Capitulo 1. Cien Mil Días de Tinieblas

Capítulo 1: La Ciudad Subterránea.


«10 de Octubre, 2032».

—Estamos tratando con uno de «ellos».
—¿Y cómo lo sabes?
—Con una patada—el hombre miró de reojo con los ojos desorbitados—. Le metió el tabique de la nariz en el cerebro a un hombre. Dejó a otro inconsciente, casi muerto, con una patada a la cien. Es un demonio, se necesitaron más de veinte hombres con pistolas eléctricas... para detenerlo.
El otro miró a través de la ventana con gesto furibundo.
—¿Qué haría uno de ellos, aquí? —Era moreno y alto, de dentadura desigual, palidez y delgadez... como solo el forzoso encierro prolongado podían deformar un cuerpo adulto—. Creía que el Colapso sumergió su isla.
El otro hombre, más pálido, de ojos verdes y cabello desgreñado; se llevó un dedo a los labios y chistó.
—Cállate, no se puede hablar de eso.
El moreno retrocedió, asustado y clavó sus ojos en el cristal translúcido. Sam lo escudriñó largamente, con sus hipnóticos ojos sangrientos. El terror ofuscado hizo que ambos centinelas se separen unos centímetros del crisol. Permaneció sentado, con los brazos molidos apoyados en la mesa metálica... mirando las esquinas oscuras de la celda de interrogatorio. La luz era escasa, y las sombras desdibujadas en la penumbra contenían contornos y formas depravadas. El aletargamiento ocasionado por la vida en tinieblas, causó un pletórico hundimiento en cavilaciones y voces internas.
Samuel Wesen tenía el cabello y los ojos rojos como la sangre, y en los últimos años de encierro... un poco más oscuros. 
El moreno suspiró, cansado.
—¿Cómo se habrá infiltrado este—echó miradas a los lados, preocupado—... Sonetista, en nuestra ciudad?
—Hay dos mil personas en la ciudad subterránea—el pálido se mordió los labios—. No se han contado los nacimientos, las defunciones y... las desapariciones de los que se aventuran a atravesar los contenedores; desde la última incursión. El estrecho encierro, la oscuridad y los terrores al acecho... han esparcido la locura como el endemoniado tifus. Existe una demencia ocasionada por el llamado a los túneles cegados, y las entradas clausuradas... se han visto manos negras arrebatar a las personas desde estas fisuras a lo desconocido. Tengo mi teoría, y es... que este refugio no es tal. Todas las cámaras legadas a refugiados parecen contenedores de concreto reforzado como cápsulas de contención. Debió ser una extraña prisión, pero.... de no de seres orgánicos... o no del todo seres corpóreos.
—Cállate, me estás asustando.
—¡Ja, negro cobarde!—El pálido frunció los labios—. Tú llegaste después, con los refugiados foráneos que se las arreglaron para sobrevivir en la superficie cuando ocurrió—la mitad de su rostro se contrajo en un rictus de repugnancia—... todo eso. La Jefa nos trasladó a este complejo del subsuelo, de niveles profundos y laberínticos. La oscuridad se extendió como una plaga devoradora, y hallamos los cuerpos desmembrados de un centenar de los anteriores residentes. Lo que los haya descuartizado, rompió los cerrojos de su prisión... y se abrió paso a través de los túneles, posiblemente, al exterior. Los primeros colonos, mientras exploraban, encontraron un contenedor oblongo con una caja de cristal, aparentemente vacía... la caja era del tamaño de una persona y era aislada con juramentos y páginas benditas: pasajes arcanos de la biblia bañados en agua bendita. Pero, el cristal fue roto... y al irrumpir en el salón escucharon los lamentos profanos de una mujer, y vieron un espectro de tinieblas desaparecer en los túneles más profundos—se pasó una mano por el mentón—. Es tabú acechar próximo aquellos pasajes impíos: puedes sentir ojos fantasmales atravesando tu piel desde la espesa negrura. Hace seis meses, cuando las desapariciones se volvieron innegables... derrumbamos las gusaneras, y aislamos lo que se haya escondido allí. Pero, si te acercas lo suficiente a los escombros, y pegas la oreja... puedes escuchar los gritos del demonio. Hay accesos a la superficie que desconocemos... porque de allí provienen las ratas. Y muchas han egresado mutiladas...
 »Existe una energía oscura en este caos... y no es solo el forzoso encierro y la ponzoña de los terrores desconocidos. Aquellos contenedores... han dejado huella en los vagabundos habitantes. Una joven estúpida encontró una estatuilla de marfil con forma de sirena asquerosa... y solapadamente, en aquel nivel habitado se esparció, horrorosamente, la fiebre amarilla sin control. Y tú... encontraste aquello en la celda 25—B.
El moreno saltó de un respingo.
—Sabes que no creo en lo sobrenatural.
—Viste el pentagrama dibujado con sangre y el horror del contenedor: una pesadilla viviente. Solo diez celdas de la sección B están habitadas... y el resto, ha migrado a niveles más bajos. 
—No fue un endiablado caso sobrenatural.
El pálido enmarcó las cejas.
—¿Y adónde se fue el vampírico ser? Se sabe que una prostituta trabajaba en la sección B, a cambio de comida, píldoras nutritivas, medicamentos y protección. Los foráneos de aquel nivel, aseguraron que la prostituta recibió la constante visita de un hombre de aspecto singularmente elegante. Insólito, para este deprimente estado social... decían que era muy educado y no traía bolsas. Nunca se escuchó ruido extraño, pero sí quejidos constantes... acompañados de un olor supurante a madera hinchada. La prostituta dejó de recibir visitas, pero aun así... persistía el hedor y el ruido decrépito. Los habitantes, sospechando, abrieron aquella celda y encontraron el cuerpo de la mujer: despedazado; metida en envases de vidrios con etiquetas, horriblemente identificadas, como: «almuerzo», «cena», y así... Nunca encontraron al caníbal, perdido en los conductos irregulares del nivel. Lo más tenebroso del accidente, fueron los dibujos pintados con sangre en las paredes del cubículo.
—¡Te he dicho que no creo en espíritus!
—¿Tú también escuchaste las voces en la superficie? —El pálido abrió y cerró sus párpados membranosos—. Caminaron, mirando el suelo, cubiertos de lonas y gabardinas. Yo no estaba allí, sobreviví en el metro de Caracas... mientras el mundo llegaba a su fin en una vorágine de depravación y trompetas. Pero, he escuchado sobre ríos de sangre gelatinosa corriendo por las calles a raudales... Gritos, cánticos misteriosos, criaturas extrañas y las voces de los condenados. 
—¿Cómo llegaste a Colombia?
—La Jefa nos rescató del metro, a mí... y otros pocos desafortunados—frunció los labios—. No logré ver el estado del mundo exterior... Nos subieron a contenedores de metal en una travesía silenciosa y espeluznante. Espero que haya sido la angustia del encierro, el mal olor, y los espasmos... que me causaron ver a los prójimos derrumbarse en el suelo del contenedor, sin rastro de vida en sus ojos. Porque, creía escuchar voces familiares a través del grueso metal y las tinieblas, golpeando con pezuñas de diablo. A veces nos sumergimos en silencio despiadado, y el golpeteo de los seres en el exterior nos llenaba de terror. No sé qué moradores han poblado la superficie. En los niveles superiores, más próximos al exterior, muchos seres grisáceos e hipocéfalos... han atravesado las barreras y se han perdido en los túneles. 
»Arriba, había una estación de radio, perteneciente a este lúgubre complejo. Era locutor, antes que el mundo... Bueno, nunca le he contado esto a nadie. No me creerían, pues, segundos antes del Colapso... escuchaba la radio en mi celular y, me pareció escuchar una orgía demoníaca. Millares de lamentos entretejidos en una orquesta de depravación dionisíaca repleta de egipanes morbosos, cabritos soeces y estrambóticos quejidos sangrientos. Durante un instante eterno, la música horrible sofocó toda la percepción del mundo... y el metro de detuvo ante el apagón de luces. Espero que haya sido mi imaginación, porque... cuando utilizamos la antena para rastrear las emisoras de las ciudades cercanas. Todo había desaparecido en el silencio y la suciedad... Durante largas contiendas, hicimos funcionar el módulo, y mandamos mensajes que podrían alcanzar países cercanos. Las únicas respuestas fueron gritos, gruñidos y amenazas en idiomas desconcertantes. En la frecuencia más baja, percibimos un llamado tétrico de alguna región del espacio. No reconocimos la voz, ni el lenguaje... Parecía un festín depravado, proveniente de una fuente concebida, o en los abismos cavernosos de los océanos ignotos... o en el espacio exterior, orbitando los planetas inhabitables.
»También, intentamos explorar el complejo, pero no podíamos acceder a los niveles más bajos porque los elevadores se cortaron y las escaleras están inundadas. Treinta y tres niveles de profundidad, cientos de celdas contenedoras y secretos horripilantes. Allí abajo, la percepción del tiempo cambia. Cuando la electricidad del generador falla y las tinieblas cubren los niveles bajos al punto de la locura... el tiempo fluctúa de manera difusa: las horas parecen días y un segundo se vuelve eternidad. 
Sam esperó, y tamborileo la mesa con los nudillos despellejados. La escalera a la sección A estaba bloqueada con gruesos portones, el único acceso disponible fue el rudimentario ascensor. Había sobrevivido dos años en las ruinas de aquel complejo reforzado... atiborrado de hongos, ratas asadas, serpientes fritas y vitaminas. No era difícil conseguir indumentaria para un cazador de las sombras que se dedicaba a perseguir seres horribles. Había matado, y perseguido monstruosidades en los túneles que causarían pánico en los refugiados. Era un linfocito del sistema inmunitario que conformó el último retazo de la humanidad... El último de ellos, viviendo el terror de la oscuridad y las ratas, hasta encontrar los engendros del horror en los niveles deshabitados del laberíntico entramado de túneles cegados e inundados. Durante algún tiempo, convivió con los habitantes de los niveles inferiores y los protegió de las alimañas descarnadas que brotaban de las paredes y los ductos, sacadas de pesadillas sangrientas y círculos infernales.
La puerta metálica se abrió con un crujido, y entró una mujer alta vestida con chaqueta negra, pantalones y botas de piel. Era rubia, de fulgurantes ojos verdes y rostro pálido arrugado. El cabello canoso flotaba en forma de tentáculos grotescos. La encarnación de Medusa: envejecida y mortificada. La mujer tomó asiento frente a él y las arrugas de sus labios formaron una sonrisa cruel.
—El maldito Samuel Wesen—dijo. Sus ojos lanzaron llamaradas doradas—. Creí que todos ustedes habían muertos.
—¿Qué ocurrió con la Cumbre Escarlata?
La sonrisa de la mujer se esfumó.
—No seas estúpido, Wesen—cruzó los dedos—. ¿Por qué quieres ir al exterior? Está prohibido abandonar el Titanic, ¿no lo sabías? Mataste a un hombre y dejaste a otro moribundo, con tal de escapar a la superficie... ¿Qué encontraste en las tinieblas? Has entrado al abismo, y has regresado... y quieres huir.
—En la sección I existe un culto satanista—Sam cruzó los dedos y desvió la mirada—. Raptan a las mujeres embarazadas y beben sus fluidos abortados en nombre de Belcebú. Dicen que el fin del mundo ya llegó, y nosotros... somos los rechazos por Dios. Las «trompetas del cielo» derramaron sus obscenidades sobre el mundo. La sección J está llena de agua, y a partir de allí la ciudad subterránea se vuelve inhabitable... pero, es posible seguir descendiendo por un acueducto usado por los engendros. Eso... si los chupacabras y los caníbales no consiguen devorarte primero. Con frecuencia, los gases miasmáticos de aquella ciénaga han subido, y sofocado los niveles H, y G... matando a muchas personas con el metano, el azufre y las infecciones respiratorias de los bacteriófagos.
—Has vivido como un necrófago desde que te rescatamos de ese barco sumergido... ¿No extrañas el frío y la oscuridad de tu burbuja? Aprecia tu vida, fontanero. Abandonaste tu trabajo como vigilante hace un año, y creímos que te raptaron los vampiros de las profundidades. Llegaron a extrañarte en el nivel G, H, e I... obstruimos los canales después de esperarte, y que no regresaras les rompió el corazón.
Sam afincó las manos a la mesa metálica.
—Anabella Flambée, he encontrado la verdad—dijo, y esperó que la mujer frunciera el ceño—. ¿Quién es la Jefa? He estado dos años, casi tres... metiéndome en los ductos llenos de mierda para extirpar los terrores cancerígenos en las entrañas de este complejo. He recorrido cada rampa y nivel, encontré cámaras escondidas y las tinieblas se mostraron en mis sueños con revelaciones del destino del mundo; y descubrí los grilletes rotos de los ángeles caídos. Mientras más descendía a ese infierno alegórico... la humanidad en mis huesos se pudría como una carcoma hasta convertirme en otro de los habitantes de las profundidades. He estado mucho tiempo solo, y creo que una parte de mí se quedó allí abajo, siendo perseguido por los mutantes hambrientos y los gusanos devoradores. Quiero conocer a la Jefa, solo así... voy a revelar los secretos de los mausoleos apócrifos.
Sam sonrió, lobuno. Anabella se levantó y revoloteó por la habitación como una mariposa herida... hasta que se detuvo en el dintel de la puerta. 
—Acompáñame, Samuel Wesen. Ven conmigo a las sombras si deseas conocer al diablo. En este sepulcro yacen sellados todos los demonios.
—¡Brochetas de rata!—Proclamó un hombre diminuto mientras una mujer asaba las ratas en varillas. El olor era espectacular—. ¡Vengan, se cambian las brochetas por cartuchos de balas, pastillas de vitaminas, medicamentos y botellas de alcohol! ¡Tres brochetas por una de licor! ¡Vengan, las ratas son criadas con levadura y libres de pulgas! 
Sam escondió las manos en la espalda baja y contempló la procesión, encabezada por la taciturna Anabella y los hombres armados a su espalda. Podía augurar el cañón de los fusiles apuntando su nuca fría... y la respiración macilenta de aquellas bolsas de ruidos: latidos, suspiros, presión sanguínea acelerada y pisadas; incluso los pliegues de las ropas... Todo era asqueroso. El yacer en el aislamiento oscuro, viviendo del flujo energético en el espectro visible... y matando inmundicias de un mundo destrozado; lo acorazaron con una superficie pétrea de repugnancia a los cuerpos ajenos. La mezcolanza de sonidos y olores emitidos por seres vivos se tornó insoportable. Los sueños de herrumbre y líquenes eran recuerdos, enterrados bajo su piel como pestilencia. 
—Desapareciste por meses en las paredes falsas de las secciones más bajas—Anabella desfiló por aquella calle improvisada en el ancho túnel. Confluían diferentes puestos de intercambio: armas y municiones, alcohol, alimentos enlatados saqueados de la superficie, gasolina, hongos, ratas para cría, medicamentos y vitaminas. Las masas de ruido y las débiles luces... mantenían heridos sus sentidos agudizados al límite sobrehumano—. No puedo imaginar los terrores que se dejaron ver a tus ojos, afilados por la quintaesencia... Es tan asqueroso ver las muecas que haces cuando presencias a otros seres humanos.
—No los recordaba tan... pálidos y viscosos—tragó saliva y contuvo el aliento—. Y el ruido de sus cuerpos me provoca horcadas. 
—Hemos encontrado medicamentos—una mujer delgada y pálida de cabello hirsuto le lanzó una mirada inquisitiva—.  Un analgésico por un cartucho de Glock, dos cartuchos por una píldora anticonceptiva, tres por un infalible antibiótico. Las vitaminas de hierro serán repartidas equitativamente. También cambiamos baterías recargables.
Llegaron a una sala comunal del tamaño de un anfiteatro. Las cegadoras luces que colgaban del alto techo emitían reflejos endemoniadamente fuertes, a pesar de que el generador a gasolina—esa ruidosa máquina del grueso de un tonel—, esparcía corrientes débiles de electricidad. Sam arrugó la nariz ante la impresión de las hileras menos concurridas de aquella calle y sus bifurcaciones: criaderos de grillos, cucarachas, gusanos y larvas en pordioseros toldos; a un cartucho de bala la libra... Cuando se sumergió en la oscuridad, las granjas de ratas estaban escaseando y se popularizó la ingesta de insectos. Los hongos guisados, potajes de levaduras y algas... ya eran tradición. Por encima de los tendederos, avistó las escaleras que conducían a la sección A y el palco donde el imperante alto mando vigilaba los restos del mundo, las ciudades muertas y el mar negro. El humo grasiento se alzó al alto techo ennegrecido, perdido en el cielo y las luces colgantes arrojaron sombrías formas terroríficas. Una casa de cambio se alzó, y los hombres armados le respaldaron: tres cartuchos de pistola, por una de subfusil y ametralladora. 
Anabella se detuvo frente a un tendedero donde una mujer sostenía a un pequeño niño con una cobija. La mujer era bastante envejecida, y la palidez de su rostro era enfermiza... Sus labios eran dos gusanos toscos. Intercambiaron varias palabras, y la mujer rompió a llorar.
Sam siguió caminando, en silencio. Contemplando las improvisaciones de soldados, envueltos en telares, llevando gafas negras, trajes, lonas y pesados fusiles. Saliendo en procesión por las escaleras metálicas al nivel superior, mientras otra, ensangrentada y reducida... regresaba al inframundo cavernoso. Podía leer la resonancia de aquellas almas afligidas, que contemplaron los horrores y seres rumiantes de la superficie.
—Las cosas han cambiado desde que desaparecí.
—La Jefa permite que un grupo salga al exterior cada ciclo—dictó Anabella—. Se abastecen de víveres, prendas y medicamentos. La sociedad que hemos construido está fundamentada en las bases filosóficas de la unión. No existe la propiedad privada. La plutocracia asigna los contenedores habitables a las familias cíclicas. Todos tienen trabajo asignado en las distintas granjas de levaduras, hongos e insectos. Las purificadoras de agua funcionan cada doce horas y abastecen de agua racionada a todo el complejo. Las vitaminas y alimentos son repartidos equitativamente a cada familia... y cada pieza funciona en el inmenso engranaje que mantiene con vida los últimos vestigios de la humanidad. 
—Que horroroso—los labios de Sam formaron una línea fina—. Estamos agonizando... Tuvieron que pasar tres año, para que abrieran las puertas al exterior—reflexionó por un momento y clavó sus ojos rojizos en las fogatas de jade de la mujer—. ¿Nunca lo has pensado? Puede que seamos los últimos humanos del mundo. 
—¿Y qué hay de «ellos»?
Sam se mordió el labio, y la mujer asintió, severa. La calle metálica cubierta de grasa, se estrechó a medida que los puestos se replegaron a deprimentes pasillos que conducían a celdas desprovistas de luces. Pues, se seguía utilizando el ciclo de sueño de doce horas, y debía estar anocheciendo.  Las escaleras a la sección A y C fueron rodeadas de barracas, con una gruesa metralleta en torreta, anclada al suelo junto a sacos de arena. Las puertas al nivel inferior fueron selladas y solo se abrían durante una hora al día para permitir la migración... ya que no sabían cuando los moradores del mundo exterior se atreverían a usurpar el complejo para diezmar a la humanidad. La metralleta apuntaba a las escaleras eléctricas, y escalinatas del nivel superior. El puesto de defensa era difusamente iluminado por la lumbre de una lámpara de acetileno y el humo de varios cigarrillos en vigilia. 
Los hombres se levantaron al ver a Anabella y apuntaron a Sam con sus fusiles. 
—¡Él no puede pasar!—Dijo un flaco y rubicundo mestizo de acento brasileño—. ¡Es un asesino y será deportado al exterior!—Se acercó a Sam y tanteó el vacío con una de sus manazas—. ¡Te vamos a expulsar, maldito!
—Tócame, y morirás... y, no hay nada después de la muerte. Solo oscuridad.
El mestizo dudó, y los hombres de la barricada retrocedieron asustados. Ellos presenciaron la brutalidad que podían consentir sus extremidades... y la repugnancia que su mente sentía al ver sus rostros toscos y sus movimientos torpes. El hombre dio un paso y lo tomó por el hombro... el contacto de sus dedos duros fue, de sobresalto, incómodo y acusador. El mestizo gritó, se encogió con el rostro lívido, sus ojos se hincharon, enrojecidos, y resopló una nube de vapor sanguíneo antes de caer... convertido en un seco y viscoso saco de ropa, piel curtida y huesos. Los centinelas levantaron las armas, pero Anabella se los impidió.
—¡Ya basta, carajo!
—Le dije que no me gusta ser tocado.
Los restos del mestizo despedían vapor rojizo. Olía a carne chamuscada, cabello quemado y huesos tostados... Todos los líquidos de su cuerpo se esfumaron en un segundo. Sam sonrió, contemplando los restos rojizos del ser humano destilado. No le gustaba repetir lo que decía... y subieron por aquel pasillo a través de las escaleras automáticas averiadas, en tinieblas. El negro y el pálido murmuraban estupideces, y creían que no podía escucharlos... y se equivocaban. 
—Es uno de ellos—susurró el pálido—. Es un... Sonetista. 
—Creía que no existían—el negro temblaba—. Pensaba que solo decías mentiras para intimidarme.
—Cállate, yo solo digo lo que escucho.
La ascensión por aquella escalinata sepulcral los condujo a un pasillo alargado y esquelético con las ventanas cegadas por paneles de oscurecimiento. El frío de aquella cripta de mármol blanco y luces tenues los atravesó hasta las vísceras. El corredor alargado pesaba, en silencio decrépito, asediado por almas condenadas a vagar en las tinieblas del último refugio de la humanidad... La ciudad de los huesos, excavada en las entrañas de un gigante pétreo, cuyos gusanos retorcidos engullían zarcillos de podredumbre. La sopa de los gusanos se disolvía en sustancias anímicas y desaparecía... flotando en la miasmática marea espectral de la sinfonía. Sam desconocía los verdaderos terrores que pululan en las gruesas tinieblas... pero intuía el significado de las manos negras y los ojos muertos.
Ascender a la sección A, fue... extraño. Después de tantos años de oscuridad prolongada y desorden sacrílego... no reconocía los sonidos y la inexpresiva presión que ejercía el aire hermético. Estaban a un nivel de la horrible superficie, y le parecía escuchar el desorden de una orquesta diabólica. Nunca había escuchado caos similar, ni en las pesadillas que acontecieron al Amanecer del Sol Rojo. El embrutecimiento causado por el trauma  había embotado su percepción del mundo... como una esfera maloliente esmaltada de grasa. La enfermiza luz escarlata y sus reflejos endemoniados de ríos gelatinosos y voces de ultratumba. Tertulias unidas en una cadena de mentes colmena, alimentadas como vampiros en busca de carroña.
Se deslizaron por un corredor ascendente a lo que deberían ser las maravillas—y horrores—, de un mundo carcomido por la destrucción y el caos cancerígeno. Los hombres armados dieron dos pasos atrás y se apostaron en los dinteles del marco con expresiones irritables. El corredor de numerosas puertas conducía a unas pronunciadas escaleras, cerradas herméticamente con una escotilla de polímero pintado de negro. Pero Anabella se detuvo varios metros antes de llegar al portal, abrió una de las puertas metálicas... y un repulsivo perfume de incienso emergió como un gas viciado.
Sam arrugó la nariz ante el irremisible humo, y vislumbró la delgada penumbra, en guerra, contra las velas aromáticas de una improvisada oficina. Sintió perder la sobriedad ante el delirio del humo y los espejuelos... En una de las esquinas estaba una mujer, engañosamente joven, de piernas cruzadas sobre una almohada... meditando.
Sam detalló aquel rostro, palideció, maldijo, y sonrió con amargura. De todas las personas en el mundo, aquello solo podía tratarse de un prófugo del purgatorio. La chica pelinegra estaba mucho más pálida y descarnada, y su esencia apestaba a rosas en brasas y clavos derretidos. Cada quintaesencia era única: una huella imborrable de lo que somos, como muestra predilecta de la Esencia Divina del Todo.
—El maldito Samuel Wesen—abrió uno de sus ojos negros y apretó el entrecejo—. Interrumpes mi meditación. Es un momento especial para mí. Mierda, eres más insoportable que un maldito forúnculo en el culo.
La mujer se levantó, seguía siendo alta, de largas piernas esbeltas y ojos sagaces. Le dedicó una larga mirada hosca, y con un rápido movimiento... le hundió un puño en el rostro. Sintió que su nariz se rompió con un estallido húmedo y todo desapareció entre el rojo y el negro. Sam levantó las manos y una patada en el estómago le vació el aire de los pulmones... La mujer se agachó con un giro y lo derribó con una barrida de gancho. 
Su espalda besó el suelo y sus costillas crujieron. La mujer escondió un mechón rebelde detrás de su oreja.
—¿Me recuerdas?
Sam abrió la boca para respirar y el fondo de la garganta le supo a herrumbre.
—Jessica... Fonseca...
—Te desapareces por meses en las secciones desconocidas, a pesar de que las alimañas del infierno... se han dado festines con la carne de nuestros habitantes más desafortunados. —Se sentó en un taburete de madera, junto a una mesa metálica cubierta de velas perfumadas. Pasó sus dedos endurecidos por las llamas de las mechas, y estas, se tornaron púrpuras—. Hemos tenido problemas con el brebaje mutagénico que caldea la superficie... y los púlsar que produjeron las explosiones nucleares. Las tragedias nunca vienen solas. Los apagones atrajeron toda clase de criaturas... Los repelimos con plomo y fuego, pero las balas son escasas, y nuestras voluntades se han roto. Los reactores están averiados, y los víveres del exterior están desapareciendo. La oscuridad y el hambre está próxima, Wesen. En las secciones más profundas ha habido canibalismo, y rituales satanistas de lo más horrible... para adorar seres repulsivos que viven en las paredes. Si la gente de este inmenso complejo, supiera las cosas que yo sé... intentarían, desenfrenadamente, evacuar de la ciudad subterránea como tú hace algunas horas.
Sam consiguió ponerse de pie, con la boca llena de sangre. No quería replicar ante la ignominia, estaba hambriento y fatigado. Podía oler la esencia ionizada de Anabella, y el chisporroteo agudo del flujo energético.
—Creí que estabas muerta.
—Estoy muerta, Samuel—Jessica se lamió los labios—. Mi alma abandonó hace muchos años este cascarón, que habita famélico, este jardín de tristeza y lamentos. Según los filósofos de la Isla Esperanza, nuestra alma fue formada por las sustancias revueltas de la sopa cósmica conocida como la Sinfonía de Vida y Muerte, sometida a la Entidad Primaria en nombre de las Fuerzas Disuasorias... para finalmente regresar en calidad al Origen Primordial del Todo. He estado meditando bastante al respecto...
—Lo que ocurrió en Montenegro...
—Es mejor, relegar esos recuerdos tenebrosos a una versión abstracta del mundo—levantó una vela del charco de cera y sopló la llama, soltando chispas ennegrecidas. Pudo ver las patas de gallo naciendo en los párpados de sus ojos hinchados, y las finas arrugas de su cuello—. Esos días me enloquecieron, y los terrores quiméricos que encontramos detrás de esa vetusta Puerta de Piedra me persiguen, en cada ciclo abominable. Han pasado veinticinco años, pero cuando recuerdo el lugar del mundo al que fuimos relegados... Pienso...
—¿No existen Mortificadores en el subterráneo?
—Nunca dejaría a un ser humano escarbar en tus pensamientos. Eso sería... despiadado. Soy una mujer ya entrada en años, Wesen. Y tú ya no eres un niño miedoso... Dejémonos de rodeos y empezemos a negociar: un alma por un alma. 
Sam se limpió la sangre de los labios.
—No voy a fornicar contigo, lo lamento—sonrió, sardónico—. He desarrollado repelús por los seres humanos... Para mí, no son más que ruidosos sacos de carne rellenos de excremento. Si el simple tacto me produce malestar, no quiero imaginar el acto sexual.
—¡Muy ingenioso!—Jessica soltó una risotada—. Soy una mujer armónica, no una imbécil. ¡Y bastante arriesgada! Todo lo que se ha construido a tu alrededor es producto de ello. ¡Confiesa tus secretos, Wesen! ¿Qué encontraste en el abismo del mundo, y por qué ansías escapar de aquí? Es difícil para mí... creer que un hombre que se ha enfrentado a los terrores de lo ignoto, pueda sentir miedo o fascinación—la mujer chasqueó los dedos y las chispas volaron de sus yemas—. ¿Qué abominaciones se esconden en el fondo del complejo? ¿Es cierto que los espíritus de los condenados coleccionan cadáveres curtidos? ¿Los hijos de los caníbales están dotados de inteligencia o son criaturas simplonas? ¿Qué opina Dios de los mutantes sin cabeza?
—La única verdad que encontré en el último nivel... bajo la ciénaga de inmundicias, hongos virulentos y gusanos voraces; fue que la Jefa era una perra mentirosa—Sam se llevó las manos a los bolsillos de la gabardina. Anabella arrugó la nariz y la estática le erizó el vello de la espalda—. Evacuaste a cientos de personas de los metros y refugios al borde del colapso en toda Colombia y Venezuela. Creyendo que este súper complejo subterráneo curaría a la humanidad del Sol Rojo y la música de los diablos. «Es un refugio nuclear gubernamental»... Nos dijeron a los miles de moradores. Pero, estos ojos que ven en la oscuridad han visto anomalías que distorsionan la realidad. Los pilares de lo que posible, y lo increíble... se vuelven irracionales cuando eres testigo de los seres que se remueven en los ductos supuestamente cegados. Llegué a las profundidades al perseguir necrófagos de piel grisácea y ojos ciegos... exterminé plagas que, gloria a los dioses, no arrasaron los niveles habitados más aislados. He matado caníbales viscosos, y adoradores del Culto a los Dioses Muertos, cuyos sacrificios rituales y orgías sangrientas son epidémicos. Los gritos del espectro llorón me han atormentado en la oscuridad... y los contenedores vacíos me revelaron una naturaleza ignota, supersticiosa y paradigmática... de lo que creía tangible e invisible. 
»Maldita sea, Jessica. ¿Por qué tuviste que escoger este lugar condenado? El vómito de la humanidad, en su putrefacrto estado... es incapaz de reconocer que vive, defeca y renace sobre un gigantesco cementerio. Sospechaba que la fundación se escondía en una de las montañas cercanas a la frontera, pero... ¿Por qué acá? Has traído a la humanidad a una prisión de entidades anómalas que deberían estar contenidas en celdas presurizadas y magnetizadas. El generador dejó de operar en los niveles más profundos hace años, y el brebaje onírico de purulencia ha socavado las mentes de incontables habitantes en posesiones, y manifestaciones.
»Intentaste ocultarlo, pero... la verdad es un hecho indudable. Después de ciclos de arrastrarme en los ductos, y habitar junto a seres que en el mejor de los casos, nunca fueron humanos... Contactando con secretos que los más versados obispos esconden, con espanto. Logré penetrar en el origen de la señal que se transmitió en los países cercanos durante el Amanecer del Sol Rojo. Aquella trasmisión de alerta fue enviada desde cada sede de la fundación Trinidad, en sus distintos departamentos internacionales. Los doctores del complejo hicieron el llamado, y perecieron ante la luz... y posiblemente el frenesí caótico de las entidades inmateriales al evacuar. El salón de modulación, ajeno a la estación en la superficie, envió la alerta, a su vez que las otras sedes localizaban la expansión de la amenaza. Sí, tuvo una zona de origen y se abrió paso en el amanecer, apagando las señales de los otros prioratos y consumiendo a la humanidad en un disuelto sanguíneo. He rastreado la fuente, y he sufrido el horror al conocer susodicho infierno.
Jessica se levantó, meditabunda. Miró la puerta, y leyó el reverendo impulso de salir corriendo que tuvo que contener... La mujer abrió la boca y la cerró. Calló, murmuró y le dedicó una mirada aterrada a Sam. Anabella fue testigo de ello.
—Dos años—confesó, se veía bastante cansada y envejecida—. A este refugio le quedan dos años de utilidad antes que la oscuridad y la insostenible salubridad se hagan realidad. Sabrán los dioses qué pasará cuándo eso ocurra. Muchas personas morirán, y el baño de sangre es incuestionable. Ya hice los cálculos, y pronto no tendremos lugares en la superficie para abastecernos: el exterior se volvió radioactivo por las explosiones nucleares y las criaturas han mutado a proporciones grotescas. Es una carnicería que atenta contra el orden natural. Nos quedan dos años de vida, o mucho menos... si los monstruos deformes del exterior no se abalanzan contra nosotros con más fuerza o... aquella marea roja comience a inundar nuestros salones. Una sola gota de líquido corrupto es capaz de enloquecer, al punto de la demencia irremediable. ¿Hay una oportunidad, Wesen? ¿Existe un milagro para la humanidad en la carrera contra la extinción? Nuestro ciclo de vida y muerte no debe ser interrumpido, o el licuado de las sustancias se perderá para siempre... Por favor, Sam. Este sueño de redención es imposible.
—Sí—Sam frunció el ceño sombrío—. He rastreado el origen del Sol Rojo por los registros de hace siete años de pérdida de concentración, y... pude encontrarlo por la radiactividad procedente de un potente campo magnético en el punto cero. Mucho más poderoso, que cualquier imán creado. Se mueve, y cambia de lugar, pero... ha permanecido anclado como una tortuga muerta—miró a Jessica y su cara formó un poema macabro—. Latitud 47° 9' Sur, longitud 126° 43' Oeste...
—¡No!—Jessica negó con la cabeza y sus ojos se abnegaron de lágrimas. Anabella palideció, y su corazón bombeó con una fuerza estremecedora—. ¡Nunca volveré a esa maldita isla sin esperanza!—Se llevó las manos a la cabeza y gritó—. ¡No! ¡Ellos no pudieron haber cometido tal atrocidad! ¡Ellos no... o sí!—Los labios de Jessica se tornaron azules—. ¡Los Sonetistas se apoderaron de «eso»! ¡Y si el punto de origen es la Isla Esperanza! ¡Entonces...!





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