a las orillas de una laguna, las estrellas se reflejaban sobre el agua. Louis la miró con interés, se lamió los labios y de llevó las manos al pecho, descubriendo que había perdido su feminidad. Alphonse estiró la mano y buscó la de la joven para consolarla. Él tampoco era un hombre, pensó. Los recibió un mago escarlata con una máscara de cabra hecha de oro macizo, su autoridad se podía respirar en el aire del amplio salón de alfombra púrpura y estandartes de la Orden de la Integridad: una alta montaña dorada en fondo escarlata. Alphonse creyó reconocer aquel emblema en las historias de Vidal Brosse, narraciones sobre magos negros del Culto de la Cumbre Escarlata. Se guardó aquella conjetura.
—Sean bienvenidos, mis invitados del rey—los saludó el mago. Se quitó la máscara revelando un rostro afable de ojos castaños: el rostro de Zarraga Draper, el antiguo Jefe del departamento de Evocación de la Sociedad de Magos—. Louis, Alphonse, sin amores ni rencores. El Chacal me dejó a cargo del Templo de las Gracias. En estos momentos, el recinto está vacío porque nuestro estimado Marcus Escamilla partió en búsqueda del Asesino de Magos junto a su destacamento. Siempre se demora en sus patrullas... Vengan, cenen conmigo esta noche y descansen antes de que el rey Damian Brunelleschi los reciba en la ciudadela.
—Bien—Albert se palpó la amplia barriga y buscó asiento en una larga mesa cubierta de platos y finos utensilios—. Gracias por su humildad, señor Draper.
El mago se quitó la capucha revelando unos largos mechones cenizos y asintió con una sonrisa. Estudió a Louis y a Alphonse con la mirada... No dijo nada. Bien sabía que él y Louis se habían visto reducidos al enfrentarse a una rebelión provocada por la Orden de la Integridad dentro de los muros del Jardín de Estrellas. Pero, lo mejor en aquellos momentos era callar y degustar la comida. El orgullo puede digerirse, pero la humillación jamás.
Les trajeron una bandeja con un cerdo asado que humeaba espléndidamente, una amplia selección de setas en distintas presentaciones, purés con mantequilla, pasteles y guarniciones de frituras. Alphonse comió en silencio, aquella comida estaba muy deliciosa. Estaba rodeado de muchos magos, por lo que sus sentidos aguzados por la telaraña de esencia, que tejía cada sustancia existente... lo estremecía. Al menos, casi todos los presentes poseían la quintaesencia en su sangre. Estaba rodeado de nuevos aromas y texturas. Un mundo desconocido y maravilloso.
Los magos se quitaron las máscaras y brindaron con risas y comentarios. Un par de magos de ojos pequeños buscaron violines y tambores y, se pusieron a tocar. La música endulzaba la comida y viajaba por todo el salón. Un candelabro colgaba del techo, esparciendo retazos de luz en todas direcciones. Un hombre de rostro pequeño y cabello negro comenzó a cantar. Lo siguieron con un laúd y unos violines.
Te me escapaste y yo quedé indefenso.
Me desarma pensar que es mi culpa que seas un recuerdo...
Solo un recuerdo, pero tan intenso.
No saber si te volveré a ver para mí es un misterio.
Los hombres y mujeres que revelaron sus identidades golpearon la mesa con los puños. Aquella debía ser su canción favorita porque todos se la sabían y cantaban en coro con una docena de voces distintas, pero hermosamente melodiosas y sincronizadas. Primero cantaron todos en voz baja, conspirativos. Draper cantaba con una sonrisita.
Nunca te pude hablar...
Nunca te pude hablar, y ya.
Duele, porque al final...
¡NO QUIERO CONTAR TODOS LOS BESOS, QUE NUNCA LLEGARON A TU BOCA!
¡SIGUEN ESPERANDO TU REGRESO PARA VOLVERTE LOCA!
¡NO QUIERO CONTAR CUENTAS CANCIONES!
¡NO BAILE CONTIGO POR COBARDE!
¡COMO DEBEN SER TANTOS MILLONES, NO SÉ CUÁNTO ME TARDE!
¡NO QUIERO CONTAR TODAS LAS COSAS QUE A FINAL DE CUENTAS, SÉ QUE NUNCA HICIMOS!
¡NO QUIERO CONTARLAS, PORQUE SÉ MUY BIEN QUE SI LAS CUENTO!
¡TAL VEZ, NO TERMINO!
Zarraga Draper rompió en aplausos y todos brindaron con cerveza.
Alphonse descubrió la sonrisa que tenía y dejó escapar una risa alegre. Aquellos que siempre habían sido perseguidos por la Sociedad de Magos; reían, bailaban, cantaban y bebían como hermanos. Todos ellos desafortunados desde la cuna, empobrecidos y marginados, pero libres de la persecución. Eran bienvenidos en la Orden de la Integridad para apoyar el surgimiento del reinado de Damian, El Rey Sangriento. Aquellos personajes pintorescos hablaban de sus hazañas como magos errantes, de sus aventuras huyendo del juicio de los Magos Rojos y de su trabajo persiguiendo al Asesino de Magos y buscando a brujos malévolos.
Alphonse comenzó a beber, y no pudo detenerse. Cuando se emborrachaba, sus sentidos desaparecían y el rostro le ardía. Escuchó los rumores de los gusanos gigantes avistados en el Sur, que intercambiaban Zarraga y Albert. Louis guardaba silencio a su lado, mirando enturbiada los corredores solitarios de las recámaras olvidadas.
—Ese Asesino de Magos—contó Zarraga, bebió un largo trago de cerveza—. Está buscando algo... Uno de los míos sobrevivió a uno de sus ataques. No es una persona como tú crees—negó con la cabeza—. No lo es. Es un demonio que se transforma en una gigantesca y peluda fiera negra que destroza el cráneo de sus víctimas. Se los lleva en la oscuridad, creo que se los come... De ellos, no encontramos, ni los huesos. Muchos lo han visto rondando Pozo Obscuro, buscando víctimas para sus atrocidades. No ha matado a ninguna persona sin esencia. No... Él solo se lleva a los que visten el escarlata. Entre los nuestros, cuentan que es un espíritu vengativo. Los que lo han visto dicen que es completamente negro como el grajo, y que es un mago, pero también un cambiaformas... Yo creo que es ese maldito de Friedrich Verrochio.
»No tuvo suficiente con jodernos la vida liberando esos gusanos repletos de plagas y enfermedades. El desgraciado también nos quiere liquidar, uno a uno, hasta que todos los Castillos queden vacíos. Sí, lo sé... Friedrich Verrochio murió después de la batalla de Valle del Rey. Yo estaba allí, estudiando las circunstancias que Seth Scrammer nos ofrecía. Vi como lo colgaron frente a su hija. Fue horrible, pero la vida es muy injusta. Un día no tienes nada y, al siguiente no sabes que hacer con los regalos de la vida. Lo mismo pasa con la muerte. ¿Y quién sabe...? La vida puede ser un mal chiste que entendemos cuando estamos borrachos y deprimidos, o... cuando llegamos al final de todo.
»Puede que el Asesino sea Gerard Courbet. Lo sé, lo sé, él también está muerto. El muy maldito mató a Aurore Dujour, una de las terratenientes del Chacal y, por supuesto, ella le arrancó el maldito brazo con una proyección. No creo que sobreviva a eso, lo vi perder muchísima sangre después del derrumbe. Fue una verdadera batalla, pero los tomamos por sorpresa.Yo me encargue del viejo Aleister Crowley, lo vi estallar en llamas. El Chacal nos reunió un ciclo antes, y dimos el golpe de gracia que nuestros antiguos gobernantes anhelaban. No me preguntes quién es el Chacal, porque no lo sé. En fin...
Albert escuchaba con atención, asintiendo con cada palabra.
Louis se levantó y tomó las manillas de su silla de ruedas. El movimiento repentino lo sobresaltó y se sumergieron en la oscuridad pertinente de un corredor vacío. Aquel silencio le resultó espantosamente inusual, en el gigantesco laberinto pétreo de la antiquísima arquitectura permanecía un ruido pasajero. Una sinfonía de las tinieblas: las garras de las ratas ciegas huyendo de las luces, el crepitar de las lámparas de aceite rancio y los pasos reverberantes de un ser vivo. Sumergidos en la oscuridad, avanzaron, sin medir el tiempo ni los pasos. Pasaron junto a una puerta cuyo umbral despedía una alfombra de luz azul. Louis detuvo la silla de ruedas ante la luminosidad que se filtraba por las rendijas. A su nariz llegaba un aroma salitre y un sonido vacío, como si el viento llegará de un abismo insondable.
—¿Hay alguien allí?—Preguntó Louis con la voz aguda.
—¿Alguien... allí?—La voz que emergió de aquella puerta era espectral, diluida... Inhumana.
La puerta estaba cubierta de glifos indescriptibles que surcaban la madera y la piedra, talladas con quintaesencia. Alphonse tocó la puerta tres veces, pero nadie respondió... Una sombra cruzó, fugazmente, la alfombra de resplandor que envolvía sus pies. Y cuando unas garras comenzaron a estremecer la puerta, sintió que el corazón se le iba a salir. Louis retomó la marcha por el túnel de oscuridad... pero esta vez, encendió una Proyección de Luz.
La joven murmuró la Imagen Elemental y levantó los dedos índice y corazón... una pequeña esfera brillante de luz pálida desprendía un haz revelador. Olía a flores silvestres y frutas del campo. Olía a Louis y sus emociones efervescentes. Su luz les reveló un sendero polvoriento repleto de puertas trancadas, muchas estaban rotas y adentro, solo permanecía el vacío. Pero otras estaban selladas con ladrillos y sabían los dioses que se escondía detrás. Alphonse tenía el presentimiento de que los estaban siguiendo, cada vez que se daba vuelta para mirar, el muro carnoso de negrura se cerraba a su espalda y se abría, a medida que avanzaban. No quería seguir inmerso en aquel sitio abismal... pero Louis no sabía detenerse, dar marcha atrás, y volver a empezar. No... ella no sabía retroceder.
—¿De verdad quieres ir a la ciudadela?
—No—Louis se detuvo y chisto—. Pero, no tengo más remedio.
—Siempre podemos elegir. Ser una señora no es lo tuyo, quizás Claude, tu hermana, hubiese sido una buena señora. Pero tú... eres intrépida, salvaje, indescriptible.
Louis le pasó una mano por el cabello recortado.
—Eres un meloncillo, tan dulcito—le pellizcó las mejillas—. Ojalá pudiera escoger. Pero alguien debe desempeñar el rol de señora.
—Louis... Tu tío Miguel no es alguien de confianza. Ha cambiado de bando tantas veces que ni él mismo se reconoce. Es solo un oportunista. Él... no me inspira confianza. Debes conocerte a ti misma antes de dejar que alguien más decida por ti.
—¿Y si me equivoco?
—Por los dioses—Alphonse suspiró, impasible—. Si te equivocas, si fallas, si te lastimas... No tienes nada de que arrepentirte: estás aprendiendo. Eres la mujer más fuerte que conozco.
—Gracias, meloncillo.
Pasaron por una bifurcación. Allí las puertas también estaban selladas. Una puerta destrozada, al fondo, exhibía sus restos en el suelo grasiento. Dentro de aquella recamara un aroma fétido a frutas podridas no los dejó avanzar. Se detuvieron ante el murmullo de una bestia escondida. Unos ojos dorados emergieron de la oscuridad, gruñendo con atrocidad. Louis alumbró a la criatura y... un espectro pardo y gigantesco apareció, deslizándose en la oscuridad, ante ellos. Su grueso pelaje intimidaba y su aliento putrefacto les golpeó el rostro. En ese momento, Alphonse olvidó todas las clases de Proyección y Evocación. Quiso darse vuelta, pero no podía moverse. Sus piernas estaban inmóviles y su torso adormecido.
¡Sus piernas no funcionaban!
Louis profirió un grito justo cuando la bestia se lanzó a ellos con las zarpas extendidas, se acercaba a pasos agigantados. La joven perdió la concentración y la luz desapareció. Las tinieblas cayeron sobre ellos. Aquellos ojos dorados se agitaron frente a él, olfateando y... Sabía que iban a morir de forma dolorosa. Hizo un último esfuerzo por recordar, a su mente acudieron muchísimas imágenes.
«Un árbol negro cargado de frutos rojos».
Ladridos de muchos perros enojados.
La Proyección Punzante se desprendió de su mano con un hormigueo. El olor a madera quemada mutiló al insípido hedor de la bestia junto a un aullido de dolor. Un destello de luz pálida lo dejó entrever como un agujero se abría en uno de los ojos del monstruo. Escuchó un quejido de dolor y aquella silueta huyó, tuerta, a través de la oscuridad. Louis tomó la silla de ruedas y regresó por donde vinieron.
No sabían que había pasado. Estaban seguros de que la bestia volvería, que el mal nunca había desaparecido. Solo había cambiado de manos.
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