Prólogo. Balada del Anochecer
Prólogo
—Es difícil ver el mundo con estos ojos que crecieron en la oscuridad. Cuando aprendí a hacer la Transformación, quise curarme la vista. Tenía unos bellos ojos verdes, hermosos, pero la verdad... es que estaba casi ciego. Cuando realice el hechizo mis ojos se curaron, pero se volvieron irremediablemente rojos—soltó una risa estruendosa—. Mi verdadero nombre es Sanz, aunque... estoy un poco mal de la cabeza, y me llamé a mí mismo: Sam Wesen, como el Héroe Rojo. No, esto no es una cicatriz, es una marca de nacimiento. No recuerdo muy bien a mi padre, pero... era un mago errante malvado. Un hombre arisco, que siempre fue perseguido por la Sociedad de Magos. Venía poco a casa y dejaba a mamá llorando con su partida. Ella lo quería, y él, de alguna forma enfermiza... también veneraba aquel amor. Nunca entendí dónde comenzaba el amor y, terminaba la soledad.
»¿Sabían que los seres vivos somos como bombas comprimidas de energía? Los estudiosos exclaman que estamos formados por millones de pequeñas partes, y cada una de ellas contiene una cantidad significativa de energía empaquetada en una finísima porción. Es increíble... ¿no, Niccolo? La liberación de toda esta energía en un solo ser humano podría borrar a la isla de la faz de la Tierra—guardó silencio y miró al vacío—. A veces, me pregunto si de verdad somos los últimos, Annie. O quizá... también existan grandes civilizaciones al otro lado del mar.
—Ese tipo está loco—masculló Javier. Se giró a ella, casi podía adivinar la sonrisa detrás de su máscara de oso entristecido—. No deja de decir incoherencias. Y me dice Niccolo... y a ti te dice Annie. ¿Sabes quiénes son esos dos?
Mariann negó con la cabeza. La máscara de venado se estremeció, resultaba bastante incómodo moverse con aquellos cuernos. Aunque, el escarlata definitivamente era su color.
Sanz continuó mascullando en la oscuridad de la celda.
—Es muy triste pensar que algún día morirán todos en la isla, y... nadie nunca sabrá de nuestra existencia oculta. Dime una cosa, Niccolo. ¿Si un árbol cae muerto en lo profundo del bosque y nadie está allí para escucharlo... realmente se derrumbó? ¿Siquiera existió? Por favor, Annie, Niccolo... Digan algo. Estoy muy solo, aquí... En el infierno. Donde merezco estar. Lo siento, Niccolo. Si no fuera por mí, te hubieses quedado en esa biblioteca por siempre y estuvieses casado con la hermosa Mia. Y Annie, yo puse pensamientos indebidos en tu cabeza. Sueños que no eran reales. La brujería de esa Gallete te lavó el cerebro. Y yo también... Todo esto es mi culpa. Todos están muertos. ¿Y quién sabe...? La vida puede ser un mal chiste que entendemos cuando estamos borrachos y deprimidos o... cuando llegamos al final de todo.
—Ese tipo—los ojos oscuros de Javier brillaban detrás de su máscara—. Es un loco. Marcus no quiere que lo matemos, pero en cada interrogatorio solo cuenta disparates. El terrateniente lo conoce de algún lado, dice que es un rebelde y qué sabe dónde se esconde el Asesino de Magos y Gerard Courbet. El otro día le vaciamos un tarro de veneno en la boca, vomitó sangre, pero no murió... Su corazón debía detenerse con una cucharada. No sé qué clase de brujería usa. Y sus incoherencias, las he escuchado en algún otro lado.
La voz de Sanz volvió a quebrar el silencio en mil trozos. La celda apestaba a sudor y podredumbre. El espectro encerrado en ella, era un joven de mugrientos cabellos negros y revoltosos, ojos vacíos como pozos secos enmarcadas por gruesas ojeras, una tez pálida aporreada por las mejillas huecas, los labios partidos y una fea cicatriz rojiza que cortaba su ojo derecho y llegaba hasta su mentón. Sus ropas alguna vez fueron las de un alquimista. Ahora, convertidos en harapos por el maltrato.
Mariann creía saber quién era aquel misterioso personaje. Pero sus dudas creaban una inmensa laguna de información entre lo que era real y lo imposible.
—Si te gusta una persona... díselo—Sanz hablaba por horas cuando le servían agua suficiente. Tenía cierta movilidad ya que las esposas de oro solo restringían su flujo energético—. Las dudas matan. No pierdes nada... La vida es demasiado corta para desperdiciarla con personas que no te valoran. Nunca borraría nuestros recuerdos juntos, aunque tenga el poder de eliminar y alterar recuerdos de mi cabeza... Son lo más precioso que llevo siempre. No puedo soportarlo más, amigos... Siento que estoy muriendo cada día. Los gritos en mi cabeza me están enloqueciendo y cuando miro al futuro... solo alcanzo a ver oscuridad—sonrió a las tinieblas, pensativo—. Eso me recuerda la vez que el ejército de Vourbon Verrochio escapó del asedio de Johann Daumier. Las historias de los pueblerinos cuentan que en la oscuridad de la noche, el ejército de más de doscientos rebeldes escapó ante las narices de los soldados reales. Y que esto fue gracias a que Gerard Courbet entonó una canción mágica que hizo dormir a quien la escuchará. Vourbon les ordenó a sus rebeldes usar cera de abeja para cubrir sus oídos. Pero él quiso escuchar la canción, así que Carlos Bramante, su terrateniente, lo llevó cargado en su espalda mientras la canción lo hizo llorar hasta dormirse.
»Yo también me pregunto cómo carajos puedes cantar una canción sin dormirte, pero Gerard era tan bueno cantando que usó la cera en sus oídos y no necesitó escuchar su voz para saber que lo hacía perfecto. Aunque... En realidad fui yo quien mató a los vigías de turno que estaban pendientes de los rebeldes. Me acerqué a escondidas mientas bebían cerveza y les corté la garganta cuando fueron a orinar. Uno a uno, hasta que el último se durmió y nunca despertó. Coloqué sus cuerpos de forma que nadie se dio cuenta que estaban muertos hasta el amanecer. Lo más curioso era que parecían más vivos y animados que nunca, en aquella fiesta del purgatorio. Y eso es todo lo que tengo que decir sobre eso.
Mariann suspiró profundamente y dejó a Javier solo en su turno de guardia. Se deslizó en la oscuridad de las celdas mugrientas, débilmente iluminadas por lámparas de aceite podrido. Las sombras que arrancaban aquellas luces nítidas de las paredes polvorientas no eran corrientes... Veía siluetas de animales y personas. Aquellas imágenes se habían quedado grabadas en su memoria. Las veía en sueños. Siempre el mismo sueño. Eran criaturas incompletas, furibundas, aisladas en asfixiantes paredes rocosas. No había luz. Solo la oscuridad oscilando ante un resoplido.
Estar tanto tiempo sola, le causaba una extraña nostalgia. Le recordaba a su niñez cuando, sin querer, evaporaba el agua de las jarras que sus primos llenaban para la familia. No era su intención, solo pasaba... cuando cargaba una jarra mucho rato y el agua se convertía en vapor. A veces cuando hacía mucho calor y se metía en la alberca con su familia, esta se esfumaba como si un monstruo se la hubiera bebido. Sus primos le decían bruja y loca, pero en la familia de su padre hubo sangre de magos y cuando la mandaron a estudiar al Jardín de Estrellas, ella optó por el Curso de Fundamentos para ser un Mago Rojo como su bisabuelo.
No podía creer que permanecería en el Séptimo Castillo. Aquel castillo asediado por las enredaderas y los espinos. La alfombra roja, las cortinas doradas y los cuadros de homenajes le recordaban a su impecable Tercer Castillo. El castillo de Chantal Belisario siempre había sido un paraíso de satén púrpura y finas pinturas de corceles. Ella misma poseyó una colección de monturas majestuosas en su establo. Mariann era la única que la había acompañado en aquel apestoso recinto cuando les cepillaba las crines a sus caballos.
Chantal, ella fue un Mago Rojo increíble, dirigió al Tercer Castillo y su veintena de Magos Rojos como ningún otro Castellano. Siempre tenía la trenza color miel llena de flores coloridas. Sus años en el Jardín de Estrellas fueron pesados, repletos de sueños e ilusiones. Parecían recuerdos de otra persona distinta: una mirada inocente del cruel mundo.
La proyección se le daba medianamente decente y solo podía realizar Evocación Elemental de Fluidos. Aunque, lo que Mariann hacía según el profesor Benjamín Farrerfor, era una Separación de Fluidos por Condensación. En otras palabras, sus capacidades para manifestar fluidos era tan pobre que solo podía condensar el agua de su cuerpo.
Durante la demostración de sus habilidades a los Castellanos. Ella y Julius fueron los únicos de quince años que se presentaron. El resto—alumnos experimentados— eran más altos y extravagantes que ellos dos. El profesor Pizarro les recomendó prepararse otro año antes de recibir una plaza en un Castillo. Pero Mariann Louvre no quería quedarse atrás, ella fue la última en obtener la varita durante el Segundo Curso de Fundamentos.
Los señores de los siete castillos se apretujaban en una larga mesa cuadrada y el rector Cassini Echevarría llamaba a los alumnos con una lista de nombres. La mayoría había aprobado el Tercer Curso de Fundamentos y se dedicaba a estudiar en un departamento o estaba cursando una rama avanzada del Misticismo para especializarse. Los jóvenes que eran llamados se presentaban ante los señores y con sus varitas le demostraban sus habilidades de Proyección y Evocación Elemental ante tres muñecos de sulfato que volvían a su forma después de cada feroz impacto.
Mariann estaba nerviosisima. Las rodillas le temblaban con solo ver por primera vez a Sir Seth Scrammer, el legendario Mago Rojo del Primer Castillo. Detrás de él, estaba Sir Cedric, más guapo y joven de lo que recordaba. Los Castellanos parecían esculturas majestuosas: un tribunal de dioses expectantes.
Julius van Maslow realizó una Proyección Piroeléctrica fenomenal que hizo que uno de los muñecos estallara en miles de chispas coloridas. Sorprendió a todos cuando trazó un círculo con el pie y agitó la varita en el aire con una elegancia solo superada por la tranquilidad de las olas del mar. El aire onduló en torno a su figura. Podías sentir un cambio en la atmósfera que lo circundaba. Su rostro estaba tan sereno que su cabello teñido de morado no sufría los efectos de la brisa. Se deslizó con gracia.
Mariann se mordió tanto las uñas que sus dedos sangraron. De la varita de Julius brotó vapor y el agua cristalina rápidamente lo rodeó tomando forma y susurrando. El agua silbaba al girar a su alrededor con calma... y una gruesa serpiente de agua se dirigió con estrépito al muñeco con las fauces abiertas y lo embistió como un torrente.
Pisarro aplaudió con una sonrisa y el profesor Benjamín asintió visiblemente, limpiándose los lentes. El resto de alumnos presentes comenzó a aplaudir y vitorear. Julius los había impresionado con su magistral Evocación Elemental de Fluidos. Sir Cedric le murmuró algo al oído a su hermano.
Y ahora le tocaba a Mariann, que no paraba de temblar. Se dirigió al centro tratando de no mojarse las zapatillas, las rodillas le temblaban tanto que no podía disimular. Todos la miraban con el ceño fruncido. Benjamín se ajustó las gafas.
—Mariann Louvre—la saludó el rector Cassini con una sonrisa, su traje verde lucía impecable—. Demuestra tu aprendizaje a los señores, querida.
—Bueno...
Miró a uno de los tres muñecos. Fijó al del centro, que se recuperaba cada segundo de la fiera mordida del animal acuático de Julius. Era como si escultores invisibles estuvieran tejiendo sus facciones hasta dotarlo de características humanas. Mariann levantó la varita sobre su cabeza con el brazo rígido, tomó aire... hasta que sus pulmones dolieron y...
—Una grieta negra en un muro de piedra—masculló. El pulso salió de su varita y el muñeco se tambaleó, estremeciéndose. El sulfato húmedo desprendió virutas terrosas. Nadie dijo nada...
No había sido tan impresionante.
Mariann se arriesgó y decidió realizar una Evocación Elemental. El segundo escalón del Misticismo era más vistoso a ojos de experimentados Magos Rojos. Para hacer una Evocación de Fluidos debías realizar correctamente los movimientos al compás de los pensamientos, para atraer la humedad del ambiente y transformar la energía de la materia en estado gaseoso... de forma que esta pueda volver a unirse y moverse, cada molécula, una encima de la otra. Debías respirar como si cada parte de ti se fusionará con el universo. Debías sentir la materia y «convencerla» para que baile a tu alrededor, tomando la forma de tu mente. Poseía un símil con la Evocación de Corrientes Energéticas, que, a diferencia de la Evocación de Combustión o la Evocación de Ionización; consistía en evocar la materia, recordándote que todo forma parte de uno. Y todo se asemeja.
Todos los seres estamos formados por agua y el aire que respiramos es agua en otro estado. Por lo tanto, las sustancias pueden obedecer las órdenes de sus energías altas semejantes. ¿Sencillo, no? Pues ser «uno con las sustancias de la existencia», no era tan sencillo. Se le hacía más fácil al imaginar que todo estaba formado por el color azul.
«Un estanque congelado... agua sucia debajo de un fino cristal».
Mariann cerró los ojos pensando en una la Imagen Elemental para ionizar la energía en cada gramo de su cuerpo. Su varita vibró y cuando la energía le erizó los vellos de todo el cuerpo... comenzó a girar. Sentía el sabor a paja mojada en su paladar. No había ninguna brisa, nada... Era como si el mundo no existiera. Espiro rotundamente y realizó los giros complicados con la varita. Se concentró tanto que creyó que su cabeza iba a explotar.
Pero no podía sentir la humedad del aire, ni del suelo... Ni siquiera podía sentir el agua en su respiración. Así que exhaló y evaporó el agua de su cuerpo a través de la varita. Un chorro plateado de vapor se despidió y la rodeó como tentáculos de algodón. La electricidad la rodeaba y le erizaba los cabellos. Dio un paso largo, hincando una rodilla y los tentáculos de vapor envolvieron a uno de los muñecos.
Mariann se irguió con la boca seca. Estaba sedienta y cansada. Todos la miraban, pero no decían nada. Por un momento pensó que la iban a humillar cuando Chantal Belisario se levantó.
—¡Que peculiar!—dijo. Ella tenía ojos grises y el rostro cubierto de pecas. Era muy bonita y alta. Además, la capa roja con el arcángel Miguel bordado en hilo de oro la hacía parecer una princesa.
—Gracias—Mariann miró al suelo con las mejillas encendidas.
Ella fue la única que le propuso asistir a una plaza en su castillo como aprendiz de Mago Rojo por su demostración. Los demás comentaron que su Evocación Elemental de Fluidos era débil e incompleta. Pero Chantal creía en ella y en su talento oculto... Bueno, muy oculto. Veía en Mariann a alguien capaz de descubrir una nueva rama de la Evocación Elemental.
Tercer Castillo quedaba en el Paraje, al menos, al otro lado de la isla. Pasaría una temporada sin visitar a su familia, pero aprendería un montón de cosas nuevas. El recorrido se le hizo eterno: atravesaron un bosque accidentado y llegaron al castillo rodeado de inexpugnable vegetación. Tercer Castillo era el más remoto de toda la Sociedad de Magos. La fortificación consistía en seis torres apretujadas dentro de una gruesa muralla junto a un lago. A una hora de viaje se podía visitar un pueblo minero donde se abastecía la guarnición. En esos tiempos, solo una veintena de Magos Rojos en el este de la isla cuidaba el Paraje de los magos negros. Se rumoreaba que en una parte del bosque se escondía el viejo Acromantula, y que solo salía de su escondrijo cuando su sed de sangre se volvía incontrolable.
Pero no todo fue temor por viejos cuentos en el castillo. Chantal los instruía a todos por igual. Todas las mañanas después de hacer la limpieza, se batían a duelo para mantener pulcras las habilidades. Jorkys era la más novata así que siempre le tocaba enfrentarse a ella, e ir al pueblo junto a Leonardo a comprar provisiones. Con el que más intimó fue con Jonás. Era un tipo afable de barbita negra que dominaba la Evocación Elemental de Corrientes Energéticas.
Su entrenamiento consistió en evaporar pequeñas cantidades de agua en recipientes y controlar su densidad. Creando formas con el vapor. Primero comenzaron con pequeños vasos, y su progreso fue muy lento, al final de la plaza llegó a entrenar con recipientes que contenían hasta cien galones.
Cuando Chantal no estaba peinando sus caballos o enseñándole a hacer siluetas de animales con el vapor, se iba al pueblo a investigar desapariciones de personas junto a Leonardo, que era el que tenía mejores habilidades de deducción.
Una tarde con Jonás descubrió que si llenaba una habitación con el vapor de su cuerpo podía saber cuántos seres vivos había en ella. También aprendió que al mezclar el vapor de su cuerpo con agua vaporizada, obtenía un mejor control y reconocimiento sensorial.
Jorkys le enseñó algunos trucos de la Evocación Elemental de Fluidos que parecían muy útiles. Y cuando se enfrentaban, aunque siempre le ganaban, resistía un poco más al fortalecer su reflejo. Una vez se enfrentó al robusto Brian, que era el más fuerte de todos debido a su potente Evocación de Combustión, y su reflejo resistió tres embestidas de su llamarada. Es más, pudo responder con un pulso improvisado antes de que él la derribará.
Al terminar su plaza de tres meses en el castillo. Chantal le organizó un banquete de despedida e invitó a un grupo de cantantes que permanecían en el pueblito minero. Fueron largos meses de aprendizaje, pero sentía que había crecido un montón. Jorkys se despidió de ella con lágrimas. Brian la abrazó tan fuerte que creyó que le rompería los huesos. Chantal se hizo la fuerte pero lloró cuando la abrazaba, le regaló una capa roja con el impecable arcángel Miguel bordado en hilo dorado y le dijo que tenía un lugar con ellos cuando terminara sus estudios. Leonardo, le pidió que le presentará a algunas de sus primas. Y Jonás, que había compartido tanto con ella, disfrutando del agua fría del lago y de las lecciones... le dio un cofre lleno de cartas románticas que él escribió y le confesó su amor.
Mariann partió sonrojada con ganas de volver. Terminó sus deberes seis meses después, y les presumió a sus compañeros que había sido escogida en un Castillo de Magos Rojos. Cuando partió de regreso al Paraje, la familia Louvre, comerciante de especias, la despidió con una sonrisa y un festín del que por poco salió rodando. Era la primera Louvre en convertirse en Mago Rojo.
—Espero que cuando vuelvas—su madre la besaba tan fuerte que temía que le borrará el rostro—. Estés embarazada.
—¡Mamá!
Su padre la miró por encima del hombro de su madre.
—O casada.
—¡Papá!
Sus años en el Tercer Castillo fueron majestuosos. Los únicos problemas que habían eran trifulcas entre los campesinos al pelearse por pésimas cosechas o del mal tiempo. Ellos creían que los Magos Rojos hacían milagros. Hubo un enfrentamiento cuando envenenaron uno de los pozos y una familia entera murió. Las historias de magos negros parecían simples mitos. Fueron diez años de rotunda paz. El amor entre Jonás y ella fue creciendo de tal manera que no pudieron ocultarlo. Se casarían y a retirarían del Castillo.
Mariann había madurado, ya no era esa niña que vivía la vida como un sueño. La isla estaba en paz y, con Magos Rojos o sin ellos, los problemas resultaban pequeños. En el Paraje y en casi toda la isla, los magos negros esfumaron. La vida volvía a ser tranquila.
Los Louvre aceptaron a Jonás Fonseca como de la familia. Jonás pidió una cátedra en el Jardín de Estrellas como profesor de Fundamentos y lo aceptaron por tres años. Se casarían en verano, y tendrían hijos. Era lo que ella más quería en el mundo. El milagro. Pero... por más que lo intentaron. Nunca pudieron concebir un niño después de dos años. Y lo que más la lastimó, fue descubrir que Jonás la había engañado con otra mujer y tenía una hija. Una esposa que sí podía tener hijos. ¿El problema fue ella? ¿Su vientre estaba defectuoso? Su amor no fue suficiente... Ella no era suficiente. Mariann terminó huyendo al Tercer Castillo... olvidando su vida y el amor. Se sentía pérdida, desperdiciada.
Chantal la levantó del suelo.
Pero las tragedias nunca vienen solas... Hubo una epidemia de ratas en el Paraje, y los habitantes culpaban a los Magos Rojos. Chantal y su división comenzaron a buscar indicios de magos negros. Uno de los lugareños aseguró ver diablos saliendo de la mina. Pero todo fue mentira... Cuando Leonardo, Chantal, Brian y Jorkys entraron en la mina, los pueblerinos derrumbaron el frágil techo erosionado sobre sus cabezas y los sepultaron. Mariann ahorcó a los culpables. No logró entender porqué habían hecho tal cosa, incluso después de los interrogatorios...
El rector Cassini Echevarría la nombró la Castellano del Tercer Castillo. Un título que Mariann nunca llevó tan bien como Chantal, a quien las mismas personas que protegió toda la vida... asesinaron cruelmente. Se volvió una persona cerrada. Había pasado por tantas cosas... Y luego las Guerras de Rebelión. Con la caída del Séptimo Castillo, Mariann temió por su guarnición, que era la última familia que tenía. El rey Joel Sisley le declaró la guerra a Seth Scrammer. Por temor a no contar con el respaldo de la Sociedad de Magos, Mariann encaró a los rebeldes y peleó en la Batalla de Rocca Helena, atacando por sorpresa bajo el mando de Sir Desmond Morris. Mariann creó la cortina de niebla que golpeó al pueblo antes del amanecer.
«Es una lastima que solo se canten canciones de los rebeldes—pensó, mientras subía las escaleras—. ¿Estuve equivocada al pelear por los favores de los gobernadores? No... Un héroe de verdad no necesita reconocimiento».
No supo nada de Jonás en años. No estaba lista para la verdad. A veces, se preguntaba qué habría pasado... si a esa mina hubiera entrado ella. Chantal tomaba las mejores decisiones. Cuando estaba desesperada se preguntaba... ¿Qué haría Chantal? Y ahora... La necesitaba para tomar una decisión.
«Si no me hubiera retirado después de crear la muralla de niebla... Sir Desmond habría ganado esa batalla y el Rey Dragón no hubiera ganado la guerra».
Durante la masacre al amanecer, Mariann decidió escapar junto a sus Magos Rojos de aquella cruenta batalla. Fue una decisión cobarde, pero al ver a los alquimistas y a los Magos Rojos bajo el mando de Sir Desmond matar despiadadamente a mujeres y niños... No quiso seguir. Si el caballero hubiera tenido la fuerza del Tercer Castillo en el frente, Mariann... habría matado a Julius van Maslow y la rebelión hubiera caído antes de empezar.
«Todo por mi cobardía—el salón se abrió paso ante ella—. Solo sé caminar el círculos—miraba la alfombra manchada—. Y estoy perdida».
Cuando cerraba los ojos podía escuchar los quejidos de los caballos adoloridos. La escasa guarnición del Tercer Castillo, dispersa en el Bosque Espinoso, se sublevó y no quiso obedecer sus órdenes... Querían regresar a la batalla después de la torpe huida. Así que Mariann decidió unirse a las filas de Seth Scrammer, más por vieja admiración que por interés a seguir batallando por un propósito futuro. Sus Magos Rojos no le pertenecían, eran jóvenes emocionados que querían ir a la guerra a matar y morir. Eran jóvenes del verano... imbéciles.
El Asedio de Valle del Rey fue el enfrentamiento más crudo de la guerra. Todo fue tan... asqueroso. Ella mantuvo un reflejo protector sobre su cabeza mientras a lod rebeldes que la rodeaban les llovían piedras, saetas y arpones. Pudieron traspasar la muralla gracias a los gigantes de sulfato que construyó el Gremio de Magos de Seth Scrammer. En medio de la batalla, nadie se atrevió a confrontarla... El ruido y el olor fueron insoportables. Las calles repletas cubiertas de cadáveres humanos y caballos. Si permanecía mucho tiempo al descubierto, alguien que no veía le disparaba. Del Tercer Castillo fue la única que sobrevivió.
A los suyos los encontró en montañas de cuerpos malolientes cubiertos de moscas y saetas. Niños que solicitaron plazas en el Castillo y compañeros más veteranos. ¿En qué había fallado? Ella no quería participar en ninguna guerra. Pero tampoco quiso que sus acogidos murieran de forma tan deprimente. Chantal no lo hubiera permitido.
«A Chantal todos la habrían obedecido».
Lo peor de la batalla fue cuando, con un ariete, estuvieron derribando la puerta del Castillo de la Corte. Nunca se sacaría aquel crujido que hicieron los goznes al desprenderse de las clavijas y los gritos de espanto cuando la inmensa puerta de bronce cayó sobre los rebeldes que sostenían el ariete. Mariann permanecía en el calle Estrella, mirando los barcos en el puerto arder como desperdicios. El faro había sido golpeado por una catapulta y se abrió en varias partes. El mar vomitó decenas de cuerpos hinchados. Llegó flotando un niño a la playa, se lo veía macilento y herido. Mariann no supo porqué corrió a él y lo arrastró hasta la arena... Fue un impulso. Aún respiraba. Su juramento fue ayudar a los necesitados porque fue bendecida con la quintaesencia. Cuando el niño abrió los ojos y la miró.
Aquella mirada vacía... la asustó.
Saltó con un chillido y cuchillo en mano, y se lo clavó tantas veces en el costado que no las pudo contar. Todo pasó muy rápido... Ni siquiera sabía si estaba vivo cuando sintió aquel dolor espantoso penetrando en sus costillas. Agarró al niño del cuello para retenerlo y... los ojos del niño se aplastaron. Todo el cuerpo del pequeño chisporroteo como una bolsa vacía y el vapor salió de su boca con presión. El agua de su cuerpo se secó tan rápido que no pudo hacer nada antes de caer muerto.
Mariann gritó, horrorizada por lo que había hecho. Sentía la mitad del cuerpo pegajosa, y caminar de regreso a la calle Obscura le resultó inmensamente doloroso. Las piernas se le iban y sentía que le abrían la cabeza con una pluma y le regaban el cerebro con tinta. No quiso mirar atrás, por toda la sangre que dejó en su recorrido. Cada vez que respiraba la sangre le llenaba la boca y... cayó como un saco de paja sobre los adoquines tostados. Lo último que escuchó fue una voz melodiosa y... respiró un perfume de tinta amarga.
Unos ojos dorados como soles apagados.
Nunca supo quién la salvó. Despertó mucho tiempo después, débil, en la cama de un sanatorio atendido por un viejo curandero llamado Marcel Brosse. Sus heridas tardaron demasiado en sanar, estaba delgada porque lo único que podía ingerir eran infusiones y miel. Había pasado un año postrada. El nuevo rey era un hombre llamado Damian Brunelleschi y la Sociedad de Magos cayó ante la Orden de la Integridad. La Rebelión de los Dragones murió... O eso proclamaron los triunfadores. Porque en los alrededores de Rocca Helena y Puente Blanco, se buscaba con desesperación... al Asesino de Magos.
—Esa debe ser Mariann Louvre—dijo uno de los magos. Uno con máscara de conejo en medio de una cena de hongos y verduras hervidas—. Escuché que desapareció del sanatorio cuando despertó. La bruja se convirtió en humo y escapó por la ventana.
Mariann escuchaba en la otra mesa. Tenía un oído particularmente agudo, pero un sentido del tacto bastante mediocre. Se sirvió otra copa de vino blanco aguado... Le gustaban los licores suaves.
—Carajo, hombre—exclamó el otro. Era el cocinero del castillo—. Por algo la llaman la Maga de la Niebla. En el Jardín de Estrellas fue la primera en obtener una plaza. ¡A los quince años! Yo a esa edad me comía los mocos.
El conejo levantó su jarra de cerveza y se quitó la máscara.
—¡Aún lo haces!
Las risas recorrieron la sala común. Mariann se sintió un poco mareada. Le dolía un poco el vientre. Con frecuencia le dolía, pero nada que la molestará demasiado. Si se lo proponía, no hay problema que no pudiera afrontar. Terminó de comerse el puré y las verduras salteadas. Se bebió otra copa de vino sin rechistar y se sirvió otra, decidida.
—Pues yo creo que el Asesino es Gerard Courbet—el cocinero tenía los bigotes mojados de espuma—. Recuerdo cuando vi al verdadero Courbet en una taberna. Siempre estaba con el pequeño Gerard y sus canciones hacían llorar a las mozas que llevaba esa noche. Podrían cambiar al tabernero y la clientela... Pero siempre ellos estaban allí, cantando y bailando y haciendo reír al público. Parecían dos personas corrientes que cantaban para ganarse el pan. Simplemente, no podía creer que algún día se tratarán de los dos magos negros más buscados de la isla. El Asesino de Magos podría ser cualquiera.
Javier se levantó, mareado. Tenía la túnica escarlata salpicada de vino y salsa.
—¡Lo admito, señores!
—¿Nos vas a decir que te gustan los hombres?—Dijo uno de los más jóvenes—. Porque no es ninguna sorpresa. Veo como me miras la verga cuando nos bañamos.
Las orejas de Javier enrojecieron.
—¡¿Qué?!
Los hombres de la mesa empezaron a reír. Mariann se fijó en la persona que tenía al lado: era una mujer de cabello oscuro llamada Vanessa Luna. Por lo que sabía, era una bruja del bosque que se había enredado con un Mago Rojo del Sexto Castillo, al que descubrió engañándola... con un hombre. Se decía que estaba tan rabiosa que le cortó sus partes íntimas y se las comió. ¡Se comió el pene de un hombre! O eso era lo que le estaba contando a su compañera de bebida. Mariann se preguntó si lo había asado al menos, o... aderezado cuando escuchó algo muy interesante. Por lo que sabía de Vanessa y las brujas—o comentaban las otras mujeres del salón—, eran transmisoras de la gonorrea lunar. Aquella que no se quita ni con tratamiento.
—¿En qué se habrá metido el señor Marcus?—Suspiró Vanessa—. Lleva un mes afuera. Aquí... solo hay hombres feos. Lo único interesante de este castillo ruinoso es averiguar que esconden en el sótano.
Mariann aguzó la oreja. Cerró los ojos, concentrándose en... estirar su sentido del oído. Siempre que lo hacía, dejaba de sentir las extremidades y los olores. De repente, el comedor se llenó de innumerables bolsas de ruidos que masticaban, eructaban, sorbían y reían de forma estruendosa.
—¿Qué no lo sabías?—La voz de Vanessa era como la de una niña pequeña... Una niña muy rebelde—. Bueno, es un secreto—su voz bajó tres tonos hasta convertirse en un susurro—. Yo tampoco sé mucho. Pero me he llevado a muchos hombres de aquí a la cama... Incluso a algunas mujeres con tal de descubrirlo.
—¡Mujeres!—Su compañera estuvo a punto de dejarla sorda.
—¡Como no te callas no te cuento un coño!—Aunque a estas alturas el chisme era lo más importante en sus vidas—. Se rumorea que... hay un milagro escondido en el sótano del castillo. Que solo unos pocos están allí para conjurarlo. Es como un... abismo. No me quieren decir nada. Siempre intentó sacarles la verdad con mis trucos de cama. Pero nada. No sé a qué se refieren con «milagro». Pero me dijeron que el mismo Homúnculista está detrás de aquel secreto. Zarraga es el que está a cargo y no paran de secretear al respecto.
—Quiero amor—uno voz interrumpió la conversación cuando se lanzó a ellas. Abrazando y besándolas.
Las mujeres terminaron riéndose del joven borrachín. Cuando Mariann recobró el resto de sus sentidos... Vio como las mujeres se lo llevaban tambaleándose a los dormitorios. Seguramente se iban a aprovechar de él. Era el más joven y guapo de la guarnición, porque el resto eran hombres barrigudos y socarrones. Mariann se levantó y por poco derribó la mesa. Las piernas le fallaron, pero se mantuvo en pie. Llevaba mucho rato bebiendo y nunca fue buena tolerando el alcohol. Sentía una euforia imprevisible. Los hombres se reían al borde de las lágrimas mientras Javier cantaba desafinado con la mano en el corazón y una jarra de cerveza en otra.
—OLVÍDALA MEJOR OLVÍDALA, ARRANCALA DE TI... PUES YA TIENE OTRO AMOR. OLVÍDALA MEJOR...
Mariann pasó por un lado y vio que Javier se le quedaba mirando el culo. Aunque también podría estar viendo el piso... porque ella nunca fue muy alta que digamos. Más bien, sus compañeros en el Tercer Castillo se reían de su tamaño. Aunque... ser pequeña tenía sus ventajas. Siempre podía pegarle un puñetazo en los testículos a quien se metiera con ella. Apartó esos pensamientos y se dirigió al dormitorio.
Nadie sabía que era Mariann Louvre, la Gran Castellano—bueno, no tan grande—del Tercer Castillo. Todos la llamaban Mar, y ella era una instructora de Misticismo que se había colado al castillo en busca de protección. No sabía si podía confiar en Damian Brunelleschi, que se rodeaba de personajes peligrosos como el Homúnculista y un grupo de magos negros desconocidos. Los reyes Dragón que conocía y sus enemigos... habían sido masacrados por unos golpistas que reclamaron el poder en forma de turba religiosa.
El Homúnculista le causaba una especie de terror desconocido. Quizás era porque... mientras regía en el castillo como la señora y organizaba su guarnición para resguardar el Paraje. Un homúnculo había atacado la villa donde vivían los Louvre... atraído por el aroma de las especias que pululaban en los invernaderos. Su familia nunca le hizo daño a nadie... su único pecado fue vivir en los márgenes del Bosque Espinoso. El monstruo se coló en la gran casa y mató a dentelladas a sus padres y hermanos mientras dormían. Sus tíos empujaron al monstruo a un horno y lo quemaron vivo. Decidieron deshacerse de los invernaderos por los tiempos peligrosos que corrían... Aquello le ocurrió a muchos granjeros que vivían al margen de las ciudadelas.
—Hoy fue uno de esos días, ¿sabes? De esos que te hacen llorar con la soga al cuello y morir un poco más.
El solo imaginar que un monstruo se comió a sus ancianos padres a media noche... le causaba mareos. El vientre comenzó a dolerle cuando llegó a las celdas. De seguro su luna de sangre vendría muy abundante... Siempre había sido irregular. Tenía la regla unas cuatro o tres veces al año. Y algunas veces era verdaderamente escaso el sangrado. ¿Pero... donde estaba? La escasa luz de una lámpara la condujo a las celdas desocupadas. Por allí, se escondían los secretos de la Orden de la Integridad. Mariann se quitó la máscara para ver mejor... Ajustó sus ojos a la oscuridad y las siluetas de las paredes comenzaron a desdibujarse. Se acercó a la lámpara de acero que refulgía débilmente, y...
—No la apagues—suplicó una voz desde una celda. Vio dos ojos rojos como granates que la miraban con... ¿conspiración?—. No soporto estar en la oscuridad. Es asfixiante. Tengo problemas para dormir y... el tiempo no funciona igual en este lugar cuando las luces se apagan. Los segundos parecen horas. Esa, esa... maldita influencia que están provocando bajo nuestros pies.
Mariann frunció el ceño y el retrato del joven de cabello sucio y harapos descuidados se grabó en sus retinas. Podía ver la gruesa marca en su cara como una cicatriz de fuego. Y sus ojos... ¿También podría controlar el flujo de energía que circulaba por sus nervios para ver en la oscuridad? Si era así... Se trataba de un mago hábil y peligroso.
—¿Qué sabes tú lo que hay en el sótano?—Mariann escondió la máscara en sus piernas.
—Zarraga no quiere que nadie lo sepa. La escalera siempre está cambiando de lugar. Es un hechizo del castillo que utiliza su influencia. Solamente cuando él quiera ser visto... se abren los caminos. El secreto del castillo es un pantano sin fondo... Con criaturas del averno viviendo en sus húmedas fauces. Hay oscuridad en su negrura... y terrores invisibles. Tinta negra que concede milagros, pero envenena el espíritu. ¡Están todos condenados! El sótano está maldito. Todos los que beban del sucedáneo serán condenados. Ellos... La Cabra es un recipiente. Pero no somos más que vacijas. Quiere consumir las almas... Ellos hablan muy bajo. Pero yo los escucho... Sus palabras me atormentan. Hablan en lenguas muertas. Están muertos. Y... nunca debieron traerlos a la vida.
—¿A quienes?
Y... ahora que lo pensaba. ¿Cómo se llegaba al sótano? Nunca había encontrado las escaleras. Mariann nunca había detectado algún síntoma de infestación negativa... y eso que era buena para ello. Sanz la miró a los ojos con una sonrisa torcida.
—Bonita máscara de venado—la repasó con la mirada, sus ojos brillaban con malicia... Eran dos carbones encendidos en la espesa negrura—. ¡¿Quién te puso los cuernos?!—Echó la cabeza atrás para reír. La miraba de hito en hito y soltaba una risotada de idiota—. Eres diminuta como una niña. ¿Eres una montadora de moscas? Jinete de tortugas. Nadadora de charcos—la miró con lágrimas en los ojos de tanto reírse—. ¡Uno solo nada más: corredora de ratas!
—¡Eres un grosero!
—¡Me muero de ternura!
—¡¿Ya terminaste de burlarte de mi estatura?!
El joven se aferró a los barrotes, despreocupado. La camisa que alguna vez había sido morada perdió todo color y se ve que recibió muchos disparos por las cicatrices de quemaduras.
—¿Cuál es tu sueño de redención?
—¿Cómo dices?
Los mareos se detuvieron. El joven se pasó una mano sucia por el pelo...
—El mío en este momento es un buen baño. Pero, todos tenemos un lugar al que quisiéramos volver. Una persona pérdida a la que encontrar. Y así... nuestras promesas se unen de forma complicada. Es tan sublime... Que escribiremos baladas románticas en medio del insomnio. Tan tiernas, que solo podrán cantarse en el momento justo... Cuando anochece, para no perder la dicha de aquella vil sonada. Porque cuando el cielo se torna rojizo... Nuestras almas entristecen, sentimentales. Y solo en ese momento... aquellas baladas tristes cobran sentido en nuestras vidas. Porque pertenecieron a otras personas, en otras noches... y a otras vidas.
—No entiendo nada de lo que dices.
—No espero que me entiendas—el joven hizo ademán de quitarse los brazaletes de oro—. Solo quiero saber... ¿Cuál es el deseo egoísta de tu alma? Todos tenemos un anhelo por el que daríamos la vida. De esa forma todas nuestras cargas desaparecían. Todo ese dolor se quedaría atrás. Porque... todos tenemos un deseo incompleto en nuestro interior.
Mariann se tocó descuidadamente el vientre. No quería pensar en ellos...
—¿Y cuál es el tuyo?—Masculló, despectiva, hecha una furia—. ¿Bañarte?
Sanz miró, pensativo, a la distancia. Y guardó ese secreto para sí mismo.
Aquella charla sin sentido la estaba dejando exhausta. Se marchó, cansada de aquellas celdas hasta las habitaciones en la torre gutural junto al patio de armas y el almacén de artillería. Pero no encontró la salida de aquel paradójico corredor de celdas vacías.
Buscó una salida por una bifurcación desconocida donde no existía ni una gota de vida. Era como si las ratas hubieran sido exterminadas por los fantasmas. Respiró un aroma desagradable... Olía amargo. Era como si le hubieran encajado dos clavos en la nariz. No era un aroma putrefacto... Era más bien el de velas hechas con amoníaco.
Mariann decidió no seguir adelante por aquel corredor silencioso. Pero, una curiosidad malsana se apoderó de su espíritu... Dio un paso. La borrachera, el cansancio y la saciedad desaparecieron. Volvió a respirar aquel humo acre y lo encontró vital. Perfumado como su vieja mansión en la villa de las especias. Aromático como los viejos invernaderos donde cazaba bichos con sus primos. Siguió caminando por aquel corredor misterioso... y sus pasos resonaron sobre la piedra hueca. ¿Qué lugar era aquel? El aroma afrodisíaco despertaba sus sentidos. Se sentía como una fiera detrás de su sangrienta presa. Pero no lograba ver el final de aquel túnel invisible... Las paredes se distorsionaban, pero cuando volteaba a verlas... solo veía la dura piedra.
Mariann se paró en seco, inhaló profundamente y llenó sus pulmones con aire. Retener aquel delicioso aroma fue una exquisitez.
«La corriente de un río deshace una gran piedra». Imaginó la Evaporación de Líquidos Corporales.
El agua de cuerpo se calentó y sus mejillas se encendieron cuando sopló un vaho de vapor caliente. La nube espesa de olor salitre fue creciendo a su alrededor hasta envolver el corredor en una neblinosa y densa envoltura de vapor. La humedad pesaba en el aire. El rumor de un viejo arroyo discurría dentro de su cabeza. Aquel vapor hirviente de agua densa recorrió cada rincón del inundado corredor... Iluminando cada espacio en su mente como una extensión de su cuerpo.
Mariann caminó despacio hasta una pared a su izquierda y... tanteó con las manos. Dio un paso y los escalones aparecieron a sus pies. Bajó por aquella empinada escalera y el aroma se volvió irresistible. Pero... ¿aquella era la cámara secreta que escondía el Castellano del resto de la Orden?
Mariann suspiró, se atragantó...
Inhaló un aroma acre que la hizo toser de forma violenta. Fue como respirar polvo de azufre. No sabía que estaba haciendo allí... Perdida, en algún lugar del espacio entre las dimensiones.
Tanteó en la oscuridad y ni siquiera la esencia enfocada en sus ojos era capaz de divisar alguna forma en aquella perenne fosa. Sorbió un poco del aire viciado, y... probó un peculiar almizcle de clavo, canela, nuez moscada y otras especies. Recordaba aquel lugar...
Ya no era Mar, la fugitiva que escapaba de los problemas. No... Era otra vez Mariann Louvre, riendo con Jonás en las lecciones del Tercer Castillo y corriendo a través de los invernaderos de especias aromáticas.
Comenzó a divisar un sendero quebradizo y un túnel luminoso. Echó a correr, sobrecogida por aquellas nuevas emociones que sentía. Todas sus experiencias no eran ni la mitad de bellas que aquellas sensaciones. Se sentía viva otra vez... Cuando llegue al final de aquel túnel lo sabría. Podía escuchar la llamada. ¿Quiénes eran esas voces? A sus pies el camino parecía eterno, pero no dolía... Se movía sobre la luz como montando un rayo de sol. ¿Cuánto tiempo llevaba corriendo? Parecían años... Milenios. ¿Y si dudaba? Lo único que importaba era aquel olor dulzón de delicias culinarias. La sazón de toda buena familia. No dejó de correr cuando aquellas estrellas lejanas llovieron. Cerró sus ojos con fuerza esperando chocar contra el muro luminoso. Una luna de sangre cayendo sobre la tierra.
Mariann se detuvo en el umbral de aquel portal, dispuesta a arriesgarse. Y el camino infinito desapareció... Volvía a estar en un lugar húmedo, con plantas extrañas que se movían como serpientes dormidas y una extraña luz tenebrosa. Desde singulares formaciones de arboledas colgaban, tubulares, aquellos bulbos oscilantes. Mariann tuvo miedo de tocarlos... Se veían peligrosos, como si quisieran asfixiarla. El suelo era un amasijo fangoso de hojas marchitas tan distintas que nunca en su vida había visto aquellas formas. Sentía que la miraban desde la oscuridad... Unas pequeñas criaturas retorcidas que sabía Dios quién las creó. Debajo del aroma de las especias... existía un vacío húmedo.
Susurró una plegaria a Bel y caminó, a tientas.
A medida que se adentró al fango negro descubrió siluetas humanas con rostros retorcidos que la miraban, expectantes, desde sus distancias prudentes. Un pequeño charco oscuro era agitado por una brisa misteriosa.
Mariann sintió una tremenda sed. La lengua se le pegó al paladar y estuvo a punto de lanzarse al charco y beber de sus fuentes oscuras. Pero el instinto la detuvo. No quería estar allí... y el aire sulfuroso volvió a aporrear sus pulmones. El agua negra se removía, purulenta. Algo no estaba bien en aquel líquido, era muy espeso y no reflejaba ningún color. Parecía contagiarse de una singular vida.
La sed que tenía era insoportable. Su garganta se caía a pedazos, pero aún así... aquel estanque oscuro le erizaba la piel. Las figuras secretas la miraban... esperando. El líquido se removía inquieto. Solo quería dar un sorbo... de aquel líquido abismal. Podría recuperar sus fuerzas. Podría...
Mariann se tocó el vientre, conteniendo las náuseas y el dolor. Se sentía terriblemente sola, abandonada por todos. En sus aguas de tinta negra podía sorber el milagro. Aquel sueño de redención al que aspiraban todos los seres rotos.
Se arrancó el manto escarlata manchado de tierra seca... y sus senos abundantes cayeron, desnudos. El frío le perforó la piel, pero el estanque se veía cálido. Arrojó la máscara, que desapareció entre las enredaderas. Se quitó las sandalias, las medias y los calzones. Quedando completamente desnuda. Sus pies embarrados se acercaron al borde del estanque. El líquido se estremeció ante la espera... Estirándose un poco para poder saborearla.
Y se negó ante aquel pensamiento. Aquellas aguas negras cobraron vida, se levantaron, vibrando, y tomando mil formas con un chillido estremecedor. Su fuerza de voluntad se impuso ante aquella entidad... Su mente se abrió y encaró a aquella fuerza desconocida. Mariann sintió que su piel ardía. Sus poros despedían vapor a chorros y cuando se miró las manos... vio que estas brillaban con un tono azul pálido. Su cuerpo desnudo despedía un brillo incandescente, refulgía como una flama azulada. Mar estiró una mano y el monstruo de líquido se acobardó... perdiendo su solidez en una mueca viscosa de espanto. Pero la ansiaba, quería intimidarla con su tamaño y devorar su esencia. El brillo de Mariann crecía con cada pensamiento... El vapor olía al océano y a especias viejas. Su cuerpo comenzó a vibrar. La entidad soltó un chillido tenebroso y se lanzó a la mujercita.
Mar cerró los ojos y desapareció. Aquel sitio lúgubre había desaparecido con un parpadeo. Estaba recostada en el suelo, al final de las escaleras de la torre de los dormitorios. Se sentía mareada y muy pesada. Llevaba puesta la vestimenta escarlata y la máscara. También estaba cubierta de vómito apestoso y sudor pegajoso. Al menos, no estaba desnuda...
Solo había sido un sueño.
Intentó subir las escaleras con el cuerpo adolorido. Tenía moretones y la boca llena de sangre. Puede que se haya caído de las escaleras, borracha, y haya dormido en el suelo. Era lo más probable en aquel punto. Durante un minuto intentó recordar los fragmentos de aquel sueño... o pesadilla. Pero todo fue desapareciendo, en la niebla de su memoria, mientras subía los escalones. Tenía la túnica manchada y desgarrada por la caída, y... No llevaban las sandalias: sus pies desnudos estaban cubiertos de fango seco y hojas muertas con formas que nunca había visto en vida. Era muy extraño... Porque el agua del castillo pertenecía a una serie de pozos acuíferos excavados hace muchos años y estaban en periodo de sequías. Se sentía muy cansada. ¿Dónde había estado toda la noche?
Porque el pantano más cercano estaba a cien leguas de distancia y era imposible llegar en una noche.
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