La espeluznante desaparición de Robert Mendoza se ha posicionado como uno de los misterios más lamentables en la historia de los Médanos de Coro. El agente fue enviado al desierto junto a un excéntrico asesor del Círculo Ocultista de Puerto Bello, para investigar a un indeterminado culto extranjero dedicado a las Ánimas del Guasare, cuyas repugnantes actividades nocturnas provocaron pánico y agitación entre los supersticiosos habitantes de la región de Paraguaná.
Entre los horrores redactados en sus informes periódicos se muestran descriptivas leyendas de un Mal inmemorial en forma de un proboscídeo extragaláctico, enaltecido por un grupo clandestino y hermético de extranjeros asiáticos... en disputa con una cuadrilla esotérica local, que escaló rápidamente hasta convertirse en una sangrienta confrontación que, pese a la confianza depositada en nuestro agente fundacional, su veracidad nos es imposible comprobar debido al carácter fantástico y casi hilarante de su enfrentamiento. Antes de desaparecer por completo entre las dunas de aquel desierto escalofriante, preso de un enloquecido terror, dejó a las autoridades locales su reporte final con una advertencia alarmante sobre la incursión de seres indescriptibles e irracionales provenientes de puertas malditas abandonadas en nuestro planeta hace incontables eones...
Oriundo de Puerto Bello y certificado como Agente Fundacional de Segundo Grado, Robert Mendoza fue trasladado a su ciudad natal como apoyo policial en las detenciones de magos negros irregulares e investigaciones de logias esotéricas dedicadas al latrocinio de huesos en los camposantos y artefactos en los museos. Su afinidad al Hermetismo—mención honorífica en su graduación—, significó un aporte valiosísimo para la sede fundacional en cuanto a la clasificación de los detenidos y el procesamiento de sus fechorías... ampliando el registro de prácticas punibles y peligrosas, y reduciendo las acusaciones injustas a los neófitos del Misticismo. Trabajó durante dos años en el Departamento de Análisis de Datos y desarrolló un programa para identificar los delitos incurridos en las distintas ramas del árbol metafísico de la «Brujería y Hechicería». Aporte que le valió una patente y una promoción; resultando en una diversificación de su carrera como oficinista y asesor a investigador fundacional en el campo del Ocultismo. Este rango le permitió ser participe de conferencias taumatúrgicas, detenciones a enloquecidos necrománticos, redadas a círculos confabulados con entidades espirituales malignas, e investigaciones de índole académica relacionadas.
Las denuncias sobre cambios fenológicos y actividades relacionadas con la llegada de foráneos y el desarrollo de ritos relativos al Macumba; propició un sentimiento de inquietud en la población cristiana de la Península de Paraguaná: comprendiendo los pueblos de Santa Ana de Coro y la Sierra Falconiana. Estos avistamientos de turbas religiosas y procesiones nocturnas habían perturbado por meses a los provincianos supersticiosos, creyentes de un gran presagio relacionado a una fecha próxima, que en el pasado había provocado el pavor colectivo con la aparición de espantos y fuerzas tenebrosas... dejando un saldo de fallecidos que aún, veinte años después del incidente desconocido, seguía afectando a los allegados de las víctimas. Estos pueblerinos endiosados y practicantes del sincretismo local habían formado una cuadrilla para espantar a los extranjeros en sus espeluznantes ceremonias nocturnas, pero la agresividad de ambos grupos había escapado al control de las escasas autoridades policiales... y estaba a punto de convertirse en un baño de sangre si no arreglaban el malentendido.
El agente Robert Mendoza, experto en materia de hermetismo, fue designado para investigar a fondo las causas de estas rencillas, y como único apoyo contactó a Juan Resplandor, del Círculo Ocultista de Puerto Bello, para que lo acompañase en su periplo al desierto venezolano. Este anciano y excéntrico taumaturgo era un reconocido erudito que fungía en calidad de Agente Especial para la Fundación Trinidad, pero debido a su necedad y arrogancia había sido eximido de muchos casos en los que se le solicitó asesoría. La razón detrás de este enlace se pudo prever gracias a la anterior colaboración entre ambos hombres tan dispares, y el amplio conocimiento en teorías mágicas y mitologías sudamericanas; fundamentales para la investigación.
Partieron de Puerto Bello en autobús, y los reportes comenzaron a llegar semanalmente... arrojándonos lentamente a un horror conjurado en lo profundo de las dunas dibujadas por el viento durante las noches serenas del árido páramo tapizado de huesos, cual valle de osamenta reseca visitada por el profeta Ezequiel, del que se levantarían los muertos encarnados por manifestación del Dios hebreo. Las carreteras del norte los condujeron al occidente del país, remontando las irrupciones montañosas de la Sierra de Falcón, y atajando las estribaciones y valles interiores por carreteras zigzagueantes, avistando en la lejanía las venas de agua del interior del país que discurren hacía la costa para desembocar aquella sangre grasienta en el golfo. R describe interminables estepas de exuberantes cactáceas y espinosos matorrales... mientras un flemático Juan se descomponía en la catalepsia inducida por pastillas salutíferas para las náuseas. El sol hierofante se fundía en las sierras dentadas de arbustos iracundos y picachos escarpados... hasta esconderse completamente en el regazo del horizonte, desdibujando los faroles crepusculares de un más allá púrpura, de asentamientos campesinos poblados por fantasmas con estrafalarios sombreros de paja y extensos arrabales cuyas casuchas destartaladas de láminas ensambladas, eran refugio de estirpes inferiores sobrevivientes a la disgregación del mestizaje.
El Profesor Juan Resplandor era amante de la arquitectura, y es notable su influencia en los reportes del Agente Mendoza, pues un esbozo de sus anotaciones personales había contagiado al joven brillante. Al amanecer llegaron a la Ciudad del Viento, antepecho a la Península de Paraguaná: una formación geológica que sobresalía del Pacífico, unido al continente por un sendero estrecho bautizado como Istmo de los Médanos de Coro, cuyas dunas de arena acumuladas por la persistencia de vientos alisios y el arrastre de las corrientes marinas... contenía el preludio abominable de un horror abortado en las profundidades de los abismos oníricos.
Robert transcribió perfectamente las descripciones históricas que su ensimismado compañero le proporcionó al recorrer en taxi las avenidas populosas que parecían detenidas en una época previa a la revolución industrial. La urbanización de las parroquias alcanzaba el espigón del puerto de La Vela de Coro y Las Calderas del adyacente municipio Colina, herederos de una arquitectura monumental del período colonial y republicano con características alusivas a la arquitectura de Andalucía, influenciada por las corrientes neerlandesas procedentes de las vecinas islas de Aruba, Bonaire y Curazao. Los acabados exhibían materiales y técnicas indígenas como el barro, adobe y el bahareque; y el trazado de las calles combinaba el tradicional damero español con la disposición irregular de las ciudades medievales alemanas... influencia del lustro bajo el asiento de los Welser, comandantes germanos que gobernaron la primera provincia de Venezuela bajo designio de la Corona Española; a expensas del Cacique Manaure de los Caquetíos.
La Ciudad del Viento era un asentamiento fundado por los españoles hace quinientos años que sobrevivió a la conquista y colonización en el interior del continente; al sur del Istmo de los Médanos de Coro, en una llanura costera flanqueada por el desierto al norte, y las sierras al sur. El puerto recibía embarcaciones de todo el territorio y transbordos provenientes de otros países a los confines del mar Caribe. En su fundación se denominó Santa Ana de Coro, a la usanza española de bautizar las nuevas ciudades en América según el santoral católico y junto al topónimo de la lengua indígena caquetía que significa viento. La frivolidad de Juan arrojó humo a la historia de los Welser: banqueros alemanes de Augsburgo, a quienes el emperador Carlos I de España les había entregado la Provincia de Venezuela para condonar una deuda; convirtiéndose en punto de partida de numerosas expediciones a los Llanos, los Andes y el río Orinoco en busca de El Dorado... hasta que los españoles se hartaron de los alemanes y los pasaron por la espada en un arrebato sangriento.
Entre las calles empedradas y adoquinadas se alzaban construcciones de estilo colonial como el Teatro Armonía, museos con una vasta representación de iconografía católica, vistosos estadios y complejos polideportivos; el monasterio franciscano en la Catedral Basílica Menor de Santa Ana de Coro, la Iglesia San Clemente casi tan antigua como la ciudad, y la Iglesia San Nicolás de Barí junto al camposanto más antiguo de Coro, refugio de una cofradía de zambos de mala fama; avistaron canchas deportivas, parques y la Concha Acústica de Coro... aunado a la entrada al Parque Nacional Médanos de Coro: el Istmo que une la Ciudad del Viento con la Península de Paraguaná, cien mil hectáreas de desierto sembrados con los huesos de las Ánimas de Guasinas.
Robett y Juan se alojaron en el Ateneo, sede de la policía de Coro: un edificio sencillo con reminiscencias coloniales de tejas criollas, un portón de madera de doble hoja y ventanas rectangulares. El sargento Rubén Sánchez les presentó los reportes de extranjeros palestinos, libaneses y asirios que llegaban a la ciudad... algunas veces hasta llenando las avenidas comerciales en verdaderas caravanas de cientos de foráneos que nadie sabía cuándo y cómo habían llegado.... desapareciendo al anochecer. Las autoridades pensaban que se trataba de grupos enteros de ilegales refugiados en sótanos... pero hasta ahora no habían encontrado más que a unos pocos extranjeros residentes en los condominios costeros con negocios propios. La razón de esta desconocida afluencia era un misterio—los oficiales habían buscado infructuosamente túneles subterráneos y trampillas a madrigueras en casas sospechosas—, pues los numerosos visitantes podían desvanecerse completamente en cuestión de horas... sin dejar rastro en aquella apretada ciudad de trescientos mil habitantes.
En la Ciudad del Viento y los pueblos cercanos de la Península se reportaron accidentes provocados por los extranjeros en encontronazos con la ley, aunado a las frecuentes procesiones de índole pagana y fogatas nocturnas en las dunas, cuyos cánticos y gritos provocaron un inusitado malestar y pavor entre los costeños que rememoró un capítulo de terror y fatalidad impreso en la memoria de Coro. La mayoría de las querellas ocurrían entre estas gentes, pues un israelí le vació el cargador de su Glock a un asiático cincuentón por una vieja rencilla que fue incapaz de explicar a las autoridades por la barrera lingüística... este detenido esperaba un interrogatorio cuando desapareció de la celda dejando únicamente un pentagrama pintado con su sangre. Eran frecuentes los accidentes de este género, pues aquellos extranjeros escurridizos desaparecían tan pronto cometían un delito grave... dejando perplejos a los oficiales del orden.
Algunos habitantes de la ciudad y los asentamientos peninsulares habían pactado un acuerdo para formar una cuadrilla con el propósito de ahuyentar a los extranjeros de los pueblos. Esta cuadrilla se reunía con frecuencia en el Cerro Santa Ana, el pueblito de Punto Fijo y la Iglesia San Nicolás de Barí en la Ciudad del Viento para atraer adeptos a su causa radical: conformados en su mayoría por disgustados pescadores que recordaban los funestos acontecimientos de hace dos décadas que comenzaron con la llegada de cultos extranjeros y jóvenes inflamados por el descaro de los turistas; aunque no representaban un peligro real, el alcalde preveía un estallido social fulminante.
Los mestizos, zambos y mulatos de esta agrupación poseían un carácter pseudo religioso partidario del Macumba y el sincretismo católico en veneración a la Virgen de los Vientos... cuyas apariciones en la costa hace veinte años habían incrementado el fanatismo vulgar tras las insinuaciones de un horror—pronunciado en voz baja con fundado temor—, que asoló la península y dejó un saldo de muertes aborrecible en un episodio neurótico. Se hacían llamar la Cuadrilla del Viento, y tenían una especie de búnker en el Cerro Santa Ana donde escondían—según chismes cabales repetidos por las malas lenguas—, un arma secreta para expulsar a los intrusos. Esta amenaza de guerra civil mantenía en vela a los dirigentes del municipio y las autoridades del orden... pero el disgusto público que provocaría detener a los líderes de la cuadrilla sería peor.
El problema surgió cuando unos muchachos asiáticos mataron a golpes a un joven costeño durante un encontronazo en un pueblito peninsular compuesto por menos de veinte casas. Los homicidas no hablaban el español, y se habían prendado de una joven beldad mestiza cuyo hermano corrió en su defensa para ser triturado a golpes... cuando llegaron los demás hombres del sector, los foráneos se habían retirado al interior de la península árida. La cuadrilla enseguida emplazó en su persecución, barriendo los pueblitos peninsulares y provocando enconados enfrentamientos con otros extranjeros que preparaban fuegos nocturnos en las dunas... pero jamás se encontraron con los perpetradores del crimen. Aquella impotencia se convirtió en una rabia ciega guiada por el mártir asesinado, y estaba escalando en lo que posiblemente sería un derramamiento de sangre espantoso. En el Cerro Santa Ana se estaba gestando un desconocido armamento...
Cuando Robert interrogó a los policías sobre el terror que arremetió en la Península de Paraguaná hace veinte años, cuyos estragos aún permanecían vigentes en el rencor de los costeños, llegando en oleadas a los habitantes de Ciudad del Viento... los oficiales se encogieron de hombros murmurando por lo bajo: «habladurías sin sentido sobre espantos». Los registros policiales de esa época contenían denuncias explícitas sobre acosadores nocturnos, cultos satanistas que aterraban a las comunidades cristianas y alucinaciones colectivas relativas a luminiscencias celestes... que fueron aumentando paulatinamente hasta sumergir la península en un pánico irrefrenable, provocado por el avistamiento de seres espantosos deambulando por las calles en la madrugada y un intenso y prolongado temblor que por poco devuelve la península al fondo oceánico. Entre las defunciones registradas durante aquellas tres noches de terror se documentaron infartos cardíacos y ataques epilépticos fulminantes... así como mutilaciones y desfiguramientos provocados por bestias salvajes. Debido al escaso personal policíaco de la época, las investigaciones concluyeron prematuramente en casos clínicos de histeria inducidos por las ceremonias nocturnas de los turistas y se achacaron los ataques a un felino exótico escapado de una finca en la sierra falconiana.
Por quimeras, el erudito Juan llegó a conclusiones aterradoras sobre esta capitulación... aludiendo a la insensatez de los policías de ese tiempo. Enseguida tomó notas mientras se dirigían en carretera a la comunidad de Punto Fijo, atravesando la carretera del istmo hasta el interior de la península con morosidad... en los que exacerba concepciones de aquella tierra como retazo de un mundo sombrío poblado por entidades caóticas que crecen y se contraen en las profundidades del tiempo. Robert solicitó información en los servidores sobre cultos extranjeros y accidentes de brujería documentados en Coro para rellenar los agujeros en su investigación sobre la posibilidad de un desdoblamiento espacial y la materialización de fuerzas oscuras; cavilando también, según su forma de ser, en las ramas esotéricas que aquellos pescadores isleños concebían de su sincretismo afrocubano.
«Virgilio Medina es un cuarentón de reducida estatura y panza cervecera que vive en Punto Fijo, dueño de seis lanchas y una pulpería con las que abastece de pescado y mariscos a los restaurantes playeros de la Ciudad del Viento. También es uno de los líderes de la Cuadrilla del Viento, marcado por los ritos afrocubanos del Macumba y la Santería: religión profesada en la península. En su altar se pueden ver al médico José Gregorio Hernández y a Don Nicanor Ochoa, junto a un álbum de fotografías de sus viajes familiares a la Montaña Sorte para ser despojado por el mismísimo Mago Okeanos. Es bastante amable y risueño, pero su esposa dice que es Materia del Cacique Guaicaipuro: un indio aguerrido, insaciable y belicoso que machaca el español; cuando ocurre esta posesión se convierte en un individuo completamente diferente, cuya autoridad en la cuadrilla resulta irrefutable».
Robert Mendoza y Juan Resplandor se asentaron en Punto Fijo y entablaron rápidamente una estrecha amistad con los dirigentes de la cuadrilla de zambos y mestizos, que veían en la sabiduría del ocultista de Puerto Bello una divinidad comprobada. Entrevistaron a varios miembros de todas las edades, descubriendo en ellos la profunda aversión que provocaban los extranjeros y la mitología originada alrededor del incidente de hace veinte años que terminó con un catastrófico temblor. El agente nos describe las doctrinas de estos costeños con su particular despectivo:
«La mayoría de estos adeptos practican sortilegios por puro impulso empírico, debido a un saber heredado de sus antepasados indígenas mezclado con sus propias invenciones, sin conocer los fundamentos de la teoría mística o los principios herméticos de la Magia Simpática.»
Las preguntas de Juan resultaron en aportes más significativos a la investigación, porque revelaron hasta una docena de cultos cosmopolitas de adeptos asiáticos y africanos, cuyos nombres engorrosos resultaban en traducciones simplonas como: culebra roja, dragón amarillo, tigre escondido y sangre muerta. Según la cuadrilla, enemigos jurados de estos cultos anarquistas, en Ciudad del Viento y ciertas cavernas ocultas de la península podían encontrarse unas puertas mágicas ideadas por estos extranjeros que conectaban sus lejanos países con nuestras tierras. Guardaban con celo estos métodos milenarios, del que los costeños solo conocían por habladurías, suponiendo el saber detrás de los extraños Signos Cabalísticos en los Altares de Piedra de sus guaridas y los tatuajes seráficos grabados en sus pieles. Estos cultos poseían conocimientos horribles gracias a sus encuentros con servidores invisibles bajo su potestad y emisarios de estrellas lejanas que grabaron códices en planchas de piedra... así como viajeros entre los suyos que aprendieron los misterios del desierto por susurros de los terribles djinns y los efreets, impredecibles genios de los antiguos mitos orientales. Los acólitos más versados de sus círculos—de los que se decía tenían más de quinientos años de edad—, podían obrar prodigios oscuros y aberraciones materializadas capaces de enloquecer a los despavoridos como las vistas durante el Terror de Paraguaná.
Cuando les preguntamos sobre este suceso, la mayoría eran infantes y guardaban opiniones dispares y escalofriantes recuerdos... pero las imágenes más vividas del terror lo enfrentaron los más ancianos y el propio Virgilio; que destapó una botella de aguardiente para reavivar las ascuas de aquellos recuerdos plañideros aún frescos en su memoria. Contó con vehemencia, secundado por los testimonios de otros pescadores más jóvenes... cuando aún funcionaba el Centro de Refinación de Paraguaná, y la península era un atractivo turístico demandado por sus hermosas playas bajo un penacho de nubes cálidas. Todo el día se oía el estruendo de los autobuses turísticos en la autopista que cruza el ventoso Istmo de los Médanos; hasta el populoso Cerro de Santa Rosa y el septentrional Cabo San Román, donde se alcanzaban los faroles de Aruba en las negras noches perfiladas por las templadas aguas del golfo.
Cuando la hotelería no estaba tan estancada podían recibir una afluencia de hasta mil visitantes diarias, trayendo consigo nuevas inventivas y enajenaciones a un valle crepuscular de escuetos bancos de arena y antiguos huesos a la intemperie abandonados al calor del sol por las hambrunas en Paraguaná y el exterminio de los indígenas caquetíos durante la contienda emancipadora.
Los extranjeros—sobre todo los provenientes de las Tierras Santas y el sur de Asia—, solían encender fogatas y entonar letanías en lo que se confundía un idioma visceral y muerto... llegando a perturbar grandemente a los locales con sus alaridos y procesiones nocturnas vistiendo levitas blancas y máscaras. En las numerosas cuevas subterráneos cercanas al Cerro Santa Ana aparecían altares con ofrendas de sangre, y holocaustos animales que sorprendían a los brujos peninsulares por la crudeza de sus ritos y las blasfemias de sus creencias. Se concebía que Paraguaná estaba marcado por la sangre y el dolor, pues incontables personas habían muerto durante la hambruna de 1912, un año entero sin lluvia que provocó una hambruna en que obligó a miles de personas a cruzar el istmo hasta Coro. Los cadáveres abarrotaron el desierto y el cielo se cubrió de zamuros durante la larga procesión de almas cargando sus fardos niños. Sus huesos sin tumba yacen dispersos en las dunas... y fueron aprovechados en aquella época aciaga por los brujos haitianos devotos del Palo Mayombé y el Vudú Africano. Una energía negativa fluía a raudales durante los recitales blasfemos... y la Muerte se podía palpar en el aire hinchado por aromáticos inciensos, así como el hedor encarnado de la podredumbre, como si aberturas obscenas a exhumaciones infernales fueron profanadas por oscuras hechicerías. Los incidentes relacionados a espantos coronados en la cima de los cerros comenzaron... quizás al mismo tiempo que las luminarias nocturnas que descendían del firmamento como gases nebulosos de iridiscencia enfermiza... desdibujando las nubes con excrecencias boreales de alientos ultraterrestres.
Los Aquelarres eran celebrados cada anochecer en algún punto de la península, como presagiando la apertura de portales ignominiosos... que más tarde indujeron los avistamientos de fenómenos teratológicos por criaturas rarísimas que provocaban espanto y aversión por la deformidad de su morfología; algunas tan nefastas que fulminaron a sus observadores con repentinos infartos o accesos de locura. En esos tiempos, los perros y gatos comenzaron a desaparecer de sus hogares... y muchos gallineros y establos de bovinos eran abiertos al amanecer con todos sus animales muertos. Las denuncias y persecuciones de animales salvajes resultaron ineficientes para disipar la preocupación en la que se sumían los pobladores... contagiada a los niños como aversión a las ceremonias nocturnas de los demonios extranjeros.
Según Virgilio, los cultos exóticos asentados en la península estaban buscando un pasadizo secreto en una caverna. Algunos suponían que era una entrada a la Tierra Interior poblada por hombres serpiente; otras aceptaban la posibilidad de una puerta al infierno en las profundidades; pero unos pocos, siguiendo los lineamientos a los que se atenían estos conocedores de rutas secretas, debía tratarse de una caverna misteriosa que interconecta el mundo como las venas del planeta... Así como los Túneles del Guácharo que esconden secretos incognoscibles excavados en el macizo guayanés. Aquellos cultos sectarios perseguían la pista de un antiguo poder, según el hallazgo arqueológico de un pergamino macedonio sobre ciertas formaciones geológicas...
Según su propia versión del Terror de Paraguaná, Virgilio era un veinteañero pedante que dormía en su hamaca tras un día de pesca escasa y extenuante reparación de lanchas. Dormía, escuchando los cánticos litúrgicos de una secta árabe acompañada de flautas y otros extraños instrumentos que no reconocía... cuando la salmodia frenó repentinamente y quedó en silencio. Solo para encenderse en un grito indistinguible de terror y demencia que despertó a todo el pueblito... Rápidamente las calles se llenaron del gentío somnoliento, él se quedó adentro y avistó por la ventana un horror que, aún hoy, no cree posible su existencia en la Tierra: el ataque de una criatura cuadrúpeda y blanquecina, desprovista de ojos, y cubierta escamas burbujeantes y cola negra y espigada... que saltó sobre los desprevenidos y los trituró en sus fauces colmilludas parecidas a un boquete circular. No fue lo único horripilante que sucedió, pues... escuchó una retahíla de alas correosas sobrevolando el cielo, y descendiendo como cometas. Los gritos se mezclaron con aquella sinfonía de chillidos y espectros nebulosos... mientras esa claridad enfermiza color oliva descendió para inflamar las tinieblas de polaridad iridiscente. Su padre salió para averiguar que ocurría, y nunca lo volvió a ver...
El horror culminó con lo que la alcaldía declaró como «temblor», pero... estaba seguro que aquello no fue una irrupción telúrica nacida en las entrañas de la tierra: era lejana, repentina y rítmica... como el latido de un corazón injerto en la península a punto de reventar y sumirse en el arrecife. Él se salvó junto a su madre y hermanos por permanecer encerrados... y no abrir la puerta a ninguna voz que, aunque conocida... no era posible para una garganta modular ese timbre y tono. Afuera se desató un pandemónium indescriptible de muertos bailarines y criaturas de otros mundos... hasta que llegó el amanecer, y la noticia del terror se esparció por Coro. Los cuerpos mutilados fueron trasladados rápidamente a la Ciudad del Viento e incinerados por las autoridades gubernamentales sin el consentimiento de sus familiares... y los testimonios fueron silenciados mientras los extranjeros se marchaban en tropel por medios que aún son desconocidos.
Los cultos heterogéneos de esas tierras lejanas habían retornado para culminar lo que esa noche se precipitó a nuestro mundo... pero esta vez, se estaban organizando para, según citas textuales del propio reporte del agente fundacional:
«Para combatir a estos poderosos ocultistas capaces de rebasar las fronteras del mundo e invocar servidores perversos de las estrellas... La Cuadrilla del Viento había ideado una contingencia en el Cerro Santa Ana, y cuando les preguntamos qué era... Respondieron que estaba prohibido hablarlo con los no iniciados. Pero, lejos de ser una sustancia espiritual... se trataba de un armamento físico y poderoso legado por un rabino sefardí de la isla vecina de Curazao. ¿Qué podría ser?»
Durante un mes estuvieron en Punto Fijo, recorriendo los pueblos peninsulares y conversando con los miembros de la cuadrilla... intentando acercarse a los cultos extranjeros y siendo apartados con hostilidad. Los síntomas de una insidia estaban enturbiando el clima de la isla. Habían identificado grupos israelíes como los Leones del Sol, de saberes cabalísticos y antiguas maldiciones talmúdicas; la Orden Malaya, compuesta por hindúes que escondían cajas con armamento militar en las cavernas; la Clave de Moisés, cuyos guerrilleros judíos habían sido vistos transportando barriles de pólvora; el Círculo de la Serpiente Roja, integrada por sudafricanos negroides que danzaban al ritmo de tambores inmemoriales junto a sus ancestros tribales; y el Culto de la Serpiente Emplumada, formada por mexicanos belicosos que disparaban al cielo en las noches tormentosas. Habían grupos más reducidos que pasaban desapercibidos, pero en cada uno de sus movimientos podía sentirse la atmósfera propensa a una precipitación de sangre con conclusiones nefastas... capaces de remodelar la estructura del planeta y dar fin a la edad del Hombre. Lo que estuvieran buscando por causa del pergamino macedonio, debía ser una reliquia todopoderosa de un mundo olvidado.
«Es interesante comprender el ansia casi universal de los neófitos por radicarse en la morbosidad de la magia del caos, ajena a todo axioma y dogma establecido por los antiguos maestros. Estos sujetos terminan pecando por ignorantes y sufriendo las consecuencias de un enlace insospechado con las entidades impredecibles que pululan en los Astros; mientras la marginada Goetia: práctica de invocar ángeles y demonios según las enseñanzas del Grimorio de Salomón, es desterrada como lubrica y pueril... y la filosófica Magia Hermética, destinada a conectar con reinos espirituales superiores, se hunde más en el olvido.»
Robert advirtió que pronto llegaría la Noche de Walpurgis, aniversario del Terror de Paraguaná, y una extraña actividad se estaba levantando en la península: las procesiones nocturnas recaían en intercambios de disparos, los círculos orientales comenzaron extensas excavaciones cercanas al istmo y las cavernas parecían abarrotadas de una fuerza invisible y purulenta. Virgilio Medina, Euclides Duarte y José Guzmán estaban a la cabeza de la Cuadrilla del Viento, y asignaron muchachos para vigilar las comarcas en caso de extrañas manifestaciones... diciendo que pronto llegaría el día pautado. Usaban pañuelos rojos en sus cabezas y pantalones remangados como identificativos... y las rondas nocturnas de sus vigilancias intentaban tranquilizar a los eufóricos pueblos. Un eco espectral se había levantado en la evanescencia de las noches saturnales, como si una caravana de calesas exiguas recorriera las carreteras desoladas... cuyas grupas tiraban de carromatos perversos cargados de ánimas en pena ante la risa perversa de diablos incorpóreos. Los pescadores procuraron regresar a puerto temprano por temor a los terrenos que despertaban al anochecer en los rumiantes fondos oceánicos capaces de sumergir sus embarcaciones.
Los reportes periódicos aportaron escasos datos al galimatías críptico que se desarrollaba en la península con el avistamiento de luces en los cerros y lejanas franjas espectrales reflejadas en el oleaje, y a veces delatoras de sombras submarinas que helaban la sangre. Se estaba gestando un clima perverso en el temporal del océano... impregnando de salitre los cardones y cujíes espinosos, y despertando a los animales minúsculos escondidos en la tierra. A mediados de abril, durante la Víspera de Walpurgis, en una noche innominable marcada por el encuentro entre dos fuerzas opuestas... se desató una tempestad que antecede al penúltimo reporte constatado por el agente fundacional. La Península de Paraguaná jamás olvidará aquel conflicto desastroso que escaló hasta un baño de sangre... y golpeó el Istmo de Coro en un contundente asalto de las tinieblas. Pocos fueron los testigos sobrevivientes del terremoto y el deslave que barrió los pueblos cercanos al Cerro Santa Ana... y la noticia llegó al amanecer a Ciudad del Viento como el estallido sangriento de una trifulca entre la cuadrilla y los exóticos extranjeros. La evacuación de los pueblitos y las detenciones intentaron frenar la ola de odio que nubló el juicio de los costeños... y se dice que al anochecer del día siguiente a la tragedia no quedaba un solo extranjero en las cercanías de Coro. Las investigaciones posteriores de parte de la alcaldía encontraron cráteres de detonación en los valles que circundaban el cerro, así como una abertura practicada por la explosión interior de la formación... desfigurando para siempre una de las caras del Cerro Santa Ana. Los escombros y los cuerpos mutilados fueron censurados por los noticieros... y el gobierno encubrió la masacre cometida como un accidente provocado por el deslave de la erosionada formación geológica.
Lo que realmente ocurrió esa noche fue registrado por el agente Mendoza y Juan Resplandor en un reporte amplio y fascinante que, por falta de pruebas, se atribuyó a la excitación del imaginativo agente... que comenzaba a presentar los primeros síntomas de su locura provocada por el estrés y la disociación. La veracidad del reporte nunca podrá ser comprobada, solo nos queda suponer que Robert realmente estaba perdiendo el juicio y que el deslave en el cerro fue el detonante de la hilarante alucinación... o afirmar que existen poderes y misterios anteriores a la aparición del hombre. Aún nos cuesta analizar los datos suministrados después de la catástrofe... pues los satélites bajo nuestro control enfocaron picos de actividad inusual en el espectro electromagnético de la península; zona de negatividad comprobable cercana al punto energético del Lago de Maracaibo... del que nacen líneas magnéticas que aún no comprendemos completamente.
El preludio del conflicto empieza con la captura de un mexicano—mestizo indígena proveniente de la tierra del maíz—, perteneciente al Culto de la Serpiente Emplumada... a menos de los jóvenes zambos que patrullaban un pueblito cercano al cerro. Era el primer golpe asestado a la cofradía de cultos, y llamaron al Maestro Juan para ser testigo del interrogatorio y sacar sus propias conclusiones.
El Cerro de Santa Ana era verdaderamente alto y macizo, poblado de cavidades—algunas de ellas excavadas por los costeros—, y coronado de casonas vistosas a las que se accedía por escalones tallados en la piedra. Tenían maniatado al hombre de pelo largo y rostro moreno en una de las habitaciones de una posada ocupada por la cuadrilla, y Virgilio y José intentaban calmar sus gritos cuando llegaron los guayaneses. Enseguida, notaron que la aptitud temerosa del mexicano se debía a un extraño acontecimientos a punto de ocurrir... pues sus amenazadas mortales parecían advertencia de un peligro inminente.
Robert encendió su grabadora, y aquel audio quedó registrado para espanto de los que estudiaron los misterios plasmados esa noche en los arcanos del mundo:
(El mexicano se muestra histérico, y su voz rasposa se interrumpe con los estertores de su respiración.)
—¡Suéltenme! ¡Esta noche los perros marroquíes abrirán la sepultura...! ¡Los Nahuas y los Tarahumaras se habrán evaporado al amanecer! ¡No saben que locura traerán a nuestro mundo... con sus embrujos árabes! ¡Tenemos que irnos todos!
(El mestizo intentó romper sus ataduras con un esfuerzo sobrehumano, por un momento todos guardaron silencio... creyendo que de verdad podía reventar aquellas sogas curtidas en sal. Finalmente, Virgilio se acercó con el rostro pálido según R.)
—¿Cuáles son los marroquíes y qué abrirán?
—¡La Puerta de Piedra! ¡Ya...! ¡El Pergamino del Emperador Macedonio era un fragmento de un antiguo mapa... copiado por los profetas de una tablilla de oro... que vino a este mundo de la mano de un moribundo mensajero de las estrellas! ¡Son más de las que podamos imaginar! ¡Yacen ocultas en ciertos puntos del globo...! ¡Y conectan nuestros mundo con los espacios exteriores! ¡Ya, ya, ya...! ¡Terrible, horrible! ¡Los árabes locos del primitivo Culto del Rey Arena! ¡Blasfemias son las que gritan en las noches de júbilo! ¡Al demonio elefante rendirán tributo! ¡Behemot, Ziz, Leviatán! ¡¡¡El océano hierve!!! ¡¡¡ALLÍ VIENEN!!!
(Los gritos del mexicano se transformaron en una aborrecible sinfonía de crujidos húmedos y golpes secos... pues los jóvenes de la cuadrilla se arracimaron en tropel en la entrada de la posada para avisar a los dirigentes de una ceremonia en el desierto. La suciedad estática de la grabación producida por la iridiscencia polar de los astros se confundía con las contorsiones y los espasmos convulsos del aterido prisionero. Las voces de fondo se confunden con los aullidos diabólicos del mestizo.)
—¡Señor, han encendido un fuego grandísimo y están conjurando una horrible invocación!
—¡YA! ¡ESTÁN ACÁ! ¡HAN PACTADO...! —Se escuchan gritos de espanto y los crujidos de articulaciones—. ¡La Puerta de Piedra! ¡Odrareg nevesor toson! ¡Ya, ya!
—¡Dios mío!
—¡Ave María Purísima!
(El siguiente es un accidente cacofónico producido por la mezcla de ruidos, pues los aullidos felinos y los gritos tras el quiebre de las ataduras representan un verdadero sacrilegio... Segundos después de estos aullidos salvajes, se escuchan los lamentos de un hombre y su caída al suelo... seguido de un cañonazo y el quiebre de una ventana)
En su reporte, Robert describe la transfiguración del hombre a una terrible criatura a medio camino entre un jaguar y un simio de pecho hinchado... cubriéndose de hirsuta pelambre amarilla y sufriendo deformaciones faciales que ensancharon sus mandíbulas con la prominencia de colmillos. Rompió los mecates en una tempestad de rugidos cavernarios, y saltó sobre José Guzmán... convertido en una bestia de lomo erizado y potentes extremidades terminadas en garras. R se petrificó en su sitio, mientras aquella vorágine diabólica hundía sus colmillos en el cuello del pobre hombre y le arrancaba la garganta... con un chorro de sangre que llegó a salpicar su rostro. Juan desenfundó su revólver y disparó... mientras aquella bestia larguirucha de morro ensangrentado corría por la habitación. Santiago, un joven delgado de cabeza redonda y rostro moreno, se interponía en la ventana... y aquella aberración selvática lo apartó de un zarpazo antes de atravesar el cristal y perderse en el aullido del viento nocturno. El joven permaneció en el suelo con las heridas de garra abiertas y sangrantes en su brazo... Por lo que se lanzó enseguida para asistir su hemorragia.
Era cierto, a pesar de la visible radiación reflejada por las celosías de la posada... no había reparado en los cúmulos de iridiscencia que descendían del cielo desdibujando formas espectrales en las nubes... fluyendo en espiral en torno a la alta columna de fuego escarlata que los árabes alimentaban con sendos maderos y salmodias en sus lenguas ululantes y estrafalarias de violentos ademanes. Los susurros arrastrados por el céfiro traían los lamentos de los muertos desmenuzados en la arena de la península... y el mar rebullía con la presunción de un portal vetusto velado por grifos cósmicos.
El temblor—corroborado al día siguiente por el Instituto Tecnológico de Puerto Bello como una anomalía sísmica sin precedentes—, era un eco demencial que latía desde el subsuelo, reverberando en la lejanía... como las pisadas titánicas de una masa indescriptible y viscosa sobre el terreno árido y reseco del páramo. Por analogía de un horror cósmico, R presintió una masa etérea e invisible emanando de un grotesco arco de piedra tan alto como una muralla... cuyo portal conducía a un mundo liminal y horripilante de formas de consciencia ajenas a nuestras estructuras químicas y principios físicos. La exhumación nubló el cielo con un hedor mefítico, y se materializó recortado en la negrura de la noche... sobre el rutilante resplandor de las fogatas encendidas por los árabes. La impresión de aquel ser prehistórico y morboso hizo que varios jóvenes sensibles se desvanecieran de espanto... y que Robert olvidase toda concepción esotérica de su estudio. La aparición se difuminó rápidamente, como un gigante surgiendo de la neblina del caos... y deslumbrando el mundo con su horror. Era una montaña de carne pestilente y grisácea, similar a un probóscide, pero ajeno a la morfología concebida por la taxidermia... Su ancha joroba era una colina sembrada de arrugas carnosas, y su piel colgante adquiría una textura gomosa cuando avanzaba. Era el Coloso de la Tierra, el Señor de las Bestias... El Behemot bíblico condenado a vagar por las montañas eternamente. Sus pisadas hacían temblar la tierra, intentando sumir la península en la desesperación... Era un amasijo de carne viscosa, embadurnada de un sucedáneo bituminoso, de anchas patas como árboles primordiales y un vientre capaz de contener a mil hombres de un bocado. Las descripciones lubricas con las que el trastornado llenó casi diez páginas son insuficientes para comprender la magnitud de su alienación... pero propuso incontables rodeos antes de encarar el poderoso marfil de aquella profanación del orden natural: de las fauces del achatado hocico sobresalían colmillos elefantinos... injertos en una mandíbula capaz de despedazar un naviero, y una trompa colgante y atrofiada que parecía más un aparato sensorial que un apéndice motriz. Los ojos eran dos pozos insondables de fulgor burlón... y las orejas colgaban como velas rasgadas.
Los párrafos se repiten en varias ocasiones... y en algunas partes resulta ilegible... La Cuadrilla del Viento dirigida por Virgilio Medina no vio tiempo de llorar a José, porque enseguida renunciaron a su parálisis para sacar a relucir el armamento secreto en el que trabajaron por tantos meses. Robert y Juan contemplaron atónitos desde el mirador de la posada, como una de las caras del cerro se derrumbó con una detonación... y las piedras rodaron levantando una cortina de polvo. Los rumores de los túneles excavados en el interior del cerro resultaron ser ciertos, y sintieron las losas del suelo temblar mientras una procesión de gigantes de piedra y arena descendía de la abertura: estatuas humanoides de hasta diez metros de altura y poderosas extremidades... animadas por hechicerías judías enseñadas por el excéntrico rabino sefardí—aún desconocido—de la isla vecina. Estas figuras de barro y cemento contenían los huesos de los costeños muertos y la sangre masculina de los hombres que protegían la península... y en su aliento residían los espíritus de Coro.
Virgilio Medina y Euclides Duarte—cuyas actas de defunción firmadas por los médicos del Hospital José Gregorio Hernández de Coro, presentando múltiples orificios de bala—, comandaron una batalla sin precedentes en la Península de Paraguaná... encabezada por una docena de estatuas antropomorfas insufladas por magias misteriosas, y descendiendo del cerro al frente de carabineros con modestos fusiles y balas contadas. La verdadera batalla que se desarrolló en el valle durante el deslave nunca será conocida por el mundo... ya que no sobrevivió hombre alguno—o no se recuperó de sus heridas físicas y mentales para contar la historia completa—, que pueda contar los sucesos posteriores. El reporte de Robert se vuelve poco confiable... y solo nos queda atenernos a los registros sísmicos del área y los temores de los lugareños que sintieron el espasmo telúrico por espacio de una hora con breves preludios. Desde la Ciudad del Viento se avistaron relámpagos cayendo en la península y lenguas de fuego repentinas que destilaban del cerro, y en la Vela de Coro se sintió el mar agitado por un huracán próximo a la costa que jamás encalló... Se cuenta a su vez que un marinero en altamar vislumbró a esas horas un prodigio de la naturaleza aterrador: el mar se abrió, revelando una franja del fondo oceánico por la que discurrían dos cascadas de sal... y una alfombra de vacío en el que relumbraron cientos de ojos malignos. Los habitantes de Punto Fijo contaron por seis las réplicas fuertes y otras tres más débiles... hasta que todo permaneció en silencio, interrumpido quizá por los ocasionales disparos en el cerro. De las apariciones sobrenaturales y fenómenos inexplicables no hablaremos porque la cantidad de reportes es absurda... pues en muchas poblaciones se vieron fugaces criaturas cuadrúpedas arrastrando cadenas y meteóricas impresiones de gases sobrevolando el cielo en dispersión.
Al amanecer las autoridades policiales y los bomberos entraron en caravana por la carretera del istmo y descubrieron el catastrófico deslave que enterró vivas a más de sesenta personas confirmadas. Se intentó rescatar los cuerpos, pero se estima que muchos desaparecidos nunca fueron reportados por su naturaleza extranjera... y al hospital de Ciudad del Viento fueron trasladados una docena de moribundos de la cuadrilla que no sobrevivieron a sus heridas violentas. Los escombros aún yacen transformando el valle en un decrépito camposanto...
El agente fundacional Robert Mendoza se cuenta entre los pocos sobrevivientes, y cuando los policías le preguntaron sobre el anciano guayanés que lo acompañaba, se encogió de hombros y se limitó a decir:
—Salió corriendo—decía, señalando en dirección a las dunas del istmo—, dijo que alguien debía cerrar esa puerta.
Más tarde el mismo agente nos ofreció el reporte impreciso de la desquiciada batalla, y el resultado incierto de la liberación de fuerzas antediluvianas en nuestro mundo. No ahondó en la desaparición del mago Juan Resplandor, y antes de marcharse para siempre nos dejó una nota trastornada... que aún estudiamos con intranquilidad:
«La Puerta de Piedra se ha abierto... y debo atravesar esa frontera que separa los mundos para sellar los horrores que esperan al otro lado del umbral. La Cuadrilla del Viento sabía más de lo que nos contaron... ¡Existen fronteras que el hombre desconoce! Hace incontables eras, antes de su extinción, la Raza Inmaculada confinó sus secretos en la Sombra del Velo... ¡No creo que pueda regresar! ¡La humanidad estará perdida si esas entidades atraviesan el portal! ¡Esas Puertas conducen a mundos de locura para los que la ciencia y la razón no tienen respuesta! ¡Son innumerables las hordas que bailan en el vacío estelar!
El Sepulturero de Puerto Bello
«Gerardo Steinfeld, 2025»
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