Capítulo 14. Sinfonía de los Espíritus

 Capítulo 14: La Puerta de Piedra.

Jessica reposaba en el fondo del corredor de paredes y suelo liso. La chica permanecía reclinada en la pared, sangrando y respirando con dificultad. La oscuridad caía sobre ella como un manta, débilmente arrancada por momentos cuando un relámpago verdoso arrojaba luz desde el interior de aquel túnel erosionado. Sam reconoció aquel pasadizo y el misterio de la caverna en Montenegro.
—Tu amigo, el lobizón... se adelantó—Jessica presionó una herida en su vientre. La sangre era negra ante la penumbra y corría por su pierna dejando manchas oscuras en el suelo descompuesto—. Ve, Wesen... y has volar esta maldita caverna.
La chica se recostó con la espalda pegada a la pared lisa y pareció sumergirse en un sueño agradable. Su sangre se convertía en vapor rojizo con cada exhalación. Su chaqueta ennegrecida estaba deshilachada y olía a cabello quemado. Más adelante, la silueta de un cuerpo chamuscado desprendía volutas de humo. Sam detalló los restos de una máscara de bronce derretida en el rostro quemado.
Las paredes lisas estaban cubiertas de agujeros negros y jolín, allí donde las llamas y los relámpagos lamieron las losas de mármol. Se adentró en el túnel de piedra siguiendo el vago indicio de luz, guiado por un instinto desconocido y los misteriosos susurros de un lobo blanco de ojos sangrientos... Hasta llegar a un salón abovedado en el cual convergían otros doce túneles en direcciones desconocidas. A Sam le pareció notar el sabor de una brisa muy fría proveniente del túnel más cercano y vio arremolinarse la aguanieve en una charca... En otro más lejano, notó que la arenisca era traída por una brisa más suave, casi imperceptible por un maullido desconocido. Aquella cámara desconocida era un espacio sellado de muchas entradas, construido por conocimientos perdidos.
En el centro de aquel salón abovedado se alzaba una escalera de piedra de cientos de escalones que conducían a un grueso de portal: dos planchas de piedra con un sol, una luna y planetas desconocidos... portaban una presencia abismal. Sam veía las estrellas brillantes en las paredes de mármol oscuro, las piedras incrustadas en las paredes formaban las constelaciones de un cielo desconocido... o quizá visto desde nuestro mundo por ancestros de existencia pasajera. Los magos escarlata al pie de aquella Puerta de Piedra inmemorial eran fantasmas sinuosos con rostros de bestias mentirosas. Quimeras de  dioses antiguos en civilizaciones olvidadas.
Aquel salón brillaba con una luz cálida demasiado extraña. Le parecía que los objetos sólidas habían adquirido una consistencia líquida bajo la luz anaranjada que se filtraba desde alguna rendija del techo inconmensurable. En el primer escalón vio un cadáver familiar... pasó al lado de su padre muerto con un escalofrío y subió los escalones de piedra. Estaba sumergido en una inestabilidad emocional y era incapaz de pensar con claridad. En un día había visto morir a muchas personas queridas.
Sam levantó la varita mágica a aquellas sombras sangrientas y gritó hasta que le ardió la garganta.
Los tres magos de túnicas escarlatas poseían máscaras de plata: un gato, un murciélago y la Serpiente. Kausell le sonrió con el traje negro y el sombrero sombríos.
—¡Samuel, sigues vivo!
La Gata bajó un peldaño sin emitir sonido y agitó su varita, un fragmento de vapores luminosos se desprendió de su señal. Sam imaginó que el color rojo brotaba de su varita y respondió con una descarga de esencia. Su brazo se entumeció, pero no retrocedió. Ambos chorros de luz chocaron, se embistieron y se desviaron en direcciones opuestas hasta perderse en aquella cámara translúcida.
—¡¿Ha valido la pena?!—Sam agitó la varita, rabioso. Le ardía el arañazo en su rostro—. ¡¿Lo que hay detrás de esa Puerta de Piedra es más valioso que todas esas personas?!
La Gata levantó la varita, un brillo resplandecía en su punta negra. La Serpiente la detuvo...
—¿Quieres saber, Wesen?—Dijo el hombre de ojos verdes que se escondía bajo aquella máscara de serpiente—. ¿Quieres conocer la verdad... a pesar de no poder soportar su peso?
Sam abrió la boca para replicar. De súbito, la rabia y desesperación ciega fueron desapareciendo por un éxtasis moribundo al escudriñar el relieve arcilloso de aquel portón negro... Quería adentrarse en la turbulencia. Habitar dentro de la caverna provocó una obsesión compulsiva en su mente por descifrar el misterio detrás de la Puerta de Piedra. No, el haber crecido en Montenegro causó una desesperación por hallar la verdad escondida en las cavernas. En sus pesadillas pétreas y las calaveras que los perseguían desde las sombras. Sus formas obscuras de naturaleza demoníaca.
Sam dio un paso atrás, y bajó por la escalera de piedra. Era presa de un deseo más grande que su voluntad... Era más poderoso que la muerte. Contempló a la Serpiente subiendo hasta la Puerta de Piedra y posando sus manos de largos dedos en la superficie irreal. La luz proveniente de las rendijas del averno flotó hasta él y lo envolvió con una viscosidad impropia.
La Puerta de Piedra crujió, se cubrió de grietas y pareció abrirse con un soplido pesaroso.
—¡En camino, hasta la eternidad!
Sam sintió que una tormenta estalló a su alrededor y se aferró a los peldaños de piedra para no ser derribado por las ráfagas de viento desconocido... Tuvo la certeza de que el mundo estaba terminando y una era de oscuridad nacía desde las tinieblas de aquella Puerta de Piedra. La túnica escarlata que llevaba puesta se desgarró y salió volando en trozos... y sus manos se desprendieron de los peldaños.
Sam rodó, volando a través de aquel huracán sobre los peldaños de piedra y cayó al suelo... sintiendo que la brisa lo arrastró hasta uno de los agujeros en la caverna y... Vio aquella gusanera devorando el vacío como las fauces de una criatura desconocida. Cerró los ojos y el viento se detuvo. La brisa cesó tan rápidamente como comenzó, y permaneció ante la entrada de un túnel cubierto de arenisca rojiza.
Kausell levantó sus manos a la inmensa negrura dentro de la Puerta de Piedra. No veía un final en aquel vacío sepulcral y un hedor desconocido emergió de la fosa...
—¡Hace miles de años se sucedieron guerras entre los primeros habitantes conscientes de este planeta y una raza que provino de una estrella agonizante!—Escuchó un resuello desde la profundidad de aquel portal desconocido y creyó avistar dos ojos cavernosos—. Esos seres de exuberante conocimiento descifraron el misterio de la vida y crearon al Demonio de la Tierra.
Kausell retrocedió, bajando los peldaños. El sombrero de su cabeza salió volando.
—¿Demonio de la Tierra?
La Serpiente elevó sus brazos más alto y se escuchó otra vez el resuello áspero y el andar viscoso de un animal adormecido. La pesadumbre de aquellas pisadas lo aterrorizó con el supuesto tamaño de aquel monstruo.
—¡El Demonio de la Tierra es un arma antigua creada por los Primigenios durante las Primeras Guerras contra los Hombres Serpiente y las otras razas que se disputaron este mundo fértil de sueños redentores!—La Serpiente gritaba a grandes voces—. ¡Los humanos fuimos diseñados como servidumbre por estos Primigenios de las Estrellas! ¡Hasta que la historia se perdió! ¡La quimera fue el máximo exponente de la Alquimia de la Vida hecha para arrasar las naciones del mundo prehistórico! ¡Miles de ellas volando por el cielo como una plaga de demonios! ¡Millones atravesando los océanos como seres de las profundidades!—Barrió el aire con las manos—. ¡Los Hombres Serpiente se escondieron en Islas y cavernas hasta extinguirse! ¡Un arma biológica sin precedentes que exterminó a los Hombres Serpientes... hasta que una glaciación misteriosa causó una extinción masiva en todas las especies! ¡Se cree que la humanidad realizó un pacto con los Demonios del Frío! ¡Los Primigenios tuvieron un retroceso tecnológico y se mezclaron con la raza sirviente antes de desaparecer! ¡Su legado es la quintaesencia! ¡Un regalo de los cometas y las razas muertas!—La Serpiente se giró y le mostró la espalda al agujero, le pareció avistar tentáculos de niebla negra emerger como zarcillos—. Cuando las Puertas de Piedra se destruyeron durante esas guerras milenarias... Una de las criaturas quedó atrapada en aquel portal que conduce a un planeta distante. Estuvo atrapada en el espacio entre las dimensiones, hibernando desde hace milenios. ¡Un mutante inmortal sin precedentes! ¡Eso es lo que desea la Cumbre Escarlata! ¡No importa si está muerta! ¡Un trozo es suficiente para revivir al ejército más poderoso que ha pisado esta galaxia!
—¡Están locos!
Kausell Courbet bajó las escaleras a toda velocidad, trastabilló y resbaló.
La Serpiente rió ante aquella sombra inmensa que surgió desde las tinieblas vertiginosas, exhalando miasmas pestilentes. Dos esferas inmensamente rojas emergieron desde el foso y devoraron al mago escarlata con una sarta de dientes horrorosamente ennegrecidos.
Sam gritó de espanto al contemplar el tamaño colosal de aquel monstruo cuadrúpedo de garras prominentes. El pelaje blanco estaba cubierto de una película de limo verdoso... Su aspecto era aterradoramente indescriptible: parecía el cruce gigantesco de un león, un lobo y un oso de largos colmillos abominables y larga lengua bífida; cuernos largos y retorcidos; dos ojos frontales tan rojos como estrellas de sangre y dos laterales parecidos a los de serpientes; melena blanca tan sucia y pestilente como la putrefacción; un lomo hirsuto plagado de ventosas como las de un calamar; vientre escamoso de color amarillo enfermizo y una larga cola cubierta de vello verde que era... una gruesa serpiente negra y ciega que medía la temperatura de la caverna con una larga lengua azulada.
Sam sintió repulsión, miedo, aflicción, confusión... Todo mezclado. Hubiese vomitado al respirar la pestilencia del demonio, si su estómago no estuviera vacío.
La bestia de cinco metros levantó una de sus patas delanteras de cinco zarpas y aplastó a la Gata con un estallido húmedo. Emitió un rugido demencial, nunca antes pronunciado en animales de este mundo. El grito de un demonio aterrador que penetró en profundidad de mentes sensibles, en un espectro tan agudo como disonante. El mundo vibró ante aquel pandemónium y se estremeció...
Sam se levantó, temblando y escuchó otra vez aquel potente rugido acuoso que enterneció cada gramo de su ser. Las paredes de la caverna se agitaron, liberando toneles de polvo. Sintió un temblor bajo sus piernas y el cabello se le cubrió de piedritas.
—Samuel Wesen—un cúmulo de niebla rojiza se reunió en un pilar de gas que pasó rápidamente a un estado líquido. Creyó distinguir la sombra de la Serpiente detrás de la niebla—. Recordaré ese nombre en forma de gratitud.
Un peñasco cayó sobre la niebla rojiza y esta desapareció mientras el derrumbe se precitaba sobre su cabeza. A lo lejos vio al Murciélago desaparecer bajo una lluvia de polvo y escombros. Kausell corrió a uno de los túneles y desapareció en la negrura, el polvo de cientos de toneladas de tierra cayó en pedazos. Sam se cubrió los oídos cuando el demonio volvió a emitir aquel rugido abismal desde el interior de su garganta azulada y... vio emerger seis tentáculos delgados de color violeta desde las ventosas en su lomo. Los tentáculos se crisparon y se extendieron como gruesas alas atrofiadas de murciélago. Las agitó dos veces y pareció elevarse unos metros del suelo. Batió aquellas seis alas demoníacas y se elevó con un penetrante rugido que desmoronó la techumbre hasta que la luz anaranjada del eclipse se filtró por un agujero protuberante.
—¡Samuel!
El lobizón pardo saltó hasta Sam desde la oscuridad y lo zarandeó. El pelirrojo despertó de aquella ensoñación y subió al lomo del Cambiante. Se aferró a aquel pelaje polvoriento mientras corrían a través de túneles colapsados y bifurcaciones ascendentes. Las piedras del techo caían sobre las espinas negras del suelo y sellaban los secretos de piedra y los espectros en las sombras. Creía que no podrían salir de aquella caverna ruinosa y serían silenciados por el derrumbe inminente, capaz de sepultar sus cuerpos eternamente. Subieron por barrancos que caían, atravesaron túneles que se cerraban con nubes de polvo y pasaron bajo una fisura antes que un derrumbe de agua cerrará aquel sendero.
El lobizón saltó y las piedras bajo sus pies se derrumbaron. Vagaron a través de un agujero hasta la superficie luminosa por una fisura de piedra. Las calles se abrieron con un crujido y se desmoronaron sobre las alcantarillas y cavernas subterráneas. Un edificio de dos plantas se vino abajo con un estruendo. Nelson saltó sobre un tejado y aquella casa se hundió... Trepó y se precipitó hasta una calle cubierta de grietas.
Vio volar al Demonio de la Tierra con sus seis alas violáceas membranosas. La bestia surcaba el cielo con una gracia majestuosa que contrastaba con su horror opulente... y parecía llorar sumergido en una miserable melancolía. Agitaba sus alas elásticas con una suavidad de terciopelo y... abrió su boca furibunda para pregonar un resuello áspero que se perdió en el aire. Un llamado a seres que dejaron de existir miles de años atrás. Una lamentación de tristeza y abandono...
Sam levantó la varita mientras el lobizón saltaba sobre los tejados hasta perderse cuesta arriba en las lomas. Nelson parecía leerle los pensamientos mientras ascendían en dirección a la pesadilla que volaba sobre los nubarrones de Montenegro. Le pareció notar un suave descenso en su vuelo mientras subían a la cima de la loma y...
Un recuerdo fue insertado en su cabeza por la figura siniestra del lobo blanco.
«Cenizas en la base de un árbol muerto».
Sam exhaló una nube de hierro encendido y expulsó un manantial rojo por la varita. Su cuerpo entero se estremeció con un ardor y aquel chorro de luz roja cortó el cielo como un rayo y alcanzó el lomo hirsuto del demonio... Una de esas alas violáceas chisporroteo con un silbido, se arrugó y estalló con un resoplido.
La bestia se interrumpió en su vuelo majestuoso y cayó sobre la loma, arrastrando una veintena de casas en su caída y deteniéndose en el festival a orillas del río. Nelson saltó hasta la calle y echó a correr con sus cuatro patas, haciendo sonar sus garras en el pavimento y bajando por una pendiente abrupta hasta el malecón bullente de actividad. Las carpas coloridas se derrumbaron con el temblor y una multitud se aglomeró en torno al derrumbe que ocasionó la bestia quimérica en su caída.
El lobizón se abrió paso entre miradas inquietas y Sam bajó ante el espectáculo macabro de la bestia moribunda. El animal resopló, con los ojos desorbitados y se arrastró débilmente cubierto de escombros y grandes trozos de paredes. El eclipse caía sobre ellos con tonalidades rojizas y cálidos matices místicos. Nadie sabía que misterios acechaban en aquellas sombras tenebrosas. Una mujer se desmayó y el pánico acechó en aquella muchedumbre azarosa.
El animal resopló con los ojos vidriosos y se sumergió en un sueño prominente. Notó que era terriblemente viejo y débil, y que su último vuelo fue de despedida porque sus heridas se curaban lentamente, infectadas con pus maloliente y gangrena. No era el arma bélica de la guerra más antigua que el tiempo... eran los restos oxidados de una era de héroes que finalizó hace millones de estaciones.
Nelson volvió a su forma humana y un tumulto del gentío gritó, asustados. Eran una masa de personas que se apretaba en torno al monstruo, murmurando, asustados y... se paralizaron. Fue como si hubieran detenido el tiempo y todos conservarán aquella mueca pronunciada. Sam miró a su alrededor y detalló los rostros congelados de ojos fijos. Él tampoco podía moverse, pero sus ojos conservaron cierta libertad. Avistó con horror a la Serpiente desfilar entre el gentío de mentes paralizadas mientras el eclipse llegaba a su esplendor. Se acercó a la bestia albina con las manos extendidas. Posó las palmas sobre el pelaje hirsuto y con una ventisca, ambos seres se fundieron en niebla pálida y espesa.
Sam intentó gritar con todas sus fuerzas, y no emitió más que un débil ronquido. La niebla se disipó en un torrente y subió al cielo rosado antes de desaparecer en un estallido de humereda. En el momento que desapareció, pudo volver a sentir sus extremidades y... La impotencia lo invadió, porque la Serpiente desapareció junto al Demonio de la Tierra.
Las personas se habían marchado. Una calma silenciosa se apoderó de aquel lugar devastado, y los pájaros negros volaron en desbandada. Sam sintió un latigazo de dolor y sus músculos cedieron ante la gravedad. Nelson era sometido por cuatro hombres y no podía levantarse. Los rodeaban rostros familiares de Cambiantes.
—Llevas cuatro horas paralizado—dijo Melissa, rodeada de gatas—. Los carroñeros creían que moriste de pie.
—¡Samuel!
Nelson intentó levantarse y los cuatro hombres de prominentes garras lo sometieron en el suelo. Sujetaban sus miembros y cabeza. Los escombros rodeaban aquel barrio turbulento.Debían haber unas cuarenta personas de todas las edades; morenos, altos y bajos... Cuyos rostros veía con frecuencia en el pueblito. Eran las familias de Cambiantes de Montenegro.
—Nelson Arciniega rompió el tratado de paz—anunció la alcaldesa Juliana Guzmán—. Y el hijo del Mediador lo apoyó en su serie de asesinatos. ¡No se puede saber que los Gonzalez apoyaron a la Cumbre Escarla! Tendrán que morir para establecer el balance.
—¡Viejas brujas!—Joel desfiló con las garras erizadas y el semblante severo. Los Cambiantes se apartaron, temerosos—. ¡Malditos animales presuntuosos! ¡Yo maté a todas esas personas y también...!—Traía en cada mano una cabeza decapitada. Eran los linces plomizo y cobrizo. Los arrojó a los pies de la alcaldesa—. ¡¿Hablan de orden cuando viven en el caos?! ¡¿Cómo piensan defenderse de los Sonetistas cuando implanten sus regulaciones?!—Se acercó a los cuatro hombres morenos y estos soltaron a Nelson—. ¡¿Quieren saber la maldita verdad?!—Los señaló a todos—. ¡Yo no maté a mi hermano Andrés Arciniega!—Señaló a los hombres morenos—. ¡Fueron los malditos Gonzalez, porque Andrés embarazó a la madre de mi sobrino!—Sacó las garras venenosas y el círculo de Cambiantes retrocedió—. ¡Ellos nos cazaron a mi hermano y a mí y, lo asesinaron cruelmente! ¡Luego, yo fui personalmente por los responsables! ¡Los maté y me los comí!—Se señaló el pecho—. ¡Yo cometí asesinato y canibalismo y quise desatar una maldita guerra!—Apuntó con un dedo a la alcaldesa y a las brujas Blanco—. ¡Mi padre me suplicó el exilio para evitar más muertes y yo respeté esa decisión! ¡Por años creyeron que era un loco asesino! ¡Quizás lo soy! ¡¿Y qué?! ¡Mientras pelean y se matan entre ustedes haya afuera se está librando una batalla que pronto llegará a sus puertas y hará vibrar sus ventanas! ¡Los tiempos están cambiando!
Sam intentó levantarse, estaba tan cansado y pesado como si fuera de plomo. Joel lo ayudó a ponerse de pie... y caminó, débilmente. Los Cambiantes le abrieron paso mientras se retiraba y volvía a salir el sol bajo los nubarrones de lluvia. El mundo recuperó su color opaco después de la pesadilla. Pensó en las personas que perdió y en todo lo que le arrebataron... La herida en su mejilla ardió.
—Sam—Nelson puso una mano sobre su hombro—. No te vayas.
—Lo siento, amigo—frunció el ceño y apartó la mano del moreno. Sus piernas temblaron por el esfuerzo de sostenerse—. Pero, no podré cumplir la promesa que hicimos. Tengo que irme, Nelson Arciniega. Es mejor... que no volvamos a encontrarnos en esta vida. De lo contrario, la próxima vez seremos enemigos.
—Sam...
—Adiós, mi amigo.
Sam se retiró con un terrible malestar en su interior. El dolor físico era insoportable, pero el dolor en el alma no lo dejaba respirar. Caminó, solitario por aquellas calles deshechas de brumas tormentosas e intentó no pensar en Donna o Finch. Los había amado y los había perdido. Sus pies llegaron por instinto hasta la vieja tienda esotérica y entró por un puerta colapsada hasta un recinto desastroso de anaqueles destruidos, estantes colapsados y vidrios rotos. Las pulseras que tejió con Melissa eran un recuerdo desagradable. Una terrible sensación de vacío lo carcomía por dentro.
Levantó la vista e imaginó que volvía a estar entre los brazos de Donna. Respirando suavemente el perfume agradable de su piel y... llorando de soledad.
«Y ahora cuando cierre mis ojos, recordaré mis labios fríos besando tu rostro y te amaré mientras me ahogo en lágrimas» recordó el poema de Finchester.
«Yo te elijo a ti, Samuel Wesen».
Escogió mal, porque no pudo protegerla de las garras de la muerte.
«Volveremos a vernos en un lugar lejano».
Era preferible morir... a seguir sufriendo y explayando el dolor. Buscó una gruesa soga y amarró un nudo corredizo para ahorcarse... Tuvo un fugaz recuerdo.
Sam entró corriendo en el almacén y revolvió las cajas polvorientas hasta encontrar la pequeña caja de envoltura morada. Rompió la tela y descubrió un grueso teléfono irastreable con un único contacto registrado:
«Jonathan Jiménez».

¿Quién dice que no duelen
Las huellas en la arena?
Tu huella el mar se la llevó
Pero la luna sigue ahí
Pero esa luna es mi condena...

Despacio en la mañana
A gritos por la noche
¡Las voces vivas del recuerdo se disfrazan de intuición!
Y en una voz, tu voz se esconde
Y en una voz, tu voz se esconde...

Y yo sé que tal vez
Tú nunca escuches mi canción, yo sé
Y yo sé que tal vez
¡Te siga usando así, robándote mi inspiración!

¡Mientras siga viendo tu cara en la cara de la luna!
¡Mientras siga escuchando tu voz!
Entre las olas, entre la espuma
¡Mientras tenga que cambiar la radio de estación!
¡Porque cada canción me hable de ti, de ti, de ti!
Me hable de ti...

La vida se me esconde
Detrás de una promesa sin cumplir
De donde nace alguna inspiración, de donde nace otra canción
Y ya no sé bien quién se esconde
¡Yo ya no sé lo que se esconde!

Yo seguiré buscando
O seguiré escapando...
Tal vez de ti, tal vez de mí
Yo seguiré buscándole una explicación a esta canción...


«Capítulo anterior»

Sinfonía de los Espíritus (Wattpad)

Compra el libro en físico y ebook exclusivo

Instagram: @gerardosteinfeld10

Facebook: Gerardo Steinfeld