Prólogo. Soneto del Amanecer

 Prólogo

«Ahora somos dos extraños que fingen no conocerse, pero que un día sintieron algo más que sólo quererse».

Violeta resopló y le lanzó un mordisco, Armistead ladeó la cabeza esquivando los dientes de la yegua, sintió como le arrancaba unos pelos.
—¡Su madre! —maldijo. El cabello castaño le había crecido demasiado desde la última vez que se lo cortó su esposa Marcela, pero la yegua que robó no dejaba de lanzarle mordiscos cada vez que se bajaba de la silla. Así que tenía la cabeza salpicaba de mechones desiguales en el cabello sucio y desaliñado—. ¡Juro que te vamos a comer si lo vuelves a hacer, hija de las mil...!
—La carne de yegua vieja es dura y sabe a meados de puta—replicó Leonel Palaci, sus ojos verdes brillaban junto a su sonrisa de viejo divertido. Su corcel blanco estaba casi teñido de rosa por la sangre de la última batalla—. Yo también te lanzaría mordiscos después de lo que le hiciste a su antiguo dueño.
La yegua resopló, furiosa. La llamaba Violeta porque ese era el nombre de su hija menor, así podía recordarla durante la batalla. Pero quizás tuviera otro nombre. La llevaba con orgullo de bandido, a pesar de que el chico que la tenía muriera tan fácil cuando Armistead le abrió el pecho con el hacha y lo derribará como un saco de avena.
—¿Así que has probado los meados de las putas, Leonel? —Taumiel se acercó sobre su pequeño rocín negro. Estaba pálido y sus pieles parecían harapos tras la última batalla—. Supe que eras un tipo raro desde que te vi.
Leonel frunció el ceño y enseñó los dientes chuecos.
—¡Yo no he probado meados de nadie! —Su rostro duro se ensombreció. Llevaba un traje de cuero con partes de armaduras disparejas, y dos espadas a cada lado del cinto—. Lo escuché en esa sucia posada de Rocca Helena. Unos soldados del ejército rebelde se perdieron durante el invierno y no tuvieron nada que comer. Así que probaron la carne de sus monturas desesperados... El invierno pasado fue una mierda.
Era cierto, el invierno parecía que duraba una eternidad en Rocca Helena mientras los rebeldes sobrevivientes de la batalla contra el Troisième Château se disputaban el escaso alimento de los graneros quemados. Armistead había participado en la confrontación pero no pudo hacer más que esconderse entre los restos de las casas de madera mientras los magicians azotaban al gremio de magos del rey Seth Scrammer hasta que el grupo se las arregló para dar vuelta a la confrontación. Después de la batalla el destacamento enemigo se desarmó…
El invierno terminó de matar a los heridos y los rebeldes se preparaban para otro ataque. El mismo Seth Scrammer lo ordenó caballero y le encomendó una misión. Tras el invierno, Armistead junto a una veintena de soldados rebeldes partieron del campamento del ejército y atacaron las tierras de los Betania, sus antiguos señores y explotadores. Era el turno de Armistead, un granjero esclavizado desde su nacimiento para dar la vuelta a la moneda. Quizás le tocó nacer como un campesino pobre hasta el fin de su vida, pero eso no significaba que debía resignarse... Él era mucho más de lo que los demás decían.
—Oiga, sir... Los Betania dejaron un mensaje en el campamento anoche… pedían su presencia en aquella posada, ¿no? —Le preguntó Taumiel mirándolo con un brillo grasiento en sus ojos de pedernal—. Juré que no volvería a bajar a esos campos desde que maté al señor Germán.
Desde la colina se vislumbraban las tierras de los Betania. El Valle del Sigilo se extendía en el horizonte; durante años sufrieron el yugo y la fusta de aquellos arrendatarios sobre sus espaldas laceradas, sus padres se rehusaron a rebelarse y se conformaron con una vida miserable.
Los Betania eran los peores, pagaban a sus empleados con fichas que se canjeaban por víveres en la granja, pero estos eran insuficientes llevándoles a contraer deudas que se heredaban. El señor Germán fue bastante cruel con sus granjeros, tenía un largo látigo de cuero que cortaba el sonido con un estallido... Le gustaba golpear a los niños que no trabajaban...
Cuando cerraba los ojos podía escuchar ese látigo abrir la carne seguido de un grito de dolor. Las tierras se preparaban siendo labradas para el cultivo luego del inclemente invierno, el precio de la comida estaba por las nubes. Un puñado de casas de madera desvencijada se apretujaba rodeadas de largas extensiones de tierras de cultivo... Puñados de casas se amontonaban a lo largo del amplio valle en comunidad. Sólo tenían una posada rodeada de establos y allí los Betania los esperaban para negociar.
—Yo no voy—replicó Taumiel escupiendo—. Esos malditos pondrán un puñal en mi cuello enseguida vean mi facha entrar a la posada.
Taumiel era por mucho el más malvado—y sin duda el más cobarde—de los soldados bajo el mando de Armistead. Era un tipo delgado y rápido como un lémur, pero también le gustaba torturar a los hombres de los Betania. Durante la última batalla en el bosque, persiguieron a un grupo de hombres de los Betania y capturaron a un joven noble... Un niño nada más, pero Taumiel le cortó los dedos de los pies y las manos antes de matarlo.
—En la misiva solicitaban a nuestro sir Armistead en el Valle del Sigilo—terció Leonel con una sonrisa socarrona—. Yo lo escoltare desde mi caballo, pero enseguida vea algo sospechoso daré media vuelta y saldré en polvorosa.
—Has lo que te venga en gana, Leonel—escupió Armistead, ocultó las manos temblorosas tras la capa desgastada—. Los Betania no podrán hacerme nada mientras tengamos a los rehenes.
—No tenemos rehenes, sir—sonrió Taumiel—. Matamos a todos los soldados y al niño Betania. Siquiera capturamos a uno durante nuestro primer ataque más al sur—recordó algo y miró a Leonel—. Bueno... Si obtuvimos algo durante la batalla.
—Una mano—dijo Leonel y se rio—. ¡Yo sé la corté a Rómulo Betania!
Taumiel rompió en carcajadas.
—¡No lo recordaba!
—¡Y huyeron cuando cortamos la mano del comandante!
—¡Sí! —Taumiel asintió enérgico—. Vi sus ojos de idiota mientras la sangre a chorros le manchaba las barbas. ¡Ese día matamos a tantos de los suyos!
Armistead no pudo aguantar y explotó como solía hacerlo cuando no soportaba a los idiotas.
—¡Serán imbéciles! —Gritó—. Ellos no saben que matamos al niño. Por eso solicitaron mi presencia. Va a ser una negociación por el rescate, creen que tengo al chico así que no me tocarán ni un pelo.
—Y yo creía que tenías los sesos secos, sir—soltó Leonel—. Decían que eras un idiota que se lo metía a las burras de los Betania cuando eras un granjero aburrido.
Taumiel soltó una carcajada.
—No… Eran las yeguas, lo hacía con las yeguas cuando era más joven.
Armistead sentía las orejas rojas. Detestaba que sus hombres hablarán a sus espaldas de tontunas. Pero no podía detener las habladurías con simples amenazas. Tenía que hacerse temer tanto entre sus hombres como entre sus enemigos. Su primer ataque a las tierras de los Betania por orden del rey Seth fue una matanza en el sur, quemó las casas de los granjeros que no se unieron a la causa de los rebeldes y decapitó a cada hombre y mujer al tomar el poblado. Eso llamó la atención de los Betania en Valle del Rey, al norte de la isla; enviaron un pequeño ejército liderado por Rómulo Betania como respuesta a las masacres en sus tierras. Tuvieron encuentros sangrientos durante la primavera... Hasta ahora Armistead sólo perdió a dos hombres y los Betania ya llevaban dos docenas de muertos.
—Yo tengo la cabeza bien—aclaró Armistead con el ceño fruncido, tenía gruesas cejas como orugas negras—. Ustedes tienen los sesos flojos de tantos golpes que recibieron en el yelmo.
—Sea lo que sea—Taumiel se encogió de hombros—. Yo los espero desde aquí, igual si los matan puedo cabalgar hasta el campamento a dar la alarma.
—Muy bien—dijo Armistead y se pasó una mano por la escasa barba—. En ese caso incendien este valle y maten a los Betania, no importa si mueren.
—Yo no moriré—bufó Leonel ligeramente mareado—. Nunca le hice nada a los Betania, soy de Pozo Obscuro. Sir Armistead... Usted puede ser el comandante, pero enseguida vea un cuchillo mi caballo correrá solo.
Todos lo miraron confusos, casi todos pertenecieron a los campos de cultivos hasta que el Rey Dragón los liberó. Aunque la guerra se había complicado para todos…
—¿Eres de Pozo Obscuro? —Preguntó Armistead—. ¿Cómo terminaste en este infierno?
—Tampoco tenía una buena vida en esa ciudad de porquería—Leonel se colgó el mosquete del hombro, era un arma robada del laboratorio alquimista durante el invierno pasado. Tenía escasas municiones pero el hombre lo llevaba a todos lados como su tesoro—. Era un ladrón descarado y un pésimo asesino, allí en las calles era rebanar un cuello o morir de hambre. No conocía otra vida y esperaba morir acribillado por los guardias, pero vi a ese hombre lisiado cabalgando sobre un robusto corcel rojo y abandoné mi vida de mierda para seguirlo. Prefiero matar como un soldado por honor a matar como un ladrón y asesino por dinero.
—Que historia de mierda—Taumiel arrugó la nariz—, me vas a hacer llorar.
Leonel levantó un puño inmenso.
—¡Vas a llorar cuando te arranque la nariz de cerdo que tienes!
Buscó las riendas del caballo. Violeta resopló y le lanzó un mordisco a Armistead. El hombretón evitó a la yegua y se subió a su lomo con rapidez... Sólo así pudo disimular lo mucho que le temblaban las rodillas. Hablar no era lo suyo, él peleaba. Desde niño tuvo que luchar contra las circunstancias, el nunca rendirse lo impulsó a seguir viviendo; de alguna forma sobrevivió con las manos llenas de cayos y astillas dolorosas. La vida lo golpeó tantas veces que quizá si tuviera la cabeza un poco floja...
Su padre le dijo una vez que: podía ser mucho más de lo que hoy era, si era bueno en el camino que elegía. Así que se rebeló junto a Taumiel y los otros granjeros cansados del látigo de los Betania y tomó las granjas. Por supuesto cuando lo logró ya era muy tarde para su familia, no quedaba ninguno: los padres esclavos mueren jóvenes. Sus hermanos murieron durante el ataque a Rocca Helena.
Armistead era el último, lo único que tenía era a su esposa Marcela y sus hijos pequeños que lo esperaban. Aun así estaba orgulloso de sí mismo: sir Armistead el Intrépido. El mismo Rey Dragón lo nombró caballero frente a un centenar de testigos.
Espoleó al caballo y trotó al pie de la colina seguido de Leonel. El valle se abrió ante él entre cosechas de avena, trigo y espárragos… Los campesinos levantaban la vista del suelo para mirarlos y soltaban las herramientas con las manos adoloridas. Vio a una docena de soldados armados, hombres de los Betania. Aligeró la marcha y Leonel se mantuvo junto a él.
—Medio centenar—contó Leonel mirando en diferentes direcciones—. No... Incluso más si están ocultos en las casas y los establos. Los Betania quieren deshacerse de nosotros como si fuéramos una peste.
Las casas de madera se apilaban en puñados junto a los establos y graneros. Existían diferentes asentamientos en la isla dedicadas a la explotación del suelo, casi todos bajo el control de los Betania. Estas eran las tierras de Rómulo, anteriormente de Germán Betania. Sin duda la rebelión les quitó buena parte de sus tierras y ganancias con su avance. La posada del Valle del Sigilo estaba custodiada por una docena de hombres envueltos en armaduras, era un edificio de madera grande de dos plantas, los establos estaban a rebosar de caballos.
—¿Quién es? —Rugió la voz de uno de los guardias, estaba envuelto en una armadura rudimentaria y tenía una espesa barba negra, sus ojos verdes chispeaban—. Estas son las tierras de los Betania, yo soy...
—El maldito George Betania—apuntaló Leonel ladeando la cabeza—. Le abrió la cabeza con un hacha a uno de los niños que nos dio el rey Seth. Vaya, es bastante gordo a pie. Sobre el caballo parecía un hombre de verdad.
El gordo enrojeció y un par de soldados se acercaron con las manos en el puño de la espada. Violeta resopló curiosa.
—Y tú eres el maldito que le cortó la mano a Rómulo—George escupió a los cascos del caballo de Leonel—. Debería matarlos yo mismo.
—¡Vaya!—Leonel abrió mucho los ojos verdes como agua marina—. Esto es sin duda material para una canción, él mismo George Betania le está limpiando los cascos a mi caballo. ¡Una maravilla!
—¡Te voy a cortar la cabeza, maldito! —George desenvainó una espada maltrecha y gruesa.
Leonel fue a sacar la suya.
—¡Detente! —ordenó Armistead. Para su sorpresa Leonel se tomó su orden a gusto—. Bien. No vinimos a pelear.
—¿Usted es el maldito sir Armistead? —El gordo se limpió el sudor de la frente y guardó la espada con una sonrisa maliciosa—. Usted debe tener al hijo de mi hermano Vouvier, sí... Tenemos una buena suma por el rescate del muchacho para usted en la posada.
Armistead miró de soslayo a Leonel e intercambiaron una discreta sonrisa de satisfacción.
—¿Ves, Leonel? —Sonrió con vehemencia—. Hablando nos entendemos.
Armistead desmontó a Violeta, se la tendió a un mozo del establo y junto a Leonel entró en la posada vacía. Las mesas estaban repletas de licores y sólo una de ellas estaba ocupada por un puñado de personas.
—Sólo sir Armistead—George le cerró el paso a Leonel, el hombre tuvo que quedarse en la entrada.
El suelo de tablas de madera estaba manchado de polvo y licor. El lugar olía a sudor rancio y vino dulce; olía igual a los lupanares de Rocca Helena. Los hombres del fondo guardaron silencio cuando se sentó en una mesa desocupada, frente a la suya. Rómulo Betania lo miró con unos pozos de oscuridad chispeantes mientras su cabello largo y negro desenmarañado se agitaba, una de las mangas de su túnica tenía un nudo donde debía estar la mano que lo cortó Leonel.
Ambos se miraron con odio. Uno de los hombres de la mesa ocupada se levantó y caminó despreocupado hasta la de Armistead. Lo miró con unos ojos verdes despectivos. Parecía muy viejo, cojeaba un poco y su rostro surcado de profundas arrugas contrastaba con su incipiente barba blanca.
—Un gusto, sir Armistead—dijo con una voz áspera y profunda—. Es bien dicho que usted es más molesto que un forúnculo en el trasero, ¿no es cierto?
Armistead tragó saliva... No le gustaba como le miraban aquellos ojos penetrantes. Todos lo miraban... Aferró las palmas a la mesa para que no vieran que le temblaban.
—Yo... No soy ningún forúnculo, monsieur.
—¿Quiere vino, sir?
—No—negó Armistead—. El vino es para las putas, los hombres bebemos ron y cerveza.
—¿Qué sabe del norte y del rey Friedrich Verrochio?
Armistead se encogió de hombros, inseguro. No quería enterarse de lo que transcurría en la guerra hasta que Seth Scrammer la ganase. El anciano lo miró con lascivia.
—No debe ser un hombre muy brillante—anunció con altivez—. El hecho es que usted ha sido un verdadero problema. Nosotros somos una familia, Armistead... En la mesa de al lado están mi hermano George, mis hijos Vouvier, Rómulo y mi nieto Daniel… Somos los Betania... Yo lo conocí a usted Armistead, cuando era un niño flacucho que se reía de todo… Cuando escuché que un niño quemó nuestras tierras cerca del valle de Rocca Helena, no lo creí… Usted está atentando contra mi familia, ¿dónde está mi nieto, Armistead?
—Está… vivo en nuestro campamento—Armistead desvío la mirada—. Él... es importante, no podemos matarlo.
—¿De verdad usted fue quién mato a mujeres y niños sin piedad? Que quemó a hombres dentro de sus casas... Dejó poblados enteros devastados. Un verdadero hostigador para nosotros...
»El hecho es que creados a nuestros propios monstruos... Yo soy Bertuar Betania, el señor de las tierras que tú quemaste, el señor de la gente que asesinaste. No puedo creer que sea usted... Ha ido muy lejos... Ese muchacho que capturó—sus manos desaparecieron bajo la mesa—. ¿Es un tipo rápido?
Armistead tragó saliva decidido.
—Ah pues—le tembló la voz—... Una vez una de las yeguas preñadas de la granja me persiguió de niño y yo corrí muy rápido, más que la yegua… y eso que eran dos caballos en uno; mi padre se lo contó a todos... Y sí, he sido rápido muchas veces.
Bertuar soltó una carcajada y le clavó un puñal en la mano a Armistead, fue tan rápido que no pudo reaccionar; estaba unido a la mesa. Soltó un grito de espanto.
—Eso no fue nada rápido, sir—Bertuar parecía divertido. Los guardias golpearon a Leonel en la puerta y lo sometieron entre cuatro, lanzando puntapiés y golpes—. Escúchame, escúchame... Me importa una mierda lo que hagas con mi nieto ¿entendido? Mátalo si quieres. Este es tu único pago, míralo...
El puñal temblaba en su mano con un calor doloroso y sintió palpitaciones, la mesa se manchó de sangre... Los dedos se le entumecían en un círculo rojo.
—Eres un sucio perro de Seth Scrammer—Bertuar retorció el puñal arrancando los gritos de Armistead—. Te voy a dejar ir... Quiero que tú y tus soldados de mierda se vayan de mi lugar, ¿entendido? No quiero saber más de ustedes...
—S-sí...
—¿Sí qué?
—Sí... señor... L-lo... lo juro.
—Très bien—Bertuar arrancó el puñal de la mesa con un doloroso movimiento, las lágrimas le saltaron de los ojos—. Al principio creí que tenía la cabeza hueca sir, pero ahora veo que sólo tiene los sesos hechos pulpa.
Su mano sangraba profundamente con espasmos... Los dedos le temblaban. Se levantó con el corazón latiendo a toda velocidad y estuvo a punto de caerse cuando dio unos cuantos pasos tambaleantes. Lo dejaron salir de la posada y lanzaron a Leonel fuera con el rostro hinchado y sangrante.
—Una mierda—Leonel escupió un diente—. Esto fue una mierda, comandante.
—Sus caballos—dijo George Betania a sus espaldas y los soldados les arrojaron las cabezas de sus caballos y las patas—. ¡Váyanse, fuera, díganle a Seth Scrammer que el rey Friedrich tiene una pica para su cabeza en Le Château du Coupe.
Armistead se levantó y caminó como un ridículo escondiendo la mano ensangrentada en el pecho. Leonel lo siguió murmurando blasfemias, sin duda atacarían las tierras de los Betania. Sólo los provocaron...
Taumiel se acercó al trote con una mueca cuando llegaron a la colina.
—¿Qué les hicieron esos bastardos? —Miró el valle.
—Son unos putos mentirosos—escupió Leonel—. Regresemos a Rocca Helena y volvamos con un ejército.
—No—terció Armistead apretando su mano ensangrentada—. No podemos darnos el lujo de volver con el rabo entre las patas... Esos malditos nos humillaron... Nos...
—¡Mírate sir, hombre! —Taumiel se pasó la lengua por los labios—. Te apuñalaron la mano diestra y mataron a los caballos.
—Regresemos al campamento Taumiel—sugirió. La mano le dolía horriblemente y le temblaba—. Los atacaremos mientras podamos, si esperamos… reunirán un ejército más grande y atacarán Rocca Helena.
—¡Claro, hombre! —Asintió Leonel rabioso, el ojo derecho se le cerraba por la hinchazón—. El rey Seth nos mandó a atacar las tierras de los Betania, debemos debilitarlos como podamos.
—¡Pura mierda hablan ustedes dos! —Replicó Taumiel tomando un trago de su saco de cuero. Su caballo parecía inquieto y no paraba de resoplar, el olor de la sangre lo asustaba... Aunque era extraño ya que debería estar acostumbrado—. Somos menos de una veintena y ellos casi un centenar.
Se abrieron paso entre los árboles cargados de retoños. Quedaban pocas horas de sol y por la noche haría frío. Armistead sentía unas ganas ciegas de clavarle un puñal en el ojo a Bertuar Betania... La cara de aquel viejo le causaba repugnancia, quería arrancarle los ojos. Las lágrimas le recorrieron por las mejillas mientras aguantaba, le picaba la herida con un ardor... Quizás Tubérculo podría ayudarlo, era el que mejor cocía las heridas en el grupo. El campamento se encontraba escondido en el bosque junto a un ruidoso riachuelo... Se establecieron allí luego de confrontar a sus perseguidores.
Habían perdido sólo a dos hombres del grupo, el primero recibió una puñalada en las tripas durante el incendio en las tierras sureñas de los Betania y el segundo era un joven flacucho que murió al momento cuando George Betania le partió la frente con un hacha... Armistead no los tenía en estima a ninguno, sabía que eran unos cobardes mercenarios que ansiaban los frutos de la guerra que estaba cosechando Seth Scrammer.
—El comandante sir Armistead—anunció Kevin Kaarl, un tipo esbelto y ágil que usaba puñales para matar. Se rumoreaba que era un asesino de Pozo Obscuro. Junto a él estaba Paulo, un joven rubio y reservado. Parecían viejos camaradas junto al fuego—. ¿Cuándo atacamos a los Betania?
Jean Ahing salió de una de las tiendas y lo miró desde sus asfixiantes ojos oscuros. Era un tipo flacucho como un palo con el cabello rizado y revoltoso. Un alquimista renegado y una basura. A Armistead no le gustaba su presencia y lo mantenía alejado.
—¿Los atacaron los Betania? —Preguntó el alquimista con una expresión severa.
—Esos putos nobles—bufó Leonel—. Nos humillaron bajo su techo como si fuésemos escoria. Quiero cortarles las cabezas y sacarles los ojos verdes.
—¡Tú también pareces un puto Betania, Leonel! —Replicó Kevin Kaarl con una sonrisa, el cabello castaño le colgaba en forma de bucles—. Tienes los ojos tan verdes como la mierda de los caballos.
Paulo se rio mientras afilaba su espada con una piedra de amolar. Junto a la hoguera estaba Elias, un niño del bosque que mataba con la mirada. Le llegaba el olor a caldo desde un caldero humeante. El niño casi no hablaba pero era todo un asesino, usaba un extraño arco y mataba a los hombres desde la copa de los árboles.
—Estén alertas—sugirió Armistead—. Los Betania saben de nuestra presencia.
—¡Eso es obvio! —se mofó Paulo, tenía un voz chillona—. ¿Quién más ha estado matando a sus hombres y saqueando sus graneros?
Kevin Kaarl levantó una jarra y bebió hasta el fondo con los morros salpicados de vino.
—El hecho es que los atacaremos esta noche—dijo Armistead y todos callaron. Incluso Marco levantó la vista hacia él—... Vamos a incendiar sus casas como en el sur. Que ardan mientras duermen.
—Debe haber granjeros en esas casas—replicó Marco, el joven de capa negra escupió—. Niños inocentes...
—¿Y qué? —Taumiel desmontó su caballo—. Hicimos lo mismo con los campesinos en el sur.
—A los campesinos del sur les dimos la oportunidad de unirse a las filas de la rebelión—recalcó Marco, tenía unas profundas ojeras... Nadie sabía de dónde era, pero él y Jean Ahing se lanzaban miradas asesinas—… Cabalgamos alrededor de las tierras de cultivo pregonando el mensaje de los rebeldes… Instamos a los granjeros a rebelarse y esa fue la clave de nuestra victoria.
—No podemos simplemente cabalgar alrededor del valle de los Betania sin ser asaetados—explicó Kevin Kaarl—. Quizás estos campesinos estén mucho más asustados por la presencia del ejército de los Betania.
—Podemos usar ese miedo para que se rebelen—sonrió Taumiel—. Enseguida vean las casas arder tomarán las herramientas y apuñalaran a sus yugos.
—No—Armistead sentía la rabia arder en su cabeza—. Vamos a incendiar todo... Están todos los malditos Betania reunidos aquí. Es nuestra oportunidad para darle un buen golpe al rey Friedrich Verrochio.
—Arriesgarnos y morir como perros de guerra dices—escupió Jean Ahing y se sentó junto a Kevin y Paulo—. Uno de nosotros debería partir a Rocca Helena a informar al rey.
—Yo voy—asintió enérgico Taumiel—. Conozco bien este bosque y tengo el caballo más rápido.
—Bien.
Armistead pasó frente a Paulo, Kevin y Jean Ahing. Caminó entre las tiendas hasta la de Tubérculo mirando a Marco a los ojos, no conocía de nada a aquel joven y tenía un aire de alquimista como el extraño de Ahing. Pilissa Franco afilaba sus puñales en su tienda, era una mujer bastante delgada... sólo había dos mujeres en el campamento. Kevin Kaarl intentó algo con ella pero la mujer le clavó un puñal en la pierna. Nadie se atrevía a hablarle y a ella parecía no incomodarle aquello.
Entró en la tienda y Tubérculo fumaba de su pipa junto a Janis Joplin. La mujer era una maga del gremio de magos de Pisarro, muchos magos viajaron del Jardin de Etoiles, la sede de la Sociedad de Magos para reunirse con Pisarro en Rocca Helena. A Armistead no le gustaba como lo miraba la maga: por encima del hombro como si fuera una escoria. Aquel aire de extravagancia lo portaban todos los magos con arrogancia.
—Sir—lo saludó Tubérculo exhalando una nube de humo embriagador—...  Tiene un color maravilloso hoy. ¿Qué le pasó en la mano?
—Los putos Betania me tendieron una trampa.
Janis Joplin escudriñó su mano ensangrentada con sus ojos frívolos. Tenía una larga trenza color miel y el rostro salpicado de pecas. Era muy hermosa pero también era misteriosamente peligrosa, los magicians del Trosième Château mataron un buen número de compañeros durante el ataque al pueblo y los hombres corrientes preferían evitarlos.
—Oh, ya veo—Tubérculo se levantó. Era un hombre corpulento con unas manazas como jamones, el cabello y la barba cobrizos. Llevaba un anillo de oro en la barba… Buscó en un cofre y sacó una manta vieja, desenvolvió sobre la mesa un montón de objetos: agujas, hilo de tripa, botellas de líquidos coloridos y vendas limpias—. Janis, querida… por favor… Préstale la pipa a sir Armistead, la necesita.
Janis le puso la pipa en las manos y Armistead se la llevó a los labios. Sorbió… El humo se le filtró por la garganta y le inundó los pulmones con incomodidad. Tosió, sintió mareos y la cabeza llena de hormigas. Tubérculo limpió su herida con un paño mojado y la roció con yodo, cosió su herida mientras la cabeza de Armistead daba vueltas y Janis hablaba sobre un tal Julius van Maslow...
—Está muerto—confesó Armistead, aquel humo lo había desorientado... No sentía las extremidades.
—¿Julius van Maslow murió? —Janis parecía sorprendida.
—Sí—volvió a fumar de la pipa mientras Tubérculo vendaba su mano—... Era el mago extravagante que se pintaba los cabellos y la barba de morado. Una bala de cañón lo hizo estallar, su cuerpo yacía despezado en un carramoto... Todo tripas asquerosas.
—No puedo creerlo… Julius era el mago más hábil que conocí. Era un famoso cazador de magos negros en Pozo Obscuro y Valle del Rey. Cuando escuché que desapareció creí que la Cumbre Escarlata lo asesinó pero…
—Ninguna persona es invencible—dijo Tubérculo—. Somos humanos que luchan por sobrevivir... Lo único invencible es la muerte. En especial para aquellos que deciden vivir sus vidas persiguiendo el peligro. Julius persiguió a los magos negros equivocados…
Janis se encogió, lastimera. Cuando Armistead salió de la tienda el mundo daba vueltas, veía sombras coloridas... Recordó a Marcela y sus hijos. Sentía que corría entre los pastizales como un niño… Marcela aún no tenía la cicatriz causada por el látigo de Germán Betania en la cara... sonreía esperando a su primer hijo. Se acercó a ella con lágrimas en los ojos…
—Lo lamento mi amorcito—se disculpó Armistead—. Yo quiero darte el mundo, sólo que no es mío.
—No seas tonto mi caballero... Tú eres mi mundo.
«Los extraño tanto». Lloró desconsoladamente en su tienda, donde no lo escuchaban. Odiaba matar personas... pero en el rincón del mundo donde vivía era matar o ser asesinado, y sus hijos necesitaban a un padre. No quería abandonarlos, así como su padre no quiso abandonarlo cuando los Betania lo dejaron morir... Uno de los perros de los señores lo mordió y lentamente fue cayendo por las fiebres de la infección. Su madre tampoco duró mucho ya que no era una prostituta muy hermosa, unos borrachos la golpearon hasta matarla. La vida fue difícil desde su nacimiento, pero Armistead se levantó y no quería desperdiciar su oportunidad; era un hombre libre. Un caballero de la rebelión.
—¿Sir?
—¿Quién es? —Se levantó medio aturdido. Poco a poco fue recobrando la lucidez.
Marco entró con el ceño fruncido a la tienda. Lucía su capa negra desgarrada y el cabello negro revoltoso. Tenía el aspecto de no haber dormido en todo un año. Armistead tomó el cinto y se lo ciñó a la cintura, tenía dos puñales muy afilados que robó de los soldados que mató durante su primer ataque. Se colocó un jubón de cuero tachonado que olía a vinagre...
—Quiero hablar con usted, sir...
—Adelante, Marco—se colocó unos guantes con dificultad y tomó su hacha de combate, empuñar aquella arma con la mano izquierda le costaba así que debía mantenerse fuera de peligro.
—No creo que debamos atacar el valle, sir.
—Yo soy el maldito comandante.
—Lo sé, sir—Marco desvío la mirada—. Yo... no quiero morir esta noche.
—Nadie morirá esta noche—dijo y pensó en lo que dijo—... Bueno ningún rebelde morirá esta noche para ser exactos.
—Yo quería ser libre, sir—confesó el muchacho—. Nací en una familia de magos, pero no heredé la sangre peculiar... Me rechazaron y se deshicieron de mí. Me mandaron a la Maison de Noir para convertirme en algo que nunca quise ser. Pero Lord Verrochio me encomendó dirigir el destacamento de alquimistas que azotó el valle de Rocca Helena.
Armistead se lanzó sobre Marco con el hacha en alto. El muchacho no se movió cuando el hacha descendió y cortó su capa negra... Pero Armistead se detuvo y no lo mató.
—Sir, yo hui... En medio de la batalla… escapé junto al Sistième Château y me escondí en el bosque. Ahora que soy libre puedo ir a cualquier parte, puedo tener una esposa e hijos... Yo... me vi involucrado en esta tertulia haciéndome pasar por un rebelde.
—No vas a morir, Marco—sentenció Armistead—. Escúchame, todos aquí eran esclavos de su propia realidad pero ahora son libres... Ellos anhelaron la libertad y rompieron la cadena.
Armistead salió de la tienda y reunió a sus soldados. Taumiel ya se había marchado del campamento. Las dos docenas de mercenarios parecía intrépida al anochecer… Marcharon en la oscuridad entre caballos y soldados de a pie. El valle quedaba relativamente cerca y desde la colina lo dominaron.
—¿Elias, puedes disparar desde aquí hasta el otro rincón del valle? —Preguntó Armistead.
El niño miró al valle, tomó una flecha, la tensó... disparó, la flecha silbó surcando el cielo y trazó una curva hasta desaparecer entre los matorrales.
—Sí, sir... Podría matar a cualquiera en este valle.
—Entonces quema las casas desde aquí, nosotros bajaremos hasta el pueblo y los sorprenderemos. De seguro creen que huimos pero daremos nuestro golpe.
Bajaron al valle seguidos del eco rotundo que escuchaban de las estrellas. Intentaban enmudecer sus pisadas bajo el cielo estrellado... Su respiración era más ruidosa de lo que recordaba y contenía el aliento mientras el grupo avanzaba poco a poco entre los pastizales. Leonel respiraba con dificultad con un puñal en la punta del mosquete, haría mucho ruido con el disparo de esencialina...
Sacó uno de esos cristales brillantes y lo metió en la munición. Detrás de ellos caminaba Marco, envuelto en silencio y sombras con una ballesta cargada en las manos... Al otro lado del pastizal veía las siluetas deformes de Kevin Kaarl seguido de Paulo, Jean, Tubérculo y Janis Joplin. A lo lejos vislumbraban las casas llenas de luces, un centinela se paseaba entre las casas más borracho que una cuba. Un perro ladraba... Lo que más atemorizaba a Armistead era el hecho de que no debía tener miedo. Desde la colina no podía ver a Elias rodeado de flechas, pronto el niño haría una fogata y lanzaría mordiscos de infierno contra el valle.
Armistead debía ser fuerte para lo que estaba a punto de hacer. Cada vez que iba a combatir recitaba una plegaria a Bel por su familia y por la victoria, quería regresar sin duda alguna. Quería verlos una vez más... Ya no era Armistead el campesino, un esclavo más... No, era sir Armistead el Intrépido de Rocca Helena.
La posada de madera se alzaba ante ellos iluminada por distintas lámparas de aceite rancio. El centinela caminó frente a ellos sin verlos, Leonel le clavó el puñal detrás de la cabeza y lo sumergió en el pastizal. Escuchó un golpe al otro lado. Una cabeza asomó desde la posada pero sólo era una mujer. Caminaron entre las casas de madera vieja sin ser vistos. Los establos estaban repletos de caballos así que Armistead tomó una de las lámparas de la posada y corrió hasta allí. Un joven reposaba en una silla, había abandonado su guardia y no se despertó ni siquiera cuando Leonel le cortó la garganta; sólo abrió los ojos de forma estúpida.
Armistead lanzó la lámpara con aceite ardiente al suelo salpicado de mierda y desperdicios, regó las paredes de madera con fuego brillante y estas empezaron a humear. El establo comenzó a arder despertando a los guardias con el relincho enloquecido de los caballos.
Un grupo de guardias alarmados les cerró el paso, eran media docena de hombres armados con los ojos somnolientos... Armistead cayó sobre ellos. Levantó el hacha afilada destrozando un escudo de grueso roble en el descenso.
El lugar se llenó de humo y no podía ver bien lo que sucedía. Escuchaba gritos y el rumor del acero. Armistead emergió de las llamas y vio varios incendios a lo largo del valle... Gritos desesperados. Kevin Kaarl le clavó la espada en el cuello a un hombre y la sacó con un reguero de sangre... Janis Joplin lanzaba proyecciones desde su varita, una pasó volando cerca de su cabeza y el aroma a menta se le quedó impregnado en la nariz. Una flecha en llamas silbó y se clavó en una casa...
Rómulo Betania apareció ante él con la espada en alto, Armistead tropezó y esquivó el arco de acero. Levantó el hacha y le dio de lleno al escudo de roble atado al muñón de Rómulo con un estallido de astillas. El hombre contraatacó con un espadazo y Armistead esquivando perdió el hacha. Retrocedió desarmado y Rómulo se encogió con una saeta en el ojo... Marco tenía la ballesta en alto y la estaba recargando. Buscó con prisa el hacha y la encontró a sus pies, la levantó con la mano buena…
—Sir...
Se abrieron paso entre los soldados de los Betania mientras el fuego ardía, hambriento. Subieron gritos y alaridos por el cielo negro, el rumor de la carne cercenada portaba un intenso olor a sangre. Un jinete se acercó a toda velocidad, Armistead levantó el hacha y lo derribó de un golpe... El joven se desplomó con el hacha incrustada en el peto de acero, el caballo siguió de largo asustado. Sus ojos verdes brillaban asustados, se cerraron. Armistead le arrancó el hacha de un tirón. Era el joven Daniel Betania sólo que se rompió la nariz, no estaba muerto pero se golpeó la cabeza con la caída y quedó inconsciente. Pilissa Franco apuñaló repetidamente el torso de un soldado por la espalda cuando George Betania cayó sobre ella... La mujer retrocedió con los puñales en alto. El gordo intentó atravesarla con la espada pero la mujer saltó a un lado y le clavó un puñal en el cuello con rapidez.
Jean Ahing estaba sobre un enorme caballo negro, tenía la mitad del rostro cubierto de sangre.
—Sir Armistead—clamó. Su espada brillaba roja—... Los sorprendimos, matamos a los guardias y capturamos a los campesinos.
Kevin Kaarl arrastró a Paulo hasta ellos, el joven sangraba como un cerdo mientras gritaba.
—¡Me muero! —Intentaba cubrir su herida inútilmente, tenía las manos rojas y pegajosas—. ¡Es mucha sangre... Ahhh me muero!—Lloriqueaba como un niño.
—Esos malditos mataron a los otros e hirieron a Paulo, pero los matamos y encerramos a los campesinos en el granero—replicó Kevin Kaarl—. Mírame, Paulo. ¡No te vas a morir!
—¡Puedo ver mis putas tripas! Me voy a morir... ¿Dónde está Tubérculo?
Armistead miró a su alrededor. Había cuerpos cubiertos de sangre que no reconocía flotando en charcos oscuros... Veía montañas de fuego entre los negros pastizales. Escuchaba gritos y caballos enloquecidos… Olía a sangre y polvo... y a ¿frutas podridas? Había siluetas arrastrándose entre la hierba.
—¡Tubérculo! —Llamó Armistead...
Los cuerpos de los soldados permanecían lúgubres, una pequeña capa de sangre cubría el suelo y tenía las botas mojadas; la herida en su mano se abrió y le dolía horriblemente. Leonel y otros de sus hombres tenían a los campesinos en un tumulto, estaban horrorizados, asustados... Los niños lloraban y las mujeres rezaban, pocos hombres se atrevía a levantar la cara.
—Sir...—Leonel bajó el mosquete—. Tomamos el valle, matamos a todos los que se defendieron. Matamos a Vouvier y sus soldados...
—Nosotros matamos a George y a Rómulo Betania—dijo Armistead—. Tenemos cautivo a Daniel Betania... ¿Dónde está Bertuar?
Leonel escupió.
—Ese viejo está escondido en algún lado, no debió ir muy lejos y de seguro no vivirá tanto.
—¿Qué haremos con los campesinos? —Preguntó Pilissa Franco limpiando sus puñales.
—No podemos llevarlos a Rocca Helena—aclaró Leonel—. No tenemos tanta comida para el largo viaje... De hecho necesitamos sus alimentos.
—Tienen pura comida de mierda en esos graneros—bufó Kevin despectivo. Al parecer Paulo se había desangrado y muerto.
—No será suficiente, sir—Jean Ahing envainó su espada y se limpió la sangre del rostro.
—Tendremos que matarlos a todos—ordenó Armistead.
Todos lo miraron. Los campesinos se arrodillaron, tenían los ojos llenos de lágrimas. Armistead... Él simplemente no pudo evitar ver a sus padres entre ellos, verse a sí mismo en el tumulto como un campesino harapiento. Pero ya no era un campesino, tenía que liberarlos de su sufrimiento; después de todo la guerra era la guerra.
Escuchó a un animal, una silueta demencial se levantó del pastizal y le arrancó la cabeza a Kevin Kaarl... Armistead gritó de horror al ver unos cuernos rotos... Era un hombre, pero también era un caribú.
Los campesinos escandalizados comenzaron a correr. Leonel disparó su mosquete y una nube de luminosas llamas rojas rodeó a la bestia. Unos ojos dorados se acercaron a toda prisa a Armistead desde el pastizal, lanzó un hachazo y atravesó el pecho de una criatura flacucha y alta con un chillido, no era humana. La arrancó en una explosión de sangre que lo empapó, la criatura levantó los miembros largos y finos así que siguió lanzando hachazos a esa cosa de piel grisácea y rostro de animal hasta que la mató.
Janis Joplin le lanzó una proyección al demonio caribú, una sustancia de plasma muy caliente se desprendió de su varita como un chorro de plata brillante y tumbó al demonio con un rugido. Todos corrían y desaparecían en la hierba... Escuchó un extraño aullido, un lobo gigante saltó del pastizal, derribó Janis y le arrancó la garganta a dentelladas entre gritos cada vez más ahogados.
No veía a Jean Ahing ni a Leonel. Miró al demonio caribú que tenía a Pilissa ensartada en sus garras... se estaba comiendo sus intestinos. Armistead sintió horcadas, le llegaban flechas en llamas de una colina remota. El demonio lobo tenía una cola de serpiente, se acercó a Armistead gruñendo y enseñando unos largos colmillos ensangrentados, sus ojos dorados se cerraron cuando dos saetas le nacieron del costado. Marcos recargó la ballesta con el resorte, las manos le temblaban.
El lobo gigante aulló, saltó sobre Marco y le arrancó la ballesta volviéndola astillas entre sus fauces; intentó morderle la garganta pero el joven se protegió con los brazos... Armistead escuchaba sus gritos desesperados. Levantó el hacha y corrió hasta el demonio lanzando golpes, cerró los ojos mientras sentía como el filo del hacha cortaba el grueso pelaje y la carne. El demonio lobo chilló como un perro, le lanzó un mordisco frío a Armistead y sintió que se le abría la barriga con un tirón, dejó el hacha clavada en la cabeza del lobo gigante y tomó el brazo de Marco. Escapó por el pastizal con el cuerpo húmedo mojado en sudor, Armistead arrastró a Marco fuera de la carnicería... Los demonios devoraban a los hombres, era una pesadilla…
—¡No me quiero morir, sir! —Aulló Marco, sus tripas salían de su vientre desgarrado como serpientes coloridas—... ¡Me duele mucho! Ahhhh.
Sentía que estaba muy mojado y tenía mucho frío. El corazón le retumbaba con dolor, se palpó el vientre abierto…
—¡Silencio! —Armistead tenía las manos llenas de sangre—... No te vas a morir, vamos con Tubérculo y él te curará y...
—Sir...
—¿Sí, Marco?
—Me quiero ir a mi casa.
—Yo también...

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